¿Cuáles son las “lecciones correctas” para los socialistas? Una respuesta a Eric Blanc

Mike Taber

07/01/2022

Eric Blanc es un historiador y activista socialista serio y diligente que no duda en lanzarse a la refriega y tomar posiciones que sabe que son controvertidas. Tal actitud es encomiable, aunque yo no estoy de acuerdo con sus conclusiones. Su último artículo, “Los socialistas deberían aprender las lecciones correctas de la Revolución Rusa”—publicado en Jacobin y reimpreso en el sitio web de John Riddell [así como en World-Outlook.com]—no es una excepción y merece un examen cuidadoso.

En su artículo, Blanc pretende aclarar el historial de V. I. Lenin y de la Revolución Rusa, y demoler el “mito del excepcionalismo bolchevique”, el cual afirma es “incorrecto para nuestra época”. En cambio, busca establecer las “lecciones correctas” que los socialistas deberían aprender de la historia de la lucha por la “transformación socialista”.

Creo que las conclusiones que saca Blanc son erróneas, y que las “lecciones correctas” que él señala van a conducir a los socialistas en la dirección equivocada.

En primer lugar, Blanc afirma que el objetivo estratégico central del movimiento socialista es luchar no por el derrocamiento revolucionario del capitalismo, sino por “reformas transformadoras”, una lucha que según él se llevará a cabo en gran medida a través de medios electorales y parlamentarios. En esto se aparta radicalmente de la tradición entera del movimiento socialista que se remonta a Marx y Engels—inclusive de las perspectivas de la fase inicial de Karl Kautsky con las que Blanc se identifica.

Es más, Blanc subestima enormemente la feroz reacción de la clase capitalista a cualquier “reforma transformadora” que verdaderamente amenace sus intereses básicos. Errores de cálculo de esta magnitud pueden tener resultados desastrosos para el pueblo trabajador.

En su artículo, Blanc plantea algunas de las mismas preguntas que abordé durante nuestro polémico intercambio del 2019 sobre Kautsky [consulte la lista de artículos al final de este artículo]. En lugar de simplemente repetir los puntos que hice anteriormente o elucidar todas las cosas que Blanc plantea en su artículo, me enfocaré aquí en algunas cuestiones claves de la continuidad, el programa y la estrategia socialistas.

Estoy seguro de que Eric Blanc está de acuerdo conmigo en que estas no son sólo preguntas históricas interesantes, sino que bregan con los temas más fundamentales sobre lo que es el movimiento socialista y cuáles deberían ser sus objetivos.

1. El legado del socialismo

La ‘Socialdemocracia revolucionaria’ de la Segunda Internacional

Como alternativa al leninismo y al “mito bolchevique”, Blanc enarbola la socialdemocracia revolucionaria, que tiene sus raíces en la Segunda Internacional durante su período marxista antes de la Primera Guerra Mundial. El legado de ese movimiento merece un estudio cuidadoso, lo cual he tratado de propiciar con mi libro Under the Socialist Banner: Resolutions of the Second International, 1889–1912 (Bajo la bandera socialista: Resoluciones de la Segunda Internacional, 1889-1912).[1] Esta nueva colección recoge el testimonio programático de la Segunda Internacional durante los años cuando las resoluciones que adoptó estaban guiadas por el marxismo revolucionario.

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Pasajes de este libro, con una introducción por su editor Mike Taber destacando la cuestión de si los socialistas deberían participar en gobiernos capitalistas, fueron publicados en World-Outlook y se pueden encontrar aquí.

Para proporcionar una apreciación completa de la Segunda Internacional en toda su complejidad se necesita todavía algo de trabajo. Recientemente una serie de historiadores socialistas desde una variedad de perspectivas, incluyendo Ben Lewis, David Broder, Jean-Numa Ducange, Lars Lih, Daniel Gaido, el propio Eric Blanc, y otros, han hecho contribuciones muy útiles a este trabajo.

Blanc identifica correctamente a Karl Kautsky como la máxima autoridad, generalmente reconocida por el marxismo, sobre la Segunda Internacional durante la mayor parte de su existencia. En mi libro, sin embargo, subrayo el papel clave desempeñado por Frederick Engels en la fundación de la Segunda Internacional en 1889, y el importante papel de asesoramiento que Engels desempeñó hasta su muerte en 1895. Como colaborador de toda la vida de Karl Marx y coautor del Manifiesto Comunista, Engels ayudó a vincular la Segunda Internacional con los primeros días del movimiento obrero revolucionario. Bajo su dirección, la Segunda Internacional quedó establecida como enemiga revolucionaria e irreconciliable del capitalismo.

La frase “socialdemocracia revolucionaria” que usa Blanc es lo suficientemente precisa como para describir a Kautsky, August Bebel, Jules Guesde y a otros que ayudaron a defender el marxismo en el seno de la Segunda Internacional durante la mayor parte de su existencia. Pero vale la pena mencionar las siguientes posiciones al amparo de este rótulo:

+Por el derrocamiento revolucionario del capitalismo a través de la expropiación de la burguesía y la toma del poder político por la clase obrera.

+Por el establecimiento de partidos proletarios cuyo objetivo fundamental es la transformación revolucionaria del orden social capitalista, no simplemente reformar la sociedad burguesa.

+Oposición a la participación de los socialistas en gobiernos capitalistas. Negar todo apoyo a los partidos burgueses.

Estas posiciones aprobadas por la Segunda Internacional—que hoy prácticamente todos los socialdemócratas rechazan—son testimonio de los puntos fuertes de esta Internacional y de las raíces revolucionarias de sus resoluciones aprobadas durante el período 1889 a 1914.

Un logro adicional de la Segunda Internacional fue su promoción de la unidad y la solidaridad de la clase obrera mundial. El establecimiento del Primero de Mayo como un día feriado internacional de los trabajadores—un día para demostrar el poder del movimiento obrero en todo el mundo—es ejemplo elocuente de ese logro, como lo fue la promoción del Día Internacional de la Mujer.

Junto a los indiscutibles logros y puntos fuertes de la Segunda Internacional, sin embargo, existían importantes debilidades y contradicciones. Un ejemplo fue que nunca pudo construir un movimiento verdaderamente mundial que fuera más allá de Europa y América del Norte. Pero sin duda la mayor debilidad fue la brecha que se abrió en la Segunda Internacional entre la teoría y la práctica, entre la palabra y los hechos, a medida que la práctica cotidiana de la mayoría de sus partidos se veía dominada cada vez más por perspectivas que no eran revolucionarias sino reformistas. Además, las racionalizaciones centristas por parte de Kautsky y otros fueron ocultando cada vez más estas tendencias oportunistas.

Esta brecha entre la palabra y los hechos se convirtió en un abismo con el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914. En clara violación de todas las resoluciones de la Segunda Internacional, los principales partidos de la Segunda Internacional renunciaron a sus antiguas promesas de oponerse a la guerra capitalista y se alinearon con el empuje bélico de sus gobiernos. Millones de trabajadores, entre otros, fueron lanzados a la matanza con el apoyo abierto de estos partidos.

La traición de 1914 marcó el suicidio político de la Segunda Internacional. A pesar de que fue resucitada formalmente en 1919, la nueva Internacional tenía poco en común con el movimiento revolucionario que Engels había ayudado a fundar en 1889. Ahora abogaba abiertamente por el dominio capitalista y se dedicaba, en gran medida, a atacar la Revolución Rusa.

El inicio de la Primera Guerra Mundial “marcó el suicidio político de la Segunda Internacional”, señala Taber.

En el seno de la Segunda Internacional antes de la guerra, sin embargo, apareció un ala consistentemente revolucionaria en oposición a la creciente tendencia oportunista. Los dos individuos que mejor representan esta oposición fueron Rosa Luxemburgo y V. I. Lenin. Tras la traición de 1914, Lenin y Luxemburgo, cada uno a su manera, contribuyeron a reunir el núcleo de lo que llegaría a convertirse en la Tercera Internacional Comunista (Comintern), la cual se hizo realidad tras la Revolución Rusa de 1917.

Bolcheviques y mencheviques

Blanc rechaza la idea de que los bolcheviques crearon un “partido de un nuevo tipo”, y habla del “mito del ‘centralismo democrático'” en la organización bolchevique. Luego asevera que las características generalmente asociadas con el bolchevismo y el leninismo no eran más que el resultado de verse obligados a operar en condiciones de ilegalidad, y no eran esencialmente diferentes a las de los socialistas de otros grupos en el Imperio Ruso que él ha estudiado detalladamente.

Estoy de acuerdo con Blanc en que las contribuciones de Lenin a veces se sacan fuera de contexto, y que ocasionalmente se les atribuyen innovaciones a Lenin y a los bolcheviques que, de hecho, están completamente arraigadas en una larga tradición marxista. Atribuciones de este tipo son una característica particular del estalinismo, que para sus propios fines elevó el “leninismo” a una religión estatal. Por esa razón es importante representar las ideas de Lenin con precisión y deslindar las líneas de continuidad.

Si bien algunos de los puntos específicos de Blanc sobre el movimiento revolucionario en el Imperio Ruso son ciertamente correctos, el relato que ofrece en su artículo omite en gran medida la principal corriente socialista rival con la que los bolcheviques tuvieron que lidiar: los mencheviques. Si investigamos la división bolchevique-menchevique, sin embargo, encontramos un indicio lo que hizo que los bolcheviques fueran diferentes de otras organizaciones socialistas en el Imperio Ruso.

La división entre bolcheviques y mencheviques comenzó en el congreso de 1903 del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, durante un debate sobre las reglas organizativas del partido redactadas por Lenin. En el párrafo 1 de estas reglas, Lenin propuso esta formulación: “Un miembro del partido es aquel que acepta el programa del partido y apoya al partido tanto financieramente como mediante su participación personal en una de las organizaciones del partido”.

Los futuros mencheviques se opusieron a la frase “mediante su participación personal en una de las organizaciones del partido”. En cambio, abogaron por una forma más flexible de organización y un concepto más amplio de la membresía, en la que todo aquél que simpatizara con el movimiento pudiera unirse sin tener que estar involucrado o comprometido organizativamente.[2]

Esa forma más flexible de organización—y lo que llegó a ser un concepto diferente de lo que debería ser el partido—siguió siendo una característica del menchevismo. Este desacuerdo organizativo pronto fue acompañado por, y se relacionó cada vez más con, diferentes apreciaciones políticas de las fuerzas de clase en la lucha revolucionaria rusa, que llegó a un punto crítico en 1917.

La Revolución Rusa y sus lecciones

La Revolución de Octubre en Rusia tuvo un impacto profundo en el movimiento obrero internacional.

¿Cuál fue la lección primordial de la Revolución Rusa? Que la clase obrera era capaz de tomar el poder político en sus manos, que la revolución proletaria era una posibilidad real, y que la meta del poder obrero debía ser el objetivo estratégico central de todo luchador de la clase obrera que tuviera conciencia de clase. Ésta sigue siendo, sin lugar a dudas, una de las “lecciones correctas” que los socialistas de hoy deberían extraer de la Revolución Rusa.

El proletariado no sólo tomó el poder en Rusia en alianza con campesinos explotados y nacionalidades oprimidas, pero además pudo defender este poder contra los ataques del capitalismo mundial y pudo comenzar la tarea de construir el socialismo. En una explosión de creatividad, en sus inicios la Revolución Rusa comenzó a abordar una serie de desafíos como la organización de la economía; el delinear una trayectoria para bregar con la cuestión nacional; el cimentar una alianza obrero-campesina; la incorporación de las mujeres como miembros plenos de la sociedad; la apertura de la educación y la cultura a millones de personas, y mucho más. Independientemente de la suerte posterior que haya sufrido la Revolución Rusa bajo el estalinismo, el legado de estos logros conserva su importancia.

Dirigida por Lenin, la primera Internacional Comunista intentó cerrar la brecha de la Segunda Internacional entre la palabra y los hechos. De hecho, el manifiesto del Primer Congreso de la Internacional Comunista la describe como “la Internacional de la acción”.[3] Sobre las cenizas de la Segunda Internacional y su traición histórica, construyeron un movimiento que comenzó a bregar con cuestiones de estrategia y tácticas que a menudo habían sido descuidadas o menospreciadas por la Segunda Internacional y sus partidos. Y comenzaron a construir, por primera vez en la historia, un movimiento revolucionario verdaderamente mundial que incluía a los obreros de los países oprimidos por el imperialismo.

Podemos decir que en base a estos logros la continuidad del marxismo revolucionario—y el legado que los socialistas de hoy deberían tener como guía—pasa directamente por la Internacional Comunista bajo Lenin. La Segunda Internacional antes de 1914 es parte valiosa de la herencia socialista revolucionaria, con ricas lecciones, pero es inadecuada como guía para el trabajo de activistas socialistas y militantes de la clase obrera en el siglo XXI. En estas fechas el llamado a recurrir a la “socialdemocracia revolucionaria” como guía para los socialistas de hoy es una receta para la confusión, la falta de claridad y la desorientación.

2. Aspectos de la estrategia socialista

¿Democratizar el Estado capitalista o reemplazarlo?

¿Cuál debería ser el objetivo programático y estratégico del movimiento obrero revolucionario?

Dando su opinión, Blanc escribe: “Debido a que los leninistas tienden a enfocarse más en exponer que en transformar a los estados existentes, el proyecto de democratizar el estado [mi énfasis, M.T.]—a través de iniciativas como la subordinación al parlamento de los órganos gubernamentales no electos, la eliminación de estructuras antidemocráticas como la Corte Suprema de Estados Unidos, y el concederles a los empleados públicos y a los sindicatos importantes poderes gubernamentales—ha perdido el papel central que tenía en las primeras estrategias socialistas”.

Por supuesto, los marxistas siempre han defendido las demandas democráticas como una parte esencial de su programa, y estoy de acuerdo con Blanc en que algunos socialistas y comunistas han subestimado muchísimo las demandas de este tipo, así como menospreciado la importancia de defender los derechos democráticos contra los ataques capitalistas. Sin embargo, cuando se habla de una “transformación socialista”, tenemos que estar bien claros sobre cómo se ha de lograr.

La declaración clásica sobre esta cuestión puede encontrarse en el conocido relato de Karl Marx acerca de la Comuna de París de 1871: “La clase obrera no puede simplemente apoderarse de la maquinaria estatal ya existente y esgrimirla para sus propios fines”. En vez de eso “Destruye el poder estatal moderno”.[4] En otras palabras, una revolución genuina reemplaza un poder estatal con otro.

Grabado en madera del levantamiento que estableció la Comuna de París en Francia en 1871. (Imagen publicada por primera vez en un periódico en Inglaterra, 11 de marzo de 1871)

El Estado capitalista y su aparato es una realidad. En el corazón de este aparato están las fuerzas represivas, junto con las estructuras judiciales y legales, los órganos políticos, los instrumentos de dominación ideológica, etc. Todos estos cuerpos existen para defender las relaciones de propiedad son la raíz del orden social capitalista. La transformación socialista sólo es posible después de la sustitución de todo este aparato por nuevas instituciones diseñadas para servir al gobierno de la clase obrera y los oprimidos. El término que usaron Marx y Engels fue la “dictadura del proletariado”.

Pero leyendo el artículo de Blanc uno a duras penas sabría que existe el estado capitalista. Recurre a un lenguaje ambiguo: Blanc habla repetidamente de “ruptura” o “ruptura revolucionaria”. ¿A qué se refiere exactamente? ¿Significa un derrocamiento revolucionario del viejo poder estatal como en Francia en 1789, en Rusia en 1917, en Alemania en 1918, en Hungría en 1919, en China en 1949, en Cuba en 1959, en Nicaragua y en Irán en 1979, y en un sinnúmero de otros eventos y procesos similares? ¿O el término se refiere en cambio a las victorias electorales de partidos socialdemócratas o de candidatos como Bernie Sanders? Nadie sabe.

También aparecen otras expresiones ambiguas y contorsionadas, como cuando Blanc escribe que “la tarea central, y el dilema político clave, es cómo luchar, tanto dentro como fuera del estado, por reformas transformadoras que fortalezcan y unan a la clase trabajadora, especialmente en formas que abran, en lugar de cerrar, vías para organizar aún más a los trabajadores para superar la dominación capitalista”.

¿Qué se entiende precisamente por “reformas transformadoras”? ¿Y cuál podría ser el significado de “organizar a los trabajadores para superar la dominación capitalista”?

Dado que el tema del artículo de Blanc brega con las lecciones de la Revolución Rusa, un ejemplo de esta falta de claridad puede verse en su descripción de Rusia en 1917. Nos dice que en Rusia “no había ni un parlamento ni un estado capitalista que aplastar”.

Tal afirmación es realmente extraña. Un estado capitalista y un parlamento (de algún tipo) definitivamente existieron en Rusia, tanto bajo el zar como bajo el Gobierno Provisional creado tras su derrocamiento en febrero de 1917, el cual defendía las relaciones de propiedad capitalistas y los intereses de la burguesía rusa. Es cierto que había peculiaridades en Rusia. El sistema zarista descansaba sobre la nobleza terrateniente, y la burguesía misma no tenía las riendas del poder en sus manos. En cuanto al parlamento, el hecho de que la Duma Estatal en Rusia nunca fue un cuerpo soberano no es el punto clave.

Las características específicas de los regímenes capitalistas ciertamente pueden variar. Basta con examinar la gran variedad que hemos visto en el último siglo: las administraciones presidenciales de Trump y Biden, los regímenes fascistas asesinos de Hitler y Mussolini, los sistemas bonapartistas de todo tipo, las administraciones encabezadas por partidos socialdemócratas, etc. La naturaleza de clase de estos regímenes tan diferentes está determinada por su defensa común de las relaciones de propiedad capitalistas.

Sin embargo, Blanc da ciertamente en el blanco al señalar una situación inusual que existió en Rusia entre febrero y octubre de 1917: el poder dual entre el Gobierno Provisional procapitalista, por un lado, y los soviets de trabajadores y soldados, por el otro.

¿Una estrategia del “poder dual”?

El poder dual es un fenómeno que puede surgir en el curso de una lucha revolucionaria, en la que coexisten temporalmente dos potencias opuestas que reflejan fuerzas de clase distintas. Es una situación muy inestable y se resuelve relativamente rápido, cuando una clase o la otra impone su supremacía.

Blanc habla de la “estrategia de poder dual” de Lenin. Esa afirmación está equivocada. Para Lenin, el poder dual no era una estrategia; era simplemente un hecho.

V.I. Lenin se dirige a los trabajadores después de la victoria de la Revolución Rusa. A la derecha, al frente, está el líder bolchevique León Trotsky.

La meta de los revolucionarios no es llegar a compartir el poder dual con los capitalistas. Aspiran al poder obrero en alianza con los aliados del proletariado. Quieren resolver situaciones de poder dual a favor de la clase obrera lo más rápido posible. Se esfuerzan por reemplazar el poder dual con el poder obrero unitario, encarnado en los órganos populares de auto organización proletaria, cualquiera que sea el nombre que se les dé: soviets en Rusia, cordones industriales en Chile, shoras en Irán o simplemente consejos obreros.

Atribuyendo erróneamente a Lenin una “estrategia de doble poder” y una “estrategia insurreccional”, Blanc luego toma aspectos de la práctica leninista que no cuadran con su descripción y los retrata como si fueran movimientos que se van alejando del “leninismo”. Esto se ve claramente en su discusión sobre el gobierno de los trabajadores.

El gobierno obrero: un instrumento revolucionario

Eric Blanc escribe que “el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista de 1922 proyectó de manera bastante ambigua la posibilidad de que la elección de un ‘gobierno obrero’ para el estado existente podría convertirse en un punto de partida para una revolución socialista. La promoción de tales gobiernos por parte de los leninistas marcó un importante giro hacia la socialdemocracia revolucionaria”.

La realidad es bien distinta.

Durante el levantamiento revolucionario mundial de 1918 a 1920, la revolución proletaria y las luchas insurreccionales parecían ser inminentes en todo el mundo, especialmente en Europa. Durante este período, el joven movimiento comunista presentó una serie de tareas inmediatas alineadas con esa perspectiva a corto plazo.

Sin embargo, con el retroceso de la ola revolucionaria en 1920, la Internacional Comunista comenzó a ajustar sus tácticas. A medida que la ola disminuyó, la clase obrera a nivel internacional se puso a la defensiva, con los capitalistas y sus gobiernos lanzando ataques al por mayor contra los derechos de los trabajadores y sus condiciones de vida. La demanda de unidad en la acción para resistir la ofensiva capitalista se convirtió en un asunto urgente a los ojos de millones de trabajadores. A partir de esta realidad, la estrategia del frente unido de la Internacional Comunista se formuló en 1921.

La reivindicación del gobierno obrero, planteada inicialmente en el movimiento obrero alemán en 1920 y posteriormente en el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista en 1922, emanó de esta perspectiva de frente único: una consigna gubernamental basada en la unidad de los trabajadores en la lucha contra la clase capitalista. La discusión en el congreso se basó en la experiencia de la Revolución Rusa de 1917 y las luchas revolucionarias en Alemania de 1918 a 1920.

Con su posición sobre el gobierno obrero, la Internacional Comunista mostró claramente que no sólo estaba haciendo llamados estridentes a la revolución y a la dictadura del proletariado, sino que estaba buscando las mejores sendas para alcanzarlas.

El gobierno obrero (y el gobierno obrero y campesino) definitivamente no fue visto como un resultado de las elecciones, sino al contrario, se le veía como arraigado completamente en la acción revolucionaria y la lucha de clases.

En el Cuarto Congreso, el líder de la Internacional Comunista Karl Radek enfatizó que el gobierno de los trabajadores “no era una cuestión de coaliciones parlamentarias, sino una plataforma para movilizar a las masas y librar una lucha”. Después plantó el concepto directamente en la perspectiva del frente unido. “El lema del gobierno de los trabajadores es importante para guiarnos. Concibe el frente unido como un objetivo político unificado. El momento en que los trabajadores se unan para luchar por el gobierno obrero y el control de la producción marcará el comienzo de nuestra contraofensiva”.5]

Con respecto a la afirmación de Blanc sobre la elección de “un gobierno obrero”, es cierto que la resolución del Cuarto Congreso sobre este tema declaró que “un gobierno obrero que surge de una combinación puramente parlamentaria, es decir, uno que es puramente parlamentario en origen, puede proporcionar la chispa para un renacimiento del movimiento obrero revolucionario”.[6] Sin embargo, de la lectura de la resolución se desprende claramente que la posibilidad de que un gobierno obrero que apareciera en un principio de forma parlamentaria sería vista solamente como un breve preludio a movilizaciones obreras cuyo fin sería el derrocamiento del dominio capitalista.

Además, el IV Congreso planteó la posibilidad de la elección de partidos socialdemócratas y obreros como una posible variante de un gobierno obrero. Pero eventos de ese tipo fueron etiquetados como “gobiernos obreros ilusorios”, en contraste con los “genuinos”.

Las batallas electorales de los partidos obreros y socialistas pueden y deben ser parte del trabajo de un movimiento revolucionario. Estos pueden ser importantes al tomar medida de los logros obtenidos y pueden conducir a un aceleramiento de la lucha de clases, siempre y cuando la independencia de clase del proletariado no se vea comprometida. Pero no hay camino electoral hacia un gobierno obrero y campesino, como tampoco lo hay para la transformación socialista.

Parlamentos y elecciones

En su artículo, Blanc rechaza la afirmación de que él aboga por un “camino electoral hacia el socialismo” y subraya que no “menosprecia la importancia de la organización de las masas en ámbitos que no son parlamentarios”. ¿Cómo deben evaluarse estas aseveraciones?

Al referirse a “una ruptura revolucionaria con el capitalismo”, Blanc escribe: “Kautsky argumentó que este camino requeriría en algún momento la elección de una mayoría socialista al parlamento y que este órgano serviría como una pieza fundamental del gobierno de los trabajadores”.

Los verdaderos puntos de vista de Kautsky sobre la transformación socialista en los años que Blanc discute (antes de 1910) eran mucho más comprensivos de lo que se presenta anteriormente. Por ejemplo, Kautsky escribió en 1908: “La transición al socialismo significa así la transición a grandes luchas que sacudirán toda la estructura del Estado y están destinadas a volverse cada vez más violentas; sólo pueden terminar a través del derrocamiento y la expropiación de la clase capitalista”.[7]

Es útil examinar la larga historia de la participación socialista en elecciones y en parlamentos.

Los primeros marxistas que utilizaron plenamente la arena electoral y parlamentaria fueron August Bebel y Wilhelm Liebknecht en Alemania, ambos elegidos al Reichstag en 1867. ¿Cómo vieron esa arena estos dos socialdemócratas revolucionarios? En todo momento Bebel y Liebknecht trataron de desmentir las ilusiones de lo que podría lograrse en tales organismos, y trataron de explicar con la mayor precisión posible el valor de esta actividad.

En palabras de Liebknecht: “Que la propaganda es el propósito principal de nuestra participación en las elecciones y en el trabajo parlamentario ha sido repetido tan a menudo por mis camaradas y por mí mismo que no necesita mayor elaboración”.[8]

El líder socialista Karl Liebknecht se dirige a la manifestación en 1918 de los trabajadores durante la lucha revolucionaria alemana de 1918 a 1920.

Esa propaganda no consistía simplemente en hacer discursos. Incluía el proponer medidas reformistas concretas. Lograr esas reformas era obviamente un objetivo por el que los socialistas luchaban y que esperaban alcanzar. Pero estas propuestas también tenían un propósito propagandístico primordial. Como dijo Bebel: “Deseo sobre todo enfatizar que, en mi opinión, la tarea principal de la socialdemocracia no es asegurar leyes para la protección laboral, sino explicar a los trabajadores la naturaleza y el carácter de la sociedad actual, para que esta sociedad desaparezca lo más rápido posible … Los trabajadores deben aprender a comprender la naturaleza de esta sociedad para que cuando haya llegado su última hora, puedan establecer la nueva sociedad”.[9]

La perspectiva revolucionaria de Bebel y Liebknecht con respecto a los parlamentos burgueses es totalmente consistente con los puntos de vista esbozados en las “Tesis sobre los partidos comunistas y el parlamentarismo” de la Internacional Comunista de 1920, que Blanc considera una innovación leninista. Esa resolución decía: “Desde el comienzo, en el período de la Primera Internacional, la actitud de los partidos socialistas hacia el parlamentarismo era utilizar los parlamentos burgueses para la agitación. La participación en el parlamento era considerada desde el punto de vista del desarrollo de la conciencia de clase, es decir, para despertar el odio de clase del proletariado hacia la clase dominante”.´´1´´0

La tradición del trabajo socialista revolucionario efectivo en el parlamento también fue llevada a cabo por el Partido Bolchevique en Rusia. Incluso bajo el zar, los bolcheviques utilizaron las aperturas electorales con fines propagandísticos, e hicieron un trabajo parlamentario abierto y efectivo dentro de la Duma zarista, inclusive cuando el partido mismo era estrictamente ilegal.[11]

Victorias electorales y reacción capitalista

Con respecto al punto de Blanc sobre la “elección de una mayoría socialista” como la “pieza central del gobierno de los trabajadores” y la transformación socialista, hay que resaltar dos puntos:

Primero, cuando se habla de la “elección de una mayoría socialista”, hay que especificar exactamente lo que quiere uno decir. ¿Estamos hablando de la elección de partidos socialdemócratas pro-capitalistas, como hemos visto durante el último siglo en numerosos países de Europa y en otros lugares? ¿O nos referimos en cambio a que los bolcheviques ganaron una mayoría en las elecciones a los soviets rusos en vísperas de la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia? Parece que Blanc se refiere al primer caso, sin darle importancia al segundo.

En segundo lugar, sobre la cuestión de las victorias electorales de la clase trabajadora y la reacción que provocan por parte de los capitalistas, repetiré lo que dije en mi respuesta de 2019:

“Conozco algunos casos en los que las victorias electorales de los partidos socialistas han llevado a períodos de intensa lucha de clases y movilización revolucionaria, causados generalmente por las fuerzas de la reacción”. Luego di los ejemplos de España de 1936 a 1939 y Chile de 1970 a 1973, donde desde el principio a los trabajadores nunca se les dijo la verdad de lo que enfrentarían. El resultado es que no estaban cabalmente preparados para la feroz reacción del capitalismo mundial, y al final sufrieron una derrota sangrienta.

En mi artículo anterior, escribí que ciertamente “una transición pacífica [al socialismo] sería preferible a un levantamiento revolucionario. Pero, ¿ha habido alguna vez una clase dominante en la historia que haya entregado tranquila y pacíficamente su poder? ¿Vendrá la burguesía a estrechar la mano del proletariado y decirle, cortésmente, ‘ganaste justa y honradamente, aquí están las llaves de nuestro gobierno y de nuestras industrias—buena suerte’? ¡No, eso no me lo voy a creer!”

¿Una “carpa amplia” o un partido de revolucionarios?

Blanc presenta un esquema de unidad partidaria que aboga por “partidos obreros más amplios que incluyen tanto a revolucionarios como a socialistas moderados”. Él lo llama una “carpa amplia”.

Muchos de nosotros hemos oído la opinión frecuentemente expresada: “¿Por qué los socialistas no pueden simplemente unirse?” Para muchas personas la idea abstracta de la unidad socialista aparenta ser muy lógica, especialmente para aquellos que son novatos en el movimiento. Pero sería un error hacer de la unidad un fetiche. A veces la unidad puede ser realmente positiva y necesaria; en otras ocasiones no. Las preguntas fundamentales que deben hacerse son: “¿Unidad con quién?” y “¿Unidad para qué?”

¿Unidad entre capitalistas y trabajadores? No. ¿Unidad entre revolucionarios y oportunistas de derecha que defienden el capitalismo y atacan a los activistas revolucionarios? No. ¿Unidad en la acción de aquéllos que luchan por objetivos comunes? Sí. ¿Unidad de la clase obrera en la lucha contra el capitalismo? ¡Sí, definitivamente!

También hay numerosas formas de unidad organizativa que deben tenerse en cuenta, entre ellas los sindicatos y los consejos de fábrica, las coaliciones amplias para organizar acciones específicas, los comités con un enfoque único y muchos más.

Con respecto a los partidos políticos, sin embargo, es necesario subrayar dos observaciones:

+En momentos diferentes los socialistas revolucionarios han reivindicado la formación de un partido obrero basado en los sindicatos, como un paso encaminado hacia la ruptura con los partidos capitalistas en la lucha por la acción política independiente de la clase obrera—y también han participado en partidos de ese tipo. Pero en general los marxistas nunca han abogado por “partidos laborales amplios”, y en cambio han enfatizado el programa de lucha de clases que tales partidos debían adoptar, sabiendo que en última instancia sería necesaria la expulsión de los líderes sindicales que abogan por la colaboración de clases.

+La historia del movimiento socialista sobre esta cuestión es instructiva.

En varias ocasiones Marx y Engels estuvieron dispuestos a separarse de las fuerzas dentro del movimiento cuya perspectiva iba en contra de la trayectoria histórica de la clase obrera. Fue así en el seno de la Liga Comunista a principios de la década de 1850 como en el seno de la Primera Internacional en 1872.

La Segunda Internacional se formó en 1889 en competencia directa con las fuerzas reformistas, que celebraron su propio congreso rival al mismo tiempo. Los marxistas se oponían a la unificación de los dos congresos a menos que fuera en base a principios revolucionarios diáfanos. Sólo cuando el programa revolucionario de la nueva Internacional estuviera firmemente establecido y aceptado podrían unirse las fuerzas rivales. Pero sin embargo eso no fue el fin la historia, como muestra claramente el ejemplo del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD).

A finales del siglo XIX y principios del XX, el SPD era una organización con conocidas metas revolucionarias, con cerca de un millón de miembros, y con el apoyo de la mayoría de la clase obrera. Pero dentro del partido surgió un ala oportunista que fue creciendo a lo largo de los años. Cada vez más, los reformistas y los oportunistas simplemente ignoraron los objetivos expresados por el SPD, socavándolos a cada paso. Los centristas dentro de la dirección del partido racionalizaron esta situación y se adaptaron a ella.

Los resultados de esa “unidad partidaria” pudieron verse en 1914 al comienzo de la Primera Guerra Mundial. El SPD apoyó a su propia clase capitalista en la guerra y ayudó a conducir a los trabajadores a la masacre. Aquellos socialistas que buscaban mantener los principios internacionalistas de la clase obrera finalmente tuvieron que escindirse del SPD para continuar la lucha por el socialismo. ¿Les hubiera dicho Blanc que no lo hicieran? ¿Les hubiera aconsejado que permanecieran en la “carpa amplia”?

La experiencia del SPD demuestra por qué los revolucionarios y los reformistas no pueden coexistir por mucho tiempo en un partido que aspira al socialismo. Si lo hacen, casi siempre significa que las fuerzas revolucionarias quedan atrapadas en una camisa de fuerza reformista.

En Rusia, Lenin y los bolcheviques a menudo fueron llamados escisionistas y duramente criticados por no querer unirse con los mencheviques. Pero en 1917 los bolcheviques y los mencheviques estaban en lados opuestos de las barricadas, ya que la mayoría de los mencheviques respaldaban el Gobierno Provisional, mientras que los bolcheviques apoyaban la consigna de “todo el poder a los soviets”. Mientras tanto, al mismo tiempo que los bolcheviques se separaban de las fuerzas no revolucionarias, también se unían con otras corrientes y organizaciones que estaban del mismo lado de las líneas de batalla. Al hacerlo, dieron una lección de unidad revolucionaria que sigue siendo valiosa hoy en día.

Un debate necesario

En la actualidad, decenas de miles de jóvenes y muchos otros se están uniendo al socialismo en Estados Unidos y en todo el mundo. La mayoría, sin embargo, tiene poca idea de la historia del movimiento socialista, o de su orientación revolucionaria. No saben mucho sobre el origen de este movimiento.

Eric Blanc y yo estamos totalmente de acuerdo en que examinar esta historia no es solamente un ejercicio académico, sino que está estrechamente vinculado a las tareas políticas cotidianas y a cuestiones más amplias de las metas a las que aspiramos.

El movimiento socialista necesita un debate claro y abierto sobre cuestiones de programa, estrategia e historia. Creo que los intercambios sobre estos temas, y sobre las “lecciones correctas” que los socialistas deberían extraer, pueden ser vitales para las nuevas generaciones de activistas con sed de aprender de dónde viene el movimiento socialista, qué representa y hacia dónde va.


NOTAS:

[1] Para más información sobre Bajo la bandera socialista, consulte: https://www.haymarketbooks.org/books/1649-under-the-socialist-banner

[2] El debate sobre estas reglas, tal como aparece en las actas del congreso, se puede encontrar en 1903: Segundo Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (Londres: New Park Publications Ltd., 1978).

[3] Del “Manifiesto de la Internacional Comunista al Proletariado del Mundo Entero” adoptado por el Primer Congreso de la Internacional Comunista en 1919.

[4] Marx, “La Guerra Civil en Francia” en Marx Engels Collected Works [Obras completas de Marx y Engels], vol. 22, pp. 328, 333.

[5] De John Riddell (ed.), Towards the United Front: Proceedings of the Fourth Congress of the Communist International, 1922 [Hacia el Frente Unido: Actas del Cuarto Congreso de la Internacional Comunista], p. 400, 401

[6] Ibíd., p. 1160.

[7] De “Reform und Revolution” de Kautsky, citado en Massimo Salvadori, Karl Kautsky and the Socialist Revolution 1880–1938 [Karl Kautsky y la Revolución Socialista 1880-1938] (Londres: New Left Books, 1979), p. 126.

[8] Wilhelm Liebknecht, “On the Political Position of Social Democracy, Particularly with Regard to the Reichstag”, [Sobre la Postura Política de la Socialdemocracia, en Particular con Respecto al Reichstag] en William A. Pelz (ed.), Wilhelm Liebknecht and German Social Democracy [Wilhelm Liebknecht y la Socialdemocracia Alemana] (Chicago: Haymarket 2016) p. 153.

[9] Citado en Mike Taber (ed.), Under the Socialist Banner [Bajo la Bandera Socialista], p. 30.

´10 Las “Tesis sobre los partidos comunistas y el parlamentarismo” se pueden encontrar en el volumen 1 de John Riddell (ed.), Trabajadores del mundo y pueblos oprimidos, ¡Uníos! Actas y documentos del Segundo Congreso, 1920 (Nueva York: Pathfinder Press, 1991).

[11] Véase A. Bedayev, Los bolcheviques en la Duma zarista. Disponible en: https://www.marxists.org/archive/badayev/1929/duma/index.html

ha editado y preparado una serie de libros que bregan con la historia de los movimientos revolucionarios y obreros, desde colecciones de documentos de la Internacional Comunista bajo Lenin, hasta obras de figuras como León Trotsky, Malcolm X y Che Guevara.
Fuente:
https://world-outlook.com/es/2021/10/16/reforma-o-revolucion-un-debate-segunda-parte/
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