Uruguay, Gramsci, la nueva derecha y el diario El País

Fernando López D Alesandro

30/11/2014

La derecha moderna nació como una reacción a la herencia ideológica y política de la Revolución Francesa. Su primer ideólogo, Burke, sentó las bases del libreto general que perdura hasta la actualidad. La universalidad de proyectos o de objetivos es un error, una utopía. La igualdad y la superación de las diferencia son imposibles, la inequidad, además, es beneficiosa; ¿qué mejor que la diferencia para fomentar la diversidad? En Uruguay el teórico fundador del conservadorismo, Luis Alberto de Herrera sostenía: “Mientras se aclaman las mayores temeridades igualitarias y se reniega de preciosas y saludables diferencias de clases, se crea un odiosísimo cisma de castas arbitrarias”. Las diferencias de clase –la pobreza y la riqueza en suma- son “preciosas y saludables”, pues ayudan a mantener sistemas fundados en el derecho de la tradición y en la jerarquía. Sobre esa base, las realidades no son ni globales ni colectivas, son nominales, donde la particularidad de cada realidad cultural y de cada individuo es la base fundamental de los procesos. La igualdad, para Herrera, apenas debe permitirse en los derechos políticos, pues “extender la igualdad política a todas las actividades sociales, llevaría al sacrificio de la independencia individual y colectiva en aras de la ciega demagogia”. Mantener la desigualdad ampara a la libertad, a pesar de que citando a Sorel –uno de los teóricos en que se basó el fascismo- Herrera concluya que “la libertad no existe en la historia, aunque las individualidades crean poseerlas, víctimas de ilusión”.

El herrerismo solucionó la contradicción entre su concepción exclusivista y el proceso político afirmando el voto universal como bandera contra el coloradismo, pero manteniendo la dura crítica contra la reforma social batllista y, por tanto, contra toda posibilidad de radicalizar la democracia. Hoy, la Nueva Derecha en todo el mundo suavizó las aristas más críticas del discurso.

Por supuesto que la derecha contemporánea, por ahora, no abjura de la democracia; parecen haber aprendido la lección de los delirios fascistas y del elitismo monárquico de Acción Francesa. No sólo se presentan como defensores de la democracia, sino además como los promotores de la vigencia de los derechos fundamentales, sin entrar a tocar el tema de los Derechos Humanos, sobre los que existen discrepancias entre las diversas ramas conservadoras.

La base doctrinaria central tanto para la vieja como para la nueva derecha es el rechazo del racionalismo, la aceptación de lo irracional, lo emotivo, lo visceral como causa de los procesos políticos y humanos. Así el nacionalismo, lo simbólico, lo ideológico, la religión y, fundamentalmente, las tradiciones son el pilar central de las propuestas conservadoras. El derecho natural y los derechos civiles son vistos como entidades forzadas que se oponen al derecho de la tradición que permite y promueve que haya dominadores y dominados.

“Para un conservador todo tiempo pasado fue igual” escribió una mano genial y anónima en algún muro de Colombia. Efectivamente, para los conservadores los cambios no existen, todo es permanencia, lo único que cambian son las formas, las maneras y los estilos. Siempre hay un “mito del eterno retorno” como les enseña uno de los referentes del fascismo, Mircea Elíade.  Y en lo social las continuidades son notorias.

La Nueva Derecha odia la protección social, la solidaridad y la intervención estatal en cualquiera de sus formas. De esta manera la desregulación laboral respeta todos los preceptos ideológicos ya dichos; los individuos quedan a merced de sus propias fuerzas, libres, en una competencia donde los mejores tendrán el éxito, lo que no sólo es “justo” sino, además, “positivo” en la construcción social. Algunas de estas nuevas derechas, sin embargo, son contrarias a los grandes monopolios empresariales y financieros y buscan así crear un mundo desregulado en su más amplia expresión imaginable. Otros no son antimonopolistas, pero sí expresan un nacionalismo xenófobo que abre paso a una economía cerrada. En definitiva, y esta es la clave central de la propuesta, las derechas no buscan salvar el capitalismo, por diferentes caminos quieren sustituirlo por un sistema peor.

Por supuesto que abundan los matices y hacer una clasificación exhaustiva podría llevar muchas páginas, pero lo fundamental del “ser” conservador se mantiene intocado desde hace más de doscientos años.

Uruguay tuvo buenos ejemplos en los partidos tradicionales y el herrerismo es, quizá, el pensamiento conservador más elaborado. Su influencia es larga en el tiempo y sus expresiones contemporáneas confirman esa herencia en sus propuestas y sus discursos. Su aristocratismo –“¡donde se ha visto el hijo de un jardinero bachiller!”, gritó Herrera en la cámara en 1915 cuando se discutía una reforma educativa-; su filofalangismo basado en un catolicismo ultraconservador; su discutida adhesión a la democracia, donde “la Marcha Sobre Montevideo” y el apoyo al golpe de Estado de Gabriel Terra son pruebas contundentes para basar la sospecha. En “La Revolución Francesa y Sudamérica”, Herrera proclama que la democracia es un sofisma, la república una “mentira”,  para rematar que en nuestra región el sufragio universal fue contraproducente.

Del ayer ideológico a la derecha gramsciana

Las derechas europeas se han recompuesto luego de una larga crisis. Iniciaron un sinuoso camino hacia 1968 y algunas desde la teoría y otras desde la práctica acumularon fuerzas para ser hoy un adversario sólido intelectualmente y políticamente temible. Sin embargo la Nueva Derecha –a pesar de todos sus matices- mantiene la desigualdad, la jerarquía y la tradición como bases fundamentales de su identidad original. En consecuencia sus actuaciones políticas apoyan medidas que profundizan estás concepciones y rechazan de plano cualquier propuesta universalista o que implique una opción socializante o solidaria. Pero en el siglo XXI sus límites ideológicos se hicieron notorios.

El Dr. Luis Alberto Lacalle Pou es un excelente ejemplo de los límites del conservadorismo más común. Su propuesta de derogar la ley de responsabilidad de los empleadores y la ley  de las 8 horas rurales no son sino el punto final del largo derrotero conservador de cien años de herrerismo. Asimismo su voto negativo en el parlamento a la despenalización del aborto, contra el sistema de negociación colectiva, contra el matrimonio igualitario como su rechazo a la ley de trabajo doméstico son el resultado de la concepción  conservadora, pero su estrategia distó mucho de la nueva derecha global. La derecha uruguaya comenzó a comprender a los golpes que ni la tradición ni el discurso lavado por la positiva sintonizan con la realidad. Se necesita algo más.

El filósofo francés de la Nueva Derecha, Alain de Benoist, estudioso y admirador de Antonio Gramsci, sentó las bases de la derecha gramsciana, donde la cultura como fuerza contra hegemónica es una de las claves estratégicas. Asimismo el papel de los intelectuales es asimilado con el exclusivismo elitista conservador y la conformación del “bloque histórico” es integrada a la derecha como una construcción a realizar para sentar las bases de una nueva sociedad conservadora. Desde la ideología, entonces, este derechista gramsciano promueve el cambio cultural en el entendido de que “no hay revolución ni cambio posible en el orden del poder si las transformaciones que se trata de provocar en el terreno político no han tenido ya lugar en las mentes. Todas las grandes revoluciones de la historia han venido a concretar en el plano político una evolución llevada a cabo en los espíritus. Es algo que había comprendido muy bien el italiano Antonio Gramsci”.  Finalmente, Carlos Pinedo otro miembro de esta corriente, sentencia en su trabajo “La Estrategia Metapolítica de la Nueva Derecha”: “No hay toma del poder político, sin una toma previa del poder cultural”.

No es casual ni novedoso, entonces, el editorial del diario El País del 29 de octubre último. Llamó la atención de muchos ver un análisis gramsciano en las páginas del matutino conservador. Pero el mismo no fue ni un análisis escolástico, ni un aporte para la comprensión de la realidad: fue el lanzamiento uruguayo de una nueva derecha que comprendió la necesidad de reconquistar los espacios culturales que perdió, que resignificó la lucha cultural como eje para la reconquista del poder. El editorial “Razones para una Nueva Mayoría” está dirigido a la derecha uruguaya, marcando un camino estratégico que deberían comenzar a recorrer.

Para el editorialista la razón de la victoria frenteamplista es “la hegemonía cultural: la generación de un relato, de una identidad, de un deber ser, de un universo simbólico que, todos juntos, producen sentido común ciudadano y aseguran los cimientos para mayorías de izquierda sólidas y duraderas”.  Casi se realiza un llamado a considerar nuevas formas de comprender la realidad, cuando se afirma que “Hay que entender que la inmensa mayoría de las decisiones de voto en nuestro país no se definen faltando pocos meses o semanas para las elecciones. Aquí hay cultura política de larga duración. Y ella está afirmada en una socialización cultural y ciudadana que legitima las opciones de izquierda, y en particular al Frente Amplio”. La derecha, entonces, debe comenzar a hacer lo mismo. 

El editorial concluye su llamado recordando que “La gente, antes que nada, quiere sentirse parte de un proyecto común que le permita soñar y le reafirme su autoestima; quiere ser parte de un relato que interpreta valores colectivos y le asegura cierta dignidad moral. En esta definición pesan muchísimo las identidades forjadas desde la educación y la cultura. En este esquema, alcanza con ver qué papeles cumplen Luis Alberto de Herrera o José Batlle, por ejemplo, y cuáles cumplen los paladines de la izquierda en nuestro relato de la Historia y en nuestra identidad cultural colectiva, para entender dónde se asienta la hegemonía política izquierdista que, luego, se traduce en mayorías”. En conclusión, finalmente, el futuro de la derecha estriba en que “para volver a ser mayoría parlamentaria, cada uno con su impronta, deberá asumir estas razones de fondo de los triunfos del FA”. O sea, no sólo la bonanza económica y social explica el 48% de la izquierda, ni el 31 más 13 de la derecha. Los partidos tradicionales perdieron la hegemonía cultural y El País hace un llamado para reconquistarla, tal como los gramscianos conservadores europeos ¿Desembarcó la Nueva Derecha en Montevideo? El tiempo se encargará de dar la respuesta; pero sin duda hay segmentos del bloque conservador dispuestos a librar la lucha en ese sentido. También tienen otros caminos, pero no son muy aconsejables.

Fernando López D’Alesandro es historiador, profesor de la Regional Norte de la Universidad de la República, Uruguay


Fuente:
www.sinpermiso.info, 30 de noviembre 2014

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