Pietro Ingrao: Primer centenario

Pietro Ingrao

Lucio Magri

05/04/2015

Pietro Ingrao nació en Lenola, Italia, el 30 de marzo de 1915. En 1942 se afilió al PCI y participo en la Resistencia. Diputado de 1948 a 1994, fue el principal dirigente del ala izquierda del partido y editor en los años 50 de L’Unitá. Tras la escisión de 1991 paso brevemente por el Partido Democrático de la Izquierda, para incorporarse a continuación a Refundación Comunista. Poeta y ensayista, Ingrao escribió con Rossana Rossanda en 1995 Appuntamenti di fine secolo y en 2008 publicó sus memorias en castellano, Pedía la luna. Lo que sigue es un pequeño homenaje a una vida dedicada a la lucha por el socialismo y el movimiento obrero. SP

Fragmento final de la intervención de Pietro Ingrao ante el XI Congreso del PCI, celebrado a finales de enero de 1966, en el que se muestra crítico con la posición del Secretario General, Luigi Longo (brigadista internacional durante la Guerra Civil española, por cierto).

Está claro: para establecer un diálogo ideal, una acción que exige semejante compromiso, es necesario un partido que sea continua y difusamente capaz de conectar con todos los impulsos positivos que nacen en la sociedad, así como de organizar un movimiento en el que estén unidos inmediatez y perspectiva. Este es, creo, el sentido profundo del partido nuevo que imaginaron Gramsci y Togliatti: un partido de vanguardia y de masas, que es conciencia crítica de la clase y al mismo tiempo vanguardia real de las masas, del pueblo, de la nación. Un partido que no impone desde fuera y desde arriba una conciencia política a un movimiento de masas elemental, sino que hace madurar esta conciencia en el movimiento y desde el movimiento. Es por esta razón – me parece – que la necesidad de discutir, de indagar, de buscar formas de democracia interna siempre ha sido tan fuerte en nuestro partido. Sin contraponerse a la acción de masas, sino como instrumento de la acción de masas; sin contraponerse a la unidad, sino como instrumento de la unidad. Una unidad que además no se manifieste solo a través de un voto o de una vaga adhesión, sino que sea activa y cotidiana. Por eso entiendo que hoy Longo nos haya puesto en guardia contra el peligro de convertir el partido en un club de debate, así como su consejo de unir siempre la libertad de discusión con un decidido compromiso de acción. Una advertencia que suscribo sin reservas.

El compañero Longo ha expresado de manera muy clara sus críticas y sus preocupaciones acerca de la publicidad del debate. No sería sincero si os dijera que me ha convencido del todo. Pero pienso que cada uno de nosotros, y yo el primero, no solo deberá aplicar las decisiones del congreso, sino que también deberá tener en cuenta la opinión que hoy nos expone el secretario del partido, las razones que la fundamentan, la fuerte exigencia unitaria de la que nace. Tener en cuenta que esta opinión es el fruto y la conclusión de una indagación y de un debate precongresuales amplios, abiertos, democráticos, en el que han participado centenares de miles de militantes de nuestro partido.

Sabemos, y Longo lo ha subrayado, que en estos años hemos caminado en el desarrollo de la democracia interna de nuestro partido. Sabemos que nuestro debate precongresual ha representado un nuevo paso adelante, una gran experiencia que ha enriquecido nuestra democracia interna y nos ha obligado a todos a concretar nuestro propio aporte, a reflexionar y a debatir. Es por esto por lo que puedo decir que hoy es aún más fuerte mi adhesión a la línea política expuesta en las tesis y en el informe que Longo ha presentado a este congreso. «Lo que cuenta es el camino que hemos hecho», nos ha dicho Longo; algo de lo que yo estoy plenamente convencido, de la misma forma que comparto su llamamiento a examinar los hechos, y a contribuir positivamente al desarrollo vivo del trabajo del partido.

Seguiremos caminando en esta dirección, según el espíritu y las decisiones de este congreso, para encontrar soluciones a las nuevas exigencias organizativas y políticas, para llevar adelante – como recordaba Longo - «el complejo proceso a través del cual el partido está intentando dotarse de un nuevo y más elevado sistema de relaciones internas», mediante un compromiso y una responsabilidad colectivos. Nunca he pensado que ninguno de nosotros pudiera moverse fuera de esta responsabilidad y de trabajo colectivos. Creo firmemente que todo aquél que tenga una responsabilidad en un organismo dirigente debe aceptar las decisiones que el organismo dirigente asume sobre el desarrollo del debate: cómo, cuándo y si llevarlo ante la base del partido.

Necesitamos una organización de la vida interna del partido que nos lleve a participar cada vez más en la elaboración de la línea política y en la lucha necesaria para aplicarla; y es precisamente en nombre de esta necesidad por lo que estamos en contra de las corrientes, en contra las fracciones en que se enquistan las posiciones, rompiendo el partido y, de esta forma, impidiendo el desarrollo de una democracia real.

Yo estoy de acuerdo con las afirmaciones que el compañero Berlinguer hizo en televisión hace pocos días: nuestra preocupación por ligar la democracia a la unidad en la lucha – ese problema tan difícil de resolver en cualquier ocasión – debe ser vista por nuestros interlocutores no en función de una voluntad hegemónica por nuestra parte, sino como una garantía para la lucha y el discurso común, como un punto de fuerza de toda la coalición social que lucha por la democracia y por el socialismo.

Necesitamos democracia para estar unidos. Necesitamos unidad para llevar a cabo una democracia que no sea solo palabras, sino que se convierta en acción. Hemos discutido, todavía estamos discutiendo en este congreso: juntos trabajaremos, con entusiasmo, con espíritu solidario y corresponsabilidad, para poner en práctica las decisiones y las directivas del congreso.

Nos lo decimos a nosotros mismos. Lo decimos a las fuerzas democráticas y socialistas, que son conscientes del papel insustituible de nuestro partido y sienten la necesidad de dialogar con nosotros.

Y lo decimos, sobre todo, al adversario de clase, contra el que opondremos toda la fuerza del partido, en defensa de la paz, por la emancipación de los trabajadores, por la victoria del socialismo.

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Fragmento de Il Sarto di Ulm. Una possibile storia del PCI, de Lucio Magri, integrante del grupo del Manifesto y, durante su militancia en el PCI, de la llamada izquierda ingraiana en el seno del partido. El libro ha sido publicado en castellano por  Intervención Cultural/El Viejo Topo (2010). Se usa aquí como base la traducción de Juan Pablo Roa y Roberta Raffetto.

El fragmento presenta los compases iniciales de la pugna que se abrió en el seno del PCI a mediados de los años sesenta acerca del futuro del partido y de su política de alianzas, así como acerca del desarrollo del capitalismo en Italia, pugna que eclosionaría en el Congreso del 1966 bajo la forma de un debate sobre la expresión pública de los disensos internos. Ello llevaría en 1969 a la expulsión del grupo del Manifesto, Rossana Rossanda, Luigi Pintor, Aldo Natoli, Luciana Castellina, Lucio Magri, Valentino Parlato entre otros, todos ellos cercanos a Pietro Ingrao. A partir de 1983 Magri, Castellina y Pintor retomarían, con grados diversos, el compromiso con el PCI de Berlinguer en la etapa de la Alterntiva Democrática (finalizada la fase del compromesso storico).

“[L]os contenidos y las propuestas con que se viene caracterizando a esa “izquierda ingraiana”, que acabó por chocar no sólo con Amendola, sino con la mayoría del grupo dirigente, han sido transmitidos, y se han fijado en la memoria colectiva, en una versión también deformada, y en ciertos aspectos falsificadora, aunque sobre todo confusa e incomprensible.

Así que el ingraísmo se archivó y se liquidó como una desviación generosamente utópica, que teniendo en mente una alternativa anticapitalista, a la vez que un democratismo radical, negaba la importancia de objetivos intermedios, contraponía al parlamentarismo la democracia directa y la lucha social, no consideraba ya a los socialistas como aliados recuperables sino como englobados dentro del sistema dominante, subvertía, en suma, sin saberlo quizá, las bases de la vía togliattiana al socialismo. Como sucede siempre, ésta pasó a ser la historia de los vencedores: de los vencedores internos, que de esta manera podían complacerse del hecho de haber apartado a Ingrao y a muchos otros de una tentación transitoria; y de los vencedores externos que pedían incesantemente al PCI acelerar el paso para convertirse cuanto antes en esa fuerza robusta, plenamente reformista, cuya ausencia padecía Italia y que el PSI no lograba ser. ¿Ingrao? un espíritu noble y un gran soñador: la imagen se ha vuelto tan canónica que incluso él mismo se ha prestado a ella en ciertos momentos. La verdad de los hechos era bien diferente. El ingraísmo, a mediados de los años sesenta, era mucho menos subversivo y la batalla que se desplegaba en el PCI era mucho más concreta de lo que se cree. El choque propiamente político se desarrolló sucesivamente alrededor de tres cuestiones muy concretas y entrelazadas entre sí: “modelo alternativo de desarrollo”, reformas estructurales, juicio acerca del centroizquierda.

...

Cuando se hizo evidente la deriva a la que era arrastrado el centroizquierda, obviamente no nos contentamos tan sólo con denunciarla, sino que sacamos la conclusión de que si bien esa operación política había fallado en sus esperanzas reformistas, no había fracasado en absoluto el intento democristiano de empujar al PSI hacia el otro campo. Y que sería difícil hacerlo volver sobre sus pasos. Fue precisamente a propósito de este punto que la discusión en el PCI asumió un carácter inmediatamente político y se manifestó abiertamente un conflicto de opiniones entre Amendola e Ingrao. En octubre de 1965, en efecto, Amendola vio en la situación económica y política la posibilidad y la necesidad de una gran iniciativa nueva. En una serie de artículos publicados en Rinascita desarrolló a título personal el siguiente razonamiento: “el milagro económico”, impulsado por las luchas obreras vencedoras, se encontraba en una encrucijada. Se agotaría sin un giro político que el Partido Socialista, por sí solo, no era capaz de imponer. Y sobre esa base era posible que naciese y triunfase un amenazador contrataque de la derecha política y social. Por tanto, no había que entretenerse, ni cerrarse a la defensiva. Se necesitaba una intervención decidida que repartiera de nuevo las cartas de la baraja. Dicha intervención podía y tenía que venir del PCI, proponiéndose a sí mismo y proponiendo a los socialistas un partido único de la izquierda. La propuesta desconcertó no poco al partido y al propio grupo dirigente. Y provocó  una serie de intervenciones, de diferente signo aunque por lo general críticas. Bobbio expresó de inmediato su aprecio por la intención, pero dijo que la unificación no era posible más que sobre una base claramente socialdemócrata. No podía estar ligada, de hecho, a una emergencia política, sino que tenía que contar con un perfil estratégico que se enfrentara al pasado y al futuro lejano; la premisa, pues, era la reconsideración, por parte de los comunistas, de la escisión de Livorno de 1921. Amendola aceptó la cortés provocación y alzó el tiro en una segunda intervención. Precisamente en la dificultad señalada por Bobbio —escribió— radicaba el valor de su propia propuesta: habiéndose ya demostrado, durante 50 años, que los comunistas y los socialdemócratas no habían sido capaces de establecer el socialismo en ningún país europeo, había llegado el momento, para los unos y para los otros, de replantear a fondo sus propias alternativas y estrategias. Esto provocó una reacción de rechazo, intervenciones críticas en cadena. Cito algunas por ser diferentes entre sí: Lelio Basso: “el foso ideológico y político entre las socialdemocracias y el marxismo revolucionario se ha hecho más grande en lugar de estrecharse”. Romano Ledda: “no podemos poner en el mismo plano de la historia del siglo las responsabilidades y el papel de los comunistas y de los socialdemócratas, en Europa y todavía más en el resto del mundo, ni por el pasado ni por el presente”. Yo mismo, por una vez moderado en la polémica: “el problema planteado por Amendola es real, es necesaria una reflexión sobre la revolución en Occidente e impone a todos una renovación, pero la renovación en la que nosotros estamos empeñados no va ciertamente en la dirección en la que se han orientado los socialistas, lo que puede resolverlo no es una operación jerarquizante y ecléctica; por el contrario, ésta seguramente fracasaría”. Cuando la cuestión llegó a la Dirección del partido Amendola no cambió de parecer, pero quedó en minoría. Para encontrar una mediación hubo de formarse una comisión que produjo un documento donde se exponía que esa era una propuesta equivocada por inmadura, pero recalcaba la necesidad de buscar un acuerdo con los socialistas. Ingrao dijo clara y repetidamente que se trataba de una mediación banal y sólo de palabra, con la que por tanto disentía. En el siguiente Comité Central más de uno votó en contra, otros se abstuvieron.

A esto se sumaron los acontecimientos de la Conferencia de Génova y en ese punto se hizo evidente que la discusión se había convertido en la competición entre dos líneas diferentes entre sí, perceptibles para todos. Y percibidas. El debate había sido tan prolongado, tan vivaz y público, la sensibilidad estaba de tal modo afilada, que bastaba tan sólo con una alusión, un matiz, una forma de hablar para ser adscrito a una lista o tachado de otra. Con todo, si se dice toda la verdad, no hubo acritud. Quien era lo bastante hábil para no emitir ninguna señal, pasaba por ser un viejo zorro. En la víspera del congreso, es decir, durante la redacción de las tesis, la tensión pareció suavizarse y, durante el desarrollo del mismo, se retomaron los puntos candentes de la prolongada discusión con prudencia incluso excesiva, o hasta se ignoraron. El enfrentamiento explotó inesperadamente, y sólo hasta cierto punto, alrededor de una cuestión que, al menos desde hacía cinco años, sólo se había insinuado, desde diferentes posiciones, y que de hecho parecía en parte desdramatizada por la práctica”.

Pietro Ingrao (1915) fue el principal dirigente del ala izquierda del PCI. Lucio Magri (1932-2011), dirigente del PdUP y del PCI, fue uno de los fundadores y editores del periódico  Il Manifesto

Selección y revisión de traducción para www.sinpermiso.info: Oriol Costa Fernández

 

 

 

Fuente:
www.sinpermiso.info, 5 de abril de 2015
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