Rusia: El regreso de Navalny y la estrategia de la izquierda

Ilya Budraitskis

Ilya Matveev

Kirill Medvedev

Vicken Cheterian

30/01/2021

Rusia ha tenido una semana llena de acontecimientos y la situación está lejos de resolverse. Alexey Navalny voló de regreso a Moscú, fue arrestado inmediatamente al cruzar la frontera, y al día siguiente su equipo publicó un video escandaloso sobre la corrupción de Vladimir Putin, en el que pedía a todos los ciudadanos que salieran a las calles contra el gobierno el 23 de enero. ¿Qué piensa de todo esto la izquierda rusa? Preguntamos su opinión a Ilya Budraitskis, Ilya Matveev y Kirill Medvedev.


Ilya Budraitskis, historiador, escritor político y activista socialista en Moscú

El arresto de Alexei Navalny en el aeropuerto Sheremetyevo de Moscú el 17 de enero, minutos después de su regreso a Rusia, no solo era esperado, sino también era la única reacción posible de las autoridades rusas. A principios de este año, después de que las enmiendas constitucionales de verano abrieran la posibilidad de un poder personal ilimitado de Putin, su régimen había entrado claramente en una nueva fase: una dictadura abierta, basada no en el apoyo pasivo desde abajo sino en el poder represivo desde arriba. En esta nueva configuración, no hay lugar ni para la oposición liberal marginada ni para los partidos sistémicos de "democracia gestionada", que han ejercido un cierto control del monopolio absoluto del partido Rusia Unida y han servido de canal limitado para expresar el descontento electoral. El intento de asesinato de Navalny por parte del aparato de seguridad ruso en agosto pasado encaja perfectamente en este cuadro. Desde la perspectiva de las autoridades, la principal amenaza planteada por Navalny es la táctica del “voto inteligente”: la acumulación de todos los votos de protesta en el candidato que tiene más posibilidades de derrotar a los nominados por Rusia Unida. En una situación donde el apoyo al partido gobernante está disminuyendo rápidamente (actualmente no supera el 30%), el “voto inteligente” amenaza el escenario previsto para las elecciones parlamentarias de septiembre de 2021 y, a la larga, la reelección triunfal del propio Putin para un nuevo mandato. La principal amenaza planteada por Navalny es la táctica del “voto inteligente”: la acumulación de todos los votos de protesta por parte del candidato que tiene más posibilidades de derrotar a los nominados de Rusia Unida. En una situación donde el apoyo al partido gobernante está disminuyendo rápidamente (actualmente no supera el 30%), el “voto inteligente” amenaza el escenario aprobado para las elecciones parlamentarias previstas para septiembre de este año y, a la larga, la reelección triunfal del propio Putin para un nuevo mandato.

La audaz y precisa estrategia populista de Navalny busca de hecho crear una coalición de protesta, con un lugar importante reservado para los representantes de los partidos del sistema (sobre todo, los comunistas), que se negarían a seguir las reglas del Kremlin y serían capaces de llevar a cabo campañas electorales animadas y ofensivas. Un elemento clave de esta estrategia es la retórica de Navalny, en la que los temas de pobreza y desigualdad social han reemplazado a los valores democrático-liberales. Las investigaciones anticorrupción de alto perfil que le han proporcionado popularidad tienen un impacto emocional en una gran audiencia (por ejemplo, su último video sobre el palacio de Putin, que costó 100 mil millones de rublos, fue vista más de 50 millones de veces el viernes), ya que directamente indican la estratificación extrema de la sociedad rusa. En un entorno de elecciones abiertamente fraudulentas y una presión policial sin precedentes, la protesta electoral solo puede tener efecto si cuenta con el apoyo de un movimiento masivo no parlamentario. Y solo un movimiento así puede determinar el destino personal de Navalny en la actualidad: si cientos de miles de personas en todo el país no defienden su liberación inmediata en las próximas semanas, seguramente se enfrentará a una larga pena de prisión.

En mi opinión, participar en un movimiento así, con nuestro propio programa y reivindicaciones, es hoy la única oportunidad para la izquierda rusa. Además, es la izquierda la que puede expresar de manera más coherente los sentimientos que empujan cada vez a más a la gente a la protesta activa: la desigualdad social, la degradación de la esfera social (especialmente la atención sanitaria, que se ha hecho patente de manera dramática durante la pandemia), la violencia policial y la ausencia de derechos democráticos básicos (especialmente laborales).


Ilya Matveev, investigador y profesor de economía política en San Petersburgo y coautor del podcast Diario Político

Al principio, la decisión de Navalny de regresar a Rusia fue desconcertante. ¿Qué esperaba que sucediera? El estado claramente había decidido ponerlo tras las rejas, sin tener en cuenta la presión internacional (en cualquier caso, después del muy publicitado intento de asesinato, la reputación de las autoridades rusas difícilmente podría empeorar). En prisión, Navalny puede reclamar autoridad moral, pero no puede ser un comunicador eficaz de las investigaciones y las campañas políticas anticorrupción (su actividad más importante). La decisión de Navalny parecía casi irracional, una obstinada muestra de desafío. Sin embargo, muy pronto quedó claro que había un elemento de cálculo político en ella. Una vez que arrestaron a Navalny, su equipo lanzó un nuevo video de investigación. Fue extraordinario: la primera gran investigación de Navalny dirigida directamente a Putin. El video estaba destinado a atraer una gran audiencia. El cálculo de Navalny era provocar una crisis política inmediata y grave, tanto con su propio arresto como con la nueva investigación escandalosa. Esta crisis tendría una dimensión callejera -el sábado 23 de enero, las ciudades rusas se llenarían de concentraciones no autorizadas- y una dimensión electoral.

2021 es de hecho año de elecciones parlamentarias en Rusia. Rusia tiene un sistema electoral mixto: la mitad del parlamento se elige proporcionalmente, la otra mitad en distritos uninominales. Si bien las elecciones están estrictamente controladas y el fraude ha alcanzado un nivel sin precedentes tras la votación de las enmiendas constitucionales en 2020, las elecciones parlamentarias aún pueden suponer un problema para el régimen. La votación por listas de partidos tiene que hacer frente al problema de la profunda impopularidad de Rusia Unida, el partido gobernante. Y en los distritos uninominales, el régimen se enfrenta al llamado "voto inteligente", el esquema de votación táctico propuesto por Navalny. La crisis política provocada por el arresto de Navalny y su nuevo video anti-Putin golpea ambos objetivos: reduce el voto para Rusia Unida aún más y promueve el "voto inteligente". Podría ser un duro golpe para el régimen, especialmente si se combina con protestas callejeras. En resumen, el regreso de Navalny a Rusia fue una apuesta calculada. La pelota está ahora en el campo de los miembros de la oposición.

Algunas palabras sobre el nuevo video. No presenta muchos hechos nuevos: el palacio personal de Putin apareció por primera vez en las noticias en 2010. Tampoco es significativo simplemente porque sea un desafío directo a Putin. Lo sorprendente del video es que crea una narrativa consistente. En esta historia, la característica definitoria de Putin es su lujuria absurda y su cómico afán de riqueza material. Según Navalny, Putin siempre se ha guiado exclusivamente por esta lujuria y afán de lujo. Quería cosas cuando era un agente de la KGB en Alemania, quería cosas en la administración de Anatoly Sobchak en San Petersburgo en la década de 1990, quería cosas cuando se mudó a Moscú y finalmente se convirtió en presidente y todavía quiere cosas, incluso después de construir un Palacio de 1.500 millones de dólares al estilo de la dinastía Romanov. En mi opinión no es una descripción precisa de la mentalidad o motivación de Putin. El régimen ruso no puede reducirse a esta caricatura. Sin embargo, las decisiones de Putin en los últimos años (desde su regreso a la presidencia en 2012 hasta las reformas para superar todo límite de mandato para él mismo en 2020) hicieron inevitable tal descripción de su vida y de su trabajo. Y Putin no tiene a nadie a quien culpar más que a sí mismo.


Kirill Medvedev, activista del Movimiento Socialista Ruso, músico de Arkady Kots Band, editor de Zanovo-media

Con su regreso, Navalny ha dado un paso importante hacia una nueva comprensión de la política en Rusia y una nueva ronda de politización. Anteriormente, había habido una “división del trabajo” bastante clara en las protestas: los activistas asumen riesgos motivados por un cierto impulso cívico idealista, mientras que los políticos persiguen sus propios intereses, a menudo puramente egoístas. Navalny ha borrado esta línea de separación, mostrando que la política puede y debe ser valiente y tecnológica al mismo tiempo. Es importante destacar que en los nuevos videos continúa desarrollando la imagen de Putin no como un político, sino como un funcionario corrupto que, habiendo ganado un poder enorme mediante acuerdos turbios, continúa actuando como siempre, como un funcionario post-soviético incontrolado con vínculos con el FSB.

Pero cuanto más convincentemente es Navalny sobre el tema de la corrupción y el consumo ostentoso de los altos funcionarios, más se exponen los límites de esta retórica en un país como Rusia, agotado por la desigualdad e impregnado de contradicciones de clase. Ahora la situación se ve así: Navalny nos está mostrando los palacios de los gobernantes, jugando con el fuego del resentimiento de clase, mientras que al mismo tiempo (junto con sus compañeros de armas) promete completa libertad empresarial en la Hermosa Rusia del Futuro. Dicen que el problema no son los palacios y las gigantescas fortunas per se, sino de dónde vienen. Pero, por supuesto, con el mayor desarrollo de esta línea populista, ya no será fácil separar a los corruptos "amigos de Putin" de aquellos a quienes Navalny llama "hombres de negocios honestos", pero cuyas fortunas son igualmente desorbitantes gracias a tramas ilegales de las décadas de 1990 y 2000 y, por supuesto, por la sobreexplotación de los trabajadores. Todo esto abre grandes oportunidades para la política de izquierda que, con una combinación igualmente hábil de valor y racionalidad, podría producir una ola de descontento mucho más poderosa y un programa de cambio mucho más coherente que el ecléctico populismo de Navalny.


El otoño del sistema Putin

Vicken Cheterian

El arresto de Alexei Navalny en Moscú el 17 de enero de 2021 desencadenó una ola de movimientos de protesta por toda Rusia. Navalny volvía de Berlín después de haber pasado varios meses en tratamiento tras haber sido envenenado, muy probablemente, por agentes del gobierno ruso.

Este movimiento de protesta difiere del de 2012, es mucho más profundo y más peligroso para la estabilidad del "sistema Putin": va más allá de los grandes centros urbanos de Moscú y de San Petersburgo y logra movilizar a la población desde Vladivostok hasta Krasnodar. Coreando consignas contra la corrupción y a favor de la liberación de Navalny, más de 40.000 personas se reunieron en el centro de Moscú.

Navalny se erigió en símbolo de la disidencia contra el sistema de Putin centrando su campaña en la corrupción y la ineficacia de la élite. Sin embargo, no hay que tomarlo por un liberal-demócrata, como lo presentan los medios de comunicación occidentales: si es un "liberal-demócrata", es una variante rusa. Antes de concentrarse en el tema de la corrupción, Navalny estuvo estrechamente vinculado con los círculos nacionalistas rusos, estuvo implicado en campañas contra la inmigración, pero también contra los rusos de origen étnico no eslavo, especialmente los caucásicos del norte.

Hoy el gobierno ruso se encuentra en una situación difícil. Liberar a Navalny podría alentar más a la disidencia, mientras que mantenerlo en la cárcel más 30 días provocaría aún más indignación. La política represiva tiene sus límites, especialmente cuando los regímenes autoritarios no cumplen la parte del contrato que les corresponde: la estabilidad económica.

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El carácter universal del movimiento tiene varias causas: una de ellas es que Navalny ha conseguido que su mensaje anticorrupción tenga eco con la difusión de videos en las redes sociales. Las autoridades rusas dominan las instituciones mediáticas, pero la censura tiene sus límites en la era de las tecnologías digitales. El equipo de Navalny publicó un video documental sobre el palacio de Putin en el Mar Negro, el que costó 1.000 millones de euros. Navalny acusó al dirigente ruso de haber construido ese lujoso palacio con dinero de la corrupción, calificándolo como "el mayor soborno de la historia".

El dirigente ruso reaccionó ante la publicación del video diciendo que se trata de una "recopilación y de un montaje", y añadió que lo encontraba "aburrido". "Nada de lo que allí  figura como propiedad mía me pertenece ni ha pertenecido nunca a mi familia", dijo Vladimir Putin, citado por las agencias de noticias. Sin embargo, en menos de una semana, 86 millones de visitantes vieron el video.

El problema del líder ruso no es sólo la ineficacia de la censura: es que el mensaje del sistema de Putin ya no convence a una buena parte de los ciudadanos rusos. Putin llegó al poder en otra época [desde 1999] y aportó soluciones no sólo a las clases dirigentes rusas en dificultades, sino que también satisfizo las necesidades de segmentos más amplios de la población. Tras los años de desintegración soviética bajo Mijaíl Gorbachov, y los caóticos años de Boris Yeltsin [1991-1999], durante los cuales la población rusa y otras ex "soviéticas" sufrieron enormemente, Vladimir Putin prometió estabilidad, pero también proyectó una imagen de poderío ruso, haciéndole frente a un Occidente "arrogante".

Y lo que es todavía más importante, Putin consiguió instaurar la estabilidad en Rusia gracias a los crecientes ingresos financieros basados en las exportaciones masivas de energía y de materias primas: durante muchos años fue el primer productor de petróleo del mundo (tercer productor de petróleo en 2019, después de Estados Unidos y Arabia Saudita). Paradójicamente, ahí es donde radica tanto la fuerza como la debilidad del sistema de Putin.

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En su momento, la economía soviética fue la segunda economía y la segunda potencia militar del mundo. Sin embargo, estaba a la cola de Occidente en cuanto a desarrollo tecnológico debido a la ineficacia de su complejo militar-industrial y a un sistema político basado en un estricto control jerárquico y en la censura. Las reformas de Gorbachov fueron esencialmente un intento de modernizar ese sistema, pero en cambio sólo consiguió desestabilizarlo.

Actualmente, la economía rusa es la 11ª en términos de producto interior bruto (PIB). Es cierto que la economía rusa se vio muy afectada por las sanciones financieras occidentales y japonesas tras la anexión forzosa de Crimea en 2014. Pero la economía rusa, tal y como se configuró y estabilizó bajo el reinado de Putin, sufre problemas estructurales. Depende totalmente del petróleo y del gas (52%), de los metales y de las piedras preciosas (8%), mientras que la maquinaria y la electrónica sólo representan el 3,4%. El hecho de que las élites dirigentes rusas obtengan sus beneficios gracias la exportación de materias primas no contribuye a estimular el sector tecnológico ni a proteger y desarrollar las capacidades industriales.

Esta dependencia estructural de la economía rusa con respecto a las exportaciones de energía y recursos minerales está en crisis y depende de las fluctuaciones económicas mundiales. Rusia exportó el equivalente de 422.000 millones de dólares en 2019, y en 2020 el total sería solamente de 319.000 millones.

Hoy, después de más de dos décadas en el poder, el "sistema Putin" muestra signos de fatiga. Paradójicamente, Vladimir Putin es más vulnerable que nunca a la presión de la calle ahora que tiene asegurado el control total de las instituciones políticas rusas. El mensaje de "poder" y "estabilidad" ya no convence a una nueva generación que quiere cambios y ve la estabilidad como "más de lo mismo". El antagonismo con Occidente y la proyección de la potencia militar tenían sentido en los años que siguieron a Yeltsin y en el contexto de las guerras de Chechenia [1994-1996 y agosto de 1999-febrero de 2000, y con las llamadas operaciones de contrainsurgencia hasta 2009], pero no tienen el mismo atractivo para la nueva generación.

Y lo que es más importante, Putin no supo resolver los problemas fundamentales de Rusia -la modernización económica- al preferir la estabilidad a las reformas. Estamos en presencia de los límites de las decisiones tomadas en el pasado, con una estabilidad que no puede mantenerse eternamente.

La pandemia mundial de Covid-19 no ha hecho más que acelerar las dificultades económicas y es probable que provoque un aumento de las disensiones sociales. Las políticas represivas ya no serán suficientes para controlar el descontento popular.

http://alencontre.org/europe/russie/la-russie-proteste-le-systeme-poutin...

historiador, escritor político y activista socialista en Moscú
investigador y profesor de economía política en San Petersburgo y coautor del podcast Diario Político
activista del Movimiento Socialista Ruso, músico de Arkady Kots Band, editor de Zanovo-media
historiador suizo-libanés, periodista y escritor.
Fuente:
https://www.criticatac.ro/lefteast/navalnys-return-and-left-strategy/
Traducción:
Correspondencia de Prensa
Enrique García

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