Violaciones de Estado en México

Adolfo Gilly

15/05/2006

Recibo La Jornada de ayer, miércoles 10 de mayo, Día de las Madres. La portada con sus titulares es terrible, y también indispensable. Fotografía: un muchacho herido, esposado a su cama de hospital. “Abu Graib”, pienso, pero no: es nomás el Hospital Adolfo López Mateos de Toluca, y el herido atado a su lecho con esposas es un estudiante mexicano apresado en Atenco.

Después, mi lectura registra los siguientes episodios.

1.

Abro el periódico. Encuentro, en la página 16, un desplegado de la LIX Legislatura de la Cámara de Diputados. Se titula:

“Por una vida libre y sin violencia para las mujeres”.

2.

Regreso a la página 3. Los titulares dicen: “Mujeres ultrajadas por policías ofrecieron sus testimonios. Recibe CNDH 16 quejas por abuso sexual y 7 por violación”.

Encuentro en el texto de esa página párrafos como este:

“De acuerdo con la recopilación de testimonios del personal de la CNDH, las mujeres denuncian que ‘las tenían ya hincadas, les ordenaban subirse la ropa de la cintura para arriba, y en los camiones en los que eran trasladadas de Atenco al penal de Santiaguito, los policías les metían mano, las toqueteaban, hurgaban en su sexo, en su ano, y a algunas les introducían objetos. Otras eran obligadas a realizar sexo oral’”.

3.

Vuelvo al desplegado de la Cámara de Diputados. En su primer párrafo dice:

“Con la aprobación de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, los diputados de la LIX Legislatura dimos un gran paso hacia la erradicación de cualquier tipo de hechos que atenten contra la mujer”.

4.

Retorno a la crónica de la página 3 y en otro párrafo encuentro que los visitadores de la Comisión Nacional de Derechos Humanos registraron:

“que un número importante de mujeres violadas o que sufrieron acoso sexual, manoseos y fueron obligadas a hacer sexo oral a los policías, son amas de casa. Hay casos como el de una señora de 50 años que fue obligada a hacer sexo oral a tres policías para que la dejaran libre. Ella, dolida, avergonzada, con el rostro escondido, narra que salió de su casa porque iba a comprarle un regalo a su hijo, por eso los uniformados se aprovecharon de ella. Le dijeron, narra: ‘si quieres quedar libre tienes que darnos una mamada a cada uno’. Ella nos comentó que no quería, pero tenía miedo de que la golpearan, como lo habían hecho con otras detenidas, así que tuvo que acceder a hacer lo que ellos querían. Al final, la dejaron irse”.

5.

En el segundo párrafo de su desplegado, los legisladores comienzan a tutear a la mujer y con enérgico acento le hacen saber:

“Para garantizar tu protección y derechos castigaremos con mano firme a quienes ejerzan todos los tipos de violencia de género: psicológica, sexual, física, laboral y de pareja”.

6.

Retrocedo a la página 5 de esa misma edición de La Jornada. Aparece allí la declaración de Cristina Valls, una de las ciudadanas españolas agredidas y deportadas:

“Primero que nada debo decir que sí hubo compañeras que fueron violadas, pero yo no fui penetrada por los agentes policiales. Lo que sí me hicieron durante ese tiempo fue que me tocaron la vagina, los senos, y me introdujeron sus dedos varios policías. Todo esto ocurrió en el autobús que nos llevó de Atenco a la cárcel de Toluca, llamada Santiaguito […].

“En la llegada al penal nos sentamos juntas y ninguna parecía tener pena por lo que les había pasado, al contrario, estábamos todas muy indignadas y cabreadas. Todas coincidimos en que habíamos sufrido abusos sexuales aparte de las palizas. Una dijo que la habían penetrado, luego otra también lo reconoció. Inclusive recuerdo que se hablaba de un chavo que lo había dicho y además hubo testigos que lo confirmaban”.

6.

Como no está claro si el documento protector de los legisladores ampara a este último caso, abro otra vez la página 16 del periódico y encuentro que en su párrafo tercero y final el desplegado, siempre tuteando a la mujer, declara:

“Porque nos interesa tu porvenir, con esta ley obligamos a los tres órdenes de gobierno a trabajar coordinadamente para atender, sancionar, erradicar la discriminación de género y lograr mayor equidad”.

Con esta nota altamente tranquilizadora concluye el desplegado. Que la mujer no tema: la LIX Legislatura vela por ella.

7.

Algo desconcertado por semejante contrapunto entre ley y realidad, me regresé a La Jornada del día precedente (9 de mayo de 2006). Allí, en la página 7, topé con el testimonio de Valentina Palma, la estudiante de cine chilena golpeada, vejada y deportada. Desde Chile le dice a Blanche Petrich:

“Nos llevaron a un costado de la iglesia donde ya había muchos detenidos y nos obligaron a arrodillarnos. Nos seguían golpeando. […] Me robaron todo: documentos, mi material, la cámara. Luego nos subieron a una camioneta. Me arrojaron sobre unos cuerpos ensangrentados. Uno de los uniformados me ordenó que pusiera la cara contra el piso, pero había un charco de sangre. Como me resistí aplastó mi cabeza con su bota. Ahí empezó el abuso sexual. […] Me insultaron, me manosearon todo lo que quisieron. Yo era la única mujer. Fue una violación, aunque no hubo penetración. Nos ordenaban permanecer inmóviles. A mi lado había un viejito que gemía y pedía piedad. Su cara era una sola costra de sangre. Traté de tocarlo y me golpearon. No puedo quitármelo de la cabeza, iba muy mal.

“Al bajar de los camiones, nos taparon la cabeza y nos hicieron pasar entre dos hileras de policías que nos pateaban. […]  Cuando me ingresaron fue cuando vi a las chavas con los pantalones y la ropa interior rotos, llorando mucho. Eramos 25 o 30 mujeres, muchas en shock. Conozco esa reacción, la crisis después de un episodio de violación. Al menos dos sufrieron violación con penetración, aunque nadie pronunciaba esta palabra. Una contó que el hombre que la agredía le ordenó decirle jinete y se burlaba. Las custodias nos preguntaban si habíamos sido violadas, como si supieran”.

8.

El poblado mexicano de San Salvador Atenco fue tomado por asalto por cuerpos policiales federales y estatales que golpearon a sus hombres, saquearon sus hogares y violaron a sus mujeres. Los policías no se mandan solos. No actúan así si no tienen orden o permiso para hacerlo. Los jefes inmediatos de esos cuerpos, tampoco: acciones militares como ésta se deciden y autorizan desde los altos mandos políticos federales y estatales.

No tengo idea de qué harán, ante este desafío, los integrantes de la LIX Legislatura que aprobaron la citada Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y empeñaron su palabra en aquella solemne declaración: “Para garantizar tu protección y derechos castigaremos con mano firme a quienes ejerzan todos los tipos de violencia de género: psicológica, sexual, física, laboral y de pareja”.

Tal vez no lo pensaron bien, como cuando votaron sin leerla la Ley Televisa. Ya veremos lo que de ver se haya.

Adolfo Gilly es miembro del Consejo de Redacción de SINPERMISO

Fuente:
La Jornada, 12 mayo 2006

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