Venezuela: la lucha entre lo viejo y lo nuevo

Emir Sader

11/12/2005

La abstención en las elecciones del pasado 4 de diciembre fue alta, aunque menor que en las municipales y para gobernadores cuando la oposición participó. La batalla decisiva, dentro y fuera de Venezuela, sigue siendo la lucha ideológica.

LOS VENEZOLANOS fueron llamados a votar por tercera vez en poco más de un año. Primero en el referéndum constitucional sobre la continuidad o no del mandato del presidente de la república, procedimiento democrático únicamente presente en la Constitución de ese país.  Luego votaron para la renovación de las autoridades municipales. Ahora, el domingo pasado, los venezolanos fueron a las urnas para renovar el Parlamento.

Esas votaciones se dieron en el contexto de un extraordinario y profundo proceso de transformaciones en el país, del cuál no pueden ser desvinculadas. Ante el agotamiento definitivo de la capacidad de gobernar por los partidos tradicionales – Acción Democrática, socialdemócrata y Copei, democristiano – irrumpió a lo largo de la década del ´90 una profunda crisis de hegemonía en Venezuela. En el sentido gramsciano, la crisis de hegemonía es una situación en la que se produce un desencuentro radical entre las fuerzas sociales y sus formas de representación política.

En este vacío se proyectaban dos soluciones por fuera de las alternativas tradicionales. La candidatura favorita, al inicio de la campaña presidencial de 1998 era una ex miss universo, Irene Saez, candidata de los banqueros venezolanos, refugiados en Miami, tras el escándalo de la quiebra del sistema bancario privado. Hugo Chávez había aparecido en la vida política del país liderando un movimiento de oficiales de las Fuerzas Armadas en protesta por las medidas neoliberales que Carlos Andrés Pérez anunció apenas fue electo nuevamente a la presidencia, abandonando el programa socialdemócrata de su partido – de manera similar a lo que hizo Fernando Henrique Cardoso en Brasil. Pérez fue derrocado y preso, por denuncias de corrupción, tal como ocurrió con Collor de Melo.

La candidatura de Hugo Chávez, que apareció como alternativa de izquierda a la crisis de hegemonía, acabó triunfando hace siete años y desde entonces pasó  a poner en marcha un extenso y profundo proceso de transformaciones sociales, económicas y políticas. Chávez chocó frontalmente con los intereses de la oligarquía venezolana, que había protagonizado uno de los casos de corrupción más impresionantes de nuestro continente, al utilizar la renta del petróleo, no para desenvolver económica y socialmente al país, sino para enriquecerse personalmente.

Estos sectores reaccionaron en forma violenta, como si sintiesen que lo que consideraban "su país" les estaba siendo tomado por las fuerzas populares. Estas violentas reacciones, articuladas con el gobierno estadounidense, incluyeron un golpe de estado, en abril de 2002, conducido por el monopolio privado de los medios de comunicación, las entidades empresariales y los partidos tradicionales. Este movimiento fue derrotado por una impresionante movilización popular, cuando el pueblo se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. La oposición lanzó también un lock-out prolongado, a través de cual intentaron generar una situación económica insostenible para el gobierno. La respuesta del gobierno, incluyó asimismo la recuperación del control por parte del gobierno de PDVSA, la empresa petrolera estatal, hasta entonces dominada por una tecnocracia con mentalidad privada, junto a una aristocracia sindical ligada a los partidos tradicionales.

El gobierno especialmente puso en práctica un programa de rescate social – en el que Cuba tiene un papel esencial de apoyo -  que permite actualmente al gobierno de Hugo Chávez contar con el apoyo de más del 70 por ciento de la población, de acuerdo a las encuestas de empresas privadas. A su vez, la oposición, derrotada en esos embates, jugó todas sus cartas al referéndum constitucional de agosto pasado, creyendo que podía revocar el mandato del presidente. Su derrota – con un resultado de 59 a 41 por ciento – cuya legitimidad de procedimiento fue avalada por la Fundación Carter y por la Organización de Estados Americanos (OEA).

A partir de allí, la oposición quedó dividida entre los que quieren volver a las tentativas golpistas alentadas por el gobierno de Bush, y aquellos que intentan obtener espacios en el sistema institucional, que tras el referéndum amplió su legitimidad. Ante las últimas elecciones parlamentarias de la semana pasada, la oposición se volvió a dividir en esos dos polos. Una parte de ella participó, con poca adhesión popular; en tanto otro sector,  al darse cuenta que obtendría un resultado muy desfavorable, apeló a la abstención, convocando incluso a que la gente fuese a las iglesias a rezar por el futuro de Venezuela (sic) – en  un estilo bien parecido a las movilizaciones previas al golpe de 1964 en Brasil.  Actuando de esa manera, evitaban quedar expuestas a una respuesta popular sumamente contraria, al mismo tiempo que se sumaban a la campaña de Bush contra Venezuela. Trataban también de utilizar una situación ambigua: intentar hacer pasar a la abstención como una adhesión a sus posiciones, desprestigiadas y aisladas de la mayoría de la población venezolana.

En Venezuela el voto no es obligatorio. Además existe una tradición de abstención salvo en aquellas elecciones en las que las personas sienten que se deciden los destinos del país – como aconteció en el referéndum de agosto último.  Poco tiempo después se realizaron las elecciones presidenciales y la abstención fue muy alta, lo mismo que ocurrió en las elecciones para gobernadores y alcaldes, en octubre del año pasado.

La elección del 4 de noviembre se presentaba entonces con un fuerte favoritismo de las fuerzas que apoyaban al gobierno, lo que no habría cambiado si hubiesen participado todos los partidos de la oposición. El abandono de éstos, consolidó todavía más la idea generalizada de que el resultado sería fuertemente favorable al gobierno. Lo que es normal, dado que el país registró una enorme transformación en la conciencia de las personas, especialmente en los dos últimos años, donde avanzó la conciencia y la organización social.

Sin embargo, esta conciencia y organización social es naciente, porque la gran masa de la población estaba hasta hace muy poco totalmente marginada de la vida política y cultural del país.  Esto se registraba además geográficamente, con los barrios populares distanciados de los ejes urbanos fundamentales de la vida del país, sin información ni derechos o capacidad de hacer sentir su voz. De tal forma que en el mismo momento del golpe de abril de 2002 estos sectores marginados tardaron un tiempo en conocer lo que estaba y darse cuenta de que su destino se decidía en aquel momento, lo que hizo que descendiesen masivamente en dirección del palacio presidencial y repusiesen a Hugo Chávez en el gobierno del país.

Son sectores que están forjando una nueva fuerza social en el proceso de transformaciones profundas que vive Venezuela, que todavía necesitan tiempo y experiencia para constituirse como sujetos sociales reales de este proceso político e ideológico. Viven entre sus experiencias pasadas, de fragmentación y de explotación, y las nuevas condiciones que van siendo gestadas para su emancipación.

El resultado de las pasadas elecciones reflejó en el sistema político la enorme transformación de la relación de fuerzas favorables a la izquierda constituyendo un Parlamento alineado con el proceso revolucionario bolivariano. Fueron electos 114 parlamentarios del Movimiento Quinta República, que junto a otros partidos que participan del bloque gubernamental, dan un sólido apoyo institucional al programa de transformaciones del gobierno,  que Hugo Chávez enuncia como de un "socialismo del siglo XXI".

Participaron cerca del 33 por ciento de los electores, en condiciones de una segura victoria del gobierno, con el agravante de que llovió durante todo el día. Tratase de un índice alto de abstención, no obstante menor al registrado en las elecciones municipales, de alcaldes y gobernadores cuando la oposición participó. De todas maneras, revela que la revolución bolivariana necesita avanzar más en la construcción de un consenso activo, transformando la simpatía al proceso revolucionario en participación más activa, organizada, conciente. La existencia de un problema en la revolución bolivariana, no significa para nada la adhesión a las tesis de una oposición cada vez más debilitada, aislada y desprestigiada.

La postura adoptada por la oposición, articulada con el gobierno norteamericano, representa una tentativa de acusar al régimen político venezolano de falta de legitimidad, para justificar nuevas acciones golpistas contra el gobierno de Hugo Chávez. Empero, la pelota continúa en la cancha de la revolución bolivariana, está en sus manos seguir avanzando en sus políticas de universalización de los derechos del pueblo, de afirmación de la soberanía venezolana y de la integración latinoamericana. Las elecciones cambian la composición del Parlamento y generan condiciones más favorables a los avances. Sin embargo, la batalla decisiva, dentro y fuera de Venezuela, sigue siendo la lucha ideológica, por lo que es esencial la democratización de los medios – sin los cuales nunca tendremos democracias reales en nuestros países – y avanzar en la formulación de las ideas del socialismo del siglo XXI.

Emir Sader es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO

      Traducción para www.sinpermiso.info : Carlos A. Suárez

Fuente:
Carta Maior, 7 diciembre 2005

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