El Comité Antifascista Judío que liquidó Stalin

Ron Capshaw

23/11/2018

Acaso el momento más descorazonador de la sátira de George Orwell sobre la Unión Soviética, Animal Farm, [Rebelión en la granja] sea cuando Boxer, el caballo de carga, que ha trabajado más que nadie por la “revolución animal” es asesinado por el cerdo a lo Stalin de nombre Napoleón.

El Comité Antifascista Judío (CAJ), formado por Josef Stalin durante la II Guerra Mundial con el fin de recaudar fondos para el esfuerzo bélico soviético, fue el equivalente humano de Boxer. Stalin “premió” sus incansables esfuerzos en favor del antifascismo asesinándolos con acusaciones inventadas a partir de 1948, sólo tres años después del Holocausto.

El CAJ pagó con la fatalidad su creencia de que Stalin era antinazi; ciertamente se darían cuenta demasiado tarde de que Stalin era tan antisemita como Hitler.

Mientras los soviéticos se enzarzaban en una lucha a vida o muerte contra los invasores nazis durante la II Guerra Mundial, Stalin formó cínicamente el Comité Antifascista Judío por razones de seguridad soviética. Compuesto por destacados judíos rusos (entre ellos funcionarios del gobierno, como Solomon Lozosky y Solomon Bregman, junto a los escritores Shakne Epstein e Ilya Ehrenberg), al CAJ le encargó el líder soviético la misión de realizar una gira por Occidente para captar fondos destinados al esfuerzo bélico ruso.

Sorprendentemente, buena parte de esta dura tarea la realizaron dos judíos soviéticos, Solomon Mikhoels e Itzik Feffer, que hicieron de emisarios de Stalin ante los países occidentales.

Durante una gira de siete meses por Occidente en 1943, que incluyó un acto en los Estados Unidos al que asistieron 50.000 personas —el mayor acto prosoviético celebrado en los Estados Unidos — el CAJ recaudó 16 millones de dólares en los EE.UU., 15 millones en Inglaterra y 1 millón en México.

Las exitosas labores de recaudación de fondos por parte de Mikhoels y Feffer les ganaron las alabanzas del órgano oficial de prensa soviético, Pravda:

“Mikhoels y Feffer recibieron un mensaje de Chicago según el cual un congreso especial del Comité Conjunto [Antifascista para los Refugiados] inició una campaña para financiar un millar de ambulancias para el Ejército Rojo”.

Realizaron por añadidura una labor de propaganda en favor de Stalin, asegurando al público extranjero que no había antisemitismo en la Unión Soviética.  

En el periodo de postguerra, tras la derrota de los ejércitos de Hitler, el Comité Antifascista Judío prosiguió su apasionado antinazismo. Recogió material sobre la Solución Final. El resultado de su esfuerzo de documentación fue “El libro negro de la judería soviética”, recopilación de pruebas y testimonios de la persecución nazi de los judíos soviéticos reunida por el escritor judío soviético Ilya Ehrenburg y su compatriota Vassily Grossman, un escritor cuya obra ha visto crecer su estima en los años posteriores a su muerte. Ambos hombres fueron miembros del CAJ y en el libro, además de registrar las pruebas de crímenes nazis, destacaban elogiosamente a aquellos judíos que habían resistido a Hitler.  

Este sería el primer clavo en el ataúd del Comité. Pues a Stalin le enojó que el libro se centrara de modo concreto en los resistentes judíos contrarios a Hitler. Por el contrario, quería que se alabara a los ciudadanos soviéticos en conjunto. Como augurio de lo que estaba por llegar, nunca se permitió la publicación completa del libro y en 1948 se destruyó el manuscrito.

En 1948, Stalin recurrió a la naciente Guerra Fría como excusa para desencadenar su antisemitismo y empezó liquidando el Comité Antifascista Judío. Las acusaciones, cogidas por los pelos, se basaban en que al CAJ le habían “dado la vuelta” antisoviéticos occidentales a lo largo de su gira por los Estados Unidos durante la guerra. Se les acusó de tratar de establecer un gobierno antisoviético en Crimea para invadir la Unión Soviética.  

Ese mismo año hizo Stalin que la policía secreta asesinara a Mikhoels. La tapadera fue que Mikhoels había muerto en un accidente de coche. La policía secreta arrojó su cuerpo a la nieve para que lo encontraran ciudadanos soviéticos. Después de Mikhoels, muchos otros miembros del CAJ fueron detenidos y asesinados.

Un año después, en una repetición de los juicios de las purgas de los años 30, quince miembros del CAJ fueron juzgados, torturados entre bastidores para que “confesaran” su labor de espías sionistas en favor de los Estados Unidos (lo que selló su asesinato fue el apoyo del CAJ a Israel), y ejecutados.   

Consciente de estas ejecuciones, Perets Markish, poeta yiddish y miembro del CAJ, que había alabado antaño a Stalin como primer antinazi del mundo en un poema de 20.000 versos, terminó por considerar las metas del líder soviético iguales a las de Hitler: “Hitler quería destruirnos físicamente; Stalin quiere acabar con nosotros espiritualmente”.

En 1952, Stalin ordenó el asesinato de Markish junto a otros trece poetas yiddish y miembros del CAJ, suceso conocido como la Noche de los Poetas Asesinados.  

Afortunadamente, Stalin murió un año después. Pero siguió hasta cerca del final tratando de ejecutar a judíos soviéticos. Treinta y cinco años más tarde, como parte de la perestroika, el gobierno ruso honró a los miembros del CAJ.
 

escritor e historiador norteamericano radicado en Virginia, es colaborador de la revista electrónica The Tablet, de temas hebreos, y de publicaciones como National Review, The Weekly Standard, The Daily Beast o The Washington Times.
Traducción:
Lucas Antón

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