Del partido único al estalinismo

Michael Löwy

22/07/2021

Prefacio al libro de Angela Mendes de Almeida recientemente publicado (1).

Conocí a Angela Mendes de Almeida durante sus años de exilio en París, a principios de la década de 1970: ¡hace medio siglo! En esa época ella militaba junto a su compañero Luiz Eduardo Merlino (alias “Nicolau”) en el Partido Comunista de los Trabajadores - POC-Combate, efímera sección brasileña de la Cuarta Internacional. Como se sabe, Merlino fue asesinado por la dictadura - torturado bajo las órdenes del infame coronel Brilhante Ustra - en 1971, lo que condujo, de hecho, a la desaparición del POC en Brasil.

Estuvimos varios años juntos en las filas de la Cuarta Internacional, pero a mediados de la década de 1970 ella finalmente se separó debido a importantes desacuerdos. Durante su recorrido político desde la década de 1970 hasta hoy, Ángela defendió orientaciones bastante diferentes, pero siempre teniendo como brújula una alta exigencia moral y fidelidad a la memoria de su compañero, “Nicolau”.

Fue en el curso de la segunda mitad de la década de 1970 que ella escribió una tesis doctoral sobre la historia de la Internacional Comunista, presentada en 1981 en la Universidad de París VIII - Vincennes / Saint-Denis: un análisis crítico de la orientación del movimiento comunista, durante el llamado “tercer período” (1929-1934), con mayor énfasis en la doctrina estalinista del “social-fascismo”.

Tuve la oportunidad de participar en el panel de esta tesis, un bello trabajo de reflexión histórico-política, que recibió la máxima distinción, por unanimidad de los examinadores. Como explica en el prefacio, una de las principales inspiraciones de la tesis fueron las memorias del ex comunista alemán Richard Krebs, Sans Patrie ni Frontières, publicadas bajo el seudónimo de “Jan Valtin”, de hecho, uno de los libros de cabecera de los militantes franceses de la Cuarta Internacional.

Por circunstancias de la época, la tesis terminó no siendo publicada, pero en los últimos años, ya en Brasil, Ángela decidió retomar el trabajo, buscando abarcar el conjunto de la historia del movimiento comunista y desarrollando de manera más sustancial el papel del estalinismo y sus crímenes.

Este libro es, por tanto, una especie de historia crítica de ese movimiento, que no tiene equivalente en la bibliografía brasileña. Angela Mendes de Almeida documenta, con precisión y amplia documentación, los distintos momentos de esta historia que atraviesa el “Siglo de los extremos” (Eric Hobsbawm). Su punto de vista crítico no tiene nada que ver con el anticomunismo reaccionario: es el de una historiadora que se sitúa en el campo de la izquierda radical y que se refiere a Rosa Luxemburg (en los primeros capítulos) y a León Trotsky (para los años 1920 y 1930). El interés del libro no es solo historiográfico: se trata de un trabajo que tiene relevancia para los debates políticos en el Brasil contemporáneo.

En un momento en el que individuos y grupos políticos, a veces por simple ignorancia o ingenuidad, intentan una extraña “rehabilitación” de Ióssiph Stalin y su política, el libro documenta, con riqueza de detalles, los crímenes del estalinismo, desde los años 1920 hasta la muerte del dictador. Los asesinatos de críticos de izquierda por parte de la policía estalinista (GPU, más tarde NKVD), tanto en la URSS como en otros países, son analizados con la biografía de las víctimas. Entre ellos, un brasileño, el comunista disidente (acusado de “trotskismo”) Alberto Besouchet, durante la Guerra Civil en España. Pensar en un proyecto socialista para el futuro de Brasil requiere deshacerse de esta herencia trágica y nefasta.

Otro punto fuerte del libro, en mi opinión, es la cuestión del fascismo y cómo combatirlo. No es necesario insistir en la relevancia del tema para Brasil hoy. Algunos líderes comunistas alemanes o italianos manifestaron una verdadera comprensión de la naturaleza del fascismo en la década de 1920. Según Angela Mendes de Almeida, Clara Zetkin, por ejemplo, hizo en 1923 una memorable intervención, revelando una sensibilidad extrema, sobre el fascismo italiano y el peligro mortal que representaba para el movimiento obrero. Pero poco después, con el inicio del período estalinista (1924), aparecen discursos que sugieren que la socialdemocracia “asume un carácter más o menos fascista”. Durante el llamado “tercer período” de la Internacional Comunista (1929-1934) predominará la doctrina estalinista que designa a la socialdemocracia, definida como “social-fascismo”, como el enemigo principal de los comunistas. Por otro lado, los líderes socialdemócratas consideraban, hacia 1930, que no había peligro nazi, la única amenaza era el peligro comunista.

Las voces disidentes, como la de León Trotsky, que predicaba un frente único de partidos y movimientos obreros contra el nazismo, fueron marginadas por los aparatos burocráticos dominantes. En la Alemania prenazi, solo el SAP (Partido Socialista de los Trabajadores), una pequeña organización compuesta por una escisión de la izquierda del Partido Socialdemócrata y de comunistas disidentes (entre los que se destaca Paul Frölich, biógrafo de Rosa Luxemburgo), fundado en 1931, obstinadamente defendió una orientación de frente único obrero.

Esta primera parte del libro tiene por centro los debates del movimiento comunista alemán, uno de los más importantes de Europa, que se describen con detalle y precisión. En un comienzo, entre sus líderes se encontraban figuras de gran talla política, varios de ellos, como Heinrich Brandler o Paul Levi, próximos a Rosa Luxemburg. Un detalle curioso: Brandler, excluido del KPD, fundará el KPO (Partido Comunista de Oposición Alemán), cuya publicación se llamaba Arbeiterpolitik (Política de los Trabajadores). Un militante de esta corriente, que continuó existiendo en la postguerra, llegó a Brasil - Erich Sachs - y se convirtió en uno de los fundadores, en la década de 1960, de la organización “Política Obrera” (POLOP) en Brasil. POC-Combate, del que Angela fue una de las líderes en la década de 1970, tuvo sus orígenes en POLOP.

A medida que el partido se estaliniza, son las figuras mediocres las que toman la dirección, aplicando la línea desastrosa del “tercer período”. El resultado, como es bien sabido, fue la toma del poder por los nazis en 1933, sin la resistencia de los comunistas. Es a partir de este acontecimiento que León Trotsky llega a la conclusión de que la Tercera Internacional, bajo la dirección de Stalin, ya no se puede reformar y que una nueva Internacional (la Cuarta) se torna necesaria.

Salvo por uno u otro detalle, no tengo divergencias con el análisis que hace el libro de la tragedia del comunismo alemán y del papel negativo que tuvo la doctrina del “social-fascismo”. Pero no puedo evitar reconocer que tengo algunos desacuerdos con mi amiga Ángela. El principal se refiere a la idea ya sugerida por el título del libro, de una simple continuidad entre el partido único bolchevique y el estalinismo.

Creo, como Ángela, que Rosa Luxemburgo tenía razón al criticar la concepción “centralista” del Partido de Lenin desde 1904 y las políticas antidemocráticas de los bolcheviques en 1918. Lo mismo vale para las críticas anarquistas a la represión bolchevique de Kronstadt. Sin duda, el autoritarismo bolchevique creó las condiciones favorables para el ascenso del estalinismo. Pero no estoy de acuerdo con la afirmación, en la introducción del libro, de que el principio del partido único de los bolcheviques fue el “tronco del que salieron las políticas represivas del estalinismo”.

Para empezar, no creo que el bolchevismo se basara en el “principio de partido único”. El primer gobierno revolucionario, el del “Comisariado del Pueblo”, después de octubre de 1917, estaba compuesto no sólo por bolcheviques sino también por socialistas revolucionarios (SR) de izquierda e independientes. Lenin estaba a favor de un gobierno de partido único, pero quedó en minoría. La alianza fue rota por los SR de izquierda tras los acuerdos de Brest-Litovsk (1918), que ellos consideraron una traición: querían continuar una “guerra revolucionaria” contra Alemania.

Si hubiesen esperado unos meses, habrían visto la derrota de Alemania en la guerra, llevando los acuerdos de Brest-Litovsk al basurero de la historia. Sin embargo, indignados, lanzaron varios ataques, asesinando al líder bolchevique Uritsky e hiriendo a Lenin. Los bolcheviques respondieron con una brutal represión. Esta trágica división creó las condiciones para el monopolio bolchevique  del poder.

Pero fundamentalmente creo que hay una diferencia sustancial entre el autoritarismo bolchevique y el totalitarismo estalinista. Rosa Luxemburg se solidarizó con los bolcheviques, pero criticó duramente lo que consideraba “los errores” de Lenin y Trotsky. ¿Hablaría de los “errores” de Stalin? La gran anarquista Emma Goldmann colaboró con los bolcheviques hasta la tragedia de Kronstadt. No creo que ella hiciera lo mismo con Stalin y Beria. Para asegurar su poder, Stalin terminó exterminando, en los años de 1930, al conjunto de los líderes de la Revolución de Octubre que aún vivía. Entre el bolchevismo y el estalinismo hay un río de sangre ...

El anarquista italiano Errico Malatesta escribió en una carta a un amigo, en 1919, el siguiente comentario sobre la Revolución Rusa: los bolcheviques son revolucionarios sinceros, pero sus métodos deben ser rechazados; ellos tendrán por resultado que el poder será monopolizado por un grupo de parásitos, que acabarán por exterminarlos; y esto será el fin de la Revolución.  Me parece una previsión bastante acertada de lo que sucedió.

En un pasaje del libro, Angela escribe, refiriéndose a la URSS en la década de 1920: “esta configuración cambió radicalmente después de la muerte de Lenin”. Este juicio me parece correcto: el proceso de estalinización después de la muerte de Lenin es un cambio radical en relación con el período anterior.

El libro aborda también algunos de los estragos del estalinismo en Brasil en la década de 1930. Algunos de los hechos reportados, de hecho, con documentación precisa, son bastante siniestros. Pero en mi opinión es importante distinguir entre los militantes, muchas veces a personas dignas de respeto, que dedicaron su vida a la causa de los trabajadores – basta pensar en figuras como Carlos Marighella, Joaquim Câmara Ferreira, Mário Alves, Apolônio de Carvalho- y el estalinismo como sistema político perverso. Esto se aplica, por supuesto, también a otros países: no podemos dejar de admirar a un personaje como Missak Manouchian, el comunista armenio que dirigió, en París, la resistencia armada al nazismo, que fue fusilado en 1943.

Para concluir: este libro es una bella contribución a la reflexión, aquí en Brasil, sobre las formas de luchar contra el fascismo y crear las condiciones para un nuevo socialismo, libertario y democrático.

Nota: 1. Angela Mendes de Almeida. Do partido único ao stalinismo. São Paulo, Alameda, 2021, 516 págs.

es un reconocido filósofo e historiador marxista del pensamiento contemporáneo, de origen brasileño afincado en Francia, donde es profesor de universidad.
Fuente:
aterraeredonda.com.br 21 de julio 2021
Traducción:
Carlos Abel Suárez

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