Hungría 1956: una revolución socialista

G.M. Tamás

27/10/2016

Tendemos a olvidar la importancia de la experiencia de las personas que participan en los acontecimientos históricos. La literatura política dominante describe los acontecimientos de 1945 en Europa del Este como una ocupación rusa que poco a poco impuso un sistema sin raíces a una población renuente y recalcitrante que obedecía por miedo. Pero casi nadie parece haber tomado el trabajo de explicar por qué incluso los conservadores o monárquicos de entonces llamaron a esos acontecimientos de 1945 no sólo la "liberación", sino también la "revolución". El nuevo sistema -al comienzo pluralistas y democrático- fue apoyado en Hungría por decenas de miles de voluntarios sobrevivientes del Ejército Rojo húngaro de 1919 y por cientos de miles de participantes de la revolución de 1919 y de la República Consejista, así como por cientos de miles de sindicalistas formados en el marxismo un poco rígido y anticuado de la socialdemocracia. (1)

Lo que se subraya en la actualidad es el hecho de que el Partido Comunista clandestino tenía sólo unos pocos cientos de miembros. No es de extrañar si se tiene en cuenta que pertenecer a él arrastraba duras penas de cárcel; dos de los principales líderes del partido pasaron 16 años en prisión cada uno. Pero la cultura comunista -y la izquierda radical independiente inserta en la socialdemocracia y los sindicatos más militantes, como los trabajadores del metal y los tipógrafos- compuesta por sus simpatizantes, desde los trabajadores no cualificados hasta los artistas de vanguardia, era muy grande. A estos grupos se unieron inmediatamente millones de campesinos movilizados por la reforma agraria. Los votantes de los partidos agrarios no eran anti-comunistas, todo lo contrario.

1945 significó el fin de las viejas clases dominantes y las élites políticas, el final de la aristocracia terrateniente, de la inmensamente rica y bastante impopular Iglesia Católica con sus costumbres feudales y fincas gigantes, del antiguo cuerpo de oficiales y de la burocracia estatal reclutados en las clases acomodadas, el fin de la temida gendarmería que había aterrorizado el campo sin respeto a la legalidad y sin piedad, y el fin de las leyes raciales y la discriminación étnica y de género.

Los veteranos de la República Consejista comenzaron experimentos comunistas espontáneos (por no hablar de los ex prisioneros de guerra que se pusieron del lado bolchevique en la guerra civil rusa de 1918-1920), pero fueron suprimidos por el partido y las autoridades militares soviéticas. Pero era evidente que los trabajadores socialistas y comunistas y los campesinos querían el socialismo, no una democracia popular a medio cocer. Querían un régimen inspirado en la Comuna (este era el nombre popular de la República Consejista, "Kommün"), la socialización de todos los medios de producción, la igualdad de los consumidores, una educación pública gratuita para todos, el aborto y el divorcio libres, un ejército y una policía de ciudadanos y un sistema de consejos en los lugares de trabajo y las localidades. Sabemos lo que los estalinistas hicieron con todo esto. Siempre estaban luchando contra la izquierda y la gente tiende a olvidar que en la década de 1940 la socialdemocracia estaba a la izquierda  del Partido Comunista: por eso fue perseguida sin piedad.

Sin embargo, hacia 1950, las medidas anti-feudales y anti-teocráticos habían sido aplicadas y una redistribución a favor del proletariado urbano. Si, había tiranía, estado policial, censura, un conformismo brutal, fanatismo y pobreza; pero también un sesgo social claro en beneficio de los estratos sociales inferiores. También hubo una especie de revolución cultural. Educación gratuita, libros baratos, una industria editorial moderna por primera vez, teatro accesible (muchas veces gratuito), entradas para conciertos y cine, museos gratuitos, jardines de infancia, vivienda social muy modesta, junto con terribles carencias, con una nación mal alimentada y mal vestida, con una pinta horrible en las fotografías en las descoloridas  fotos en blanco y negro de la época, una industrialización enloquecida y el resto. Se dejó muy claro que el trabajo físico estaba en el pináculo de la escala de los valores sociales y morales por primera vez en la historia del mundo. (Ya no era el "espíritu" encarnado por la iglesia, o la excelencia de castas "de sangre azul", representada por la realeza, la aristocracia y la nobleza, o la superioridad de la riqueza burguesa).

Estas ideas y prácticas socialistas no fueron cuestionadas básicamente por los disturbios que acompañaron al desmoronamiento del régimen estalinista después de la muerte del dictador en 1953. El breve curso de las reformas que siguió, liderado por el primer ministro Imre Nagy (un veterano comunista que regresó en 1945 del exilio en Moscú), cuyo objetivo era el restablecimiento o el establecimiento del "verdadero socialismo", incluyendo un montón de comida, calefacción adecuada, tiendas llenas, menos trabajo y los inocentes fuera de la cárcel. Y sobre todo, el fin de las mentiras propagandísticas que conseguían sacar de sus casillas a los trabajadores. La "verdad" era una de las reivindicaciones más importantes.

Tras el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, el llamado discurso secreto de febrero de 1956 de Nikita Krushchev sobre los crímenes de Stalin fue leído por millones de miembros del partido en sesiones a puerta cerrada en toda Rusia y más allá, y difundido por los programas en húngaro de la BBC, la Voz de América y Radio Europa Libre y por emisiones en lengua húngara de la radio estatal yugoslava. Después de esto, la renuncia del líder estalinista Mátyás Rákosi y la reelección del reformador Imre Nagy como primer ministro (que fue cesado en 1955), el evento más importante fue la rehabilitación y el entierro solemne de László Rajk, ex secretario del Comité Central del PCH . Rajk fue el principal acusado en el juicio espectáculo de 1949 y ejecutado. Fue enterrado de nuevo el 6 de octubre de 1956 en una concentración de masas dramática, con antorchas que llevaban cientos de miles de personas en Budapest. El 6 de Octubre es un día significativo en Hungría: 13 generales del ejército rebelde de Hungría fueron ejecutados por la contra-revolución de los Habsburgo ese mismo día en 1849 (y, por separado, el conde Batthyány, uno de los primeros ministros de la revolución de 1848, fue también fusilado en Pest).

De esta manera, el restablecimiento de la verdad, la identificación del verdadero socialismo con la justicia, un rechazo total del estalinismo y el juramento solemne junto al catafalco de Rajk, "Nunca más", acabaron por constituir la ideología de la Revolución húngara de 1956.

La revolución de la mala conciencia

Una vez más debemos tener en cuenta que la rebelión anti-estalinista fue iniciada y sostenida por la generación de 1945, por los que querían la igualdad social, es decir, el final del antiguo régimen semifeudal, y que deseaban la supremacía política de la clase obrera, la socialización de los medios de producción, la propiedad estatal de los bancos, el transporte público, la vivienda, la redistribución igualitaria, la cogestión de los trabajadores en las empresas, un sistema multipartidista de las fuerzas antifascistas, la amistad con las hasta entonces hostiles naciones de Europa del Este, la solidaridad antiimperialista, el internacionalismo, la libertad de expresión, la igualdad salarial para las mujeres, la educación gratuita y la formación continua de los adultos y todo lo demás. Estas reivindicaciones fueron rechazadas por el estado de partido único estalinista y resucitaron inmediatamente en cuanto la represión disminuyó.

En las células del partido, los sindicatos, las asociaciones de estudiantes y los círculos intelectuales estalló una ola febril de debates y discusiones que sustituyó al silencio de los corderos de la dictadura. Una de las características más notables de estos meses fue el arrepentimiento y auto-crítica de los intelectuales comunistas que rechazaban el fervor servil, acrítico, fanático y cuasi-religioso de la época estalinista y su propia complicidad en las represalias y el salvajismo inhumano del capitalismo de Estado estalinista. El "¡Nunca más! '' del 6 de octubre fue preparado por este extraordinario nuevo examen de la conciencia revolucionaria, la recuperación del pathos característico de la libertad de ambos momentos revolucionarios, 1945 y 1956. Los poemas famosos, los ensayos, las confesiones, los panfletos - todavía hoy recordados - inflamaron la imaginación de la sociedad. La responsabilidad asumida por los intelectuales comunistas en sus autocríticas se extendió a los líderes de los partidos, e izquierdistas inocentes recién liberados de las prisiones estalinistas reaparecieron como si fueran los fantasmas de la liberación, exigiendo no venganza, sino justicia.

La vacilante dirección del partido dudaba entre dejarse seducir y unirse al movimiento o suprimirlo violentamente. Todas las grandes ideas de la revolución socialista reaparecieron. Hubo una movilización permanente de debate racionalista que recuerda la Nuit debout  en París este año, pero en una escala mucho más grande, que prometía una auténtica renovación del socialismo. Era perfectamente evidente que nadie que quisiera ser escuchado abogaba a favor del capitalismo o una restauración reaccionaria; las masas ni los escuchaban. Hubo un interés apasionado por fenómenos paralelos en Polonia, una gran curiosidad en relación con las experiencias en Yugoslavia con la autogestión de los trabajadores y las ideas del Tercer Mundo de un socialismo democrático.

Pero sobre todo fue un levantamiento moral, un rechazo del estalinismo, de los privilegios de la nomenklatura, del militarismo y del aislamiento xenófobo del resto del mundo. Lo que más tarde algunos observadores “externos” han denominado "nacionalismo" no era más que la defensa del principio de igualdad entre las naciones socialistas –lo que significaba, por supuesto, el repudio del control ruso-, en otras palabras, el internacionalismo. Pero la esencia fue el fuerte disgusto por las mentiras oficiales, un poderoso deseo de honestidad, sinceridad y  responsabilidad, de pureza revolucionaria.

Este rejuvenecimiento moral del socialismo  significó también el perdón para aquellos que habían sido ingenuamente engañados por la propaganda estalinista y, de hecho, muchos intelectuales y activistas, culpables de actos vergonzosos de obediencia en la década de 1950, se convirtieron posteriormente en héroes y mártires de la revolución anti-estalinista.

El descontento social y la repulsión moral caracterizaron esta primera fase de 1956. Se convirtió en un movimiento revolucionario en toda regla sólo después de los intentos de reprimirla.

La revolución democrática socialista

El 23 de octubre de 1956 tuvo lugar una gran manifestación en Budapest. Las fuerzas especiales dispararon contra la multitud; como resultado, el gobierno cayó, Imre Nagy volvió, se estableció un sistema multipartidista y las tropas soviéticas se retiraron. El centro de poder estaba en manos del proletariado, de los consejos obreros que se formaron con rapidez. Pero el énfasis se puso en la libertad política, el pluralismo, la libertad de expresión y en una nueva república constitucional.

Se dejó claro, una vez más, que las empresas e instituciones nacionalizadas y socializadas permanecerían en manos del pueblo, pero gobernadas por el pueblo, no por el aparato del partido. Ninguna fuerza significativa exigió unirse a las alianzas occidentales. Fueron rechazadas de manera deliberada y decisiva las privatizaciones y la introducción de una economía de mercado. Al mismo tiempo, el pueblo exigió la salida de las tropas rusas y la verdadera independencia nacional. El espectro de la contra-revolución apareció, también, en los actos de justicia sumaria y algunos casos de linchamiento de funcionarios del partido y de las fuerzas especiales. Esto, sin embargo, fue recibido con indignación y repulsión por la mayoría de la población.

El Partido Comunista estaba desperdigado, aunque al frente del Estado, y el aparato superviviente entendió que no tenía ninguna posibilidad de ganar las próximas elecciones. El partido socialdemócrata, que había recuperado su independencia, era cada vez más fuerte, y si hubiera tenido la oportunidad se hubiera convertido en la principal fuerza en la sociedad. El nuevo Politburó y el gobierno Nagy -con miembros como el célebre filósofo marxista Georg Lukács – defendió una democracia socialista pluralista, basada en la propiedad colectiva de los medios de producción y en la planificación democrática, sometidas a la libre decisión de la nación en elecciones multipartidistas y la democracia en los lugares de trabajo.

No parecía que hubiera riesgo de una evolución hacia el capitalismo de libre mercado al estilo occidental. Sin embargo, el resto del bloque soviético decidió que no se podía tolerar la Revolución húngara. El 4 de noviembre tuvo lugar un ataque militar ruso, y el gobierno revolucionario húngaro abandonó el Pacto de Varsovia y declaró la neutralidad de Hungría. El país fue ocupado y la dirección revolucionaria detenida y deportada. Formalmente, un gobierno colaboracionista dirigido por János Kádár (que, hasta ese momento, era un miembro leal del gobierno Nagy que no había manifestado diferencias con el resto de la dirección comunista democrática) se hizo cargo del estado, pero el poder real pertenecía a la KGB y a los militares rusos.

La resistencia del pueblo húngaro fue unánime; la camarilla Kádár fue totalmente aislada; no hubo ni rastro de traición. Cientos de miles de personas huyeron a través de la frontera austriaca. Los focos de lucha armada fueron muy difíciles de dominar. El ejército húngaro, entrenado y armado por la Unión Soviética – con muchos oficiales antiguos héroes de la resistencia antifascista clandestina durante la II Guerra Mundial-, se negó a participar en la ocupación y la represión. Las fuerzas especiales fueron disueltas, y la policía fue pasiva u hostil a los rusos. La prensa semi-legal mantuvo la popular línea de la neutralidad, la independencia y la democracia socialista. Fue la Unión Soviética a la que se acusó de traicionar al socialismo, como así era. El heroísmo tranquilo y la paciencia de la población fueron extraordinarios.

Y el más maravilloso capítulo de la revolución iba a comenzar  con el inicio de la huelga general.

La revolución de los consejos obreros

Se habían formado consejos de trabajadores en todas las fábricas, empresas e instituciones del Estado antes del 4 de noviembre. Habían compartido su influencia con el gobierno de los "comunistas reformados", con los partidos recién formados o renacidos y con los sindicatos. Todos fueron prohibidos por las autoridades militares rusas y el gobierno local títeres y los consejos se vieron como la única institución política legítima que quedaba en Hungría. Su arma formidable fue la huelga general que fue seguida masivamente  a pesar del toque de queda y del estado de sitio: millones de trabajadores húngaros y otros asalariados  simplemente no fueron a trabajar.

En todos los momentos revolucionarios, desde la Comuna de París a la Revolución de Octubre, pasando por Munich y Budapest en 1919, Barcelona, ​​Cantón y Shanghai, la forma del estado proletario siempre ha sido la forma no representativa, la democracia directa en el lugar de trabajo. Solidarnosc, la resistencia polaca que fue decisiva para poner fin al "socialismo" de estado de estilo soviético, no era un sindicato, no estaba organizado por oficios y profesiones, sino como una red territorial de consejos de trabajadores y células de fábrica, afín a la idea original de partido comunista. Incluso si Solidarnosc era ideológica y retóricamente conservadora, su principio formal - democracia directa en los lugares de trabajo-  era fundamentalmente proletaria y comunista.

Recuerdo haber hablado en 1992 con Sándor Rácz, el presidente del Consejo de los Trabajadores del Gran Budapest, uno de los líderes de la resistencia. Era entonces una figura pública profundamente reaccionaria y un patriota húngaro valiente y honesto. Le pregunté si pensaba que su papel en aquel momento estaba en consonancia con su pasado. Me dijo, riendo: "No, en 1956 yo era comunista; me hice católico y nacionalista sólo en la cárcel". Tenía 23 años de edad cuando la revolución, un militante convencido de extrema izquierda y un astuto e inteligente negociador, que logró frenar el estallido de la violencia de estado durante meses. Durante mucho tiempo, el proletariado húngaro alimentó la idea de la propiedad social y de un socialismo en libertad, contra el poder militar más fuerte de la tierra y en contra de la indiferencia y la connivencia del Oeste "liberal".

Y esto es lo que llaman una revolución anti-comunista, una reivindicación de un pasado autoritario, un levantamiento nacionalista e incluso, según el historiador ultraderechista David Irving, una rebelión contra los judíos, cuando muchos de los revolucionarios ahorcados por los rusos eran comunistas judíos. Después de la derrota de la huelga general, el régimen de Kádár ejecutó sólo a los izquierdistas:  a los conservadores que se habían sumado a la causa del pueblo se les distribuyó premios literarios y medallas en 1957, cuando los pelotones de fusilamiento todavía estaban pacificando Hungría. Sabían perfectamente quiénes eran los verdaderos enemigos. Eran personas como usted, querido lector.

Notas:

(1) La República Consejista húngara se creó en marzo de 1919 y fue derrocada por un ejército invasor rumano en agosto.

filósofo húngaro y prolífico escritor de ensayos, nació en Kolozsvár / Cluj (Transilvania, Rumania) en 1948. Después de un breve período como editor asociado de un semanario literario en lengua húngara, tuvo que exiliarse en 1978 a Hungría acosado por la policía secreta del régimen de Ceausescu. Fue profesor durante dos años en la Universidad de Budapest (ELTE),donde se convirtió en una figura destacada de los movimientos disidentes de Europa del Este. Desde 1986 ha sido profesor invitado en Columbia, Oxford, Wilson Center, École des Hautes Études en Sciences Sociales, Chicago, Wissenschaftskolleg zu Berlín, Georgetown, Yale, New School, etc. Fue elegido al Parlamento húngaro en 1990 y nombrado director del Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de Hungría en 1991. En 1994 y 1995, respectivamente, renunció a su escaño y su cátedra. Entre sus obras se cuentan un ensayo sobre Descartes (1977), Törzsi fogalmak (Conceptos tribales, papeles filosóficos, 2 vols, 1999), L'Oeil et la main (1985), Les Idoles de la tribu (1989), Telling the Truth about Class’ (Socialist Register 2006), Innocent Power (2012), Postfascism şi anticomunism (2014), Kommunismus nach 1989 (2015).
Fuente:
http://isj.org.uk/hungary-1956-a-socialist-revolution/
Traducción:
G. Buster

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