La guerra de Rusia en Ucrania ha hecho añicos el viejo orden mundial

Michael T. Klare

02/04/2022

La guerra en Ucrania entra en su quinta semana, con bajas en ambos lados que continúan aumentando. La resistencia inesperadamente firme de los ucranianos ha impedido hasta ahora que las fuerzas rusas se apoderen de Kiev y otras ciudades clave. Uno de los peligros del estancamiento actual, que la frustración de Rusia conduzca a una escalada, es percivible en el bombardeo implacable de Mariupol. Pero los fracasos de Rusia en el campo de batalla también crean oportunidades reales para la paz, posiblemente mediante alguna forma de autonomía regional para el Donbas, además de la neutralidad para toda Ucrania.

Eso, en última instancia, es un asunto que debe decidir el pueblo ucraniano, que es lo que hizo que la declaración improvisada del presidente Biden en Polonia de que Vladimir Putin “no puede permanecer en el poder” fuera un paso en falso tan evidente. En lugar de amenazar con un cambio de régimen, Estados Unidos y Europa deberían trabajar para proporcionar fórmulas de salida para ambas partes. Los riesgos de una confrontación nuclear lo exigen así.

Cualquiera que sea el resultado en Ucrania, el mundo en el que estamos entrando debido a la guerra será muy diferente del antiguo equilibrio de terror de la Guerra Fría o de la engañosa estabilidad de las últimas décadas. Solo podemos comenzar a calibrar los contornos de este nuevo mundo. El papel de China, por ejemplo, sigue estando lejos de estar claro. Sin embargo, algunas cosas parecen razonablemente seguras: la OTAN emergerá más poderosa y políticamente más popular, al menos en Europa, mientras que Rusia se convertirá en un estado paria, en gran parte aislado de la economía continental. Europa misma quedará dividida por un nuevo telón de acero, con las fuerzas opuestas preparadas para enfrentarse en cualquier momento, con armas nucleares preparadas.

Pero eso es solo el comienzo. El gasto militar aumentará mientras que otras prioridades (educación, sanidad, acción climática) pasan a un segundo plano. Los impactos sísmicos de la guerra de Ucrania afectarán profundamente a las sociedades, alterando las lealtades políticas y las actitudes populares. En Alemania, un gobierno liderado por socialdemócratas y los Verdes acaba de aprobar un aumento dramático del gasto militar, al mismo tiempo que cancela el gasoducto de gas natural Nord Stream 2, un cambio fundamental para alejarse de la dependencia de la energía rusa. Movimientos similares son evidentes en toda Europa, donde se están rompiendo los lazos comerciales con Rusia y políticos tan desacreditados como Boris Johnson han explotado la crisis para pulir sus credenciales.

Pero los impactos a largo plazo de la guerra no se limitarán a Europa. Es probable que el militarismo descarado que se exhibió durante el viaje de Biden a Polonia reverbere no solo en el Capitolio, donde demócratas y republicanos compiten para aumentar aún más el presupuesto del Pentágono e imponer sanciones aún más extremas a Rusia, sino también en Asia, África y el Sudamérica, donde el rearme sirve para afianzar aún más a las élites privilegiadas y a los gobernantes autoritarios que sirven a sus intereses. El cese de las entregas de trigo de Rusia y Ucrania, dos de los principales exportadores de cereales del mundo, bien pueden conducir a una crisis alimentaria mundial.

Todo esto va acompañado de una ofensiva ideológica como no se había visto desde el inicio de la Guerra Fría. La narrativa convenientemente polarizadora de Biden, planteando la pregunta como “ ¿Quién va a prevalecer? ¿Van a prevalecer las democracias…? ¿O van a prevalecer las autocracias? ”— ya está saturando los medios de comunicación, el discurso de los think tank y la arena política y, si la historia sirve de guía, pronto puede ir acompañada de restricciones a la disidencia.

En tales condiciones, los pensadores y activistas progresistas harían bien en reconsiderar nuestras estrategias y adaptar nuestros mensajes. Como mínimo, necesitamos encontrar nuevos medios para resistir los vientos en contra del militarismo y cuestionar los argumentos a favor de una economía de guerra permanente. No podemos abandonar nuestros objetivos fundamentales, incluso en una época de tensiones internacionales intensificadas. De lo contrario, seguramente se perderá la batalla por otras prioridades, como la salud, la educación y la justicia social y económica.

Esto también plantea desafíos y oportunidades. El movimiento de acción climática, por ejemplo, podría mostrar cómo el militarismo global y la adicción a los combustibles fósiles son dos caras de la misma moneda, como los progresistas han estado discutiendo durante mucho tiempo. Con Putin amenazando con usar armas nucleares, los activistas por la paz tienen una nueva oportunidad de resaltar el peligro que representan las armas nucleares.

El impacto global de la guerra de Ucrania aún no ha terminado. Es esencial que los progresistas analicen la situación con cuidado, se movilicen con objetivos y, cuando sea posible, aprovechen las oportunidades para avanzar en nuestras prioridades en este nuevo entorno.

 

corresponsal de defensa de The Nation, es profesor emérito de estudios de paz y seguridad mundial en el Hampshire College y miembro visitante principal de la Asociación de Control de Armas en Washington, DC Más recientemente, es el autor de All Hell Breaking Loose: The Pentagon’s Perspective on Climate Change.
Fuente:
https://www.thenation.com/article/world/ukraine-russia-war-impact/
Traducción:
Enrique García

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