Republicanismo y socialismo. Un debate global desde la Cuba de ahora. Dossier (2)

Juan Valdés Paz

Hiram Hernández Castro

Walter Mondelo

02/01/2021

Ver aquí la primera entrega de este dossier

El ojo del canario es el poder revolucionario

Juan Valdés Paz

Antes de hacer mi exposición quisiera llamar la atención, me llama a mí la atención, sobre la forma en que hemos colocado las sillas en el salón, lo que lo hace mucho más parecido a un ágora. Por ello y a propósito del tema que hoy nos ocupa, quisiera hacer una anécdota que seguramente muchos conocen, que es la del Cardenal Cisneros, Consejero de las monarquías de los Austrias y un grande de España. Un cortesano quiso hacer una gran fiesta con toda la nobleza, como diríamos nosotros ahora «para anotarse una pata», y tuvo mucho cuidado de ordenar los puestos de la mesa según como él entendía la jerarquía de los invitados. Iniciado el banquete, el anfitrión se da cuenta de que un cardenal es un príncipe de la Iglesia y de pronto se le reveló que Cisneros era el que más jerarquía tenía de los allí reunidos y, sin embargo, no estaba a la cabecera de la mesa. Por lo tanto, se pasó todo el tiempo del banquete tratando de ver cómo le pedía excusas al Cardenal. Por fin, cuando lo creyó oportuno le dijo, «monseñor, perdóneme, usted debiera estar presidiendo, estar en la cabecera de la mesa» y Cisneros le respondió «no te preocupes hijo, que la cabecera de la mesa está donde yo me siente». Creo que todos podemos sacar de esta anécdota nuestras respectivas conclusiones.

1. Introducción

Hay muchas inquietudes sobre el tema que nos convoca, he escuchado muchas inquietudes, que me es imposible pretender siquiera satisfacerlas y había pensado que mi contribución, un poco, sería presentar una visión desde las ciencias sociales sobre este tema de la democracia, que es un tema que aparece reiteradamente no solo en las discusiones más recientes, sino desde siempre entre nosotros: que si falta democracia, cuánta más democracia, qué democracia, la democracia de quién — de los de arriba, de los de abajo, de los del medio — en fin… Y porque también es el tema más recurrente de las ciencias políticas; la mitad de cualquier biblioteca de ciencias políticas está dedicada a la democracia. Y porque también es un tema que tiene 2.000 años de discusión, desde los griegos hasta nosotros.

De manera que no nos encontramos con un tema fácil, más bien un tema muy complejo, con muchas aristas, etcétera y, además, tratado y maltratado a lo largo de esta historia. Yo diría al respecto lo siguiente:

Hay una dimensión, digamos, ideal en el tema de la democracia y una dimensión más realista de lo que ha pasado con este tema en la historia. Desde el punto de vista ideal, de la teoría, de las ideas, la cuestión de la democracia tributa a las distintas filosofías políticas que han existido y coexistido. No hay una definición de la democracia por fuera de una filosofía política en particular. De manera que cada filosofía política le da una connotación al término y lo utiliza ad hoc.

Lo segundo es que — voy a ser muy puntual, perdónenme que no emplee muchos argumentos — viendo el conjunto de esas ideas, una manera de simplificarlas es representarlas como dispuestas a lo largo de un eje que tiene en uno de sus dos extremos todas las ideas que identifican a la democracia como una forma de ordenar a las instituciones políticas, como una forma de Gobierno. Y en el otro extremo de dicho eje están las propuestas, las ideas, las filosofías que tratan a la democracia como un ordenamiento de la sociedad, no de lo político, sino de la sociedad. Como ustedes ven son dos figuras polares, dos interpretaciones polares del término y, seguramente, la verdad práctica estará en el punto medio de ese eje y que es, un poco, lo que hemos dado en llamar una democracia popular, una democracia que tiene en cuenta tanto su presencia en las instituciones como su realización en la sociedad. Esta, digamos, es una manera de sintetizar la caracterización ideal del tema.

Lo otro que quiero decir muy rápidamente es que, en esos extremos, en cada uno de ellos, podemos colocar al liberalismo, o a las distintas variantes del liberalismo; y en el otro extremo, el comunismo, el anarquismo y quizás alguna otra corriente que se me olvide.

Pero lo interesante es que ninguno de los extremos, ni el liberalismo ni el socialismo, han realizado la democracia; lo cual introduce el tema de la realización de la democracia en la historia. Por tanto, más que hablar de democracia, creo yo, habría que hablar de desarrollo democrático. ¿Cuál es el grado de desarrollo democrático alcanzado, según su propia filosofía, en las respectivas sociedades?

Si los liberales creen que su propuesta es la democracia, bueno, ¿cuánto la han realizado? Y viceversa, si se trata de la propuesta comunista, ¿en qué medida la hemos realizado? Yo creo que esta noción de desarrollo democrático permite pasar de la discusión de las ideas a la historia de los procesos históricos reales.

La otra observación con respecto a esto es que, examinando la historia, la realización de los ideales democráticos ha sido casi siempre, por no decir que siempre para no ser dogmático, el resultado de las luchas populares. Nunca la realización de los ideales democráticos ha venido de arriba, de los sectores dominantes de las sociedades. Siempre ha sido el resultado de la actividad, la demanda, la lucha de los sectores populares.

De manera que me parece que es el pueblo, el soberano, los ciudadanos, los actores fundamentales llamados a realizar la democracia y eventualmente, alcanzar un mayor desarrollo democrático.

Agregaría, para terminar este pequeño escorzo teórico, la idea de que la forma política que ha permitido en la historia realizar, en algún trecho, estos ideales democráticos es la forma republicana. Nosotros no logramos siempre armonizar la idea o los ideales democráticos con la forma republicana de organizar la sociedad. No una forma de gobierno, sino una forma de organizar la sociedad. Lo dejo ahí como una incitación para la reflexión.

 

2. El debate de la modernidad

Esto me permitiría entonces decir lo siguiente. Siendo estas las concepciones polares, a que me refería antes, propuestas liberales, propuestas socialistas, una de las cosas que debemos observar es que en esta batalla de ideas, en la que siempre estarán presente estos polos, se ha vivido a lo largo de la modernidad una confrontación de aspectos esenciales de las propuestas de unas concepciones y de otras. Esto sería muy extenso, pero querría al menos de una manera muy puntual llamar la atención sobre algunos de los términos contrapuestos de una y otra de estas versiones.

Mientras que el liberalismo reclama libertades, que siempre son libertades individuales y políticas; el socialismo reclama las mismas libertades, las adecúa a los derechos humanos y agrega a las libertades individuales y políticas los derechos socioeconómicos y culturales. Es decir, que tenemos una propuesta más compleja de qué serían las libertades democráticas para el socialismo.

Mientras que el pensamiento liberal concilia su propuesta con la desigualdad social, le corresponde al socialismo vincular la realización de la democracia a la igualdad y mejor, a la equidad social.

Vale lo mismo, las dos comparten la idea de la representación; pero la versión socialista insiste — volveré sobre esto más tarde al referirme a Cuba — sobre el concepto de participación, una democracia es socialista en la medida que es más participativa. Los dos comparten la idea de un gobierno representativo, pero los gobernantes en la propuesta liberal son auto-responsables, y en la propuesta socialista están, además, bajo el mandato imperativo de sus electores, a los que rinden cuenta. Está claro, vuelvo a insistir, que estas propuestas son metas por alcanzar.

El pensamiento liberal le da mucha importancia — y desgraciadamente no se la ha dado lo suficiente, pienso yo, el pensamiento socialista — a las cuestiones procedimentales: la importancia de los procedimientos cuando de democracia hablamos; sobre todo cuando hablamos de realizarlas. Y a lo que ya conocemos más o menos tradicionalmente por parte de la propuesta liberal: elecciones, voto universal, candidatos propuestos por partidos políticos y un elector restringido, porque siempre hay una exclusión de posibles electores; en la propuesta socialista se comparten los de las elecciones y el voto universal, pero la candidatura no debe ser producida por partido político alguno y, finalmente, los votantes no deben ser restringidos, y todas las categorías sociales deben fungir como electores. Más o menos sobre estos puntos gira gran parte del debate.

Llamo la atención acerca de lo que llamaría la coherencia entre estas propuestas. No nos podemos comprar nada más un pedazo del pastel, ser liberales o socialistas; o socialistas y liberales. Es decir, hay una propuesta que integra estos puntos, de uno y otro lado, y eso es lo quiere decir la batalla de ideas. No podemos terminar la discusión con uno solo de los temas, si no nos interrogamos acerca de qué está pasando con los demás.

Una manera de resumir el debate anterior, para seguir adelante, sería definir la «democracia» como el conjunto de: el ejercicio de todos los derechos humanos; la equidad o justicia social; la representación efectiva; y la participación. Estos serían los contenidos fundamentales de lo que vamos a entender por democracia.

 

3. La democracia en Cuba

Esto me lleva a entrar al tema Cuba. Hay una historia de la democracia en Cuba; esto es importante retenerlo, hay una historia de la democracia en Cuba. No voy a regresar al siglo XIX porque todos sabemos que las luchas de independencia enarbolaron el tema de la democracia como parte del programa independentista libertador. No me detengo en eso, pero me voy a detener en lo que tuvimos de República prerrevolucionaria, a la que podemos llamarle de cualquier manera y una de ellas es nuestra República liberal. Considero importante esto porque, en muchas discusiones, parecería como si la cultura política cubana no tuviera una experiencia de democracia liberal.

Ya hemos vivido una democracia liberal.

Se puede decir que fue imperfecta, como era de esperarse; y que podría ser mejor, lo cual cabría discutir; pero es importante en cualquier debate retener que una de las cosas que tenemos que hacer hoy es superarla; qué debió hacerse y qué se ha hecho, creo yo, en gran medida; y en todo caso quedarían siempre las tareas pendientes para tener una democracia superior a la democracia liberal que tuvimos antes de la Revolución. Esa democracia liberal, los historiadores podrán argumentar mejor que yo en qué consistía, primero era un experimento de democracia que tenía de trasfondo un capitalismo dependiente, la dominación imperialista y el alineamiento de los sectores dominantes de la sociedad cubana a esas condiciones de dependencia y de dominación. La democracia liberal no eran todos estos principios declarados, sino esa puesta en escena. Esa puesta en escena en la historia real de Cuba y de alguna manera la Revolución de 1959 venía o tenía — obviamente, podemos recordar el Programa del Moncada — como primera tarea la superación de esa secuela de limitaciones históricas a la realización de la democracia.

A mí me parece que la cuestión más importante a tener en cuenta es que con el advenimiento de la Revolución se constituye un poder revolucionario y que ese poder revolucionario es, como le gusta decir a los filósofos, «la condición de posibilidad» de la democracia en Cuba, al menos, ese es mi criterio.

Sin el poder revolucionario no hay nada de lo que hemos dicho, no hay desarrollo, no hay independencia, no hay antimperialismo, no hay un poder al servicio de las grandes mayorías del país, no hay nada de eso.

Y si no hay nada de eso entonces es difícil saber de qué estaría basada la democracia que pretendemos o cuál es el desarrollo democrático posible. Entonces me parece que el ojo del canario es el poder revolucionario, que es el que hace posible todo lo demás y a quien hay que demandarle que realice la democracia que prometió.

El otro aspecto que querría tener en cuenta, ya hablando del periodo revolucionario de esta historia, es que además de superar la experiencia de la República liberal debía asumir el desafío socialista.

No estoy hablando del socialismo realmente existente, como dijo Brezhnev, sino del socialismo que nos prometimos todos. Aquel que Rosa Luxemburgo definía como la posibilidad de una «democracia plena».

Podemos discutir qué queremos decir con democracia plena, a dónde llega la plenitud, pero esa es la meta del socialismo que tenemos. Le hemos ofrecido a la sociedad una democracia plena y el desarrollo democrático al que aspiramos, el que necesitamos y el que esperamos, es el de alcanzar una democracia plena.

Sin embargo, el alcanzar esta meta, este desarrollo democrático, ha enfrentado y enfrenta numerosos obstáculos. El compañero Germán [Sánchez Otero] se va a extender mucho más en estos desafíos de una democracia en Cuba, pero voy a mencionar puntualmente algunos:

Primero, todo examen del tema democrático por fuera de un escenario de agresión de los Estados Unidos, pierde sentido.

No solamente porque Estados Unidos produzca San Isidro, sino porque Estados Unidos produce en el seno de la Revolución posiciones duras y conservadoras; cosa que por supuesto la estrategia norteamericana prevé: ese escenario de permanente hostilidad de parte de Estados Unidos va a endurecer las posiciones entre los revolucionarios y van a propiciar la disidencia y la contrarrevolución.

Es decir, que sacar de cualquier discusión la agresión, la política de los Estados Unidos hacia Cuba — no me refiero al periodo del coronavirus, ni me refiero al trumpismo, me refiero a la historia toda, hasta hoy y para mañana — es un sinsentido. Estados Unidos no puede sacarse de la ecuación porque ellos no nos sacan de su proyecto de dominación y, por tanto, hay que contar con eso para explicarse no solamente el gran obstáculo sino las restricciones a la democracia que hayamos tenido que asumir.

Yo creo que tenemos restricciones democráticas a esa democracia plena de la que hablamos. Creo que algunas son inevitables, como son todas las situaciones de conflicto, pero creo que nuestro déficit está en que pueden ser más de las necesarias, no las esclarecemos ante la opinión pública y no buscamos el consenso de la población para cada una de esas restricciones que entendamos como necesarias, y cuando parezcan necesarias. Ese me parece que es otro de los obstáculos a resolver.

Otro obstáculo a resolver, diría yo, es lo que podríamos llamar problemas y defectos de nuestras instituciones y orden institucional.

¿Hasta qué punto nuestras instituciones y el orden institucional favorecen alcanzar la democracia plena que defendemos, favorecen mayor desarrollo democrático? Esa es una de las preguntas que nos debemos hacer. Ahí entra, no hay tiempo para detenerse en eso, el hecho de que tenemos un socialismo de Estado, el hecho de que tenemos una institución altamente centralizada, el hecho de que tenemos una gran desviación entre la norma institucional y el comportamiento real de las instituciones, el hecho de que tenemos una alta burocratización de nuestras instituciones y, también, que son altamente ineficientes.

Entonces, esta limitación institucional, sobre la cual no revelo nada nuevo, tiene que ver con el desarrollo democrático que pretendemos y, casi inmediatamente, voy a explicar por qué.

Agregaría a ello la dimensión cultural del problema. Es decir, ¿tenemos una cultura democrática? Un tema es si tenemos o no condiciones democráticas para un mayor desarrollo democrático, pero ¿tenemos una cultura democrática o hay un sector de la población, abajo y arriba, que no participa de una cultura democrática? Hay sectores populares a quienes no les interesa el tema, hay sectores de las capas de dirección que no lo entienden, no lo quieren entender o tampoco lo comparten. Necesitamos afincar ese desarrollo con una cultura democrática. No me detengo en esto porque es un tema en sí mismo, pero quiero decir que me parece que carecemos, que tenemos una insuficiente cultura democrática.

Creo que a lo largo del tiempo el desarrollo democrático no se ha interrumpido. He escrito recientemente un libro [La evolución del poder en la Revolución cubana] y he tratado de mostrar que a lo largo de toda la historia de la revolución ha habido también un desarrollo democrático. Es insuficiente, no nos conforma, pero ha habido un ininterrumpido desarrollo democrático.

Y más recientemente han aparecido nuevos términos; hemos pasado de no utilizar nunca en el discurso oficial el término «democracia» a aceptar que tenemos una meta de «socialismo próspero, democrático y sustentable». Esta expresión de «socialismo próspero, democrático y sustentable» la pronunció el compañero Raúl Castro en la clausura del VII Congreso del Partido, pero antes, alguno de nosotros vio en la televisión una Comisión que discutía la propuesta de un compañero de incluir el término «democrático» y los compañeros de la mesa le dijeron que no, qué cosa era eso, que con decir socialismo ya habíamos dicho todo lo demás. Es decir, que antes, pudimos ver una mesa donde se rechazaba el término, y que por suerte el primer secretario del Partido lo incluyó en su intervención. Recordarlo es una manera de dar a entender las diferencias que al respecto existen entre los revolucionarios mismos acerca de este tema y nuestro nivel de compromiso con él.

 

4. La democracia participativa

Terminaría con un punto y unas breves conclusiones. Nosotros no decimos que somos la democracia o que la nuestra es también una democracia participativa; decimos, le hemos puesto un apellido a la democracia nuestra, de «democracia participativa». Esto rápidamente lleva a la discusión de qué es lo participativo; nunca se explicita. También sobre eso he escrito, no digo nada nuevo, pero cuando estudié qué cosa sería la tal participación me encontré dos problemas fundamentales, que me interrogaron.

Uno, ¿participar en qué? Llegué a la conclusión de que la democracia era participar en el poder o no era nada, era una frase. Participar, es participar directamente en el poder.

Y, en segundo lugar, esta era una situación que también se me presentaba como un proceso. Comencé a ver en la literatura que el tema estaba muy estudiado y que los mejores trabajos y reflexiones sobre él veían a la participación como un proceso y distinguían diferentes momentos de ese proceso. Me interrogué entonces acerca de cuáles y cómo se comportaban entre nosotros esos momentos del proceso de participación. Obviamente, veríamos diferencias si estamos hablando de una esfera u otra, de una sociedad u otra, de una actividad u otra e, inclusive, de una institución u otra. Pero podemos generalizar en esta exposición.

Para transmitir una idea, un ejemplo, del nivel alcanzado en cada momento de la participación — porque seguimos en la idea del desarrollo democrático — aprecio que el nivel alcanzado en cada uno de ellos — alto, medio o bajo — ha sido: Primero, en tener voz o emitir demandas, que creo yo es bastante alto. Después, hay un segundo momento que llamaríamos de «agregar demandas», donde el nivel alcanzado me parece medio, con tendencia a la baja; no es que Germán tenga una demanda, ni que yo tenga una demanda o también Josué, sino que los tres pudiéramos agregar nuestras demandas, lo que tiene que ver un poco con los sucesos más recientes. Tenemos después, otro momento en el cual el nivel se torna muy bajo, el de «hacer propuestas», es decir la capacidad, el momento participativo de hacer propuestas. Este vuelve a ser bajo, en mi opinión muy bajo, quizás el más bajo de la participación, en «la toma de decisiones». Vuelve a ser muy alta en la «ejecución», porque para la ejecución sí nos convocan a todos y participamos casi todos. Y vuelve a ser de nivel medio en «controlar el proceso de participación», controlar esas decisiones. Finalmente, vuelve a ser baja la «evaluación del proceso de participación», que la sociedad pueda evaluar por dónde anda eso que hemos llamado «participación».

La idea que quiero transmitir — que pueden ser estos momentos o pueden ser otros, cada cual puede hacer su lista — pero que les presento a manera de ejemplos más concretos, es que cuando decimos que la nuestra es una «democracia participativa», nos complican más el problema, no me lo han simplificado y, por tanto, me hago más interrogantes y tengo más expectativas. Y si hablo de desarrollo democrático, cabe preguntarse por dónde estamos en cada uno de esos momentos, sean los que yo he tomado u otros que ustedes u otros autores quisieran identificar.

Por último, sabemos que nosotros desde que nacemos hasta que morimos, vivimos en realidad, no como nos creemos subjetivamente, con nosotros mismos, sino en el marco de instituciones.

Por tanto, la pregunta para el tema que nos ocupa es ¿cuál es el espacio y cuáles los mecanismos que presentan las instituciones realmente existentes o eventualmente, las que tengamos que crear, para poder realizar esta democracia participativa?

Tenemos ciertos espacios o ciertas actividades. Generalmente pasamos buena parte de nuestras vidas revolucionarias en asambleas, presentando quejas, con algún acceso a las comunicaciones, sería el caso, en algunas consultas de que hemos sido objeto, en algún momento de rendición de cuentas de las autoridades, digamos que son algunos de los espacios que podíamos haber aprovechado y quizás no lo hicimos. Pero, queda en pie — lo repito — ¿qué instituciones de las realmente existentes favorecen o no la participación? y, ¿cuáles serían los procedimientos idóneos para que pudiéramos realizarla?

 

5. Conclusiones provisionales

Esto me lleva a terminar mi presentación con dos o tres conclusiones. Primera, opino que, tanto en la teoría como en la historia, el socialismo es la condición del desarrollo democrático posible en nuestro país y para la sociedad cubana en su conjunto. No creo que tengamos ninguna otra opción, no la tuvimos ni creo que la tendremos, si no es bajo las condiciones del socialismo.

Nos toca exigirle a nuestro socialismo nuestra democracia.

Segunda, creo que el desarrollo democrático, como ya dije conlleva en las condiciones históricas y concretas nuestras: inevitables restricciones que habría que reconocer y consensuar; habría que superar los obstáculos que enumeré antes; y habría que considerar que en el proceso de reformas en curso quede incluido, se alcance o no la democracia plena, un mayor desarrollo democrático. Creo que nos hemos movido en esto, hay una reforma política implicada en la nueva Constitución de la República; de hecho, he escuchado y visto echar mano de la Constitución para defender puntos de vista diferentes, lo cual me parece positivo. La nueva Constitución es la que se ha dado el pueblo, la ciudadanía, y yo creo que debe ser ésta, efectivamente, el referente y marco de nuestras reivindicaciones.

Llamo la atención sobre un problema colateral que es, como yo lo veo, y es que la Revolución cubana ha transitado con un alto nivel de legitimidad; es decir, ha tenido una alta capacidad de construir un consenso mayoritario en la población. Ya sabemos que hay cualquier cantidad de quejas o discrepancias; yo siempre digo que en una cola del pan nadie está con el socialismo, pero cuando se plantea la política social de la Revolución o la cuestión nacional y la agresión externa, el 95 por ciento de la población apoya el socialismo, los fundamentos de esa soberanía. Ese consenso es una resultante, como en Física — aquí tenemos varios compañeros físicos — de muchos consensos, lo que no excluye las discrepancias puntuales. Pero me parece que la legitimidad de que hemos dispuesto hasta ahora ha tenido algunas fuentes objetivas, para llamarlo de alguna manera, de legitimidad. Se suele identificar entre nosotros la legitimidad histórica, se hizo una revolución, existe una historia heroica, escenarios de lucha, están presentes muchos de los actores de esa historia, se transitó con un liderazgo extraordinario, etcétera; digamos que hay una legitimidad histórica.

Existe también la legitimidad de la obra de la Revolución, aunque esta puede haber tenido también sus variaciones. Existe la legitimidad de que la Revolución ha transcurrido en derecho, es decir, en el marco de una cierta juridicidad. También, que se ha dispuesto de un proyecto de mejor sociedad. Y como ya dije, que se ha tenido un continuado, aunque insuficiente, desarrollo democrático. Reitero que no tenemos tiempo de argumentar todo esto más extensamente.

Ahora, una de las cosas que me preocupa a mí es que la historia como fuente de legitimidad va perdiendo su peso relativo en el tiempo. La obra de la Revolución va perdiendo su peso relativo. Todos los días hablo con jóvenes y nietos que me dicen «no me hables más de la educación, yo nací con eso». Y yo me espanto porque digo, valdría haber puesto la guillotina en la Plaza de la Revolución nada más para haber tenido al 100 por ciento de los niños de Cuba con uniforme en una escuela, cosa inexistente, no digo en el Tercer Mundo, ni en el Primero. De manera que hay una apreciación generacional, yo hubiera puesto la guillotina y algunos jóvenes me dicen que no les dé más «teque» sobre la educación. Probablemente la obra de la Revolución también tiene un techo específico y otras exigencias; si a ello le agregamos tener una crisis en los noventa, una estagnación en los 2000 y estar al borde de otra crisis económica en el 2020, algo lejos de la prosperidad, entonces vemos como que la obra de la Revolución pierde ese peso relativo como fuente de legitimidad.

Y finalmente está el desarrollo democrático. Yo creo que la juridicidad — de ahí la importancia de la Constitución — y el desarrollo democrático serán cada vez más, y tenemos que llamarnos la atención sobre ello, las fuentes fundamentales de legitimidad, no las únicas, pero ganarán cada vez más peso relativo. Por eso el tema del desarrollo democrático y el debate que hacemos ahora, en este momento, sobre la democracia es tan relevante para el destino de la Revolución, para su legitimidad futura.

Terminaría diciendo lo siguiente: no hay democracia sin construcción de ciudadanía. ¿Quién es el portador de la democracia? La democracia es un atributo de la soberanía popular, pero ¿quién quiere, persigue y demanda la democracia? El sujeto de ella no es abstractamente el pueblo, que también, si no los ciudadanos. Hay un tema de construcción de la ciudadanía en el que no solemos reparar. Este es un tema de larga data en el pensamiento de izquierda en América Latina: la construcción de la ciudadanía. No vamos a tener ciudadanía con ciudadanos enfermos, pobres, miserables, marginados, enajenados por los medias; es decir ¿cómo construirla? Yo diría que es evidente la contribución que ha hecho el socialismo cubano, lo que ha avanzado en la construcción de esa ciudadanía. Pienso yo que tenemos más ciudadanía potencial que potenciada, más de esas capacidades ciudadanas que las que utilizamos, que las que somos capaces de utilizar. Lo pongo ahí también como otro de los desafíos presentes.

Esperemos que la democracia siga siendo entre nosotros la superación de la República dependiente que fue y de las malas enseñanzas del «socialismo real»; que no solamente nos tenemos que curar de esa experiencia histórica liberal, sino también de las experiencias de las llamadas «democracias populares», las que no desaparecieron casualmente. Y no hemos reflexionado suficientemente, creo yo, acerca de por qué desaparecieron.

Entonces, veo que el tema de la democracia y, más que la democracia, la voluntad y perseverancia de alcanzar ininterrumpidamente un mayor desarrollo democrático, es el mayor desafío que tuvo mi generación y que tiene delante vuestra generación.

Muchas gracias.

 

Palabras leídas por su autor durante la primera sesión del Ciclo-Taller: «Problemas y desafíos de la democracia socialista en Cuba hoy», desarrollada en el Instituto Cubano de Investigación Cultural (ICIC) “Juan Marinello”, La Habana, 9 de diciembre de 2020.

 

https://medium.com/la-tiza/el-ojo-del-canario-es-el-poder-revolucionario-bc5a138bc6f6

 

Plebeyos en una pelea cubana por los conceptos

Hiram Hernández Castro

 

I

En la antigüedad solo podían sobrevivir las ciudades que detuvieran por la fuerza o la disuasión el saqueo de sus vecinos. La agricultura era la actividad fundamental, pero cuando la cosecha no satisfacía la demanda los pueblos se saqueaban y esclavizaban entre sí. En el año 490 a.n.e, Atenas fue asediada por los persas. Las huestes de Darío ostentaban una hegemonía naval indiscutible. Pero Ática había armado a los ciudadanos pobres para que defendieran su ciudad. Articular el cuerpo plebeyo fue el paso definitivo hacia la igualdad de derechos civiles y políticos. En la batalla de Maratón, por primera vez en la historia, un ejército de ciudadanos libres se enfrentó a un imperio. Venció la democracia.

Las sociedades contemporáneas encaran problemáticas distintas a las repúblicas del Mediterráneo antiguo. Por lo mismo, resulta fascinante que aún hablemos de la política con el vocabulario ingeniado por los griegos. Un crítico se lo hizo notar a Karl Marx y el viejo le respondió: “¿por qué no habría de ejercer la infancia de la sociedad humana, en donde había obtenido su desarrollo más hermoso, un encanto eterno como una edad que nunca habrá de volver?”.[1]

Este texto habla de una disputa cubana actual y actuante, pero pide paciencia al lector para repasar esa “infantil” claridad con la que los antiguos griegos organizaron y pensaron su vida en común. De su herencia rescato tres claves conceptuales: democracia, plebeyos y palabra pública.

La democracia en Atenas no fue una utopía, sino un régimen legislativamente robusto y corolario de la articulación política de los ciudadanos pobres libres. La democracia, en su parte hermosa, prohibió la esclavitud por deudas, emprendió una reforma agraria, pagaba el equivalente a un jornal a los pobres que asistían al ágora; los días festivos, los ricos estaban moralmente obligados a sufragar los banquetes y la ciudad financiaba las representaciones de las comedias y tragedias clásicas que hoy conocemos.

La democracia ateniense instituyó un régimen de lo público y en el ágora los ciudadanos ejercían el derecho a la palabra y tomaban decisiones informadas sobre las problemáticas que los afectaban. La palabra (logos) devino herramienta de la democracia y ejercerla en libertad e igualdad definía la condición ciudadana. Todos los ciudadanos, afirmaba Pericles, son igualmente competentes y tienen tanto derecho a gobernar como a ser bien gobernados. Un ideal materializado en la breve duración de los mandatos, la rotación de los cargos y la sistemática rendición de cuentas sobre la gestión pública.

Fue en ese contexto que la Filosofía alcanzó su definición mejor. Su “problema fundamental” era distinguir quién dice lo justo, lo útil o lo perjudicial para la ciudad. Cuando sofistas, Platón y Aristóteles discursan sobre la verdad en el fondo disputan sobre la principal pregunta política: ¿quiénes deben tomar las decisiones?

Los manuales de Filosofía cuentan mal la historia. Con supina candidez hemos escuchado que solo el que sabe puede divisar el bien y que las personas comunes viven internadas en una cueva viendo sombras. Con esas tesis Platón intentaba expulsar a los ciudadanos pobres del ágora. Por el contrario, aquellos que defendieron el derecho de los plebeyos a levantar la voz fueron acusados de relativistas, mercaderes de la verdad y todavía sufren de mala prensa. Pero los sofistas —evocando un concepto gramsciano— eran los intelectuales orgánicos de la democracia.

El sofista Protágoras le dice a Platón: estamos de acuerdo que para tocar bien la flauta hay que saber música, pero cualquier ciudadano decente puede distinguir lo justo de lo injusto y, por tanto, la política es cosa de todos. Asimismo, cuando exclama: “hay que defender la opinión del más débil” es un llamado a democratizar el ágora que por siglos había sido el espacio, exclusivo y excluyente, de los “bien nacidos”. Los griegos —recuerda Michel Foucault— utilizaban la palabra “parresia” para nombrar el acto verbal del ciudadano que habla con franqueza al poder aun sabiendo que puede ser castigado por ello. En contraste, los atenienses llamaban “ilota” —esclavos en Esparta y raíz etimológica de idiota— a los ciudadanos que por conveniencia, miedo o indiferencia no se atrevían a ejercer su derecho a la palabra pública.

En resumen, la historia ateniense nos aporta algunas lecciones: 1) democracia, en el sentido clásico de la palabra, es el gobierno de los ciudadanos pobres libres; 2) los ciudadanos libres no se asumieron democráticos por constituir una mayoría del número, sino porque lograban persuadir a las mayorías de que sus decisiones eran las correctas; 3) el ágora, como espacio para hacer política, cambió la virilidad militar por la virtud de hablar en público con franca preocupación por una república libre.

 

II

Una declaración titulada: “En articulación plebeya” circula y recauda firmas por las redes sociales. En ella se aboga por “fomentar una cultura cívica de respeto por los derechos humanos y de relación fraterna, que supere el lenguaje político polarizante, como condición para la superación de todas las formas de violencia y desigualdad”. Cientos de ciudadanos la firmaron, otros negaron su intención de contribuir al bien de Cuba y una tercera reacción reconoció sus valores, pero le reprochó una condena explícita al bloqueo y el hostigamiento norteamericano.

En efecto, durante la administración Trump, la política de la Casa Blanca redobló su política de asfixia con el declarado designio de forzar a los cubanos a tomar una acción de protesta contra su gobierno. Uno de los criterios más consensuados y reafirmados por la casi totalidad de las naciones —bajo gobiernos de todas las ideologías— ha sido la impugnación del embargo/bloqueo por ser un mecanismo de injerencia en la soberanía de la Isla. Un análisis del escenario económico y político cubano que no aluda a los efectos del bloqueo y a los millonarios fondos para comprar acciones que induzcan a un cambio de régimen en Cuba resulta omiso.

Decir que un enunciado es parcial puede significar lo mismo que decir que es incompleto o tendencioso. En el mejor caso, la pretensión de enunciar una verdad presupone la apertura a ser completada por otros. La forma ideal de comunicación para completar la verdad es el diálogo. Para ello se requiere la voluntad de que los diferentes —incluso los adversarios— se reconozcan como interlocutores responsables, con iguales derechos a participar dentro de un marco normativo común.

Si de decir toda la verdad se trata, en el discurso de la burocracia cubana el bloqueo ha servido para justificar su propia ineficiencia, así como el belicismo asumido por una parte de la oposición ha sido coartada para justificar la censura de todas las voces críticas. La política de los Estados Unidos nutre a sectores conservadores en ambos extremos del arco ideológico. Entre una oposición desleal a la soberanía y una burocracia anquilosada no hay un partido, una organización de masas o un grupo de académicos, sino múltiples formas de situarse frente a crisis de distinto orden que afectan la vida de los cubanos. Si es posible habar de un “centro” —más que todo un espectro— sería el que emerge de la equidistancia entre polarizadores, pero cubriría un amplísimo campo de contenidos conceptuales y sensibilidades políticas.

La Articulación plebeya (primera) no es un manifiesto ni un análisis contextual, es una comunicación con remitente y destinatario. Un grupo de ciudadanos se dirige a su Estado/gobierno para solicitarle el apego a la Constitución que ambos comparten y es mandatorio para ambos. Los Estados Unidos son un tercero, no comprometido con las normas que vinculan a la ciudadanía con las autoridades cubanas. El documento original fue publicado el 27 de noviembre en facebook y de ahí fue replicado en La Joven Cuba, al unísono que centenares de artistas e intelectuales —en su mayoría jóvenes— se reunían a las puertas del Ministerio de Cultura (Mincult).

La declaración responde, en tiempo real, a la urgencia de ciudadanos siendo rociados con aerosol pimienta y cercados de policías y grupos civiles convocados a repeler una protesta pacífica. Recordemos que los motivos de los allí congregados, sin mediar una convocatoria expresa, eran diversos dentro de un rango de insatisfacción por la gestión estatal frente al Movimiento San Isidro (MSI) y con demandas en torno a la libertad de creación y expresión. Atendiendo a la urgencia del contexto la Articulación expresaba: “rechazamos cualquier acción violenta y represiva, y reivindicamos el respeto a los espacios de diálogo dentro del marco de las leyes y la constitución”.

Finalmente, el escenario de protesta del 27 de noviembre fue resuelto en un diálogo entre los 30 representantes democráticamente elegidos in situ por los allí congregados y el viceministro de cultura Fernando Rojas. El último de los acuerdos prometió garantías de no consecuencia para los manifestantes. Ya en la madrugada los jóvenes del 27 N cantaron el Himno Nacional, se abrazaron y caminaron salvos, entre vehículos policiales, a sus casas.

Más tarde la televisión estatal cubana —por primera vez en semanas de la escalada de conflictos— dedicó un programa especial a identificar al MSI como un actor mercenario, articulador de show mediáticos e insertados en el guion de los “golpes suaves” y “revoluciones de colores”. La identidad, en cambio, de los manifestantes del 27N fue presentada por el viceministro Rojas con tono conciliador, resaltando el saldo positivo del encuentro y la voluntad institucional de respetar lo pactado. Todo ello, mientras se desmentía la actuación policial de la noche anterior y se mostraban las imágenes de los congregados y sus representantes “hablaban” en off.

Fernando Pérez —una de las voces más prestigiosas del campo cultural cubano—requirió a las instituciones extirpar los prejuicios y emprender un diálogo serio. Para el director de El ojo del canario, los jóvenes del 27N merecen una mirada poética que rescate la Cuba del futuro reunida frente a las puertas de su Ministerio.

No hay dudas de que el 27 de noviembre hubo una protesta política de artistas y creadores. Con todo lo complejo que significa decir esa frase en Cuba. Un análisis serio no pasaría por alto que el repertorio elegido por el demandante fue acudir a las puertas de su institución a reclamar la presencia de su ministro. Una crisis de credibilidad institucional dibujaría un escenario más sombrío para la resolución de conflictos. A futuro, ese es el escenario trazado cuando —por un “correo insolente”— las autoridades decidieron cerrar el diálogo y sustituirlo por una reunión con algunos elegidos.

Demandar la presencia en la mesa de diálogo de la persona del presidente —lo que Fidel Castro quizás hubiera hecho de motu proprio— puede resultar tan excesivo como razonable requerir la presencia de un asesor constitucional. Para las autoridades cubanas ambas cosas son igual de intolerables. En los hechos, ninguno de los dos actores distinguió entre procesar un diálogo o una negociación. Una vez más, bandos en las antípodas, no perdieron oportunidad para el anacrónico uso de la frase de Maceo: “No, no nos entendemos”. Con esa expresión el Titán rechazó un pacto incompatible con su decisión de no cansarse hasta: “librarse de todo aquello que no sea republicano”. Citar la primera frase aislada del ideario que la sostiene solo sirve para alimentar obcecaciones que impiden procesar diferencias y solventar en el diálogo los conflictos.

Otro botón de polarización asoma cuando un autor —bajo el seudónimo Bufa Subversiva1— publicó “Articulación Popular y Socialista” para contrarrestar el texto plebeyo. El texto en sí carece de valor conceptual, excepto el ser difundido por los medios oficiales y afines a pesar de faltas tan evidentes como presentar una fecha errada de su contraparte y, por ese lugar, increpar a los plebeyos excluir “la espontaneidad de la Tángana como parte del diálogo”.[2] En su arremetida declara: “no hay nada de ‘plebeyo’ en personas que son pagadas por organizaciones como la NED (…) que han hecho público su vínculo con tales organizaciones enlazadas directamente al gobierno norteamericano”. No se aclara si se refiere a redactores o cofirmantes que en una declaración abierta solo pueden comprometerse con las ideas plasmadas en el texto en cuestión. En cualquier caso, la retractación “popular y “socialista” no discute conceptos, sino que es el continente de un ataque ad hominem, es decir, la afirmación de que una idea es falsa basándose en los supuestos intereses espurios o características morales de sus firmantes.

En la maquinaria propagandística estatal el MSI, el 27N y la Articulación plebeya reciben la descalificación personal y el linchamiento mediático como tratamiento común. Sin prescindir, en ciertos casos, de arrestos domiciliarios, actos de repudio, detenciones e interrogatorios policiales a personas sin procesos legales en curso. Las acciones mediáticas y policiales son socializadas en el ágora digital, devenida plaza pública, generando apoyos y rechazos.

Un marco en la fotografía de Facebook identifica a quienes quieren a un país inclusivo (Cuba es de todos) y los que subrayan que el país sobrevivió al hostigamiento de Trump (Cuba Viva). El ágora digital cubana se ha ampliado y con ella se multiplican los efectos comunicativos. El performance de MSI generó un efecto cascada donde en un punto de la escalada se hizo imposible mantenerse indiferente. A partir de reacciones enfrentadas se conformaron grupos que reafirmaban su identidad en oposición a otros. El resultado es un estado mental que enfatiza en las divergencias ya no solo con el opuesto, sino con los que pudieran expresar contenidos similares en conceptos diferentes.

La Articulación plebeya refrenda un amplio, pero, a la vez, preciso pacto con “todos los saberes comprometidos con el bien de Cuba y la conservación de la soberanía nacional, la independencia y la integridad de la patria”. Para una disposición racional la recusación a toda forma de injerencia extranjera es indudable. Sin embargo, una articulación autónoma, el encaje en tradiciones políticas no doctrinarias y la distancia con el vocabulario intransigente genera sospecha, desconcierto y rechazo en los celadores de la “pureza revolucionaria”. La polarización prefiere colocar etiquetas que dialogar, elige tener enemigos antes que adversarios, prefiere la trinchera que el ágora. Para el revolucionario polarizante el campamento espartano es más vigoroso que la democracia plebeya. Un error histórico común en las izquierdas tradicionales.

III

Lo que no más ayer era un problema a procesar con argumentos estéticos y, de contar con elementos suficientes de convicción, en un espacio jurídico transparente; hoy ha sido elevado a una crisis política de alta intensidad. Los medios corporativos internacionales han hecho su negocio. El lobby cubanoamericano utilizará estos eventos para torpedear el diálogo entre el gobierno cubano y la nueva administración de la Casa Blanca. Sí, puede resultar paradójico que uno de los gobiernos que mejor ha gestionado la pandemia global se haya visto superado por un conflicto doméstico. No sorprende, es proverbial que una de las asignaturas pendientes de los sectores pertinaces al interior del partido/gobierno es la ciencia política.

La hegemonía de Fidel, en parte heredada por Raúl, excusaba a los políticos del partido y a su monolítica bancada en la Asamblea Nacional a hilar fino en política. Esa condición no solo ya no existe, sino que se hará más distante con la desaparición de la generación histórica que hizo la Revolución. El pilar de legitimidad del proceso político cubano es el referéndum donde la ciudadanía —con el 86,9 % de los votos— aprobó como fundamento que: “Cuba es un Estado socialista de derecho y justicia social, democrático, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos” (Art. 1).

La Carta Magna de 2019 conserva bridas en la tradición soviética de su predecesora, pero incorpora un renovado lenguaje universal, técnico jurídico y pluralista. Por ese lugar, ingresan nuevos contenidos a la ciudadanía como la aceptación de los derechos humanos en su carácter irrenunciable, imprescriptible, indivisible e interdependientes. Se registran principios como la igualdad ante la ley sin discriminaciones de ningún orden (Arts. 40, 41); se reconocen las libertades de conciencia, pensamiento y expresión (Art. 54) y las garantías para un debido proceso y el habeas corpus (Arts. 94, 95). A tales mandatos se refiere Articulación plebeya cuando demanda: “se revise la constitucionalidad de todas las normas de inferior jerarquía que contradigan la Constitución”.

El derecho es un discurso político y la política fluye en la cotidianidad que intenta organizar el derecho. Cuando el texto plebeyo habla del imperio de la ley no es Hans Kelsen a quien se le hace un cumplido, sino al republicanismo democrático. Ello será difícilmente observado por cierta izquierda internacional que se empeña en pensar a Cuba desde la épica revolucionaria y desatendiendo la voz del ciudadano cubano común. La idea de mantener a Cuba como una excepcionalidad museable, protegida de los aportes teóricos que solo valdrían para denunciar las restricciones democráticas, perfidias del poder, autoritarios, discriminaciones, feminicidios y corruptelas capitalistas es tramposo Por fuera de ese egoísta lugar, la Cuba bandera revolucionaria debe responder a las necesidades democratizadoras de la Cuba país cada día más diverso y desigual; un país urgido de disminuir la pobreza y el desabastecimiento de los productos básicos de su canasta vital; un país apremiado de procesar sus diferencias ideológicas bajo el imperio de la ley y en respeto a los derechos humanos. Atravesar esa tempestad con la compañía de la izquierda democrática estaría muy bien, hacerlo con dispositivos de control ciudadano y espacios abiertos al debate público sobre la justicia y la legitimidad sería lo realmente socialista.

El programa republicano, muy distinto al liberal, se compromete con impedir que un individuo o grupo social a razón de su poder económico coarte a la República su derecho a definir el bien público. La libertad republicana es opuesta a la liberal en tanto no reza: yo soy libre hasta el límite de tu libertad, sino dice: yo soy libre porque compartimos una república libre de dominación arbitraria para ambos. Por ese lugar, el programa republicano se ejerce también contra las burocracias estatales que operan con lo público como si fuera su patrimonio. Los republicanos democráticos —preocupados por las asimetrías de poder— procuran que las libertades de expresión y prensa se materialice en medios públicos bajo estricto control fiduciario de la ciudadanía.

El término “plebeyo”, por su parte, remite a una tradición que atraviesa la historia de la política. Plebeyos eran los ciudadanos pobres libres y su régimen político marcó el sentido clásico de la “democracia”. Gramsci definió lo plebeyo como el bloque social de los oprimidos. Los plebeyos son en Frantz Fanon “los condenados de la tierra” y el concepto-metáfora Caliban identifica la identidad plebeya en oposición al discurso colonizador. La “opción por los pobres” en la teología de la liberación define una determinación que vale tanto para Dios como para toda autoridad: “el gobierno que no es de los pobres es el gobierno de los ricos”. No hay pretensión de neutralidad, sino que el plebeyismo —entendido como empoderamiento de los grupos subalternos— define la clave del movimiento democrático. En el mapa de la Filosofía Política adscribirse a una declaración republicana plebeya puede ser un intento completado, pero su sentido de clase no es intercambiable.

Lo que sí es cierto es que la democracia como una cosa en sí, como una abstracción formal no existe en la política real. Se dice democracia en oposición a las derechas patriarcales, a los fundamentalismos religiosos, a los mercaderes de la independencia y la soberanía popular. Se dice plebeya, como decir mestiza, frente a las purezas doctrinarias, mudas frente a los grupos poderosos que ahora mismo —blindados por la ausencia de medios de comunicación realmente públicos— privatizan los cambios económicos a su favor. Se dice republicanismo para impedir que los poderosos de distinto signo expropien a la ciudadanía de su derecho a definir lo que es de pública utilidad. Se dice República porque una patria debe ser el ágora de todos y no la finca de algunos.

 

[1] Karl Marx, Selected Writings, Oxford University Press, 1977, p. 360.

[2] Se refiere a un evento de reafirmación revolucionaria publicitado un día después de la publicación del texto plebeyo.

 

https://www.periodismodebarrio.org/2020/12/plebeyos-en-una-pelea-cubana-...

 

 

A propósito de las dudas, resistencias y desaciertos de un compañero.

“Defender la Constitución es defender la Revolución”

Julio Fernández Bulté

 

 

Walter Mondelo García

 

En 1994, la revista Casa de las Américas, tribuna de la intelectualidad latinoamericana, publicó un artículo de Adolfo Sánchez Vázquez, andaluz de nacimiento y mexicano por adopción, uno de los filósofos marxistas más relevantes de la segunda mitad del pasado siglo, que dejó meridianamente clara, en mi opinión, la cuestión que la izquierda mundial demoró décadas en afrontar y responder con la lucidez que reclamaba Alfredo Guevara para todo revolucionario. En aquel artículo, Sánchez Vázquez, con una honestidad intelectual y política que fue siempre una seña distintiva de su pensamiento y acción, decía lo siguiente:

“Ciertamente, el derrumbe del "socialismo real" tuvo y tiene consecuencias devastadoras para la izquierda que, durante largos años, se solidarizó incondicionalmente con ese experimento social, con lo cual -al renunciar a su crítica- se hizo corresponsable de sus desaciertos, ineficiencias e injusticias. Esto da sentido a la pregunta que impone el ajuste de cuentas con el pasado: ¿qué significa estar hoy a la izquierda?

El criterio sigue siendo ciertos valores universales -libertad, igualdad, democracia, solidaridad, derechos humanos- cuya negación, proclamación retórica o angostamiento han sido siempre propios de la práctica política de la derecha. Pero esos valores tienen que ser asumidos por la izquierda en cada situación real, con un contenido concreto. No se puede estar hoy a la izquierda sin romper con todo lo que ha significado el "socialismo real".

Sólo en un verdadero socialismo las reivindicaciones ilustradas de libertad, igualdad, justicia y democracia encontrarán el terreno apropiado para pasar de los buenos deseos a su encarnación efectiva. Pero la izquierda no puede cruzarse de brazos en espera del "gran día" en que advengan esos valores. En cada instante y en cada pulgada de terreno ha de hacer frente a la negación, o angostamiento de ellos, pues ésta, será, en definitiva, la mejor vía para llegar a la sociedad más justa, más libre y más igualitaria y humana que llamamos socialismo.”2

Pido excusas por la extensión de la cita, pero es imposible decirlo mejor. A más de un cuarto de siglo de escritas estas palabras, resulta doloroso, casi podría decirse trágico, que autores de izquierda, de militancia probada, y reconocido talento, vengan ahora a defender, por razones que no se entienden muy bien, posturas que significan, en la práctica, la negación, proclamación retórica o angostamiento de esos valores universales, que han sido y son banderas de lucha de los pueblos del mundo, de l@s humillad@s y ofendid@s, durante más de 200 años, y eso sicontamos sólo desde la Revolución Francesa, la por siempre memorable y bendita revolución, como la llamó Mark Twain3, antimperialista y socialista, por cierto.

Si el compañero de las dudas y resistencias hubiera releído el artículo de Sánchez Vázquez en lugar del que menciona, probablemente se hubiera ahorrado algunos errores, que no quiero llamar desatinos por respeto a la valía intelectual de su autor.

El primero de ellos, no sé si el más importante, es la negación peligrosamente sectaria de la diversidad de matices, porque, según él, al final sólo se puede elegir entre dos colores: “los que envuelven y abrazan las tonalidades del rojo o el gris del dólar y el euro”. Con esa paleta tan estrecha (incluso un daltónico distinguiría más colores), prácticamente queda fuera todo el campo de la izquierda no comunista, incluyendo a la Teología de la Liberación y a las Madres de Plaza de Mayo, además de la diversidad de los movimientos feministas, ecologistas, LGBTI, sindicalistas, de pueblos originarios, Vía Campesina, y tantos otros, que ponen el pellejo cada día en las luchas, locales y globales, contra el poder del capital. Si de paletas de colores se trata, me quedo con la hermosa y rebelde wiphala, símbolo y emblema de lucha de los pueblos originarios contra la dominación del capital y la mercantilización de la vida que nos empujan hacia un verdadero cataclismo ambiental y civilizatorio.

El segundo desacierto sería echar en el mismo saco los sucesos de San Isidro, y la concentración de artistas e intelectuales cubanos frente al MINCULT, que curiosamente, Kohan ni siquiera menciona, a pesar de que, en realidad, es el verdadero centro de la cuestión; y así lo reconoció el propio Ministerio de Cultura al aceptar una reunión del Viceministro con los 30 delegados elegidos por los propios artistas e intelectuales, y hacer públicos sus resultados, con el compromiso de sostener reuniones posteriores y mantener abiertos canales de diálogo entre las autoridades y los intelectuales.

El siguiente desacierto es una muestra tal de arrogancia y desconocimiento, que me resisto a creer que un autor de su talento pueda haber escrito algo así. Escribe Kohan, refiriéndose a un texto publicado por un grupo de importantes intelectuales cubanos: “Aunque breve, encuentro en él señales parpadeantes que me dañan la vista y, por momentos, me hacen salir agua de los ojos. Destaco algunos pocos núcleos problemáticos: (…) REALIZACIÓN PLENA DE LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA Y EL ESTADO DE DERECHO” (mayúsculas de Kohan). Si esta frase le hace salir agua de los ojos debe ser por la emoción de verla escrita. La república democrática ha sido siempre un objetivo irrenunciable de las luchas socialistas, como enseñó, con su sapiencia y magisterio inigualables, Antoni Domènech. El estalinismo borró y desterró toda huella de la tradición republicana en el socialismo originario, el de Marx, Engels, y otros grandes socialistas (Jean Jaurés, Rosa Luxemburgo, Karl Korsch, Anton Pannekoek). El Estado de Derecho, por su parte, está en el núcleo del programa político emancipatorio de la Ilustración, y es, sin disputa, una conquista de la humanidad. Para más inri, figura como marco normativo del socialismo cubano en el artículo 1 de la Constitución cubana vigente, aprobada por referendo popular el 24 de febrero de 2019, y en vigor desde el 10 de abril del propio año.

Lo que sigue es aún peor: ¿Piotr Stucka y Evgueni Pashukanis como lo mejor y más avanzado del pensamiento jurídico marxista y, además, preferibles o incluso superiores a Hans Kelsen? Sólo dentro de la tradición marxista (y sin que esto implique desconocer lo valioso de los aportes de Stucka y especialmente Pashukanis, quien fue ejecutado como “enemigo del pueblo” durante el Terror stalinista) tenemos a Otto Kirchheimer, Franz L. Neumann, Ernst Bloch, Pietro Barcellona, Nikos Poulantzas, Umberto Cerroni, Juan Ramón Capella, Boaventura de Sousa Santos, etc. Por otra parte, no entiendo de dónde saca que los firmantes del texto de Articulación plebeya estén proponiendo renunciar a Marx y sustituirlo por Isaiah Berlin, Karl Popper y Norberto Bobbio. Ahora sí que estamos en problemas, Houston. Esto ya es confundir la ideología (peor, una lectura extrema y dogmática de ella) con la ciencia.

Vamos por partes, lo primero: Hans Kelsen es una de las cumbres, quizás la más alta, del pensamiento jurídico del siglo XX. Maestro de la Teoría del Derecho, del Derecho Constitucional y del Derecho Internacional Público, padre del Tribunal Constitucional y uno de los inspiradores de la Carta de las Naciones Unidas. En política, Kelsen fue un demócrata radical, amenazado de muerte por los nazis, lo que le costó el exilio, y que criticó por igual en su inmensa obra a los liberales ortodoxos y a los marxistas ortodoxos. Los primeros lo consideraron socialista, y los segundos, anticomunista. Como señal de ecuanimidad científica, no está nada mal. Humildemente, le recomiendo al compañero Kohan que lea el clásico estudio de Óscar Correas, el gran jurista marxista, teórico y antropólogo del Derecho, recientemente fallecido, sobre Hans Kelsen, titulado El otro Kelsen ( UNAM, México, 1989)

Ítem más: que Karl Marx fue quizás el último gran filósofo ilustrado, heredero genial de la milenaria tradición republicana, que conocía bien por su formación como jurista, gran conocedor de los clásicos griegos y romanos. Baste recordar, como prueba al canto, que su concepción del trabajo asalariado como esclavitud a tiempo parcial la tomó de Aristóteles, a quien consideraba el más grande filósofo de la historia.

Es imposible separar, o aún peor, mutilar del socialismo sus ideales ilustrados y republicanos, so pena de convertirlo en el socialismo de cuartel que tanto detestaron Marx y Engels.4

Y aún más: Karl Popper y Norberto Bobbio, con todas las críticas que legítimamente se les pueden dirigir, son dos autores cuya obra resulta de lectura obligatoria, el primero, como epistemólogo es uno de los más influyentes del siglo XX, aunque su filosofía política resulte bastante inferior; el segundo, es uno de los teóricos del Derecho más respetados del siglo pasado, miembro de la resistencia antifascista, y durante toda su vida defensor de una confluencia entre el liberalismo y el socialismo, quizás equivocada, pero en todo caso respetable. El maniqueísmo de oponer como absolutos irreconciliables a los que consideramos “nuestros” con los que son “del enemigo”, resulta realmente lamentable, y repite las viejas posturas sectarias que tanto daño han hecho al pensamiento y la práctica política de izquierda, como el propio Kohan sabe muy bien.

Por otra parte, considerar la defensa del Estado de Derecho como fetichismo jurídico resulta digno de cualquier político de extrema derecha, de los que pululan hoy. Se le hace un flaco servicio al socialismo oponiéndolo al Estado de Derecho o a la república democrática. Si algo demostró la debacle del “socialismo real” es que la república democrática, los derechos humanos o el Estado de Derecho son parte integrante de la mejor tradición socialista, como heredera que fue de la tradición republicana, y sin ellos no puede sobrevivir. Los socialistas y comunistas originarios, de Babeuf a Marx y Engles, eran autoconscientemente republicanos. Basta con leer sus textos para comprobarlo. Como muestra, dos botones, el primero de Marx, en la Gaceta Renana, nº 132, 12 de mayo de 1842:

"(…) pues la libertad reconocida jurídicamente existe en el estado en forma de ley. Las leyes no son medidas represivas contra la libertad. Las leyes son, antes bien, las normas positivas, luminosas, universales, merced a las cuales la libertad ha ganado una existencia impersonal, teórica, independiente del capricho del individuo. Un código de leyes es la Biblia de la libertad de un pueblo. La ley de prensa es por lo tanto el reconocimiento legal de la libertad de prensa."

El segundo de Engels, en carta a Bebel, 28 de marzo de 1875:

"La primera condición de toda libertad: que todos los funcionarios públicos en todos los asuntos relacionados con su cargo puedan ser obligados por cualquier ciudadano a responder de sus responsabilidades ante tribunales ordinarios y conforme al derecho común".

Como vemos, ni Marx ni su gran hermano de lucha concebían no ya el socialismo, sino la misma libertad humana sin leyes ni garantías jurídicas, que son de hecho la armazón institucional del Estado de Derecho (y que, en Cuba, recientemente obtuvieron reconocimiento constitucional con el artículo 99 de la Constitución de la República, que aún espera por la ley de desarrollo que la haga operativa).

Ya refiriéndonos específicamente a Cuba, nunca se insistirá lo suficiente en que la propia existencia de la nación cubana es inseparable de la tradición republicana.

Cuba fue pensada como república democrática cuando aún era colonia del Imperio español, y las ideas y acciones de sus próceres, que los cubanos aprendemos a amar y respetar desde niños: Céspedes, Perucho, Agramonte, Maceo, Martí, Calixto García, entre otros muchos y muchas, llevan la impronta de la tradición republicana y democrática que está en la génesis misma de nuestra patria.

Recordemos que las cuatro revoluciones que marcan, como hitos luminosos, la historia de Cuba: la del 68, la del 95, la del 30 y la de 1959, estuvieron conscientemente dirigidas, las dos primeras, a lograr la independencia de Cuba como república frente a un poder colonial, y las dos últimas, a rescatar la república usurpada por déspotas nativos. En otras palabras, las revoluciones, en Cuba y en todas partes, son medios heroicos para conseguir fines elevados: libertad, democracia, independencia, justicia.

Según su Constitución, Cuba es una república democrática y un Estado socialista de Derecho, términos que contienen y resumen la centenaria historia de luchas del pueblo cubano frente a cualquier dominación externa o interna. Cualquier intento de ignorar o menospreciar estos términos, y su plasmación práctica en leyes e instituciones jurídicas es, no sólo históricamente disparatado, sino políticamente desorientado y lleno de peligros.

En fin, que a estas alturas, venir a oponer a Kelsen al socialismo, o hacer la guerra a la república democrática o al Estado de Derecho, o denostar a artistas e intelectuales cubanos en el legítimo ejercicio de su derecho a la libertad de opinión y de expresión, nos devuelve (en el discurso al menos) a la época de los manuales estalinistas que con tanta pasión y talento el propio autor criticó (o más bien, demolió) en su magnífico libro Marx en su (tercer) Mundo. Y aclaro, para evitar cualquier malentendido: estas líneas, escritas desde el respeto que merece todo compañero de ideales y luchas, pretenden ser apenas una llamada de atención, para que prime la lucidez, sin demonizaciones ni sectarismos, en todo debate político, y termino con sus propias palabras, que me parecen excelentes:

“¡Lucidez, lucidez, lucidez! Es decir: más y mejor socialismo. Esto vale — humildemente así pensamos, como internacionalistas solidarios con la revolución cubana — para todo el mundo involucrado en el debate.

En cuanto a las instituciones cubanas: lo más sabio e inteligente sería evitar cualquier tentación dogmática de caza de brujas, demonizaciones arbitrarias o sectarismos estrechos. Tensar artificialmente la cuerda y provocar rupturas, sin distinguir entre (a) reclamos justos y legítimos, y (b) provocaciones mercenarias; constituiría hoy una gran torpeza a la hora de defender la revolución cubana frente al imperialismo crepuscular.”

 

1 Bufa subversiva es el título de un libro de Raúl Roa García, de 1935.

2 Sánchez Vázquez, Adolfo: Después del derrumbe, estar o no a la izquierda, en Casa de las Américas, No. 200, 1994.

3 Twain, Mark: Un yankee de Connecticut en la Corte del Rey Arturo, Editorial Gente Nueva, La Habana, 2001, p. 88.

4 Sobre este punto, le recomiendo calurosamente a Kohan que consulte el clásico estudio de Antoni Domènech sobre la tradición republicana en el socialismo, El eclipse de la fraternidad, quizás el más importante aporte a la filosofía política en lo que va de siglo, recientemente reeditado por la Editorial Akal.

 

Sociólogo cubano. Premio Nacional de Ciencias Sociales. Miembro del Consejo Editorial de Sin permiso.
Candidato a Doctor en Ciencias Sociales por la FLACSO-Ecuador. Máster en Ciencias Políticas (2003) y Licenciado en Historia (1999) en la Universidad de La Habana.
Jurista y profesor universitario cubano.
Fuente:
AAVV

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