Johan Grimonprez
29/03/2025
Banda sonora para un golpe de Estado concurrió como candidata a un Oscar en la edición de este año junto a No Other Land, la película que denuncia la ocupación israelí, finalmente galardonada con el premio. Ambos son, a qué dudarlo, los documentales más distinguidos y memorables de esta temporada. La entrevista con Johan Grimonprez, director de esta cinta que señala acusatoriamente al colonialismo belga, la intervención encubierta norteamericana y la conspiración para asesinar a Lumumba, puede complementarse con la lectura de un esclarecedor artículo aquí. - SP
Banda sonora para un golpe de Estado (Soundtrack to a Coup D'etat) se abre con imágenes de un solo de batería de Max Roach, cortadas con intertítulos de su esposa, la cantante, actriz y activista Abbey Lincoln, que anuncia la protesta de la Asociación Cultural de Mujeres de Herencia Africana contra el asesinato maquinado por la CIA del primer ministro congoleño Patrice Lumumba, elegido democráticamente: «El viernes, nuestras mujeres irán a las Naciones Unidas... Nos levantaremos y permaneceremos en pie».
Aquella mañana de febrero de 1961, Lincoln, Roach, Maya Angelou y otras 60 personas irrumpieron en el Consejo de Seguridad de la ONU gritando «asesinos, asesinos» y pataleando. Los guardias de seguridad, desprevenidos, lucharon por contener el desorden, mientras los sorprendidos delegados se aferraban a sus mesas.
Su acción se considera un momento fundacional del movimiento Black Power. Para Johan Grimonprez, cineasta y artista belga, es el punto de partida de una exploración de la crisis que siguió a la independencia del Congo de Bélgica en 1960, con el telón de fondo de la Guerra Fría y la aparición del movimiento de los no alineados. La presencia de Lincoln y Roach, cuyo álbum de 1960, We Insist! (¡Insistimos!), vincula explícitamente al movimiento de los derechos civiles con la liberación africana, proporciona una apertura al jazz, lo que no sólo da a la película su banda sonora, sino que pone de relieve la política cultural de la música en la era de los derechos civiles y la descolonización.
El Departamento de Estado de los Estados Unidos, consciente del potencial de poder blando del jazz, envió a músicos de la talla de Dizzy Gillespie y Dave Brubeck de gira por Oriente Medio, África y Asia. Para los músicos, las giras eran una oportunidad increíble, pero comprendían la ironía de actuar como «embajadores del jazz» de los valores norteamericanos de libertad y paz cuando la población negra seguía estando violentamente oprimida en su país. Este dilema constituye el núcleo de Banda sonora…
En 1957, Louis Armstrong canceló un viaje a la Unión Soviética indignado por la negativa de Eisenhower a enviar tropas para proteger a los Nueve de Little Rock [estudiantes afroamericanos que acudieron a clase al instituto el 4 de septiembre de 1957 desafiando la segregación racial en el estado de Arkansas]. En la película se le cita mandando al gobierno al diablo: «No tendrían que enviarme hasta que no arreglen ese embrollo en el Sur». Tres años más tarde, fue enviado al Congo, sin saber que el viaje era una cortina de humo para las actividades encubiertas de la CIA.
La admisión en la ONU de dieciséis nuevos países africanos independientes había alejado el voto mayoritario de las antiguas potencias coloniales, lo que despertó la esperanza de que fuera posible otro mundo. La película muestra cómo se vieron truncados esos sueños cuando la República Democrática del Congo se convirtió en escenario de la Guerra Fría, en la que los Estados Unidos, Bélgica y la Unión Soviética se disputaban el control del país y, sobre todo, el acceso a sus minas de uranio. Respaldadas por tropas belgas, las provincias de Katanga y Kasai del Sur, ricas en minerales, se separaron del Estado. La ONU desplegó fuerzas de mantenimiento de la paz, pero se negó a ayudar al gobierno central en la lucha contra los secesionistas, lo que llevó a Lumumba, partidario de la no alineación, a solicitar ayuda soviética. Respaldado por la CIA, el líder militar Joseph-Désiré Mobutu dio un golpe de estado, expulsando a los asesores soviéticos, encarcelando a Lumumba y estableciendo bajo su control un nuevo gobierno favorable a los Estados Unidos.
A fin de relatar esta historia, Grimonprez adopta un enfoque de collage, reuniendo imágenes de televisión, películas caseras, fotografías y extractos de las memorias de Andrée Blouin, redactor de discursos de Lumumba, el novelista In Koli Jean Bofane y el delegado irlandés ante la ONU, Conor Cruise O'Brien. El jazz impregna la forma misma de la película, en la que Grimonprez y el montador Rik Chaubet efectuando cortes rápidos con la música de Roach, Gillespie, Nina Simone, Eric Dolphy y otros. Candidata a varios premios, la política constituye un gran logro para el director, entre cuyos trabajos anteriores se cuentan Dial H-I-S-T-O-R-Y (1997), Double Take (2009), una colaboración con el novelista Tom McCarthy, y Shadow World (2016), basada en el libro de Andrew Feinstein sobre el comercio mundial de armas. Shadow World le sirvió de inspiración a Grimonprez para «desenterrar la suciedad, la página negra de la historia de mi país», Banda sonora para un golpe de Estado deja al descubierto los intentos de Bélgica de socavar la independencia congoleña y controlar los activos del país. Tribune ha conversado con el director sobre la integración de estos aspectos en el documental. Le entrevista Stewart Smith, periodista y profesor escocés especializado en música y otras artes. Smith ha lanzado recientemente Ion Engine, un boletín dedicado a la música underground y experimental de Escocia.
Stewart Smith: Entonces, ¿el punto de partida de la película fue la implicación de Bélgica en el golpe de Estado?
Bueno, es algo con lo que uno ha crecido y que forma parte del paisaje belga. La herencia colonial lo impregna todo. Se construyó con el dinero del caucho. Así que hemos crecido con esto, pero también hemos crecido en la ignorancia, de manera que esta discrepancia se iba haciendo más grande y siempre he querido hacer algo al respecto. Pero luego está la historia de Nikita Jruschov dando zapatazos [en la ONU], algo que yo conocía desde la investigación para Double Take.
Double Take trata de un doble de Hitchcock, pero Nikita Krushchev también funciona como doble de Hitchcock. Lo que no sabía es que los zapatazos estaban relacionados con la crisis del Congo, que tenían que ver con la gestión del paso del Congo Belga a la independencia, que en realidad no era independencia. Como dicen algunos personajes en la película, fue un asalto neocolonial. Instaló a unos líderes títeres, lo que acabó en una cleptocracia, que es lo que sigue siendo. Bélgica es un país muy joven, y hemos crecido con eso, lo vemos a nuestro alrededor. Y luego está la historia de la que no se hablaba, y el saber que algo no cuadraba. He seguido toda una curva de aprendizaje haciendo la película.
En el Reino Unido, ha habido una gran reacción contra los intentos de sacar a la luz los crímenes del Imperio Británico. ¿Ocurre lo mismo en Bélgica? En el mundo anglófono, a menudo oímos hablar de las atrocidades cometidas por el rey Leopoldo II, pero no tanto de la crónica influencia del neocolonialismo belga.
A menudo se cita a Leopoldo II para no tener que hablar de la actualidad. Por horrible que fuera, constituye una evasiva no hablar de lo que está pasando ahora mismo en el Congo. El Imperio estaba oculto en Bélgica. Imperio del silencio se llamaba.
Hasta hoy en día, yo diría que lo que está pasando en el este del Congo con las milicias privadas que siguen violando a mujeres para vaciar las aldeas y hacerse con los minerales del conflicto constituye en realidad un resultado directo. Es el resultado directo de la zona cero de 1960, cuando los belgas, junto con la CIA, derrocaron aquel primer régimen elegido democráticamente. Así que, en pocas palabras, esa es la espina dorsal de la película. In Koli Jean Bofane, el novelista belga-congoleño que participa en la película, alude a esa trayectoria en la que procedían siempre del Congo todos los minerales conflictivos para todos los grandes conflictos del mundo, pero nunca beneficiaban a los congoleños. Y eso llega hasta nuestros días. Menciona genocidio tras genocidio tras genocidio, y que sigue siendo lo mismo.
¿Cuándo apareció el lado musical de la historia?
Tiene varios componentes. El de los maestros negros de jazz es un componente obvio, porque yo sabía que Louis Armstrong estaba de visita en el Congo en ese momento crucial, pero también que el Departamento de Estado y la CIA estaban de acuerdo en enviar al músico negro de jazz mientras tramaban el golpe. Es exactamente el momento en el que se produce el derrocamiento de Lumumba, pero en el que ya están tramando asesinar también a Patrice Lumumba.
Y así, cuando Louis Armstrong está cenando con Moïse Tshombe en Katanga, el presidente títere, está cenando con Larry Devlin, el agente de la CIA, el embajador estadounidense Timberlake y los consejeros belgas de Tshombe. Es el momento en el que también Mobutu va a acercarse a negociar un intercambio de dinero para tramar el asesinato de Patrice Lumumba. Pero, por supuesto, no lo iba a saber Louis Armstrong. En esencia, le enviaron a un país que legalmente no era en realidad un país. No fue ratificado por las Naciones Unidas, por lo que al Departamento de Estado en realidad no se le permitía enviarlo. Pero es el consejero belga, el grupo de presión de Katanga en Nueva York, el que presiona para que se envíe a Louis Armstrong a Katanga.
En The Jazz Ambassadors [documental de Hugo Berkeley] (2018), oímos que Armstrong tenía bastantes conflictos sobre su papel. ¿Cómo podía viajar por el mundo promocionando Norteamérica como tierra de la libertad, cuando el Sur seguía estando segregado?
El problema de ese documental es que sigue encubriendo la política norteamericana. Toca el tema, pero no profundiza en lo que me parece totalmente hipócrita desde ambos puntos de vista: la conspiración del golpe y la política nacional. Tuve la sensación de que faltaba eso. Pero en esta película [nuestra], creo que el contexto global más amplio de las Naciones Unidas resulta bastante crucial. Con el movimiento independentista, se admitieron en las Naciones Unidas dieciséis países africanos, además de Chipre, lo que crea un gran cambio dentro de la Asamblea General, donde de repente, el sur global es capaz de obtener la mayoría de votos.
Pero ese cambio, y el movimiento independentista, también sirven de inspiración al Movimiento por los Derechos Civiles. Lo que investigué en la película es esa conexión más importante. Cuando hablamos de la rumba, hay una gran conexión transatlántica con Cuba, donde vivían muchos congoleños de tercera y de cuarta generación. Eso inspiró la escena musical. Y luego, poco a poco, hay comercio entre Léopoldville y La Habana. La rumba se trajo de Cuba, se remonta al continente africano. Investigando esta película, me tropecé con el hecho de que siempre que hay una gran agitación o movimiento político, [hay una conexión musical,] como cuando Lumumba exige ser liberado y llega a la Mesa Redonda [la conferencia de enero de 1960 que determinó el futuro del Congo]. Dos días después, se reivindica la independencia. Joseph Kabasele [alias La Grande Kallé] y African Jazz acompañaron a Patrice Lumumba y compusieron Independence Cha Cha en el Hotel Plaza de Bruselas. Kabasele participaría en la campaña [electoral] de Patrice Lumumba en Léopoldville. Lo que se hablaba era muy político, y la escena musical siempre estuvo muy presente en la ciudad. La primera rumba de la película es Ata Ndele de Adou Elenga: «Tarde o temprano, el mundo cambiará». Era una canción muy política, prohibida por los belgas a mediados de los años 50, que encarcelaron a Elenga. Así que hay una conexión. Pero también el jazz. ¡Tenemos el álbum de Abby Lincoln y Max Roach, We Insist! Freedom Now, cuya interpretación] encontramos, por cierto, en la televisión belga.
Esa interpretación es asombrosa. La parte de Triptych: Prayer, Protest, Peace en la que grita Abby Lincoln resulta demoledora
Abby Lincoln y Max Roach cierran la película. Max Roach toca la batería al principio y Abby Lincoln grita al final de la película. Y sabíamos que ella inició esa protesta, junto con la coalición de escritoras de Harlem, con Maya Angelou. También estaban Amiri Baraka y Paul Robeson, pero eso lo eliminamos de la película. Teníamos toda una línea de Paul Robeson en la película, tuvimos que cortarla, pero él también estuvo presente en esa protesta. Esa escena de Abby Lincoln gritando: desde que encontramos ese metraje, sabíamos que ahí era a donde queríamos llegar: a un grito de rabia, que es también un grito de resistencia y un grito por mostrar su desacuerdo con el estado del mundo.
Pero We Insist! se intercala a lo largo de toda la película. La canción Tears for Johannesburg está inspirada en la masacre de Sharpeville, en Sudáfrica. Y también tenemos a [la cantante sudafricana] Miriam Makeba. Con Makeba hay otra historia. Marie Daulne [alias de la cantautora congoleña-belga Zap Mama], que interpreta la voz de Andrée Blouin, grabó su primer álbum con Miriam Makeba aquí en Bruselas. Por eso le pedimos a Marie Daulne que encarnara la voz de Andrée Blouin [nacida en el Congo, el padre belga de Daulne fue asesinado por rebeldes lumumbistas durante la Crisis. Ella y su madre huyeron a Bélgica, país en el que se crió]. Acababa de regresar de la Ciudad de la Alegría, en la provincia de Kyivu, donde trabajaba con mujeres violadas utilizando el canto y la voz como forma de superar el trauma y compartirlo. Así que fue una elección muy apropiada para encargarse de Andrée Blouin.
Me interesaría saber por qué decidiste no tener un narrador y dejar que voces como las de Blouin y Bofane contaran la historia. También tuviste acceso a fotografías familiares y películas caseras, que realmente les infunden vida a sus historias
Me gusta el enfoque caleidoscópico en el que tienes diferentes entradas para intentar abrir lo que sería esa historia. Creo que hay una gran diferencia entre hablar por y hablar con. Así que para mí era importante entablar ese diálogo con otros narradores de la historia que realmente conectaran con ella. Jean Bofane es uno de ellos, y tenía seis años cuando se produjo la independencia. También Andrée Blouin, que fue jefa de protocolo y redactora de discursos de Patrice Lumumba, pero cuya historia se borró de la historia porque hablaba como mujer, y a la que se incluyó en una lista de la inteligencia belga. Intentamos acceder a esos documentos y «desaparecieron».
Otro aspecto llamativo de la película es el modo en que los montajes imitan a menudo la música.
En el montaje, pensamos: ¿por qué no tratar a los políticos como músicos? Muy a menudo teníamos discursos o votaciones de la ONU que se prestaban como letra para la composición de jazz. Así es como nos imaginábamos la película. Y funcionó extraordinariamente bien, porque cada vez encajaban cosas que daban más sentido a lo que ocurría con la música, pero también con la escena política. A veces ocurría lo contrario. Teníamos una yuxtaposición, como con Eric Dolphy en la ceremonia de la independencia, donde comenta lo que dice el rey Balduino. Es lo que yo llamaría interruptores de jazz.
Por supuesto, Eric Dolphy no estuvo presente en la ceremonia de independencia, pero existe ese vínculo panafricano, el movimiento independentista que sirve de inspiración al movimiento por los derechos civiles. Al colisionar esos espacios, [se obtiene] algo revelador. Los músicos no son sólo músicos. También hablan. Es como cuando Max Roach declara que usamos la música como arma. O John Coltrane, que afirma que la música puede ser el inicio del cambio político, aunque él no es en absoluto un músico político. Él consideraba que su música era más espiritual, pero estaba contextualizado por esa sociedad a principios de los 60, así que el hecho de que fuera a Harlem a conocer a Malcolm X dice algo de sus antecedentes y de cómo se imaginaba esas cosas.
Banda sonora para un golpe de Estado está ya disponible en plataformas.