John McDonnell
Kitty Donaldson
Daniel Finn
18/05/2025
Los laboristas se han enajenado el apoyo de su base electoral sin lograr atraer a los votantes de Reform. ¿Cambiará ahora Starmer de rumbo?
John McDonnell
Hasta ahora, la respuesta de los portavoces laboristas a la pérdida de Runcorn y Helsby [distrito electoral del noroeste de Inglaterra en el que se celebró una elección parlamentaria parcial el 1 de mayo, coincidente con las elecciones locales, y en la que los laboristas fueron derrotados por seis votos por la candidata de Reform] –y a los resultados electorales [de las elecciones locales] en su conjunto– ha consistido sobre todo en hacer oídos sordos. No parece que haya comprensión alguna de la emoción profundamente arraigada en la reacción de los simpatizantes laboristas al comportamiento del partido en el gobierno durante los últimos diez meses. Antes se hablaba de la necesidad de una alfabetización emocional en política. Y lo que estamos presenciando es un asombroso nivel de analfabetismo emocional.
Los laboristas tienen la honda impresión de que su partido les ha dado la espalda. No se trata sólo de que sientan que no se les escucha. Es que el gobierno de Starmer y Reeves está haciendo cosas que creen que ningún gobierno laborista debería hacer jamás.
Después de 14 años de soportar año tras año la austeridad de los conservadores, hubo un suspiro colectivo de alivio al deshacerse de los incompetentes, corruptos y brutales conservadores. Puede que Keir Starmer no hiciera una política muy inspirada en el periodo previo a las elecciones del pasado julio, pero al menos teníamos un gobierno laborista.
El problema hoy es que, a veces, el gobierno resulta irreconocible como gobierno laborista. No se trata de la discusión tradicional sobre si el gobierno de Starmer se comporta como el viejo laborismo o como el nuevo laborismo. Se trata de si es laborista a los ojos de la gente que nos ha apoyado o que querría apoyarnos.
La estrategia dictada por la oficina central de Starmer parece consistir en que, con el fin de neutralizar a Reform, el laborismo tiene que situarse lo más cerca posible del partido de Nigel Farage. El argumento aduce que esto les concederá a los laboristas un respiro en los próximos años para realizar aquellas inversiones y mejoras notables en nuestros servicios públicos que redundarán en el apoyo necesario para ganar las próximas elecciones.
El plan se cifraba en que la inversión a gran escala necesaria para mejorar radicalmente nuestros servicios públicos procediera del crecimiento y de una serie limitada de medidas de redistribución fiscal. Los problemas de esta estrategia se hicieron muy pronto evidentes.
Si los laboristas intentan remedar a Reform, la mayoría de los votantes se decantarán por lo auténtico y votarán a Reform, mientras que al mismo tiempo los laboristas se enajenarán a aquellos simpatizantes que están horrorizados de que el partido adopte una postura similar a la de Reform en materia de inmigración.
Si el crecimiento y la inversión en la economía no alcanzan el volumen necesario, la única forma de garantizar estos recursos estriba en recurrir al endeudamiento o la redistribución de la riqueza. Tener una regla fiscal que restrinja el endeudamiento se convierte en gran medida en un argumento técnico, pero cuando las cuentas se equilibran mediante recortes en el subsidio de combustible para el invierno, un «impuesto sobre el empleo» de la seguridad social y recortes en las prestaciones por discapacidad, por mucho que se citen mejoras en las cifras de las listas de espera del NHS [el servicio de salud británico], no se podrá superar el sentimiento de traición que experimentan los partidarios del laborismo.
Los problemas de la estrategia son evidentes, pero no funcionan los mecanismos habituales para comunicar las muestras de descontento. En circunstancias normales, la reacción de los afiliados laboristas en las circunscripciones, o de los diputados y concejales, señalaría un problema emergente.
Este mecanismo de autocorrección en el seno del partido no ha funcionado porque el control centralizado del partido bajo Starmer ha hecho que el debate político en las agrupaciones laboristas de las circunscripciones se clausure o se ignore y que al disentimiento expresado por los diputados laboristas se responda con amenazas de quedar fuera del grupo parlamentario. Como hay un buen número de diputados recién elegidos que han tardado tiempo en encontrar su sitio, es natural que sus voces hayan estado relativamente calladas.
La impresión general es que el Gobierno carece no sólo de estrategia política, sino también que carece de propósito. La gente está cuestionando también la brújula moral de un gobierno que hace aumentar la pobreza entre los niños al mantener el límite de dos hijos [a la hora de recibir ayudas sociales] establecido por los conservadores y entre los pensionistas al someter a comprobaciones de medios materiales las prestaciones de combustible para el invierno, y de un gobierno que pone en riesgo el bienestar de cientos de miles de personas discapacitadas al recortar sus prestaciones.
Es hora de que los miembros del Partido Laborista y los representantes electos se pongan en pie y demanden un replanteamiento de la estrategia laborista, pero también (lo cual es igual de importante), que recuperen el partido para la democracia, de modo que no volvamos a aislarnos de nuestros simpatizantes de esta manera. Un primer paso significativo para simbolizar ese cambio sería que la dirección laborista escuchara a nuestra gente y retirase los recortes a las prestaciones por discapacidad.
Fuente: The Guardian, 3 de mayo de 2025
El momento "Thatcher la ladrona" de Keir Starmer
Kitty Donaldson
La decisión de Margaret Thatcher en 1971 de suprimir el suministro de leche a los alumnos de las escuelas primarias cuando desempeñaba el cargo de secretaria de Educación en el gobierno de Ted Heath se debió a su deseo de gastar lo ahorrado en libros de texto.
Nadie recuerda ese detalle. Por el contrario, el asunto se convirtió en totémico y, aunque en aquel momento sólo se ahorraron 9 millones de libras –o 112 millones a precios de hoy–, aquello le valió el apodo de “Thatcher, Thatcher, ladrona de leche” [Thatcher, Thatcher, milk snatcher].
Pensaba yo que la mofa había muerto con la ex primera ministra, pero una votante lo mencionó hace sólo quince días durante una entrevista en Runcorn y Helsby antes de las elecciones parciales. La mujer, de unos cincuenta años, sólo recordaba vagamente haber bebido alguna vez de las botellas de cristal con tapones de plata brillante –templadas en verano y congeladas en invierno–, pero describió cómo su familia no había vuelto a confiar en los conservadores después de que les quitaran la leche.
Esto demuestra el peligro de eliminar una prestación a la que la gente se ha acostumbrado, aun cuando puede gastarse mejor el dinero en otra cosa o destinarlo a rellenar un agujero fiscal. Es una lección que los laboristas han aprendido por las malas en los resultados de las elecciones locales de la semana pasada, tras perder cerca de dos tercios de los escaños que defendían.
La supresión de la prestación universal del subsidio de invierno para combustible, que constituye en la práctica un complemento de la pensión, se ha convertido hoy en un símbolo sencillo y fundamental de un partido gobernante que ataca a los más vulnerables, incluso aun cuando, de acuerdo con otras medidas, algunos pensionistas estén históricamente en mejor situación.
El año pasado, la pensión estatal subió un 8,5%, lo que supone un aumento anual de 691,60 libras para los que cobran la pensión estatal básica completa o 902,20 libras para los que cobran la nueva pensión estatal completa. Este año, las pensiones estatales subirán un 4,1%, es decir, 363 libras al año para los beneficiarios de la pensión básica o 472 libras para los de la nueva pensión, y el triple bloqueo garantiza una subida por encima de la inflación, algo que no puede decirse del conjunto de los trabajadores.
El año pasado, el Gobierno decidió restringir los pagos del subsidio de invierno para combustible a quienes tuvieran derecho a un crédito de pensión y a otras prestaciones relacionadas con los ingresos, en un intento de ahorrar 1.400 millones de libras. Esta medida, que no figuraba en el programa electoral laborista, significa que unos nueve millones de pensionistas dejarán de tener derecho a este complemento.
"El problema es que no se trata sólo del combustible de invierno. La gente tiene la idea de que, si la has emprendido con el combustible de invierno, vendrás luego a por otra cosa. Los pensionistas no dicen: 'Vale, por un lado, he perdido 200 libras, pero probablemente he ganado más con el cierre triple [de garantía de poder adquisitivo de las pensiones]'. La gente, sencillamente, no lo ve», según un diputado laborista que pasó la semana pasada en campaña. 'Salió a relucir en todas partes'".
Tras el informe de The Guardian sobre una posible revisión de la política -una de las principales razones citadas por los votantes para no apoyar a los laboristas en las elecciones locales de la semana pasada-, de la noche a la mañana el número 10 [de Downing Street] negó cualquier revisión formal. En la ronda de programas matinales, el secretario de Sanidad, Wes Streeting, esquivó deliberadamente las preguntas sobre la posibilidad de reconsiderar dicha medida política. Afirmó que los ministros están “reflexionando sobre lo que nos han dicho los votantes”. La posición del Gobierno quedó fijada más tarde, cuando el portavoz del primer ministro declaró en la sesión informativa de Downing Street del mediodía que la política no había cambiado.
Constituye una señal de que los altos cargos del Gobierno que propusieron la idea son muy conscientes de lo totémica que se ha vuelto, sólo para estrellarse contra la realidad del resto de medidas de ahorro que también hay que poner en práctica. Desde el punto de vista fiscal, es un asunto relativamente pequeño, pero desde el punto de vista político y de reputación, ha demostrado ser mucho mayor de lo que predijo el Gobierno.
En cambio, Downing Street se esforzó por señalar lo bien que les va a los pensionistas con este Gobierno y decir que la decisión se tomó para equilibrar las cuentas. El portavoz de Sir Keir Starmer insistió en que millones de personas verán aumentar su pensión estatal en 1.900 libras de aquí a las próximas elecciones gracias al compromiso con el cierre triple. También señalaron cómo se había producido un aumento de las solicitudes de créditos para pensiones y un impulso al fondo de apoyo a los hogares con más de 400 millones de libras para garantizar que las autoridades locales puedan apoyar a personas y familias vulnerables.
Fuentes del Gobierno afirman que el Departamento de Trabajo y Pensiones [DWP] ha calculado el ahorro que supondría la supresión de la ayuda universal para combustible en invierno teniendo en cuenta que las solicitudes de créditos de pensiones también aumentarían en unas 100.000 solicitudes. Aun modificando ahora ese umbral se correría el riesgo de anular el ahorro conseguido con esta política.
Según un análisis de las cifras del DWP, en las 16 semanas posteriores al anuncio, el pasado mes de julio, el Gobierno recibió unas 150.000 solicitudes, frente a las 61.300 de las 16 semanas anteriores. Sin embargo, se rechazaron muchas de esas nuevas solicitudes: el número de solicitudes de pensiones concedidas aumentó un 17%, de 36.400 a 42.500. Pero el número de solicitudes rechazadas se incrementó en la friolera de 96%: de 27.100 a 53.100. Aún no se dispone de las cifras más recientes, pero son muchos los pensionistas que se ven en apuros.
En el seno del Partido Laborista, la cuestión del subsidio de invierno para combustible se ha convertido en emblemática por una razón diferente. “Creo que la gente tiene la sensación de que a veces se toman decisiones sin tener en cuenta todas sus consecuencias. Fíjense en el combustible de invierno. Fíjese en el daño que se ha hecho, básicamente a cambio de nada. No se puede decir ‘esto ha aportado mucho dinero; podemos hacer algo espectacular con la pobreza infantil o construir más viviendas’. Se han ahorrado tres peniques por un montón de angustia y dolor”, declaró otro diputado laborista a The i Paper.
La ministra primera laborista de Gales, la baronesa Eluned Morgan, que se enfrenta a una victoria de Reform UK o Plaid Cymru en las elecciones al Senado del año que viene, pidió el martes en un discurso al Gobierno británico que “reconsidere” esta política, añadiendo que «surge una y otra vez» entre los votantes. Pero su llamamiento fue rechazado cuando el secretario de prensa de Starmer declaró que su administración no se “desviará del rumbo” tras los resultados de las elecciones locales. “Fuimos elegidos como un partido estable y serio tras 14 años de caos y decadencia”.
Morgan manifestó también que las propuestas de reforma de la asistencia social del Gobierno británico “están causando aquí una gran preocupación, donde tenemos un mayor número de personas dependientes de prestaciones por discapacidad que en otros lugares”.
La queja sobre los recortes pendientes en las prestaciones sociales también estuvo presente en las puertas de la campaña de las elecciones locales inglesas. “Aún no hemos expuesto adecuadamente todos los cambios en materia de asistencia social, así que la gente cree que vamos a quitarles su PIP [ayuda a la autonomía personal], aunque obviamente vayan a conservarla; tienen miedo de lo que vayamos a hacer”, añadió el segundo diputado laborista.
Thatcher quedó tan afectada por la reacción política a la supresión de la leche gratuita en las escuelas que, casi veinte años después, siendo ya primera ministra, impidió que su entonces secretario de Sanidad, Ken Clarke, suprimiera también la leche gratuita para los niños de las guarderías.
Mientras las consecuencias de las elecciones locales seguían dominando el martes la charla en Westminster [en el Parlamento], un tory sugirió sin entusiasmo: “Starmer, Starmer, pegaabuelitas” [Starmer, Starmer, Granny-Harmer], probando una frase que sabían que no funcionaría. Los granjeros llegaron primero tras los cambios en el impuesto de sucesiones y se embolsaron el mejor insulto rimado con: “Keir Starmer, dañagranjeros” [Keir Starmer: Farmer Harmer].
La coalición de votantes que le otorgó a Starmer una amplia mayoría parlamentaria hace sólo diez meses ya se está fracturando. Los laboristas saben que Starmer corre el riesgo de verse definido por una política aplicada sólo tres semanas después de una victoria aplastante.
Fuente: The i Paper, 6 de mayo de 2025
Keir Starmer le ha abierto políticamente las puertas a Nigel Farage
Daniel Finn
El partido reformista de extrema derecha de Nigel Farage obtuvo una notable victoria en las elecciones locales de la semana pasada. Reform se alimenta de la desilusión popular con el gobierno de Keir Starmer, que ha hecho todo lo posible por defraudar las esperanzas de un cambio positivo.
Las elecciones locales inglesas de la semana pasada han resultado un desastre para los partidos laborista y conservador, que perdieron la gran mayoría de los escaños que defendían. El partido Reform de Nigel Farage obtuvo grandes avances, y consiguió la elección de más concejales que los laboristas y los conservadores juntos.
No se trataba de una votación en toda Gran Bretaña: se trataba de una serie de ayuntamientos seleccionados en Inglaterra, de unas elecciones en las que Escocia y Gales no participaban. Pero han representado claramente un gran avance para Reform, que ha ido a menudo por delante de los dos principales partidos en las encuestas nacionales desde principios de año.
Para acabar de sellar la victoria de Farage, su partido consiguió un escaño en Westminster a costa de los laboristas en una elección parlamentaria parcial por un margen de seis votos, después de haber estado casi un 35% por detrás de los laboristas en la misma circunscripción durante las elecciones generales del año pasado. Farage espera ahora alcanzar un punto de inflexión vital en su larga rivalidad con los conservadores.
Un voto útil
En un país con un sistema electoral proporcional, dos partidos de derechas con más del 20% de los votos cada uno estarían en una posición excelente para formar gobierno. En cambio, con el modelo británico de mayoría relativa, podrían anularse mutuamente y acabar con muchos menos escaños de los que cabría esperar de la suma de sus votos.
Farage ha sido tradicionalmente quien ha sufrido la presión de emitir un “voto útil” en la derecha. Tras el resultado de la semana pasada, intentará enfrentarse a los tories desde una posición de fuerza si vienen en busca de un pacto electoral.
En sus anteriores aventuras con el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) y el Partido del Brexit, tal como se conocía inicialmente a Reform, Farage tropezó repetidamente con el obstáculo del sistema de votación británico. El inconformista de derechas y sus aliados obtenían sistemáticamente muy buenos resultados en las elecciones al Parlamento Europeo, que se basaban en una forma de representación proporcional, pero no podían traducirlo en éxito en los siguientes comicios de Westminster. En 2019, el partido del Brexit obtuvo el 30,5% de los votos en las últimas elecciones europeas británicas, pero solo pudo conseguir el 2% en las elecciones generales celebradas unos meses después.
Cabía esperar que la salida de Gran Bretaña de la UE resultara muy perjudicial para las perspectivas electorales de Farage: no sólo le privaba del que había sido su tema central de campaña durante los últimos treinta años, sino que también significaba que ya no dispondría del Parlamento Europeo como trampolín desde el que rebotar en la escena política nacional. Sin embargo, en las elecciones generales del año pasado ocupó por primera vez un escaño en la Cámara de los Comunes, junto con cuatro colegas reformistas, y su partido obtuvo más del 14% de los votos nacionales.
A principios de este año, muchos detractores de Farage esperaban que una agria disputa con Rupert Lowe, diputado de Reform, le hiciera perder fuelle. Pero la polémica con Lowe no parece haber hecho mella en los votantes potenciales de Reform. Desde sus primeros días de éxito con el UKIP, Farage se ha ido peleando con una sucesión de aliados políticos, desde el locutor Robert Kilroy-Silk hasta el ex político conservador Neil Hamilton, sin sufrir ningún daño perdurable.
Habérselas con Musk
El enfrentamiento con Lowe sacó a la luz pública algunas dinámicas interesantes de la derecha angloamericana. Farage ha seguido durante mucho tiempo una estrategia de distanciamiento de la extrema derecha más patente y de la violencia callejera, presentando sus vehículos electorales como una alternativa respetable a grupos como el Partido Nacional Británico y la Liga de Defensa Inglesa, y confiando en alusiones veladas, en lugar de megafonía, para transmitir su mensaje. Decidió lanzar el Partido del Brexit en parte porque consideraba que el UKIP se había escorado demasiado a la derecha en su posicionamiento desde que él había dimitido como líder.
La decisión de Elon Musk de inundar el terreno del discurso público con sus propias ideas a fondo sobre una amplia gama de cuestiones perturbó este cuidadoso acto de equilibrio. Al principio, la asociación de Reform con Musk parecía suponer una bendición para el partido: Farage posó para una foto con el multimillonario tras la victoria electoral de Donald Trump, e incluso se habló de una donación de 100 millones de dólares de Musk a Reform antes de las próximas elecciones generales. Sin embargo, Farage pronto se enfrentó al problema de lidiar con un petulante hombre-niño que resulta ser la persona más rica del planeta.
En el espacio de unos días, Musk pasó de elogiar a Farage a exigir su dimisión como líder de Reform. Según Musk, Farage reveló su falta de idoneidad como líder cuando se negó a abrazar a Tommy Robinson, un agitador racista con una serie de condenas por agresión, fraude, acoso y desacato a un tribunal. Verse asociado a Robinson es precisamente el tipo de maniobra que Farage considera tóxica si Reform quiere convertirse en fuerza hegemónica de la derecha británica. Musk, que parece pasar la mayor parte de sus horas de vigilia engullendo la bazofia de un grupo de cuentas de extrema derecha en Twitter/X antes de regurgitarla a sus seguidores, no tenía ningún interés en tales consideraciones prácticas.
Farage se sintió obligado a poner poner cara jovial a sus desacuerdos con Musk. Pero fue menos diplomático en su respuesta a Lowe, que esgrimió argumentos semejantes para dar un bandazo a la derecha sin el escudo protector de una inmensa fortuna personal. El apoyo de Musk a Lowe no le sirvió de nada al diputado cuando Farage lo excluyó del grupo parlamentario por acusaciones de acoso.
Reform es en gran medida un vehículo personal para Farage, sin las estructuras convencionales de un partido basado en la afiliación. Farage lo diseñó así desde el principio, ya que la experiencia de tratar con los miembros del UKIP durante su etapa como líder le resultó muy agotadora. Un partido unipersonal tiene sin duda sus ventajas a la hora de presentar una línea clara y cohesionada. Sin embargo, significa también que Reform tiene poca fuerza en profundidad mientras Farage se prepara para la siguiente etapa de su ofensiva política.
Capitalista del desplome
Farage y sus aliados han elaborado planes para crear un grupo de expertos que les ayude a desarrollar su agenda política. Esperan atraer financiación de donantes de Trump en los Estados Unidos: “MAGA, tecnológicas, conservadores religiosos”. El tesorero de Reform, Nick Candy, pretende lanzar asimismo una gran campaña de recaudación de fondos en paraísos fiscales como Mónaco, Suiza y Emiratos Árabes Unidos, consiguiendo el apoyo de británicos ricos que preferirían no contribuir a las finanzas públicas pero que, sin embargo, tienen opiniones muy firmes sobre cómo debe gobernarse el país.
El objetivo estriba claramente en reclutar a un conjunto de ricos benefactores que serán menos exigentes y caprichosos que Musk, dejando a Farage el timón del barco en el día a día. Un partido así, con Farage al timón, no va a hacer evidentemente nada que ayude a la clase trabajadora en caso de llegar al poder. Sin embargo, Reform ha estado intentando ganarse a los votantes de la clase trabajadora con una versión de pega del populismo económico, con una simpática algarabía sobre los basureros en huelga de Birmingham, pidiendo la nacionalización de British Steel y despotricando contra la avaricia de las compañías privadas de agua.
Sería mucho más difícil para Farage llevar a cabo esta maniobra si el Partido Laborista no se hubiera esforzado tanto por expurgar el auténtico populismo de izquierdas que Jeremy Corbyn y John McDonnell promovieron entre 2015 y 2019. Keir Starmer y su canciller, Rachel Reeves, han pasado su primer año en el cargo contrariando a los votantes laboristas con recortes a las prestaciones por discapacidad y al subsidio de combustible para el invierno de los pensionistas.
Aunque partían de una base muy baja, con menos del 34% de los votos en las elecciones del año pasado, han conseguido reducir el apoyo a los laboristas, en un momento en que los conservadores se han desinflado bajo el liderazgo de Kemi Badenoch. Los de Reform han logrado superar a los laboristas sin superar la barrera del 30% en ninguna de las encuestas realizadas hasta la fecha. Un diputado laborista, en declaraciones extraoficiales, resumió el dilema del partido para The Guardian: “Está muy bien que el nº 10 [de Downing Street] diga que tenemos que seguir cumpliendo. El problema es que la gente odia lo que hemos hecho”.
Como han dejado absolutamente claro los apparatchiks laboristas que eligieron a Starmer como agente suyo, la precipitada huida de las políticas de los años de Corbyn no tiene nada que ver con el pragmatismo electoral. Son hostiles a ideas básicas de la izquierda, como la propiedad pública y la vivienda social, por una cuestión de principios, y porque quieren que su proyecto sea financiado por empresarios ricos en lugar de por miembros del partido y de los sindicatos. Prefieren perder por la derecha que ganar por la izquierda.
Farage fue objeto de numerosas burlas por abrirse una cuenta en Cameo, la página que permite comprar felicitaciones personalizadas de famosos menores. Sin embargo, esta maniobra para recaudar dinero parece casi sana si se compara con la del secretario de Sanidad laborista, Wes Streeting, y sus vínculos financieros con intereses de la atención sanitaria privada. Para gente como Streeting, el sueño final consiste en asegurarse una lucrativa carrera postpolítica a la manera de Tony Blair, cuyo Instituto para el Cambio Global hace las veces de versión glorificada de Cameo para los principales partidarios de Blair entre petroestados y multimillonarios tecnológicos.
Mentiras de un pálido azul
Cuando los laboristas votaron por Starmer en 2020, la mayoría de ellos pensó probablemente que tendrían el equivalente británico del presidente del Gobierno español Pedro Sánchez: menos radical en el fondo y más convencional en el estilo que Corbyn, pero dispuesto a trabajar con la izquierda y a asumir algunas de sus ideas. En lugar de eso, entregaron sin querer las riendas a una camarilla destructiva cuyos miembros no tienen ningún interés en utilizar el cargo gubernamental para cambiar la sociedad a mejor. No cabe duda de que se puede derrotar a Farage, pero estas no son las personas adecuadas para hacerlo.
Dice mucho de esta camarilla que sus principales miembros graviten ahora hacia la corriente “laborista azul” [Blue Labour] vinculada a Maurice Glasman. Glasman es un especialista académico con título de nobleza no hereditario que se presenta a sí mismo como campeón de la clase trabajadora británica frente a una “élite progresista” que la mantiene supuestamente bajo control. Un reciente perfil publicado en el Observer lo muestra como una figura engreída, resentida y, sobre todo, vacua, cuyos comentarios desdeñosos y altaneros sobre la izquierda laborista –“no tienen nada intelectual; ningún análisis del capitalismo en absoluto”– encajan como un guante en su propia tendencia.
Glasman se muestra claramente deslumbrado por la atención que ha recibido de J. D. Vance y Steve Bannon, que no tienen ningún problema en reconocer a un bobo fácilmente impresionable cuando lo ven. El par nobiliario laborista describe MAGA como un proyecto «a favor de los trabajadores» sin mencionar los ataques a los sindicatos y los servicios sociales que ha lanzado la administración Trump. De hecho, es seguro suponer que aprueba esos ataques. Después de todo, su única queja sobre los recortes de prestaciones por discapacidad llevados a cabo por Reeves es que no van lo bastante lejos: “Me gustaría ver una verdadera aniquilación del Estado del Bienestar administrativo”.
Aunque el perfil que el Observer hace de Glasman describe al Blue Labour como un «grupo de campaña en pro de la clase trabajadora y socialmente conservador», su programa no contiene ninguna propuesta para la capacitación de la clase trabajadora tras décadas de intervención estatal de mano dura para mantener fragmentados y desorganizados a los trabajadores británicos. Un artículo para el Daily Mail de Dan Carden, el diputado de Liverpool que preside el grupo Blue Labour en Westminster, arremetía contra la “economía neoliberal”, pero no mencionaba la panoplia de legislación antisindical que impide a los trabajadores enfrentarse a sus empleadores.
Carden y sus socios preferirían hablar de convertir la mitad de las universidades británicas en institutos de formación profesional antes que proponer la derogación de una sola ley antisindical, incluidas las promulgadas por los conservadores durante la última década. Para los laboristas azules, la clase obrera sólo es útil como apoyo retórico: un grupo identitario atomizado que no puede representarse a sí mismo y al que debe representar figuras como Glasman. No es de extrañar que la tendencia atraiga tanto a operadores políticos como el jefe de gabinete de Starmer, Morgan McSweeney.
Identidad equivocada
Hubo un pequeño pero revelador ejemplo de cómo la política británica llegó a su estado actual durante el periodo previo a las elecciones locales. Sky News tuvo que disculparse después de que su presentadora, Sophy Ridge, afirmase falsamente que el diputado independiente Iqbal Mohamed había sido suspendido del Partido Laborista por antisemitismo. Ridge, que realizó dichos comentarios sobre Mohamed mientras entrevistaba a Corbyn, parece haber confundido al diputado con un antiguo concejal laborista llamado Mohammed Iqbal.
Mohamed forma parte de un grupo de diputados independientes que fueron elegidos el año pasado con programas que destacaban el apoyo de los laboristas al genocidio de Gaza. Esos diputados han estado trabajando con Corbyn para mantener la cuestión de Gaza en la agenda política, cuando el gobierno de Starmer preferiría claramente verla olvidada. La torpe difamación de Ridge se basa en años de esfuerzos concentrados en la política británica por confundir la oposición a la ocupación israelí y al apartheid con el antisemitismo. El propio Starmer utilizó esa confusión para marginar a la izquierda dentro del Partido Laborista.
Si un presentador de Sky News hubiera confundido a un diputado reformista con un ex concejal conservador que fue suspendido por racismo, por el mero hecho de tener nombres que suenan parecido, sin duda habría sido el final de su carrera en la radiodifusión. La maquinaria mediática de derechas habría generado varios ciclos de indignación, y la dirección de Sky habría emitido una disculpa rastrera a Reform y a sus votantes. Sin embargo, el golpe a la reputación de Mohamed ni siquiera generó una onda en el discurso público británico.
La continua presión por excluir y deslegitimar a quienes desafían el consenso político británico desde la izquierda ha creado un entorno acogedor para los disidentes de derechas como Farage. Pueden hacerse pasar por críticos de un modelo económico disfuncional mientras aseguran a los ricos donantes que nunca harán nada que interfiera con sus intereses fundamentales. Farage está entrando en la corriente política dominante por una rampa que le ha construido el establishment al que dice despreciar.
Fuente: Jacobin, 5 de mayo de 2024