Covid-19: Debemos repensar nuestra relación destructiva con el mundo natural

Jane Goodall

11/04/2020

De todas las cosas que aprendí durante mis años en la pluviselva del Parque Nacional de Gombe Stream, en Tanzania, mientras llevaba a cabo mis ivestigaciones sobre el comportamiento de los chimpancés, una de los más importantes es de qué manera se encuentra interrelacionada toda la vida. Todas las especies tienen que desempeñar un papel en la compleja malla de la vida. Como ejemplo, la deforestación de la Cuenca del Congo, el Amazonas y los bosques tropicales de Asia puede parecerle algo sin importancia a la gente de los Estados Unidos o de Europa, pero la pérdida estos bosques (así como de los demás ecosistemas) está alterando patrones meteorológicos globales y afectando a gente de todas partes del mundo. Los humanos somos parte del mundo natural, nos vemos reflejados en otros y en todos los demás animales que habitan el planeta con nosotros. De manera semejante, en muchas partes del mundo puede que la gente no sepa —o se preocupe— acerca del animalito denominado pangolín. Pero eso cambia en cuanto conocen el papel que los pangolines han desempeñado probablemente en el surgimiento de la actual pandemia del nuevo coronavirus, el Covid-19.

La estrecha proximidad a animales salvajes, sobre todo en mercados callejeros que venden animales vivos, puede dar lugar a enfermedades provocadas por virus que cruzan la barrera de las especies y llegan de un salto hasta nosotros. El brote del SARS (o SRAS, Síndrome Respiratorio Agudo Severo) se originó en un mercado de carne en China a partir de una civeta (un mamífero de pequeño tamaño), el MERS (SROM, Síndrome Respiratorio de Oriente Medio), de un camello en Oriente Medio. La evidence sugiere que el Covid-19 puede haberse originado en murciélagos, transmitido a los pangolines y luego contagiado a los seres humanos en un mercado de animales vivos de China. De las muchas enfermedades nuevas que han surgido desde 1960, los científicos estiman que más de la mitad ha sido provocada por transmisión de otras especies a los seres humanos. Pensaríamos que habíamos aprendido qué fácilmente podría volver a suceder esto otra vez.

La demanda global de vida salvaje, la destrucción del mundo natural y la propagación de enfermedades están teniendo un efecto catastrófico sobre el mundo tal como lo conocemos. Nos encontramos en medio de la Sexta Gran Extinción, se ha perturbado el equilibrio de la naturaleza, y ha aumentado el sufrimiento de los humanos y otros animales. Resulta difícil captar la amplitud del daño. Igual que es verdad que tendemos a pensar en el sufrimiento de los humanos como agrupaciones de personas —refugiados, trabajadores infantiles, gente sin techo— antes que en el sufrimiento de los individuos que coprenden esos grupos, así sucede que la gente rara vez piensa en el sufrimiento de los individuos cuando hablamos de especies de vida animal amenazadas. Pero cada animal individual de una especie, igual que cada ser humano, es importante.

Nos encontramos en un momento en cierto modo sin precedentes para darnos cuenta hasta qué punto es vulnerable cada uno de nosotros a problemas que pueden empezar lejos de nosotros, en otras especies, en otras partes del mundo. El Covid-19 supone muchas cosas, pero también una razón para calcular las enormes repercusiones que algo que daña el mundo natural puede tener sobre nosotros como individuos.

Ahora notamos el verdadero coste del tráfico de vida salvaje y de la destrucción del mundo natural, lo que nos pone en contacto más estrecho con la fauna salvaje. Mi propia labor me ha mostrado cómo todos los años se hurta al medio salvaje a miles de grandes simios. Se les caza como carne del furtivismo y por las partes del cuerpo, y las crías se capturan vivas para ser vendidas ilegalmente en el extranjero como animales de compañía, para zoos o espectáculos y atracciones turísticas. Este mercado resulta inquietante para cualquiera que ame a estas maravillosas criaturas, pero también amenaza su existencia misma. Muchas otras especies e encuentran también en peligro, entre ellos elefantes, rinocerontes, grandes felinos, jirafas, reptiles y otras. Los pangolines son los animales de la Tierra con los que más se trafica. Cuando nos lamentamos del efecto que este comercio tiene sobre los individuos que lo sufren, debemos ver también que esta demanda y tragedia globales crearon las circunstancias que han tenido probablemente como resultado la actual pandemia. El riesgo que presenta a los humanos supone, desde luego, otra razón para enfrentarse a este comportamiento.

Afortunadamente, una estricta prohibición del tráfico de fauna salvaje se puso en práctica en China poco después de la aparición del Covid-19, lo que incluye prohibir importar, vender y comer animales salvajes. Y otros países, como Vietnam, están siguiendo el ejemplo. En la actualidad, estas medidas no prohiben el comercio de pieles, las medicinas o la investigación, pero estoy segura de que se cerrarán estos resquicios. Se trata de un comercio global, y cada país y cada individuo ha de poner de su parte para crear una legislación más completa que proteja la vida salvaje, acabe con el tráfico ilegal en las fronteras nacionales y prohiba las ventas (sobre todo en la Red). Y debemos combatir la corrupción que permite que continúen estas actividades aun cuando están prohibidas o son ilegales. Por añadidura, los chimpances y otros grandes simios, con los que tanto compartimos de nuestra biología, son también susceptibles a la transmisión de la enfermedad desde los humanos y han sufrido terriblemente a causa de enfermedades respiratorias, includo el coronavirus, contagiado por los humanos. Debemos estar mucho más alerta sobre la gestión o la estrecha proximidad a la vida salvaje para protegerla y protegernos a nosotros.

Con todo, aun cuando vamos luchando por un mundo en el que no se trafique ni nos comamos la vida salvaje, debemos de recordar también que hay mucha gente que depende de este comercio para sus ingresos. Estos esfuerzos serán en vano si no apoyamos formas de trabajo alternativas. Nuestras secciones globales del Jane Goodall Institute utilizan Tacare, nuestro método de conservación de base comunitaria, que se centra en escuchar las necesidades de la gente. Apoyamos el desarrollo de modos de sustento medioambientalmente sostenibles, como la agrosilvicultura, la apicultura y las artesanías locales, por ejemplo. Le damos a la gente herramientas para crear planes de gestión de uso de las tierras de las aldeas, que incluyen protección de los bosques de la comunidad y la creación de pasillos para la vida salvaje. Y apoyamos su capacidad de supervisar la salud de su medio ambiente con tecnología innovadora. A través de este proceso, se dan cuenta de que la protección del medio ambiente es salvaguarda de su propio futuro, el futuro de sus hijos y el futuro de la vida salvaje. Este modelo de empoderamiento local ya está operativo en seis países en lo que trabaja el Instituto Jane Goodall, y espero que se pueda utilizar en muchos más lugares de todo el mundo.

Hay soluciones a nuestro alcance para las amenazas debatidas más arriba. Las leyes que hoy creamos para proteger la vida salvaje protegerán también a las comunidades humanas, Restaurar y proteger los bosques por medio de la legislación y el empoderamiento de comunidades locales salvará especies y prevendrá la transmisión de enfermedades. Crear modos de vida sostenibles alternativos creará comunidades humanas más resilientes y exitosas. Tiene una desesperada importancia en la ventana temporal que nos queda que pongamos todos de nuestra parte para curar el daño que hemos infligido al mundo natural, del que formamos parte. Dejemos de robarle el futuro a nuestros hijos y a otras especies con las que compartimos nuestro hogar.

primatóloga, etóloga y antropóloga británica, célebre por sus investigaciones sobre chimpances en el Parque Nacional Gombe Stream de Tanzania, es fundadora del Instituto Jane Goodall.
Fuente:
Slate, 6 de abril de 2020
Traducción:
Lucas Antón

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