La democracia no se hace en silencio

René Fidel González García

25/09/2015

 

                                                                ¿Y quién sois vos, preguntó el orgulloso señor,

para haceros tales reverencias? Sólo soy un gato con diferente pelaje,

y esa es toda la esencia; con pelaje dorado o pelaje carmesí, el león garras sigue teniendo, y las mías son tan largas y afiladas, mi señor, como la que vais exhibiendo.

De esa manera habló, eso fue lo que dijo el Señor de Castamere, pero ahora las lluvias lloran en sus salones, y nadie oírlas puede.

Si, ahora las lluvias lloran en sus salones,

y ni un alma oírlas puede.

Las lluvias de Castamere

No es que le falte sonido, es que tiene silencio.

Fina García Marruz

        No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible.

Píndaro

 

 

El silencio se aprende. Todas las sociedades tienen su propia cultura de aprendizaje del silencio. Aunque esto varíe mucho de acuerdo al grupo o clase social a la que pertenezcan los adultos e infantes involucrados, y al nivel y prácticas culturales del entorno familiar, los patrones de comportamiento exigidos por los adultos hacen del silencio, ya desde el hogar, ante niños y niñas cada vez más autónomos y proactivos, la piedra angular, o el recurso último, para el logro del respeto de la disciplina y las normas de comportamiento.

Un dato importante porque constituye una de las primeras asociaciones que hacen los niños y niñas  entre el poder, la obediencia y el silencio; en el mismo sentido, las creencias, expectativas y experiencias – también los fracasos, cautelas y las formas de lograr el éxito – que tengan los adultos sobre el entorno social, laboral o político, son fuertes condicionantes de la reproducción del silencio.

Pero si es a través del contexto y las dinámicas familiares donde el silencio es apreciado por niños y niñas como un evento, o como una conducta exigida y disciplinaria, es también donde aprenden a usarlo como una estrategia comunicacional. Para cuando lleguen a los primeros grados de escolaridad, y después, a lo largo del sistema educativo, la habrán visto ya ser empleada miles de veces por los adultos. El silencio no ya esta vez como la imposibilidad de poder expresar sus convicciones, intereses o ideas, no ya como la experiencia de no ser tomado en cuenta, o escuchado, sino como una manera de expresar significados y contenidos, o de ocultarlos, de posicionarse ante los otros, el silencio como intencionalidad.

La zona de confluencia tanto de la experiencia del silencio, como de su aprendizaje como estrategia, que puede ocurrir en la familia y la educación, es el sistema de instituciones. A su interior se producen la mayoría de las dinámicas e interacciones que afectarán los diferentes contextos de desarrollo de las personas.

Las sociedades silenciosas expresan ese acumulado negativamente. Un acumulado que defrauda sistemática y sostenidamente las funciones de las instituciones hasta pervertirlas y alejarlas de sus aportaciones más trascendentales como creaciones e instrumentos de carácter público, y lo que es aún más grave, hasta conducirlas al debilitamiento o ruptura de sus nexos sistémicos como estructuras de comunicación y solución de los intereses, necesidades, los conflictos y las aspiraciones de los ciudadanos de los que depende su eficacia y su carácter democrático.

Aunque ciertamente la instauración del silencio como característica de una sociedad tiene también una estrecha relación con el manejo generacional previo, este depende mayormente del grado de estimación, relevancia y jerarquía social y política que una sociedad conceda al diálogo como soporte de su funcionamiento, la toma de las decisiones públicas y la garantía de su transparencia.

Ese argumento sugiere algunas premisas de una sociedad silenciosa: el silencio y el discurso son apropiados según los diferentes intereses sociales, políticos y económicos, como parte de estrategias de distribución, uso y conservación del poder; cuando el discurso expresa al poder, y es importante a las relaciones sociales, las clases o los grupos intentan apropiárselo o monopolizarlo, reservándose su uso, e imponiendo el silencio a la mayoría de las personas; ese ejercicio de apropiación y/o monopolio del discurso requiere de un lenguaje y vocabulario propio que enuncie y medie su comunicación y comprensión, y que es imprescindible para el logro sistemático de la hegemonía política; cuando por el contrario el silencio es importante, las clases y los grupos se lo apropian, o tienden a monopolizarlo, reservando o relegando la producción difusa de discursos a las mayorías, mientras unos pocos actores silenciosos toman las decisiones cruciales de una sociedad [1].

Las sociedades en que los procesos de control del silencio y el discurso, o sea la lucha por la hegemonía del silencio, se vuelven centrales a su funcionamiento, son aquellas en las que dichos procesos se han instaurado internamente como tales, sin ser asumidos como una contradicción muy grave por la mayoría de la población.

Son sociedades que han funcionado y muchas veces alcanzado sus metas de desarrollo a partir de la no jerarquización y entronizamiento del diálogo como eje de las formas de comportamiento político, esto es: participación, negociación, confrontación, acuerdo y compromiso con los resultados, o que experimentan crisis en las que avanzan rápidamente a la construcción de diseños sociales y políticos que permitan el logro de la hegemonía del silencio por parte de minorías étnicas, políticas, económicas y culturales.

Si bien los dos casos anteriores pueden proporcionar a los individuos, grupos, o a un sistema político en su conjunto, la ilusión de manejar sin demasiados esfuerzos, y sobre todo sin aparentes competencias las contradicciones más coyunturales o estratégicas, e incluso reforzar dentro de procesos de negación – contenidos o no en la producción de discursos – la percepción de un flujo de comunicación y resolución de intereses conflictivos muy eficiente, las sinergias resultantes conducen a un fenómeno de polarización negativa de los sujetos, actores políticos y de individuos ubicados en toda la gama del tejido social, que se expresa en la subjetivación y psicologización colectiva de los déficits dialogales y la construcción de cuatro tropos: el Yo, el Ellos, el Nos, y el Otros.

La naturaleza auto-referencial y referencial de dichos tropos en el escenario disfuncional de las sociedades silenciosas contiene y explicita los diferentes grados de hostilidad, otredad, y desconexión social y política que ella genera. El Yo, referencia a la singularidad y primacía de lo personal, expresión del individualismo y la deificación de lo individual y privado como paradigma de éxito; el Ellos, referencia directa a las clases y decisores políticos y económicos, expresión de la relación asincrónica que sostienen con ellas, la debilidad y/o ausencia de control político y jurídico sobre las mismas, la frustración; el Nos, auto referencial de la pertenencia a cualesquiera de los polos a los que se pertenece – étnicos, culturales, de género, políticos, sociales, etc. – ambivalente tanto como descubrimiento orgulloso de la identidad común, o como indicativo de memoria desgraciada de una minoría, o condición impotente de una mayoría; el Otros, referencial a la ecología política que lastra, expresión de la indiferencia social y política, la invisibilización y la ausencia de solidaridad.

Aunque en realidad el uso instrumental de tres de estos tropos en las sociedades silenciosas esté básicamente restringido al lenguaje, ellos transfieren, de diversas formas, los fundamentos psicológicos de la discriminación, el odio y la intolerancia a lo largo de la estructura social hasta alcanzar las estructuras políticas.

Éste cuarteto trópico permanecerá también durante la alternancia de los periodos de apropiación, control y monopolio del discurso y del silencio, periodo éste último en que la producción de manera difusa de discursos sobre múltiples aspectos de la realidad es relegada a las mayorías como elemento intermitente de la cultura política de las sociedades silenciosas, o promovida y tolerada en sectores intelectuales como pronunciamientos, disquisiciones e investigaciones sobre diversos contextos de la sociedad por su escasa – o nula – importancia en relación a la toma y ejecución de decisiones  que realizan  minorías que actúan silenciosamente.

No hay que olvidar nunca que estos tropos no expresan tan sólo la subjetividad de los hablantes, sino que se refieren fundamentalmente a las situaciones, a la propia objetividad que los genera, siendo ellos mismos plataformas de acceso a esa realidad a partir de las experiencias y la reflexividad de las personas. 

Es en esta cualidad donde el auténtico potencial encapsulador de la identidad política – y de lo político – en una sociedad silenciosa de estos tropos se revela como particularmente sensible a sus posibilidades de funcionamiento sostenible. Nuevas generaciones que crezcan tanto al margen de la lucha por la hegemonía del silencio, como desconectados de los contenidos de su discurso central, pero insertos ellos mismos dentro de procesos de experiencia y/o aprendizaje del silencio como estrategias individuales, sociales y políticas, estarán cada vez más familiarizados con su uso como un sistema de compresión total de la realidad.     

Algunas de las preguntas que subyacen detrás de todo lo planteado indagan, en nuestro caso, y ante los enormes retos que enfrentamos como sociedad y proyecto de emancipación humana, sobre todo en la cosmovisión, el ethos, que sostiene la comprensión del mundo social y político de cubanas y cubanos, pero también recaen sobre la calidad de la formación, las prácticas, creencias e ideales sociales y políticos de los que avanzan a metas educativas e instructivas superiores que le asignarán puestos de particular importancia dentro de una  sociedad. 

La meta de formar un individuo crítico, autónomo y deliberativo, socialmente proactivo dentro de un proyecto social y político que no ha abandonado, a pesar de retrocesos, ensayos y errores – también de sus éxitos – la idea de una sociedad de justicia no trata, en ningún caso, de darles condicionamientos, normas sociales y creencias que le permitan soportar estoicamente una vida de trabajador asalariado del Estado – o de  capitalistas particulares – , como tampoco de hacerles creer su predestinación y superioridad social y política con base a sus esfuerzos y logros de conocimientos y méritos profesionales o científicos y culturales, mucho menos de su estatus económico, sino por el contrario, de lograr su máximo despliegue social y político, del que depende su realización humana.

La educación, y más específicamente, la matriz de educación cívica y su propuesta de carga axiológica republicana, son en tal sentido estratégicas para la formación en Cuba de individuos en la identidad, los principios y las prácticas que sustentan el modelo de sociedad política deseada a contramarea de la alcanzada. Pero el desarrollo de esas potencialidades pre figurativas de lo político – y de la política, como forma de relacionarnos – en la educación implican, necesariamente, el aprendizaje de la democracia, no ya como una referencia a la meta de diseño e ingeniería del Estado y su sistema político, sino como parte de un proceso racional que exprese una metodología compartida de funcionamiento y despliegue social de los cubanos. No asumirlo, a tiempo y en todas sus dimensiones,  nos conducirá a la reproducción de los enajenados, obedientes, y cabe decir, silenciosos estadanos que tan necesarios le son a ésta última modernidad capitalista que enfrentamos, como también a las posibilidades de una restauración capitalista en nuestro país, expresión concreta, desde cualquier ángulo, de nuestra derrota.   

Pensando en tres sillares: Constitución, Democracia, y Ciudadanía subrayo, por último, la vieja idea republicana que los conecta en la convivencia de diferentes proyectos y visiones, y que reivindica para sí, y en esa lógica, la idea de una patria constitucional, o lo que es igual, el imperio de la Ley, como límite y control del ejercicio del poder y como condición de la libertad y la igualdad plena para todos, de la que depende siempre la democracia, si es que es auténtica. Sincronizar nuestra sociedad con esa patria constitucional, es con seguridad la trascendencia civilizatoria más importante que más allá de las coyunturas se arriesga hoy en Cuba, pero ello no dependerá sólo de la expansión y realización de lo constitucional, de seguro porque la raíz más importante de la construcción democrática se nutre de la cultura democrática ciudadana, que como sabemos, no se hace en silencio.

Nota: [1] Vid. De Sousa Santos, Boaventura: Sociología jurídica crítica. Para un nuevo sentido común en el Derecho, Editorial Trota/ISLA, pp. 144-148.

es un constitucionalista cubano
Fuente:
www.sinpermiso.info, 27 de septiembre de 2015

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