Unas elecciones con poca substancia real

Mike Davis

05/09/2004

Imagínense a Blair y Gordon Brown [miembro del gabinete británico] pasando una semana tras otra apretujándose y charlando con los habitantes locales en las tabernas y los restaurantes de comida rápida. Imagínense un sistema electoral que da una influencia más estratégica a la selección del líder laborista a Cornwall y Essex [regiones apartadas de Gran Bretaña] que a Liverpool y Glasgow [dos de las ciudades más importantes].
Sí, un sistema que ubica a Londres casi en último turno, después de que la prensa ya ha ungido a un ganador. Pero, de hecho, así es la lógica enloquecida de las primarias del Partido Demócrata norteamericano. Colocan a Iowa, New Hampshire y Carolina del Sur por delante de los estados grandes.
El sistema priva a las grandes batallones de la democracia, como los chicanos en California, los trabajadores del sector público en Nueva York o los afro-norteamericanos de Illinois, de jugar un papel como votantes en proporción directa a su tamaño o su importancia histórica.

Es un sistema, para ser justos, que en realidad obliga a los candidatos, con el mismo cuento repetido maquinalmente, a tener un contacto breve pero espontáneo con las personas reales. Pero también es un sistema que da una ventaja estratégica a las grandes empresas de medios de comunicación, manejando la imagen de los candidatos y los temas en debate mucho antes de que las primarias lleguen a las grandes ciudades y los principales centros industriales.

Un ejemplo pavoroso y típico fue el hostigamiento de la prensa contra Howard Dean, el crítico más claro de la invasión a Irak por parte de Bush. El aullido de Dean la noche de la elección de Iowa -interpretado alternativamente como un grito de aliento a sus partidarios o como un colapso nervioso- fue reemitido por la TV continuamente durante varios días. El New York Times estimó que el espectador medio lo vio 20 veces. Las mismas cadenas de televisión, como la Fox News de Rupert Murdoch, que pasan por alto gestos como cuando Bush ofrece sus sonrisas de idiota o Rumsfeld se relame en su megalomanía, susurraban al oído del público que Dean era un demente. Aunque Dean es un demócrata de centro bastante común, su campaña ha despertado el temor y el rechazo de la élite como no se ha visto desde la nominación de McGovern con su campaña contra la guerra de Vietnam en 1972.
La campaña de Dean -que ahora está siendo rápidamente reformulada y girando a la derecha- creció en sus orígenes por el vacío político y moral creado por la capitulación abyecta de la dirección del Partido Demócrata frente a la guerra de Bush. Dean se volvió un héroe para estudiantes y activistas sindicales críticos, debido a su buena disposición para decir lo que millones creen pero ningún otro demócrata se atrevió a decir: que el presidente de Estados Unidos es un imbécil guerrerista controlado por una secta de conspiradores millonarios del petróleo y cristianos fanáticos.
Irónicamente, en Iowa y New Hampshire Dean se volvió víctima del éxito de su propia campaña al obligar a los otros candidatos, particularmente John Kerry y John Edwards, a hablar contra el fraude de Irak. Y Kerry, por cierto, hasta ese momento tan embebido de compromiso e hipocresía, de repente mostró débiles señales de una anterior personalidad suya, la del veterano militante anti-guerra que denunció los crímenes de guerra norteamericanos en Vietnam con elocuencia en 1972.
En los últimos días antes de la primaria de Iowa, rodeado por Teddy Kennedy y una guardia de honor de veteranos, Kerry se reinventó a sí mismo como la "paloma dura". Sin el monopolio del tema anti-guerra, Dean se derrumbó con su agenda doméstica, en la cual sus políticas sobre servicios de salud, reforma impositiva y beneficios sociales son indistinguibles de otros candidatos o están incluso más a la derecha.
En particular, su marca registrada "traer de vuelta a América" no resistió frente al más militante contraste "nosotros contra ellos" de las "Dos Américas" del senador John Edwards. Este último, alardeando de sus orígenes obreros, obtuvo un inesperado segundo lugar con una retórica que apuntaba precisamente al sufrimiento de las ciudades de Iowa que se dedican a la industria frigorífica y que sufrido la reducción de sus plantas fabriles o la destrucción de sus sindicatos.
Dean, entretanto, debe soportar hasta que las "súper-primarias" de los estados grandes a comienzos de marzo temprano le den voz a su apoyo intransigente entre los estudiantes universitarios y los trabajadores del sector público. El responsable del bombardeo de Belgrado y candidato disimulado de los Clinton, el General Wesley Clark, ha demostrado hasta ahora ser más bien un pedazo de cartón que un héroe carismático.
A diferencia de la próxima re-coronación de Bush, la contienda de los demócratas seguirá siendo fuente de tensión por lo menos durante algunas semanas. Pero es un drama con poca sustancia. A pesar de la fachada de debate profundo, ninguno de los principales demócratas, incluido Dean, tiene aspiración más alta que la de ser el nuevo Bill Clinton, a quien todos ellos profesan adoración. Ninguno de ellos ha disentido acerca de la política norteamericana en Afganistán o el apoyo incondicional a Israel.
Todos apoyan la guerra contra el terrorismo (aunque quieren que sea más equilibrada) y todos juran gastar más dinero en la Defensa Interior y la promoción de la paranoia nacional. Kerry, entretanto, es un gran internacionalista de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Edwards (a pesar de sus orígenes modestos) es un abogado adinerado, y Dean un notorio conservador fiscal.
El anti-Bush último modelo será un clon de Clinton, que prometerá un rápido (pero no inmediato) retiro de Irak y la revocación parcial de algunos de los premios fiscales de Bush a los súper-ricos. Además, quizá se consulte a los aliados de vez en cuando sobre cuáles blancos habría que bombardear. Si es así, lo que nos tiene en ascuas hasta noviembre, es una elección entre el orden "súper-imperialista" de Bush y el orden "imperialista normal" de los demócratas.
Ralph Nader, mientras tanto, ha quedado afuera de la nominación del Partido Verde y, de hecho, los verdes están divididos amargamente sobre qué hacer en noviembre. También hay progresistas importantes distribuidos por todo el mapa, aunque ninguno más prominente que Michael Moore, quien ha estado juntando votos para ese "Estúpido Hombre Blanco" que es Wesley Clark.
Los terceros partidos todavía pueden llegar a unir sus fuerzas (quizá detrás del candidato de los verdes de California, Peter Camejo) pero, por el momento, parece que los demócratas nuevamente lograrán apropiarse de los truenos de los movimientos de base.

Traducido y reproducido en castellano por la revista argentina MAS, número 36.

Mike Davis es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO

Fuente:
Socialist Worker, octubre 2004
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