La guerra en Ucrania y el capitalismo ruso: del imperialismo militar-económico al pleno imperialismo militar

Ilya Matveev

02/08/2023

Volodymyr Ishchenko hace una importante contribución al debate sobre la naturaleza del imperialismo ruso y la guerra en Ucrania. Postula que detrás de la guerra, hay un conflicto de clases entre, por un lado, los capitalistas políticos en Rusia y, por otro, una alianza de capital transnacional y las clases medias profesionales en Ucrania.

Según Ishchenko, la decisión del Kremlin de invadir Ucrania se corresponde con los intereses colectivos de la clase dominante rusa, incluso si va en contra de los intereses individuales de tal o cual capitalista político. Si bien el artículo de Ishchenko es un excelente punto de partida para el debate, en última instancia tergiversa la naturaleza de la clase dominante en Rusia, así como las causas de la agresión de Rusia a Ucrania. Ishchenko señala: "Algunos analistas afirman que la guerra puede poseer la racionalidad autónoma de un imperialismo "político" o "cultural". En última instancia, esta es una explicación ecléctica".

El eclecticismo puede ser un pecado, pero también lo es malinterpretar la evidencia en aras de la pureza teórica. En este artículo, me centro en el desarrollo histórico del capital ruso, su relación con las políticas imperialistas del Kremlin y la divergencia entre la expansión económica y la agresión militar desde 2014.

Contra Ishchenko, sostengo que el imperialismo ruso tiene su propia lógica que no es reducible a los intereses de la clase dominante. La aparición de las raíces no económicas del agresivo expansionismo de Rusia desde 2014 plantea preguntas sobre la validez contemporánea de las teorías clásicas del imperialismo. Vuelvo a estas preguntas en la sección final.

Las fracciones de la clase dominante rusa

Ishchenko define a la clase dominante, o la fracción más influyente de la clase dominante, en Rusia como capitalistas políticos cuya principal estrategia es "la utilización de cargos políticos para acumular riqueza privada". Se refiere a varios autores clave - Steven Solnick, Ruslan Dzarasov, Iván Szelényi - para describir las estrategias de desviar recursos públicos y el saqueo sancionado por el gobierno característico de los capitalistas rusos.

Todos los investigadores citados por Ishchenko se centran en el período de finales de la década de 1980 y la década de 1990, y sus conclusiones, que son ampliamente similares, son sin duda correctas en relación con ese período.

La "acumulación primitiva" en Rusia ciertamente implicó la apropiación masiva de la riqueza pública, ya fuese mediante la privatización de la propiedad estatal o la apropiación del dinero público que fue colocado en bancos privados por funcionarios públicos corruptos. Así es como los "oligarcas", o grandes hombres de negocios, hicieron su fortuna.

La década de 1990 fue un período de "economía virtual", con casi cero inversiones y formación de capital, a diferencia de la especulación frenética y la búsqueda de rentas por parte de personas con información privilegiada bien conectadas. La forma corporativa dominante que surgió en la segunda mitad de la década de 1990 fue el llamado "grupo financiero-industrial", un conglomerado de activos financieros, industriales y de medios de comunicación que esencialmente incluía todo aquello que sus propietarios podían agarrar y apoderarse, la mayoría de las veces del estado.

Sin embargo, la crisis económica de 1998 resultó ser un punto de inflexión en esta dinámica. Muchas de las oportunidades para la especulación y el beneficio de los recursos estatales se secaron, mientras que la dramática devaluación del rublo hizo que las exportaciones de productos básicos fueran particularmente atractivas. La restauración de la centralidad de las exportaciones para la economía requirió inversión en la capacidad productiva de Rusia.

Los empresarios rusos se dieron cuenta de que podían atraer financiación para tales inversiones de los mercados de capital globales. Esto, a su vez, requirió un cambio en las prácticas de gobierno corporativas y una mayor transparencia. Los "grupos financiero-industriales" de la década de 1990 se reorganizaron en corporaciones más tradicionales.

La historia de Mikhail Khodorkovsky, el oligarca convertido en archienemigo de Putin, ilustra este cambio. Adquirió su capital inicial a finales de la década de 1980 a través de sus conexiones en el Komsomol, la organización juvenil comunista que Gorbachov convirtió en una plataforma de lanzamiento para varias iniciativas empresariales.

El banco de Khodorkovsky, Menatep, participó en todo tipo de actividades especulativas y de arbitraje en la primera mitad de la década de 1990, y en 1995, adquirió YUKOS, la compañía petrolera más grande de Rusia, a través de un turbio esquema de préstamos por acciones a una fracción de su verdadero coste.

Khodorkovsky era el arquetípico "oligarca" de la década de 1990, que dirigía un negocio opaco y en expansión, acosaba a los accionistas minoritarios y confiaba en la amenaza y la práctica de la violencia criminal como medida de último recurso. Sin embargo, a principios de la década de 2000, introdujo nuevas normas de contabilidad y transparencia e invitó a miembros independientes a la junta directiva de YUKOS para asegurar la legitimidad internacional de su empresa y aumentar su valor de mercado.

Bonapartistas y oligarcas

La clave de la historia de los negocios rusos desde principios de la década de 2000 es la internacionalización. Las corporaciones rusas atrajeron capital de los mercados globales, organizaron ofertas públicas iniciales en las principales bolsas internacionales, adquirieron activos en el extranjero y formaron empresas conjuntas con empresas transnacionales extranjeras. En palabras del sociólogo político Georgi Derluguian, actuaron como "oligarquías compradoras que monopolizan el nexo entre los flujos económicos globales y la extracción local de recursos".

La internacionalización se convirtió en una parte integral de sus estrategias de acumulación. A título personal, los hombres más ricos de Rusia adquirieron propiedades de lujo en Londres, los imprescindibles superyates, y enviaron a sus hijos a las escuelas privadas más caras que los países europeos podían ofrecer. Es importante tener en cuenta esta dimensión de las actividades de la clase dominante, ya que se relaciona directamente con la política exterior del Kremlin y, como yo argumento, sus objetivos imperialistas.

Estoy totalmente de acuerdo con la caracterización de Ishchenko del régimen de Putin como bonapartista. Al igual que Luis Bonaparte, Putin llegó al poder con la promesa de "restaurar el orden". Mientras atacaba retóricamente a los "oligarcas", no tenía intención de redistribuir nunca su riqueza o revisar los pilares fundamentales del orden político-económico postsoviético para hacer frente a la desigualdad extrema provocada. En cambio, ofreció a la élite empresarial un nuevo conjunto de reglas: el trato era que renunciaría a su influencia sobre los medios de comunicación y los partidos políticos a cambio de la oportunidad de mantener y multiplicar sus riquezas.

Para los principales empresarios de Rusia, esto resultó ser un excelente acuerdo, ya que la popularidad personal de Putin compensó su débil legitimidad en la sociedad.

Además, el estado que Putin se comprometió a renovar y restaurar podría protegerlos de los conflictos industriales y la presión popular para la redistribución. A su vez, Putin vio a los capitalistas rusos como un recurso valioso.

Según Vladislav Surkov, uno de los agentes políticos más importantes del Kremlin en ese momento, el grupo de grandes empresarios rusos es "muy pequeño y muy importante... son los portadores del capital, del intelecto, de las tecnologías... Los hombres del petróleo no son menos importantes que el petróleo; el estado tiene que aprovechar al máximo a ambos".

El Kremlin consideró que la élite empresarial era útil para garantizar el desarrollo económico del país, así como para proporcionar los recursos para proyectar su poder en el extranjero. Por supuesto, también estaba el pequeño asunto del enriquecimiento personal a través del soborno y la extorsión.

Si hay una cita que caracteriza el estado del capital ruso bajo Putin con mayor precisión, se encuentra en un pasaje del 18 Brumario de Luis Bonaparte de Marx: "Para salvar su bolsa [la burguesía] debe perder la corona, y la espada que debe salvaguardarla debe colgarse sobre su propia cabeza como una espada de Damocles".

A partir del análisis de Marx en el 18 Brumario, podemos entender que un régimen bonapartista puede servir, y probablemente sirve, a los intereses de la burguesía. Sin embargo, no hay garantía de que coloque estos intereses por encima de todas las demás consideraciones al tomar decisiones trascendentales. Después de todo, la espada de Damocles podría caer sobre la burguesía algún día.

Gerentes estatales corruptos

A pesar de renunciar a su influencia sobre las políticas públicas, los propietarios de las corporaciones más grandes de Rusia mantuvieron vínculos informales individuales con los altos funcionarios del gobierno. Como resultado, rara vez tenían problemas con el estado. Otra parte de la clase capitalista de Rusia, en su mayoría los propietarios de pequeñas y medianas empresas, carecía de estos lazos políticos.

En principio, el Kremlin no tenía nada en contra de estos propietarios de negocios, y se beneficiaron de las mismas políticas que privilegiaban a la clase capitalista en su conjunto y, no menos importante, de un régimen fiscal muy favorable. Sin embargo, a menudo fueron víctimas de los ataques depredadores de varias agencias gubernamentales y de seguridad. En la mayoría de los casos, el Kremlin demostró ser incapaz o no estar dispuesto a restringir a los agentes estatales cuando se involucraban en un comportamiento depredador.

Por estas razones, esta fracción de la clase capitalista que carece de las conexiones políticas de los grandes empresarios podría beneficiarse potencialmente de la democratización si les permitiera contener y controlar el vasto aparato burocrático y represivo de Rusia. Sin embargo, los propietarios de negocios rara vez se han unido al movimiento de la oposición, ya que no han estado dispuestos a poner en peligro sus ganancias por tomar una posición política.

Podemos identificar dos fracciones más de la clase capitalista rusa. La política de renacionalización y expansión del sector público de Putin creó una capa de gerentes estatales, que forman una de las bases más fuertes de apoyo al gobierno, a menudo con experiencia en los servicios de seguridad. Sin embargo, tienden a abusar de sus posiciones enriqueciándose a través de varias prácticas corruptas, y este es un punto importante, en términos de internacionalización, las corporaciones estatales más grandes de Rusia no diferían mucho de sus mayores empresas privadas. Estas también buscaron activamente el acceso a los mercados de exportación, recaudando dinero en el extranjero y formando empresas conjuntas con corporaciones extranjeras.

Al igual que sus "contrapartes empresariales", estos corruptos gerentes estatales persiguieron un tipo particular de estilo de vida llamativo: propiedades en Miami, Londres y Dubai y enviar a sus hijos a las mismas escuelas privadas de élite en Europa. La principal diferencia es que los gerentes estatales son aún más dependientes del Kremlin que los empresarios privados, ya que pueden ser despedidos de sus puestos con el simple movimiento de un bolígrafo.

Finalmente, hay otro grupo de hombres de negocios en la Rusia de Putin que podrían llamarse capitalistas políticos en el sentido simple de Weber, ya que su principal actividad son las licitaciones de los contratos del gobierno. Los miembros de este grupo, identificados por Forbes como los "Los Reyes de los Contratos Estatales" (con un ranking especial publicado cada año), son a menudo los asociados más cercanos de Putin, así como individuos conectados con varios gerentes estatales influyentes. Su modelo de negocio está menos internacionalizado que la mayoría de las corporaciones rusas. Sin embargo, los servicios de proveedores extranjeros tecnológicamente avanzados a menudo son necesarios para que se puedan llevar a cabo los contratos gubernamentales más grandes. Además, estos capitalistas políticos dependen del "tamaño general del pastel" disponible para el estado y, por lo tanto, indirectamente, de otras industrias integradas a nivel mundial.

El capital ruso y la economía mundial

En relación con la economía global, el capital ruso desempeñó dos papeles simultáneamente, lo que refleja la paradoja de un país dependiente y semiperiférico que, sin embargo, es imperialista. Como miembros de una "burguesía compradora", los mayores propietarios de negocios han explotado los recursos naturales y los mercados nacionales de Rusia, a menudo en asociación con corporaciones extranjeras, a la vez que transferían dinero a cuentas extraterritoriales y adquirían bienes raíces de lujo en la "metrópolis" occidental.

Como instrumentos de una "burguesía metropolitana" en los estados sucesores postsoviéticos, las corporaciones rusas se expandieron agresivamente a los mercados regionales y reconstruyeron las cadenas de suministro de la era soviética bajo su control. El Kremlin toleró el elemento "comprador" y apoyó activamente el elemento "metropolitano". Las medidas coercivas, como los cortes de petróleo y gas, se utilizaron para adquirir activos en países como Ucrania, Moldavia, Georgia y Armenia.

Los motivos políticos y económicos a menudo estaban irremediablemente entrelazados. Por ejemplo, en Ucrania, el Vneshekonombank, de propiedad estatal rusa, adquirió múltiples activos industriales en Donbas por valor de 10 mil millones de dólares a finales de la década de 2000 y principios de la década de 2010. El dinero del Vnesheconombank se utilizó tanto para hacerse con el control de las fábricas de carbón y metal en el este de Ucrania como para financiar a políticos ucranianos como Yulia Tymoshenko con la esperanza de aumentar la influencia del Kremlin en los asuntos ucranianos.

En general, la visión de Putin para el espacio postsoviético invariablemente involucraba el dominio político y económico de Rusia, solidificado por su propio proyecto de integración: la Unión Económica Euroasiática. Dentro de esta visión, la expansión política y económica se alimentó mutuamente.

El talón de Aquiles para el Kremlin, en su avance imperialista, fue su falta de atractivo hegemónico internacional. El método de operación preferido de Putin era hacer acuerdos entre otras cosas con las élites políticas y económicas postsoviéticas, y a menudo tuvo éxito, particularmente en el caso de sus colegas autócratas en los estados vecinos. Sin embargo, para las poblaciones de los estados postsoviéticos, Rusia representaba, en el mejor de los casos, "más de lo mismo": la misma pobreza, desigualdad y cinismo característicos de la condición postsoviética en su conjunto.

En el peor de los casos, fue una incursión autoritaria en las democracias incipientes con un sentido arrogante de tener derecho a su "esfera de influencia" y la intervención militar siempre se mantuvo como una opción, como se vio en Georgia en 2008. Pero aunque ejercía fuertes presiones sobre los países de su "extranjero cercano" y a los Estados Unidos como una hegemonía global, el Kremlin nunca pudo articular la visión positiva que ofrecer. Sus constantes llamamientos a la "multipolaridad" sonaban vacíos, ya que no equivalían a nada más que a un deseo de dominar la región postsoviética completamente en beneficio del Kremlin y sin interferencia de Occidente.

La invasión de Ucrania

Al mismo tiempo, la última ronda de enfrentamientos de Rusia con Ucrania comenzó en 2013 como un conflicto comercial, ya que Ucrania no podía ser simultáneamente parte de un acuerdo de libre comercio con Rusia y con la UE. Las reflexiones posteriores de Putin (en sus entrevistas con Oliver Stone, por ejemplo) revelan su clara comprensión de lo que estaba en juego. Sin embargo, lo que sucedió a continuación supuso una marcada divergencia entre la lógica económica y la lógica política del imperialismo ruso.

Lo que sea que motivó al Kremlin a anexionar Crimea, no fueron consideraciones económicas: la cuestión, discutida por Putin con sus asesores, no era cuánto ganaría Rusia económicamente, sino más bien, si sería capaz de soportar las sanciones occidentales en respuesta a la anexión. Los activos ucranianos (públicos y privados) que Rusia expropió en Crimea fueron más que igualados por activos rusos perdidos o devaluados en el resto de Ucrania.

Además, los combates en el Donbas entre 2014-2015 resultaron en la destrucción física de algunas inversiones rusas significativas. Por ejemplo, el bombardeo de la artillería ucraniana contra una refinería de petróleo en Lisichansk (región de Luhansk) le costó a su propietario, la compañía petrolera rusa controlada por el estado Rosneft, hasta 300 millones de dólares en valor perdido. Más importante aún, la confrontación con Occidente que se produjo después de la anexión de Crimea ha puesto en tela de juicio toda la estrategia de internacionalización de los negocios rusos.

Las corporaciones rusas perdieron en parte el acceso a las tecnologías occidentales, a la exportación y los mercados de capitales, y algunos empresarios rusos fueron sancionados, mientras que otros vivían bajo la amenaza constante de sanciones y congelación de activos. El número de multimillonarios rusos en la lista de Forbes se estancó después de 2014 y el crecimiento medio del PIB fue solo del 1% entre 2014 y 2021. Estoy de acuerdo con Ishchenko en que, hasta 2014, el régimen de Putin actuaba en general en interés colectivo de la clase dominante rusa, especialmente de las tres fracciones más poderosas: las corporaciones privadas más grandes, los gerentes corruptos en el sector estatal y los capitalistas políticos ("Los reyes de los contratos gubernamentales"). Y, de hecho, el conflicto en Ucrania tenía raíces económicas.

Sin embargo, la anexión de Crimea y la intervención encubierta de Rusia en el este de Ucrania no fueron dictadas por la lógica económica; de hecho, socavaron significativamente la posición del capital ruso. Las contradicciones del capitalismo ruso no podían producir tal resultado; hundía sus raices en otra cosa. A partir de las propias explicaciones posteriores de Putin, se podría deducir que la anexión de Crimea fue el producto de una creencia profundamente arraigada en la inevitabilidad de una confrontación sin sentido con Occidente en la que incluso los escenarios más fantásticos -como el despliegue de armas nucleares en Crimea dirigidas contra Rusia que se consideraba una amenaza real-, podrían convertirse en una realidad.

Esta creencia podría explicarse en parte por las acciones unilaterales de los EEUU en el período anterior, como la retirada del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM) en 2002. Sin embargo, también se basó en la negación por parte de Putin de la posibilidad misma de revoluciones populares (incluida la revolución Maidan 2013-2014) que invariablemente vio como golpes de estado orquestados por Occidente contra Rusia (con un plan final para organizar tal golpe de estado en la propia Rusia).

Las acciones de Putin también fueron impulsadas por el profundo miedo y desconfianza a la movilización popular. Su incapacidad para comprender la existencia del poder en el sentido de Arendt, es decir, el poder social colectivo, finalmente lo llevó a confiar en la fuerza: la represión en casa, la agresión militar en el extranjero.

Esta orientación estratégica ciertamente no fue solo de Putin, sino que fue compartida por gran parte del establishment de seguridad nacional de Rusia. Impulsado por el miedo y la desconfianza, el Kremlin se involucró en lo que el especialista en relaciones internacionales Jack Snyder denominó los "mitos del imperio", es decir, orientaciones estratégicas que dictan que la mejor defensa es un buen ataque. Esta lógica llevó al Kremlin a romper su propia promesa de respetar las fronteras nacionales de Ucrania (consagradas en el memorando de Budapest de 1994), anexionando parte de su territorio.

La decisión de Putin de lanzar la invasión a gran escala de Ucrania en 2022 refleja el reconocimiento del fracaso de la propia política del Kremlin de agresión híbrida hacia Ucrania en el período anterior. Dos dagas gemelas se clavaron en el cuerpo de Ucrania, la anexión de Crimea y la ocupación de Donbas a través de los representantes controlados por el Kremlin, pero no lograron desestabilizar el país lo suficiente como para evitar que adquiriese una dirección sólidamente pro-occidental y antirusa.

"Mito del imperio"

Cuando Vladimir Zelensky no pudo implementar los acuerdos de Minsk de la manera que quería el Kremlin, y cerró tres canales de televisión asociados con el empresario y político pro Putin Viktor Medvedchuk, Putin se dio cuenta de que no tenía poder de veto sobre los asuntos ucranianos. Después de eso, trató de persuadir a Occidente para que presionara a Ucrania para que aceptara sus exigencias y, cuando esto no funcionó, se decidió por una invasión directa.

Los "mitos del imperio" resultaron en un fracaso abyecto en 2014-2022, pero en lugar de abandonarlos, el Kremlin duplicó la misma lógica de agresión preventiva. Como era de esperar, volvió a fracasar, esta vez con consecuencias aún más trágicas.

Las teorías marxistas del imperialismo enfatizan su conexión con el proceso de acumulación de capital y los intereses de la clase dominante o sus fracciones. Sin embargo, el imperialismo ruso desde 2014 no se adapta fácilmente a tal explicación. La agresión militar de Rusia en Ucrania desde 2014 ha resultado en la pérdida significativa de capital y mercados de exportación, así como en inversiones en el extranjero, una disminución de la cooperación con las empresas transnacionales y sanciones personales contra muchos representantes prominentes del capital ruso.

Las ganancias de la creciente monopolización del mercado interno y el saqueo de los territorios ocupados por parte de las corporaciones rusas no compensan las pérdidas. La discrepancia entre los intereses económicos de la clase dominante y la agresión militar no es exclusiva de Rusia: David Harvey la ha explicado al estudiar la interacción dinámica entre la "lógica capitalista" y la "lógica territorial" a través de diferentes ejemplos históricos y contemporáneos del imperialismo, y Michael Mann la ha descrito en relación con los Estados Unidos como un "imperio incoherente".

Esta discrepancia en Rusia tiene sus raíces en la ideología y la orientación estratégica del establecimiento de seguridad nacional. Claramente, hay que trabajar más para identificar las camarillas y coaliciones particulares de la élite rusa que apoyan y alientan los impulsos beligerantes de Putin; otra tarea sería entender el papel del nacionalismo ruso irredentista. Sin embargo, los intentos de encontrar un vínculo causal directo entre las contradicciones de la acumulación de capital y la agresión militar de Rusia deben ser abandonados, ya que ocultan los verdaderos orígenes de la terrible guerra en Ucrania.

El imperialismo no tiene por qué ser una simple extensión del capitalismo para merecer una crítica normativa. Para citar la amplia revisión del historiador Salar Mohandesi del enfoque marxista del tema: "El imperialismo... tiene que entenderse en términos generales como una relación de dominación entre estados, en lugar de como un sinónimo de expansión capitalista".

El imperialismo, como una forma de violencia y dominación impulsada por una clase política irresponsable y -como suele ser el caso-, al ser sus víctimas predominantemente las clases trabajadoras, tanto en el estado agresor como en los países víctimas de él, debe ser resistido y opuesto per se.

 

es un investigador que se centra en la economía política rusa y comparada. Su trabajo académico ha aparecido en South Atlantic Quarterly, Journal of Labor and Society, Europe-Asia Studies, East European Politics y otras revistas. Ha contribuido a Jacobin, openDemocracy y otros medios de comunicación. Es miembro del Laboratorio de Sociología Pública, un grupo de científicos sociales rusos que estudian las sociedades postsoviéticas desde una perspectiva crítica. Ilya también es una filial de Alameda.
Fuente:
https://alameda.institute/dossier-i/iii-the-war-in-ukraine-and-russian-capital-from-military-economic-to-full-military-imperialism/
Traducción:
Enrique García

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