“El negocio agroalimentario pondría en riesgo millones de vidas”. Entrevista a Rob Wallace

Rob Wallace

28/03/2020

El coronavirus tiene al mundo en estado de shock. Pero, en lugar de combatir las causas estructurales de la pandemia, el Gobierno se centra en medidas de emergencia. Conversamos con Rob Wallace (biólogo evolutivo) sobre los riesgos de la COVID-19, la responsabilidad del negocio agroalimentario y las soluciones sostenibles para combatir las enfermedades infecciosas. La entrevista la realizó Yaak Pabst.

¿Cuán peligroso es el nuevo coronavirus?

Depende del momento en que se encuentre el brote local de COVID-19: en la fase inicial, en el pico o en fase tardía. También depende de lo buena que sea la respuesta sanitaria de tu región y su demografía, depende de tu edad, de si estás en riesgo inmunológico o de tu salud, en general. Por plantear una posibilidad que hace imposible el diagnóstico: ¿tu inmunogenética, la genética subyacente a tu respuesta inmunitaria, se alinea con el virus?

Así, pues, ¿todo este barullo con el virus es una simple táctica para asustar?

Ciertamente, no. Al principio del brote en Wuhan, la COVID-19 estaba en una tasa de letalidad de entre el 2 y el 4%. Fuera de Wuhan, la tasa parece caer al 1%, o a menos, pero también parece alcanzar el máximo en otros sitios, aquí y allí, incluyendo a lugares como Italia y Estados Unidos. Su alcance no parece muy grande en comparación con, por ejemplo, el del síndrome respiratorio agudo grave (10%), la gripe de 1918 (5-20%), la “gripe aviar” H5N1 (60%) o, en algunos lugares, el Ébola (90%). Pero, ciertamente, supera al de la gripe estacional (0,1%). Sin embargo, el peligro no es sólo una cuestión de letalidad. Tenemos que luchar contra la denominada penetrancia o tasa de ataque comunitario: en cuánta de la población mundial ha penetrado el brote.

¿Podrías ser más concreto?

La red global de viajes está en un nivel récord de conectividad. Sin vacunas o antivíricos específicos para los coronavirus ni, en este momento, ninguna inmunidad colectiva contra el virus, incluso una cepa de sólo el 1% de mortalidad puede suponer un peligro considerable. Con un período de incubación de más de dos semanas y pruebas cada vez mayores de que se da algún tipo de transmisión antes de contraer la enfermedad —antes de saber que estamos infectados—, probablemente pocos lugares estarían libres de infección. Si la COVID-19 registra, digamos, una letalidad del 1% en el proceso de infección de cuatro mil millones de personas, eso serían cuarenta millones de muertos. Una proporción pequeña de un número grande puede seguir siendo un número grande.

Ésas son cifras estremecedoras para un patógeno supuestamente menos virulento...

Sin duda, y estamos solamente en el comienzo del brote. Es importante comprender que muchas infecciones nuevas pueden cambiar en el transcurso de la epidemia. Se puede atenuar la infecciosidad, la virulencia o ambas. Pero, por otra parte, otros brotes aumentan en virulencia. La primera ola de pandemia gripal de la primavera de 1918 fue una infección relativamente leve. Fueron la segunda y la tercera olas, de invierno de ese año y de 1919, las que mataron a millones de personas.

Pero los escépticos con la pandemia argumentan que el coronavirus ha infectado y matado a menos pacientes que la típica gripe estacional. ¿Qué piensas de eso?

Sería el primero en celebrar que este brote se quedara en nada. Pero esos esfuerzos por negar el posible peligro de la COVID-19 citando otras enfermedades mortales, especialmente la gripe, es un recurso retórico para presentar la preocupación por el coronavirus como fuera de lugar.

A que la comparación con la gripe estacional cojea...

Tiene poco sentido comparar dos patógenos en fases distintas de sus curvas epidémicas. Sí, la gripe estacional infecta a muchos millones de personas a escala mundial y mata, según cálculos de la OMS, a más de 650.000 personas al año. Sin embargo, la COVID-19 no ha hecho más que empezar su trayecto epidemiológico. Y, a diferencia de la gripe, no tenemos vacuna ni inmunidad colectiva para ralentizar la infección y proteger a las poblaciones más vulnerables.

Aun cuando la comparación es confundente, ambas enfermedades corresponden a virus, incluso a un grupo específico: los virus ARN. Ambas pueden causar enfermedad. Ambas afectan a la boca y la garganta y, a veces, también a los pulmones. Ambas son muy contagiosas.

Ésas son similitudes superficiales, que soslayan una parte decisiva en la comparación de ambos patógenos. Sabemos mucho sobre la dinámica de la gripe. Sabemos muy poco de la COVID-19. Está llena de interrogantes. De hecho, muchas cosas de la COVID-19 son incognoscibles hasta que el brote se desarrolla plenamente. Al mismo tiempo, es importante comprender que no se trata de COVID-19 versus gripe. Se trata de COVID-19 y gripe. La aparición de múltiples infecciones susceptibles de convertirse en pandémicas y atacar conjuntamente a poblaciones debería ser la preocupación central.

Has estado investigando las epidemias y sus causas durante varios años. En tu libro Big Farms Make Big Flu (Las grandes granjas producen grandes gripes) intentas establecer esas relaciones entre agricultura industrial, agricultura ecológica y epidemiología viral. ¿Cuáles son tus descubrimientos?

El verdadero peligro de cada nuevo brote es la incapacidad o —mejor dicho— la negación oportunista a comprender cada nueva COVID-19 como un incidente no aislado. El incremento de la aparición de virus está estrechamente vinculado a la producción alimentaria y los beneficios de las empresas multinacionales. Cualquiera que pretenda entender por qué los virus son cada vez más peligrosos debe investigar el modelo industrial de agricultura y, más concretamente, de la producción de ganado. Actualmente, pocos Estados y pocos científicos están preparados para ello. Todo lo contrario. Cuando surgen nuevos brotes, los Gobiernos, medios de comunicación e incluso la mayor parte del establishment médico están tan centrados en cada emergencia individual que soslayan las causas estructurales que están convirtiendo, uno tras otro, a múltiples patógenos marginales en una repentina celebridad mundial.

¿De quién es la culpa?

He dicho que de la agricultura industrial, pero hay que ampliar el foco. El capital encabeza, a escala mundial, la apropiación de los últimos bosques primigenios y de las tierras cultivadas por pequeños propietarios. Esas inversiones implican deforestación y desarrollo, que conducen a la aparición de enfermedades. La diversidad funcional y la complejidad que representan esas enormes extensiones de tierra se están simplificando de tal modo que patógenos previamente encerrados se están esparciendo sobre el ganado y las comunidades humanas locales. En suma, habría que considerar como principales focos de enfermedades a los centros de capital, lugares como Londres, Nueva York y Hong Kong.

¿Para qué enfermedades es ése el caso?

En este momento, no hay patógenos independientes del capital. Incluso los más remotos están afectados por éste, aunque sea distalmente. El Ébola, el Zika, los coronavirus, la fiebre amarilla otra vez, una miríada de gripes aviares y la peste porcina africana están entre los muchos patógenos que hacen su camino desde los interiores más remotos hasta los nudos periurbanos, capitales regionales y, últimamente, las redes globales de viajes. Desde los murciélagos de fruta en el Congo hasta matar en pocas semanas a la gente que toma el sol en Miami.

¿Cuál es el papel de las empresas multinacionales en este proceso?

En este momento, el planeta Tierra es el planeta Granja, tanto en biomasa como en tierra utilizada. El negocio agroalimentario está intentando monopolizar el mercado alimentario. La práctica totalidad del proyecto neoliberal se centra en apoyar los esfuerzos de empresas sitas en los países más industrializados por robar la tierra y los recursos de los países más débiles. Como resultado de ello, muchos de esos nuevos patógenos, que antes las ecologías de bosques largamente evolucionados mantenían bajo control, ahora brotan libremente y amenazan al mundo entero.

¿Qué efectos tienen en esto los métodos de producción del negocio agroalimentario?

La agricultura guiada por el capital que sustituye a las ecologías naturales ofrece los medios precisos para que los patógenos pueden evolucionar hasta convertirse en los fenotipos más virulentos e infecciosos. No podrías diseñar un sistema mejor para engendrar enfermedades mortales.

¿Por qué?

El aumento del monocultivo genético de los animales domésticos elimina cualquier cortafuegos inmunitario que pueda haber para frenar la transmisión. Tamaños y densidades de población mayores facilitan mayores tasas de transmisión. Esas condiciones de masificación debilitan la respuesta inmunitaria. Alta producción, un componente de cualquier producción industrial, proporciona constantemente suministro renovado de material propenso, el combustible para la evolución del virus. En otras palabras, el negocio agroalimentario está tan centrado en los beneficios que la selección de un virus capaz de matar a mil millones de personas se trata como un riesgo que vale la pena correr.

¡¿Qué?!

Esas empresas sólo pueden externalizar sobre cualquier otro los costes de sus operaciones epidemiológicamente temerarias. Desde los propios animales hasta los consumidores, los agricultores, las ecologías locales y los Gobiernos de todos los ámbitos. Los daños son tan grandes que, si tuviéramos que devolver esos costes a los balances de las empresas, el negocio agroalimentario, tal y como lo conocemos, se acabaría para siempre. Ninguna empresa podría soportar los costes de los daños que provoca.

En muchos medios de comunicación se dice que el punto de arranque del coronavirus está en un “mercado alimentario exótico” en Wuhan. ¿Es eso cierto?

Sí y no. Hay pruebas espaciales a favor de esa idea. El rastreo de infecciones relacionadas nos lleva al mercado mayorista de mariscos de Wuhan, donde se vendían animales salvajes. El muestreo ecológico parece ubicar en el extremo occidental el lugar donde se capturaba a los animales salvajes. Pero ¿cuán atrás y con cuánta amplitud deberíamos investigar? ¿Cuándo comenzó exactamente la situación de emergencia, en realidad? El poner el foco en el mercado soslaya los orígenes de la agricultura silvestre fuera de las zonas interiores y su creciente capitalización. En conjunto, y en China, los alimentos silvestres se están convirtiendo en un sector económico más formalizado. Pero su relación con la agricultura industrial va más allá del hecho de compartir la fuente de ingresos. A medida que la producción industrial —porcina, aviar y similares— se expande hacia los bosques primigenios, ejerce presión sobre los operadores de alimentos silvestres para adentrarse más en el bosque en busca de poblaciones de recursos, lo que incrementa el punto de contacto con, y la propagación de, nuevos patógenos, incluyendo a la COVID-19.

La COVID-19 no es el primer virus desarrollado en China que el Gobierno intenta ocultar.

Así es, pero eso no es ninguna excepción china. Los EE UU y Europa también han servido de zonas de impacto para nuevas gripes, recientemente las H5N2 y HRNx, y sus multinacionales y proxies neocoloniales provocaron la aparición del Ébola en África occidental y del Zika en Brasil. Los funcionarios de la salud pública estadounidenses encubrieron al negocio agroalimentario durante los brotes de H1N1 (2009) y H5N2.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado ahora “emergencia sanitaria internacional”. ¿Es correcto ese paso?

Sí. El peligro de un patógeno así es que las autoridades sanitarias no sean capaces de comprender la distribución del riesgo estadístico. No tenemos ni idea de cómo puede responder el patógeno. En cuestión de semanas pasamos de un brote en un mercado a infecciones expandidas por todo el mundo. El patógeno podría agotarse. Eso sería genial. Pero no sabemos si eso pasará. Una preparación mejor aumentaría la probabilidad de reducir la velocidad de fuga del patógeno.

La declaración de la OMS también es parte de lo que llamo teatro pandémico. Las organizaciones internacionales han muerto ante la inacción. Me viene a la memoria la Liga de Naciones. Las organizaciones de Naciones Unidas siempre andan preocupadas por su relevancia, poder y financiación. Pero ese accionismo también puede converger con la preparación y prevención actuales que el mundo necesita para interrumpir las cadenas de transmisión de la COVID-19.

La reestructuración neoliberal del sistema de asistencia sanitaria ha empeorado tanto la investigación como la asistencia general a los pacientes, por ejemplo, en los hospitales. ¿Qué diferencias podría marcar un sistema sanitario mejor financiado para combatir el virus?

Existe la terrible pero reveladora historia del empleado de una empresa de productos sanitarios que, tras regresar de China con síntomas similares a la gripe, hizo lo correcto, por su familia y su comunidad, y solicitó a un hospital local que le hiciera la prueba de COVID-19. Le preocupaba que la mínima reforma sanitaria de Obama no cubriera el coste de las pruebas. Y tenía razón. De repente se encontró con una deuda de 3.270 dólares. Una reivindicación estadounidense podría ser la promulgación de una orden de emergencia que estipule que, durante el brote de una pandemia, todas las facturas médicas relacionadas con las pruebas de infección y el tratamiento tras un positivo las pague la Administración federal. Queremos animar a la gente a que busque ayuda, en lugar de esconderse —e infectar a otros— porque no puede permitirse pagar el tratamiento. La solución evidente es un servicio nacional de salud —plenamente dotado y equipado para lidiar con este tipo de emergencias de ámbito comunitario— para que no surja nunca el ridículo problema de que se desincentive la cooperación comunitaria.

Tan pronto como se descubre el virus en un país, los Gobiernos reaccionan con medidas autoritarias y punitivas, tales como la cuarentena obligatoria de regiones y ciudades enteras. ¿Están justificadas esas drásticas medidas?

Utilizar un brote para probar lo último en control autocrático tras el brote es capitalismo del desastre descarrilado. Desde el punto de vista de la salud pública, preferiría equivocarme por exceso de confianza y compasión, que son variables epidemiológicas importantes. Sin ellas, las Administraciones pierden el apoyo de la población. El sentido de la solidaridad y el respeto común son decisivos para obtener la cooperación que necesitamos para sobrevivir juntos a esas amenazas. Las cuarentenas autoimpuestas con el correspondiente apoyo de controles por parte de brigadas vecinales entrenadas, camiones de suministro alimentario puerta a puerta, permisos de trabajo y seguro de desempleo pueden producir ese tipo de cooperación, todos estamos unidos en esto.

Como quizá sepas, en Alemania, con Alianza por Alemania (AfD) tenemos de facto un partido nazi en el parlamento, con 94 escaños. La ultraderecha nazi y otros grupos, junto a políticos de AfD, utilizan la crisis del coronavirus para su agitación. Difunden informes falsos sobre el virus y exigen más medidas autoritarias al Gobierno: restricción de vuelos y suspensión de entradas de migrantes, cierre de fronteras y cuarentenas forzadas...

La prohibición de viajar y el cierre de fronteras son exigencias con las que la extrema derecha quiere racializar lo que ahora son enfermedades globales. Esto, por supuesto, es un sinsentido. En este momento, como el virus está a punto de propagarse por todas partes, lo razonable es trabajar en el desarrollo del tipo de resistencia de la salud pública en que no importe quién muestre una infección y tengamos los medios para tratarle y cuidarle. Por supuesto, detengamos en primer lugar el robo de tierra al pueblo en el extranjero que provoca los éxodos y podremos evitar la aparición de patógenos.

¿Cuáles serían los cambios sostenibles?

Para reducir la aparición de nuevos brotes de virus, la producción de alimentos tiene que cambiar radicalmente. La autonomía agrícola y un sector público robusto pueden contener los trinquetes ecológicos y las infecciones desbocadas. Introducir diversidad en el ganado y los cultivos —y la resilvestración estratégica— tanto a escala de explotaciones como regional. Permitir a los animales destinados a la alimentación que se reproduzcan in situ, para que transmitan las inmunidades que están probadas. Conectar la producción justa con la circulación justa. Ayudar a la producción agroecológica subvencionando los programas de apoyo a precios y compra por parte de los consumidores. Defender estos experimentos tanto de las obligaciones que impone la economía neoliberal a individuos y comunidades por igual y de la amenaza de la represión dirigida por el capital.

¿Qué llamamiento deberían hacer los socialistas ante la dinámica de incremento de brotes de enfermedades?

El negocio agroalimentario como modo de reproducción social debe acabar para siempre, aunque sólo sea por razones de salud pública. La producción de alimentos altamente capitalizada depende de prácticas que ponen en peligro a la totalidad de la humanidad, en este caso contribuyendo a desatar una nueva pandemia letal. Deberíamos exigir la socialización de los sistemas alimentarios, de tal manera que, en primer lugar, patógenos tan peligrosos como éste no aparezcan. Eso requerirá, en primer lugar, la reintegración de la producción alimentaria en las necesidades de las comunidades rurales y prácticas agroecológicas que protejan al medio ambiente y a los agricultores, ya que cultivan nuestros alimentos. En términos generales, debemos reparar la grieta metabólica que separa a nuestras ecologías de nuestras economías. En resumidas cuentas, tenemos un planeta que ganar.

Biólogo evolutivo. Es autor de 'Big Farms Make Big Flu' (Las grandes granjas producen grandes gripes)
Fuente:
Marx21, 11 de marzo de 2020, https://www.marx21.de/coronavirus-agribusiness-would-risk-millions-of-deaths/
Traducción:
Daniel Escribano

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