Alemania: El ídolo se tambalea

Michael R. Krätke

11/05/2019

En Alemania, la economía es una cuestión de fe. Se trata de moralidad, se trata del bien y del mal. En lugar de hablar de capitalismo se prefiere discurrir sobre la "economía de mercado". Todo aquello que tenga que ver con el dinero, los bancos y los mercados financieros tiene mala fama en nuestro país. Se cree firmemente que la deuda es mala y que la deuda pública es un mal de la economía del pasado.

Desde hace diez años la austeridad tiene rango constitucional en Alemania. En efecto, en 2009 el Bundestag y el Bundesrat aprobaron por una mayoría de dos tercios un freno a la deuda. Desde entonces, en el Artículo 109, párrafo 3 de la Ley Básica se prohíbe aumentar el endeudamiento neto anual del Gobierno Federal más allá del 0,35 por ciento del producto bruto interno. El artículo rige para el presupuesto federal desde el año fiscal 2011. En Sajonia se frenó la deuda desde enero de 2014, en Hamburgo y en Mecklemburgo-Pomerania Occidental desde el 2019. Los presupuestos nacionales de Baviera, Bremen, Hesse, Renania del Norte-Westfalia, Renania-Palatinado y Schleswig-Holstein seguirán dicha normativa a partir de 2020, cuando el freno de la deuda se convierta en vinculante. Las últimas desviaciones del camino de la virtud económica aún se encuentran en Baden-Wurtemberg, Berlín, Brandeburgo, Sajonia-Anhalt, el Sarre y Turingia. En la Baja Sajonia se presentó un proyecto de ley a finales de marzo.

Si Merkel hubiera triunfado, también los países que componen la eurozona -y no solo los estados federales alemanes-  se habrían visto obligados a comportarse virtuosamente debido a los frenos a la deuda. Suiza y Alemania comparten la penosa reputación de ser los países modélicos del neoliberalismo. La idea es vieja, los economistas neoliberales la han estado predicando durante años y años: lo único correcto y sagrado es que la política económica y financiera esté anclada en la constitución; es el único modo  de evitar que los políticos mudadizos presionados por la necesidad de obtener votos logren que el estado desperdicie dinero realizando gastos sociales innecesarios. De esta manera -y especialmente por la idea fija de introducir un artículo constitucional sobre la limitación de la deuda- se pone en evidencia el núcleo antidemocrático de la ideología neoliberal: los electores y los partidos políticos no son confiables. Los austriacos parecen haberlo advertido cuando en 2017 frustraron el intento de la coalición 'Negra-Azul' (entre los conservadores del ÖVP y los nacional-populistas del FPÔ, NdT) por poner un freno a la deuda siguiendo el modelo alemán. En la Comunidad Europea, incluso, ya han fracasado intentos  análogos, aunque eso no impidió que Merkel y su ministro de finanzas introdujeran las medidas de austeridad a través de la puerta trasera del Pacto Fiscal.

Cuento de hadas de terror

Hasta el momento, todo aquel que osara dudar sobre la necesidad de un freno a la deuda en Alemania ha contado con una oposición furibunda. En este país se cree fervorosamente en los cuentos de hadas económicos: En primer lugar, en el cuento de hadas de que la crisis financiera mundial de 2007-2008 fue consecuencia de la elevada deuda nacional, cuando de hecho  en todos los países que atraviesan una crisis, la deuda pública aumentó después del inicio de la crisis como consecuencia de los masivos rescates bancarios. En segundo lugar, se cree en el antiguo cuento de hadas de que –en todos los casos- la deuda soberana produjo  la hiperinflación. Lo cual solo aplica y se cumple en unos pocos casos muy especiales.

Aunque el cuento más efectivo es el que nos dice que las deudas soberanas son injustas porque comprometen a las generaciones futuras. Pero esto no ha sido así desde que se inventó la "deuda nacional" hace algunos siglos. El peso para las generaciones futuras proviene de las malas inversiones y, especialmente, de la falta de inversión por parte del estado: el tipo de financiamiento sólo  juega un papel menor. Con el Schwarz-Null (el mantra de la ausencia de déficit como sinónimo de buen gobierno al que se aferran la mayoría de los Ministros de Finanzas Alemanes. NdT) los nietos gozan de menos alegrías, porque tienen que vivir con infraestructuras que no funcionan, están anticuadas o son inexistentes, y con los servicios públicos sin el suficiente personal o con sueldos de miseria.

Cuando se introdujo el freno de la deuda, la deuda del gobierno alemán superó el 80 por ciento del PBI, y con tendencia al aumento. Gracias a las tasas de interés bajas o nulas para los bonos del gobierno alemán y a los brillantes ingresos fiscales, la deuda federal y estatal ha caído desde entonces. Este año probablemente aterrizarán por debajo del 60% del Tratado de Maastricht. En este contexto, el freno de la deuda parece casi un éxito, siempre que dejemos de lado la ahora vergonzosa ausencia de inversión pública en Alemania.

Es difícil creerlo, aunque es cierto que también en Alemania poco a poco se agita la oposición en contra del dogma económico que recluta más cantidad de creyentes. Por ejemplo, el Director del Instituto de Investigación Económica de Colonia, Michel Hüther –con ideas de izquierda y creo que  totalmente libre de sospechas-  considera que la "demonización de las deudas"  ya no se adecua a los tiempos, tal como lo publicó en un documento de 32 páginas a fines de marzo en el que apela a la innovación y apertura políticas para el freno de la deuda. La razón para tal cambio de parecer: en este momento -y como consecuencia de la política de bajos tipos de interés del Banco Central Europeo- se reduce la deuda pública debido a que las tasas de interés de los bonos alemanes están por debajo de la tasa de crecimiento del PBI. Pero al mismo tiempo existe una incalculable necesidad de inversión en todo el sector público. Si se quiere salir del estancamiento sin aumentos masivos de impuestos, entonces es necesario relajar de manera adecuada el freno de la deuda. Debe aumentarse el límite al 0,35% del PBI -que según la ley Básica se aplica a todo déficit estructural del gobierno federal-; y es también preciso modificar las disposiciones vertidas en las Constituciones de los estados. En el actual momento de acelerados cambios tecnológicos, la República Federal requiere una inversión masiva a futuro, hoy fácilmente financiable mediante crédito.

Pensamiento estrecho

No nos estamos despidiendo de la forma de pensar que nos llevó al freno de la deuda, pero es un primer paso en la dirección correcta. Hay hoy un amplio espectro de economistas conservadores que consideran demasiado rígido al freno de la deuda, y muy pocos entre ellos saben -o sospechan- que con las justificaciones científicas sobre los límites de la deuda y el déficit no llegan muy lejos. Sin embargo, limitan el alcance de las tomas de decisión del gobierno y el Parlamento en aras de los inventores. Incluso el Ministro de Finanzas Olaf Scholz se ha visto enfrentado en la facción del Bundestag de la SPD por un numero creciente de disidentes que osan dudar de la sabiduría del “scharzen Null” y el freno de la deuda. Muchos en la SPD se preguntan por qué no es posible retornar a la vieja “Regla de oro” que solía durar décadas antes de que la euforia neoliberal se adueñara de los alemanes. Según tal regla, el monto de la deuda neta estatal debía calcularse según el volumen de la inversión pública. Puesto que una inversión pública correctamente planificada y utilizada estimula y estabiliza el crecimiento económico, ni el interés ni el reembolso de tales deudas es problemático, y no cabría dudar sobre una carga injusta para las generaciones futuras. La única pregunta es si la generación de políticos que creció en la jaula de pensamiento neoliberal todavía es capaz de escapar de sus rejas.

Miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, profesor de economía política en la Universidad de Lancaster, es uno de los grandes conocedores vivos de la obra de Marx. Acaba de publicar el libro "Kritik der politischen Ökonomie heute. Zeitgenosse Marx" [Crítica de la economía política hoy. Marx contemporáneo] (VSA Verlag 2017).
Fuente:
Der Freitag, 29 de abril 2018
Traducción:
María Julia Bertomeu

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