Fascismo en las calles: el gobierno italiano se enfrenta a una nueva prueba

Norma Rangeri

17/10/2021

He aquí el "eterno fascismo" contra el que nos advirtió Umberto Eco, cuando explicaba los síntomas del virus que hizo de Italia incubadora, y luego modelo europeo, de un régimen antiparlamentario, violento, contrario a la libertad, antisemita y belicista. Un virus endémico que no ha dejado de envenenar la democracia recuperando el saludo romano (útil e higiénico, según el candidato a la alcaldía de Roma [por el centroderecha], [Enrico] Michetti) en innumerables manifestaciones, y organizando ataques contra las personas comprometidas en la lucha en favor de los menos poderosos, los migrantes, los gitanos o quienes se encuentran en centros sociales.

Un virus que hoy, cien años después de los primeros asaltos a las Cámaras de Trabajo, está exacerbando el contagio social dentro de una crisis pandémica que ha puesto en tensión las reglas de la convivencia democrática, con organizaciones y grupos que intentan aprovechar la ignorancia y el miedo en las concentraciones del "no-vax" (antivacunas), erigiéndose en vanguardia de las protestas, pescando adeptos dentro de una clase media empobrecida y desintegrada, con el objetivo de unirlos en una cadena mortífera, identificando y golpeando en última instancia el mayor objetivo simbólico: la sede nacional de la CGIL [Confederación General Italiana del Trabajo, el mayor sindicato del país]. Y se detuvieron apenas a unos metros del despacho del primer ministro en el Palazzo Chigi.

Lo ocurrido en Roma pone también en tela de juicio al prefecto romano y al ministro del Interior. Las fuerzas policiales resultaron insuficientes y no estaban preparadas, y quienes debían controlar los movimientos de los dirigentes de Forza Nuova no los controlaron.

Es probable que nadie esperase una protesta violenta de miles de personas. Pero alguien tendrá que responder por cómo se gestionó. Sobre todo, porque las intenciones de los militantes y dirigentes de Forza Nuova eran bastante manifiestas: bastaba con leer los mensajes en la Red que elogiaban las acciones sensacionalistas contra las sedes institucionales, a imitación de lo que ocurrió en el Capitolio de Washington, tras la derrota de Trump: un ensayo general de guerra civil en la televisión mundial.

Por supuesto, sin un fuerte apoyo político, estos impulsos vanguardistas, estos grupos neofascistas, estarían destinados a volver al basurero en el que la historia los ha confinado. Sobre todo porque el control de la pandemia ha aflojado gracias a las vacunas y las limitaciones a la libertad de movimiento de los ciudadanos se están reduciendo gradualmente. Y esto quizás explique también la furia con la que la turba “no-vax” atacó al personal sanitario de la sala de urgencias del Policlínico Romano, culpable sólo de hacer su trabajo.

La derecha italiana, representada en el Parlamento y a la que votan millones de ciudadanos italianos, es una derecha extremista, antiliberal, nacionalista y racista. Son cercanos y amistosos con sus otros hermanos europeos, como lo demuestra el hecho de que, mientras la sede de la CGIL era atacada, Meloni estaba en España en un acto organizado por Vox, el movimiento español de inspiración franquista. Y su escalofriante declaración equívoca sobre el asalto a la CGIL, difundida en todos los medios de comunicación, de que "desconozco las circunstancias de origen de la violencia", ciertamente no contribuye a desmentir la opinión de que su propio partido puede considerarse vinculado a movimientos neofascistas. Al fin y al cabo, la investigación de la Fanpage demuestra que existe un trasfondo de camisas negras que arroja una luz inquietante sobre su partido, y que hay que combarlo.

Puede que esta vez las turbas de la "marcha sobre Roma" no se salgan con la suya. Pero no es algo que se dé por hecho. Porque la disolución de los movimientos y grupos neofascistas también se ha pedido en otras ocasiones, sin ningún resultado. En el pasado, por diversas razones (no agitar las aguas, indiferencia y desatención hacia el problema, falta de fundamentos jurídicos sólidos e incontrovertibles), el llamamiento a la ilegalización de los fascistas fue asumido sólo por las organizaciones de izquierda, la ANPI [Asociación Nacional de Partisanos de Italia] y este periódico. ¿Cómo olvidar la batalla librada por Luigi Pintor en 1971 contra Giorgio Almirante, ese asesino de partisanos? Aquella iniciativa también fue criticada por dar energía a los fascistas y, en última instancia, favorecer a Andreotti.

Ahora el coro de voces que piden el cierre de las sucursales de Forza Nuova, y de movimientos similares, se ha hecho mucho más grande. Y la propuesta y solicitud de prohibición de estos movimientos que se presentó en el Parlamento encontrará seguramente muchos partidarios. Nosotros también la apoyamos. Sin embargo, somos muy conscientes de que el valor simbólico de ese acto resolverá poco con respecto al problema concreto de la existencia de estos grupos.

Al mismo tiempo, es igualmente evidente que la indignación general no es suficiente, ni siquiera cuando se alcanza un umbral tan importante. Ni siquiera si la condena procede del presidente Draghi, que cuenta con un amplio apoyo incluso entre las filas del fascismo-Liga, que buscan astutos resquicios para distanciarse (ignorando a propósito que entre los asistentes a esa protesta había miles de votantes de la Lega y de los Fratelli d'Italia que aplaudían las consignas llenas de rabia y violencia gritadas desde el estrado de los fascistas en la Piazza del Popolo).

Meloni tiene la llama tricolor del antiguo MSI como parte del logotipo de su partido, y Salvini está a años luz de Umberto Bossi, que de hecho asistió a la manifestación del 25 de abril para celebrar la liberación de Italia del fascismo organizada por il manifesto. Cuando Luciano Canfora explica el comportamiento y las declaraciones fascistas contra los inmigrantes del ex ministro del Interior, destaca que hay mucho más en juego que la violencia de las turbas fascistas. Está el conflicto entre fascismo y democracia que, en esta segunda década del siglo XXI, implica a la política y a las luchas contra las desigualdades sociales, y el cambio radical del modelo económico.

Y porque no queremos que todo acabe en la retórica y las emociones de un día, lo repetiremos: las organizaciones neofascistas deben ser disueltas por el gobierno, antes de que el Parlamento vote el proyecto de ley. ¿La unidad nacional del gobierno de Draghi es también una unidad antifascista? Deben demostrarlo con hechos.

Directora desde 2010 del diario italiano “il manifesto”, en el que lleva trabajando desde 1974, primero como crítica de televisión, experiencia recogida en su libro “Chi l´ha vista? Tutto il peggio della tv da Berlusconi a Prodi' (o viceversa)”, Milán, Rizzoli, 2007.
Fuente:
il manifesto global, 13 de octubre de 2021
Temática: 
Traducción:
Lucas Antón

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