Antoni Domènech: el realismo de la inteligencia

Manel Pau

19/02/2018

La principal aportación de Antoni Domènech al pensamiento político-moral escrito en castellano es la recuperación de la tradición republicana y en especial del valor de la fraternidad. Y la interpretación del socialismo como la continuación moderna del republicanismo. Esto es seguramente lo que quedará de su obra integrada por dos libros[1] y múltiples ensayos e intervenciones diversas. No pretendo en estas lineas ni resumir sus ideas —siempre será mejor leer o releer directamente sus escritos— ni continuar estas investigaciones.  Tampoco exponer  el núcleo de su aportación[2] sino poner de relieve una dimensión de su manera de hacer filosofía: su caracterización como filósofo político racional, explorador racional de un programa político.

En una entrevista del año 2003 Domènech decía lo siguiente:[3]

Si algo aportó Marx a la milenaria lucha de los dominados contra el mal social es un firme realismo de la inteligencia, es decir, la decisión moral e intelectual de fundar la emancipación de los desheredados de la tierra en buen conocimiento empírico objetivo del mal que se combate, en una estimación sin ilusiones de las circunstancias en que se desenvuelve la acción política. En eso, en su amor a la verdad y en su nunca recatado desprecio de los delirantes, los falsarios y los obscurantistas, fue un ilustrado sans phrase.

Realismo de la inteligencia es exploración racional de la factibilidad de nuestros programas políticos, y esa exploración racional va siempre de la mano de la ciencia empírica pública, la cual, por lo mismo que es pública, no es sino democrático sentido común refinado, accesible a todos, hombres y mujeres, burgueses y proletarios, judíos y gentiles, fieles e infieles, cristianos y paganos, liberales y socialistas.

Esta declaración de principios, esta propuesta de un realismo de la inteligencia recorre, creo, todo su trabajo intelectual.

La ciencia es ejercicio público de la razón

Doménech fue un filósofo marxista si atendemos a la caracterización de la tradición inaugurada por Marx que expone en la cita anterior —el propósito de fundamentar la posibilidad de realizar el ideario político socialista en el conocimiento científico.

Su formación fue la de un filósofo continental, basado en el estudio de la tradición.  Un filósofo de “letras”, de los que sabían latín y griego. No tuvo una formación especializada en lógica, como la tuvo su maestro Manuel Sacristán en Alemania. Sin embargo, por su estilo de pensamiento y de exposición, que busca la claridad y el rigor del razonamiento, se encuentra más cerca de la corriente principal de la filosofía que se practica en los ambientes académicos angloparlantes que de la que solemos identificar como predominante en círculos más cercanos. También en su gusto por las herramientas formales —la teoría de juegos, la teoría de la decisión racional— y en su interés por las ciencias naturales, sobretodo la biología evolucionista y las ciencias cognitivas; y por las ciencias sociales, en especial la economía (en este sentido creo que se sentía más cómodo enseñando en una facultad de economía que en una de filosofía). El lector de sus escritos y de sus traducciones podrá fácilmente hacer una lista de los autores contemporáneos que le interesaron (que no quiere decir que estuviera de acuerdo siempre con ellos): Rawls, Nozick, Searle, Elster, Pettit, Chomsky, Dennett… También de sus fóbias intelectuales podría hacerse la lista...

Por lo que se refiere a los clásicos, están claras sus preferencias, desde Aristóteles, toda la tradición republicana clásica: la escuela de Salamanca, Maquiavelo, Locke, Kant… hasta Marx; y más allá, algunos de los marxistas posteriores (no, por supuesto, todos los que así se consideran).

En cuanto a los temas en los que trabajó, fundamentalmente fue un filósofo moral y político, aunque no dejase de lado las cuestiones de metodología de las ciencias sociales, no solamente por obligación de su dedicación docente sino por interés genuino.

En relación a la ciencia natural y social, querría destacar algunos aspectos de su pensamiento.

En primer lugar, Domènech consideró que la epistemología es una disciplina normativa[4]. Es decir, aunque la investigación empírica (las ciencias cognitivas, la sociología de la ciencia…) nos pueden describir cómo funciona la institución científica, la tarea de la epistemología se sitúa en el plano normativo: buscar las normas de la buena ciencia. Por supuesto teniendo en cuenta que “deber” implica “poder” y que, por lo tanto, hay que partir del estudio de la ciencia tal como realmente se desarrolla. También destacó el carácter público no solamente de los resultados de la ciencia sino asimismo del proceso colectivo, institucional, de obtenerlos. En palabras de Daniel Dennett, citadas por Domènech:[5]

[…] La ciencia no es sólo cosa de [arriesgarse a] cometer errores, sino de cometerlos en público. De cometer errores a la vista de todos, en la esperanza de que otros vengan en nuestra ayuda con sus correcciones.

Es decir, la ciencia es una institución social, la ciencia es publica. Domènech volvió a tratar temas epistemológicos en un artículo en el que discutía las tesis relativistas acerca de la  naturaleza de la ciencia que tuvieron gran predicamento en la segunda mitad del siglo pasado.[6] De nuevo aparece aquí la distinción entre las razones y las causas del conocimiento científico.

Domènech apreció la ciencia empírica, natural y social, no solamente por su valor intrínseco —por curiosidad aristotélica, podríamos decir—, sino también por su interés práctico, como un refinamiento colectivo de los saberes comunes. Este interés en conocer el entorno y esa capacidad colectiva de construir conocimiento, producto de la evolución, son la causa del éxito evolutivo de la especie humana. Es en esta perspectiva que enfocó el tema de los expertos en la vida pública, en las políticas públicas. Este es otro de los aspectos en que algunas voces de la izquierda han reivindicado una “ciencia popular”, o una “ciencia de los legos” frente a la tiranía de la “ciencia oficial”. Aunque no escribió nunca, que yo sepa, sobre este tema, sí que dejo dicho en una entrevista[7] cual era su opinión. A raíz de la celebración del Foro Social Galego en Santiago de Compostela en diciembre del 2007, la entrevistadora le hizo la siguiente pregunta:

[… ]Durante el plenario del Foro hubo una intervención que criticaba que "la Academia", o los "expertos", siempre estaban del lado del poder, y que los intelectuales de izquierdas habían traicionado a los movimientos de base. Era una intervención un tanto apasionada, pero en cualquier caso, puede ser sintomática de un sentir habitual en determinadas organizaciones. Como respuesta a esto, ¿qué crees tú que puede aportar el pensamiento académico a los movimientos sociales?

La respuesta de Domènech fue esta:

Ese debate se ha dado ya otras veces en la historia de los movimientos sociales, y particularmente, en la historia del movimiento obrero socialista. ¿Necesitan “expertos” los movimientos sociales transformadores? El viejo Engels y el viejo Marx pensaban que sí; sobre todo Engels, que murió (en 1895) obsesionado con la idea de atraer al movimiento obrero, y particularmente a la socialdemocracia alemana, a ingenieros, médicos, economistas, higienistas, estadísticos, ecólogos, juristas que pudieran ayudar a gestionar una economía en transición democrática hacia el socialismo. Quería evitar a toda costa que a los socialistas les pasara lo mismo que a los jacobinos franceses de 1793, que tuvieron que depender de “expertos” reaccionarios que saboteaban la política republicana revolucionaria, lo que llevó al Terror. Ahora bien; tanto Marx como Engels fueron muy conscientes de que muchos de los intelectuales y académicos que se acercaban al movimiento obrero eran más “ideólogos” que expertos técnica o científicamente competentes. Y los viejos fueron extremadamente hostiles a este tipo de “intelectual” diletante, nada sólido científicamente y siempre orientado según la dirección de los vientos. En mi opinión, el siglo XX ha dado la razón a los viejos. Marx llegó a decir que esas gentes “se construyen una ciencia privada” con el ánimo logrero de hacerse un lugar en el mundo (también en el mundo académico), en flagrante violación de los códigos deontológicos más elementales de la investigación científica, que pertenece al ámbito de la razón pública. Esas gentes, decía Marx, no sirven para nada: lo que precisa el movimiento son expertos de verdad, no personajillos que se refugian en el assylum ignorantiae de una “ciencia privada” construida pro domo sua, en vez de participar, como uno más, de la ciencia normal y corriente, que es siempre ejercicio público de la razón (en parte por eso, Marx fue hostil a la idea de que pudiera hablarse de una concepción “marxista” de la historia o de la economía; pero eso es harina de otro costal). Buena parte de los intelectuales “marxistas” del siglo XX fueron --¡ironías de la historia!— gentes que se construyeron “ciencias privadas”: desde los estalinistas de la “ciencia proletaria” y la “lógica dialéctica”, hasta los posmodernos “deconstruccionistas” y “relativistas”. Yo pienso como los viejos: esas gentes no nos sirven para nada, políticamente hablando, y es, además, necio tratar de atraerlos, porque son veletas que se orientan y obran según los vientos. Eso hay que tenerlo en cuenta, ahora que la veleta parece comenzar a girar en un sentido más favorable para la izquierda. Lo que necesitamos son expertos competentes, no cantamañanas, ni falsarios especuladores de tres al cuarto (aunque se columpien en un “pensamiento débil”), ni arbitrarios cultivadores de arcanas “ciencias privadas”. Por lo demás, al lego siempre le resultará más fácil controlar democráticamente a un experto especialista de verdad, obligado a hablar el lenguaje de la razón y de la deliberación públicas, que al ideólogo de turno (al perito en “paz”, en “socialismo del siglo XXI”, en “deconstrucción”, en “discursos de género”, en “biopolítica”, en pretendidas “ontologías de lo social”, en “sociedad de la información” o en “alterglobalización”) que, buscando fascinar a propios y extraños con una jerga privada esotérica y apenas inteligible, termina por cultivar lo que los franceses –¡que de eso saben un rato!— llaman el bluff à l’expertise.

Teorizar e historiar. El estudio de las trayectorias concretas

Si pensamos en su valoración de la ciencia, en su punto de vista naturalista y en su utilización de herramientas formales, algunos podrían pensar que Domènech fue alguna suerte de “marxista analítico”. Ciertamente tradujo textos de autores identificados en algún momento con esta corriente, como Elster o Roemer, de los que valoró algunos aspectos (por ejemplo, la exploración por parte de Roemer de la idea de un socialismo de mercado), pero en ocasión de la muerte de Gerald Cohen hizo una crítica radical del  marxismo analítico por su ignorancia de los aspectos institucionales, cognitivos y históricos, concretos, y por su asunción acrítica de la economía ortodoxa dominante y del individualismo metodológico:[8]

Esa actitud acrítica puede verse sobre todo en tres puntos. Primero: la incapacidad para someter a una crítica filosófica (si se quiere, filosóficoanalítica) consecuente la teoría de la elección racional (rational choice). Segundo: la incapacidad (en parte dimanante de la primera) para comprender las limitaciones de la teoría económica neoclásica. Y tercero: la incapacidad para sacar provecho filosófico-político de la crisis generalizada del utilitarismo académico que desató la aparición en 1971 del gran libro de John Rawls (1921-2002) sobre la justicia como equidad.

Domènech y María Julia Bertomeu ya habían tratado este asunto en un importante artículo sobre Rawls, el gran referente de la filosofía política de la segunda mitad del siglo pasado.[9] Allí critican lo que llaman “rawlsismo metodológico”. Un tipo de acercamiento, de aproximación ideal al tema de la justicia que no tiene en cuenta las condiciones concretas históricas y sociales en que se desenvuelven los individuos y tampoco lo que sabemos, a través de la psicología y de las ciencias cognitivas, de las motivaciones y los mecanismos psicológicos de los humanos. Domènech no dejará de insistir siempre en la importancia de la economía política en una concepción republicana de la libertad. La importancia de los derechos de propiedad, de la distribución de la propiedad. Esto es lo que le separa del neorepublicanismo académico. Lo importante para el republicanismo, recalca, son las condiciones materiales de la libertad, aquello que permite a una persona vivir “sin permiso”.

Esto nos lleva a una distinción importante que hace Domènech entre construir teorías, sea en ciencia o en filosofía, y hacer historia:

Porque theoreîn e historeîn, teorizar e historiar, tareas intelectualmente respetables ambas, son, como bien enseñó Aristóteles, de naturaleza cognitiva harto distinta. Lo cierto es que cuando inquirimos en las realidades históricas podemos hacer muchas cosas, pero no, desde luego, limitarnos a “pasar de lo necesario a lo necesario a través de lo necesario”, por seguir con Aristóteles. Sin “teoría”, Aristóteles no habría conseguido ordenar el material para escribir su fabulosa historia de la constitución de Atenas (la única que se conserva de las cerca de 150 historias constitucionales que llegó a escribir de otras tantas póleis mediterráneas). Pero la investigación histórica de la trayectoria única seguida por la vida política de Atenas no era una empresa propiamente “teórica”. Una filosofía de la historia que no entienda eso, que trate de arrebatar a la investigación historiográfica –estudio de trayectorias únicas— toda tangencia con lo contingente –con lo necesariamente contingente, si se quiere así— está condenada al fracaso. O al ridículo. Nadie ha expresado esto mejor que el historiador marxista británico Edward P. Thompson (1924-1993) en su demoledor libro La miseria de la teoría (trad. castellana en la editorial Crítica, Barcelona 1981), precisamente publicado en Gran Bretaña en el mismo año (1978) que el de Gerald Cohen. [10]

Hay en la obra de Domènech siempre una cierta tensión, variable en distintos momentos biográficos, entre el trabajo teórico, propiamente filosófico y el trabajo histórico. Dedicó muchas energías al estudio de la historia de las ideas republicanas y socialistas, insistiendo en que los conceptos que utilizamos en nuestras discusiones y argumentaciones actuales están indexados históricamente. Dicho de otro modo, “democracia”, “dictadura”, “liberalismo”, “fraternidad”…, por citar algunos, han tenido un origen concreto en un determinado contexto y ello debe tenerse en cuenta cuando se hacen transposiciones a otros momentos distintos.

En el prólogo a una reedición castellana del libro de E.P. Thompson La formación de la clase obrera en Inglaterra,[11] recuerda, y hace suya, la crítica de este historiador a una determinada forma de hacer historia, la del “materialismo histórico”:

De esa comprensión [la del “materialismo histórico] desaparecía no sólo la historia propiamente dicha, que es trayectoria única e irrepetible, que es despliegue de complejas fuerzas dinámico-causales endógenas sometidas a shocks estocásticos exógenos de la más variada índole; desaparecía también la urdimbre intencional con que se configura la historia humana, que es afán y trabajo y cognición social y cooperación en la búsqueda cotidiana de medios de existencia, y así, también, va de suyo, lucha política y conflicto social intencionalmente librados, con mayor o menor autoconsciencia (“no lo saben, pero lo hacen”) pero casi nunca en las condiciones elegidas por los agentes sociales.

Los políticos buenos son realistas

En el prólogo citado, Domènech hace la siguiente observación sobre Thompson:

Para empezar, Edward P. Thompson (1924-1993) no se entendió nunca a sí mismo como un historiador profesional, ni siquiera como un académico. Sino como un activista político y como un polígrafo y publicista socialista vinculado al movimiento obrero y a sus instituciones histórico-realmente cristalizadas.

Una de sus sentencias más famosas dice así: "Los intelectuales socialistas deben ocupar un territorio que sea, sin condiciones, suyo: sus propias revistas, sus propios centros teóricos y prácticos; lugares donde nadie trabaje para que le concedan títulos o cátedras, sino para la transformación de la sociedad; lugares donde sea dura la crítica y la autocrítica, pero también de ayuda mutua e intercambio de conocimientos teóricos y prácticos, lugares que prefiguren en cierto modo la sociedad del futuro."

Muy en una línea de la que nunca se apartaría, y lejos de recluirse en un retiro o de puro investigador académico o de ensayista free lance, buscó colaborar en la construcción de un espacio institucional nuevo, alternativo, de reflexión y actividad socialista.

Creo que Domènech se identifica con esta descripción. También él quiere ser más un intelectual del movimiento que un puro investigador académico. Lo cual no quiere decir que no fuera también un buen académico.

En los últimos años de su vida impulsó dos proyectos claramente militantes.

El primero es la fundación y el trabajo incansable en Sin Permiso. Aquí se han publicado desde 2005 textos de aquellos autores y tendencias que el equipo editorial ha creído que eran necesarios para la comprensión del momento político. La revista también es militante en el sentido que se ha mantenido sin ningún tipo de subvención publica o privada, solo con el trabajo voluntario y gratuito de sus colaboradores, redactores y traductores. La otra iniciativa es el curso de postgrado “Análisis económico y filosófico-político del capitalismo contemporáneo”, dirigido a las nuevas generaciones de estudiantes y activistas, en funcionamiento desde el curso 2011-2012, en el que han impartido clase cada año algunos de los habituales colaboradores de la revista y miembros de su consejo editorial.

En cuanto a su manera de entender la práctica política, también fue un claro defensor  del realismo. Reflexionado sobre su experiencia en la lucha política durante la transición española dijo lo siguiente:[12]

Lo que sí creo que tiene interés es que yo saqué la lección de que el hiperrealismo en política y para la izquierda siempre es nefasto, acaba en que los más realistas terminan siendo los más grotescamente utópicos. Esa fue una lección importante para mí, creo que mi formación intelectual y política siempre ha apreciado el realismo, me ha parecido que no era posible una política de izquierda fantasiosa, irrealista, o como se diría ahora utópica o relativista. Siempre he odiado eso, me ha parecido que la racionalidad, la sensatez, el buen juicio es inseparable de la política de izquierda. Por eso me alarma tanto que la izquierda académica derrotada se agarre a lábaros absurdos como el relativismo o el posmodernismo.

Y esa es otra lección que he sacado: los políticos malos siempre son irrealistas y los buenos siempre son realistas. Lo malo de la socialdemocracia es que estaba dominada por un centro absolutamente irrealista: Bernstein era realista y Rosa Luxemburgo era una realista completa. Tanto es así que cuando el partido se escindió a causa de su absurda política capitulacionista frente a la Primera Guerra Mundial se formó un partido nuevo, el Partido Socialdemócrata Independiente y allí estaban juntos Rosa Luxemburgo y Bernstein, los dos grandes enemigos de antes de la guerra. Eran realistas.

En otros lugares insistió también en su prevención contra el hiperrealismo:

Una izquierda no filistea, es decir, una izquierda que quiera ser realista, sensata y radical a la vez (de otro de mis maestros, Manuel Sacristán, aprendí la inolvidable lección de que, en la política como en la vida cotidiana, contra toda apariencia filistea, quien no sabe ser suficientemente radical, acaba siempre en la penosa insensatez del hiperrealismo mequetréfico) tiene hoy que aspirar a desarrollar políticas que sean más ambiciosas en el medio y en el largo plazo y, a la vez, más adaptadas a las presentes circunstancias.[13]

 

*          *          *

David Casassas terminó su intervención en el funeral de Antoni Domènech con estas palabras:

Hay algo que no hemos de hacer de ninguna de las maneras: pretender ser como Toni -y, menos todavía, pretender ser Toni. […] Pero eso sí: lo que sí podemos hacer, y creo que hemos de hacer, es sentir la gran invitación de Toni a desmelenarnos y a transitar por los caminos abiertos por él y por los que éstos puedan abrir más adelante.

Tratar de seguir este consejo de Casassas es lo que me ha movido a desarrollar las anteriores reflexiones.


[1]    De la ética a la política: De la razón erótica a la razón inerte (Barcelona: Crítica, 1989). El eclipse de la fraternidad: Una revisión republicana de la tradición socialista (Barcelona: Crítica, 2004).

[2]    Lo ha hecho con solvencia Jordi Mundó en «Antoni Domènech, la afirmación de la tradición republicano-democrática: epistemología, historia, ética y política», Oxímora, nº 12 (2018): 1-22. Recogido en el libro monográfico de Sin Permiso de escritos de Antoni Domènech .http://www.sinpermiso.info/sites/default/files/escritos_sp_antoni_domene....

[3]    Salvador López Arnal, «Entrevista político-filosófica a Antoni Domènech», 2003,  https://www.nodo50.org/redrentabasica/descargas/Entrevista_TD_def.pdf. Una versión abreviada se publicó en El Viejo Topo, enero del 2004.

[4]    «Racionalidad económica, racionalidad biológica y racionalidad epistémica: la filosofía del conocimiento como filosofía normativa», en Acción humana, ed. Manuel Cruz (Barcelona: Ariel, 1997), 235-63.

[5]    «Racionalidad», 261.

[6]    «El eterno retorno de Calicles. (Sobre filosofía, relativismo y ciencias sociales)», en Filosofia de las ciencias naturales, sociales y matemáticas, ed. Anna Estany (Madrid: Trotta; CSIC, 2005), 293-322.

[8]    «¿Qué fue del marxismo analítico? (En la muerte de Gerald Cohen)», Sin Permiso, no 6 (2009): 33-71.

[9]    María Julia Bertomeu y Antoni Domènech, «El republicanismo y la crisis del rawlsismo metodológico (Nota sobre método y sustancia normativa en el debate republicano)», Isegoría 33 (2005): 51-75.

[10]   «Marxismo analítico», 35.

[13]   Entrevista con Carlos Abel Suárez (07/07/2005) . http://www.sinpermiso.info/textos/entrevista-poltica-a-antoni-domnech

 

es un estudioso en temas de filosofía moral y política de la ciencia y de la técnica.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 25-2-18

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