Septiembre 1917: pan, paz y tierra

Miguel Salas

14/10/2017

[En el marco de la Universitat Progressista d’Estiu que se celebró el pasado mes de julio, tuve el honor de participar junto a Toni Doménech en la última conferencia que dio en público. Fue sobre el centenario de la revolución rusa y al final del debate pronunció unas palabras que forman parte de su legado. Dijo: “el peor error que se puede cometer es mirar el pasado con condescendencia”. Como esta serie de artículos conmemorativos de la revolución tienen la doble función de explicar los acontecimientos y reflexionar sobre ellos, quiero dedicarle este artículo como homenaje.]

 

Los últimos días de agosto de 1917 se produjo el fracasado intento del golpe de Estado dirigido por Kornilov. Su objetivo era bien claro: “Ya es hora de ahorcar a los agentes y espías alemanes, capitaneados por Lenin, y disolver el Soviet de obreros y soldados, pero disolverlo en forma tal que no tenga la posibilidad de reunirse en ningún sitio” (Conversación de Kornilov con uno de sus subalternos) Tuvo el apoyo de la clase capitalista, los terratenientes, los oficiales del ejército y algunos regimientos, enfrente se encontró a las clases trabajadoras y a la mayoría de los soldados. A la burguesía y a los generales zaristas acostumbrados a mandar y a ser obedecidos les costaba comprender que la revolución había liberado el ánimo y la conciencia de trabajadores y campesinos, que no aceptaban las órdenes de los de siempre y menos el látigo. El golpe militar se encontró aislado, los ferroviarios levantaron los raíles o desviaron a las tropas hacia vías muertas, los empleados de Correos y Telégrafos informaron a los soviets de las comunicaciones de los golpistas, se organizó la defensa obrera y campesina, miles de obreros fueron armados para proteger las fábricas y los barrios, se llamó a los marineros de Kronstadt, a los que el gobierno Kerenski había injuriado y perseguido, para la defensa de Petrogrado, en torno a los soviets se formaron “comités para la lucha contra la contrarrevolución”, de los que se contabilizaron 240. Este fracaso representó la incapacidad de las clases poseedoras para dirigir al país; en cambio, para los de abajo significó un impulso para su organización y la confianza de que no solo podían impedir un golpe militar sino también organizar el país de una manera diferente, a favor de las clases trabajadoras y campesinas. 

 

 

Tras la intentona militar todo quedó al desnudo: o se tomaba el poder u otro Kornilov se impondría sobre la revolución. Durante esos días, finales de agosto y primeros de septiembre, hubo que aprender una lección de táctica revolucionaria. Recordemos que desde julio los bolcheviques eran perseguidos, que Lenin estaba escondido y Trotsky y otros dirigentes estaban en la cárcel, que Kornilov había sido nombrado jefe del Estado Mayor por Kerensky y que el gobierno y la burguesía habían desencadenado una ofensiva contra las conquistas de la revolución. ¿Qué hacer? ¿Combatir contra Kornilov y defender al gobierno Kerensky? ¿Dejar que caiga el gobierno? ¿Luchar para acabar con ambos a la vez? Se estaban midiendo las fuerzas de la revolución y también sus posibilidades inmediatas. Son momentos en los que pueden producirse reacciones defensivas, de “unidad de la democracia”, de situarse detrás del gobierno, por más odiado que sea. Trotsky relata que obreros y marinos se acercaban a la cárcel en la que estaba detenido con otros dirigentes, como Raskolnikov, bolchevique de Kronstadt. “¿No ha llegado el momento de detener al gobierno?”, preguntaban. “No, no ha llegado aún; apoyen el fusil sobre el hombro de Kerensky y disparen contra Kornilov. Después le ajustaremos las cuentas a Kerensky", se les contestaba. La revolución es una escuela de táctica y estrategia. Lenin, desde su escondite en Finlandia, escribe: “la rebelión de Kornilov ha demostrado en Rusia lo que la historia había probado en todos los países: que la burguesía traiciona a su país y comete cualquier crimen con tal de retener su poder sobre el pueblo y sus ganancias.” 

 

Las masas evolucionan hacia el bolchevismo

 

La respuesta al golpe de Kornilov reanimó a los soviets, debilitados tras las jornadas de julio, y orientó a las masas hacia el bolchevismo. Ya no quedaba otro camino. Las masas habían confiado en la coalición entre mencheviques y burgueses, pero todo seguía igual. La paz no llegaba, el hambre acuciaba en las ciudades, los capitalistas cerraban las fábricas y la tierra no se repartía entre los campesinos. Mientras se combatía el golpe militar el soviet de Petrogrado acordó por mayoría una resolución a favor de que todo el poder pasase a manos de los soviets. El 5 de septiembre el de Moscú toma la misma decisión y progresivamente otras ciudades, como Kiev, Saratov e Ivanovo-Voznessenk. Durante las semanas siguientes la mayoría de los soviets de obreros y de soldados pasan a tener mayoría bolchevique. El 8 de septiembre, los marinos del Báltico exigían el armisticio inmediato en todos los frentes, la entrega de la tierra a los comités campesinos y la implantación del control obrero de la producción. Tres días después se suma la escuadra del Mar Negro. Es un impulso que ya no se detendrá. El 23 de septiembre, días después de abandonar la prisión, Trotsky es elegido presidente del soviet de Petrogrado. Una resolución propuesta por Lenin explica: “Los acontecimientos (…) se desarrollan con tan increíble velocidad (…) que el partido no debe proponerse en modo alguno acelerarlos (…) todos los esfuerzos deberán orientarse a no quedar a la zaga de los acontecimientos.”  

 

¿Cómo fue posible el éxito del bolchevismo? Cuando en febrero empezó la revolución el partido bolchevique era una organización que la guerra y la represión había diezmado. La mayor parte de sus dirigentes estaban en prisión o en el exilio y durante las primeras semanas les costó orientarse en la nueva situación. Cuando en abril vuelve Lenin del exilio, el partido se rearma para que la revolución tome un nuevo desarrollo. Durante los primeros meses fue un partido minoritario en los soviets, pero bien implantado entre la clase trabajadora. Los bolcheviques no tuvieron miedo a quedarse en minoría, tampoco eran unos charlatanes, sino que acompañaban la acción de las masas y compartían y aprendían de sus experiencias. Basaban su estrategia en comprender las leyes del proceso revolucionario y su relación con la evolución de la conciencia de las masas. No se dejaron impresionar por la sociedad burguesa ni por los cánticos de la conciliación entre las clases. El socialista moderado Sujánov en su libro sobre la revolución supo captarlo bien: “Sí, los bolcheviques trabajaban tenaz e incansablemente. Estaban con las masas, en las fábricas y talleres, día tras día, de un modo permanente (…) Los obreros y los soldados se sentían identificados con ellos porque estaban siempre a su lado, dirigiendo, así en las cosas nimias como en las importantes, toda la vida de la fábrica y del cuartel (…) La masa vivía y respiraba conjuntamente con los bolcheviques. El partido de Lenin y Trotsky la tenía en sus manos.”

 

Sus consignas eran claras, tanto que a veces parecían fantásticas, pero tuvieron la capacidad de concentrar los objetivos de la revolución. Sus lemas de “pan, paz y tierra” eran comprensibles para todo el mundo, no eran solo palabras sino propuestas prácticas. Pan, significaba garantizar el alimento para toda la población a través del control de la producción y la distribución por parte de los soviets y los sindicatos. Paz, quería decir una paz inmediata para acabar con la guerra sin anexiones. Tierra, representaba el reparto inmediato de las propiedades del zar y los latifundistas a los campesinos pobres. A tales objetivos había que añadir el derecho a la autodeterminación de las naciones sojuzgadas por el zarismo. No podían lograrse tales objetivos sin arrebatar el poder a la burguesía. Sus propuestas e ideas pasaron de ser una supuesta extravagancia minoritaria a constituir una necesidad imperiosa si se querían alcanzar los objetivos revolucionarios.

 

[Una explicación popular se encuentra en el texto de Lenin: La catástrofe que nos amenaza y como combatirla]

 

Antes del mes de julio, los bolcheviques disponían de 41 órganos de prensa con una distribución de unos 320.000 ejemplares diarios. Tras la derrota de las jornadas de julio, en la que la reacción destruyó la imprenta de su órgano central, la edición bajó hasta unos 50.000 ejemplares. Tras el fracaso del golpe de Kornilov, vuelve a crecer el interés por el bolchevismo y sus ideas llegan por miles de canales hasta las aldeas más recónditas. Trotsky escribe: “La ardiente atmósfera de la revolución es un agente conductor de ideas extraordinariamente elevado.” (Historia de la Revolución Rusa) Los ejemplares de la prensa burguesa llegaban por miles y era regalada, pero tenía poca utilidad. Los representantes de la 18 División de Siberia acordaron invitar a los partidos burgueses a que dejaran de mandar sus publicaciones, puesto que “se destinan estérilmente a encender la lumbre para el té.” Por el contrario, los periódicos bolcheviques corrían de mano en mano, o eran leídos en voz alta, y sus ideas penetraban en las conciencias en la medida que expresaban los intereses y la experiencia de la clase trabajadora. Los mítines, que reunían a miles de personas, eran un altavoz para transmitir los argumentos y las consignas. A través de la prensa, de los sindicatos, de los soviets y los comités de fábrica las ideas del bolchevismo llegaban a los rincones más remotos.

 

En julio, los bolcheviques reunieron en la clandestinidad su VI Congreso. Los delegados y delegadas representaron a 170.000 militantes de toda Rusia, 40.000 de ellos en Petrogrado. El congreso formalizó la confluencia de las mejores corrientes socialistas internacionalistas que se habían aproximado al bolchevismo, entre ellas la de Trotsky. El revolucionario alemán Karl Rádek escribiría que el partido había “acogido a lo mejor del movimiento obrero” y que “no debían olvidarse las corrientes y arroyos que habían vertido en él.” Había vencido la concepción de Lenin sobre el partido obrero, iniciada en 1903 en su polémica con los mencheviques. A diferencia de las ideas que luego impuso el estalinismo, la dirección era un organismo vivo, en la que no siempre estaban todos de acuerdo, con opiniones y polémicas que podían expresarse abiertamente y que el debate y la acción acababan por resolver. En palabras del historiador Robert V. Daniels: “La nueva dirección lo era todo salvo un grupo de disciplinados papanatas” (La conciencia de la revolución) Era también una dirección joven. Lenin era el mayor, 47 años. Once miembros tenían entre 30 y 40 años; tres tenían menos de 30 años y el más joven era Iván Smilgá, 25 años, que en esos momentos era el presidente de los soviets de Finlandia. Serán los dirigentes de la revolución de octubre.

 
 
La juventud se organiza
 

 

En Rusia no había tradición de organizaciones específicas de juventud. La represión zarista y las dificultades para organizarse empujaban a la juventud a participar directamente en los partidos clandestinos. Como en todo movimiento revolucionario, la juventud estuvo en primera línea, tanto en el inicio de la revolución de febrero como en su posterior desarrollo y es muy interesante y desconocida la experiencia de construcción de una organización de masas de la juventud obrera de Petrogrado.

 

La guerra había modificado la composición de la clase obrera en la ciudad. Los hombres movilizados fueron sustituidos por campesinos, mujeres y jóvenes. Entre 1914 y 1917, la fuerza de trabajo creció un 62%, pasó de 242.600 a 392.800 obreros y obreras. El porcentaje de mujeres creció en un 110,6% y el de jóvenes un 38,8%. Se calcula que alrededor de unas 100.000 personas que trabajaban en las fábricas tenían menos de 20 años de edad, la mayoría en la metalurgia, que empleaba al 60% de la clase trabajadora de Petrogrado. Por ejemplo, en la fundición Novy Parviainen había 300 jóvenes en 1913, en 1915, eran 2.876, el 36% del efectivo total de esta empresa. Existía una gran discriminación salarial, en la fábrica Putilov un obrero cualificado podía ganar entre 10 y 15 rublos al día, mientras que el salario de un joven era de 1 rublo. No es pues de extrañar que el movimiento juvenil obrero empezara en las fábricas metalúrgicas. 

 

 

Parece que el movimiento se inició en la fábrica Renault. Tras la revolución de febrero los obreros consiguieron un aumento salarial del 25%, pero a los jóvenes solo se les aumentó un 15%. Se empezaron a organizar y protestaron ante el comité de fábrica, éste les apoyó y lograron un aumento más equitativo y que se aceptara que dos jóvenes formaran parte del comité de fábrica. El éxito les animó y empezaron a coordinarse con otras fábricas y al cabo de pocos días se unieron grupos de las fábricas Novy Lessner, Novy Parviainen, Erikson y Baranovsky. El movimiento empezó a extenderse con rapidez y el 26 de abril se reunían en el barrio de Vyborg representantes de numerosas empresas que acordaron una primera plataforma: jornada de 6 horas para los menores de 18 años, con pago de jornada completa; educación gratuita para todos, organizada en las fábricas de acuerdo con los soviets de distrito; mejoras en las condiciones de trabajo, en la calificación profesional e igualdad de salarios y representación en los comités de fábrica. Se acordó también participar con cortejo propio en la manifestación del 1 de Mayo. 

 

Unos 100.000 jóvenes se manifestaron ese día bajo sus propias banderas. Las pancartas y consignas reflejaban las tendencias políticas más radicales y su defensa de la unidad de la clase trabajadora. De ese proceso surgió la organización Trud i Svet (Trabajo y Luz) Era una organización amplia que llegó a agrupar a unos 50.000 jóvenes, con un funcionamiento autónomo por barrios y que, además de las reivindicaciones económicas, incorporó exigencias políticas, como el reconocimiento de los derechos cívicos a los 18 años, educativas y culturales. Además de luchar por sus reivindicaciones, la juventud tenía que luchar contra las posiciones paternalistas que los obreros adultos expresaban tanto con ellos como con las mujeres. Por ejemplo, se tuvo que exigir, y se ganó, que los jóvenes pudieran estar representados en los comités de empresa o en los soviets. La evolución del movimiento revolucionario radicalizó a sus miembros y se abrió una crisis tras las jornadas de julio. Una parte de la dirección de Trud i Svet criticó la participación de muchos jóvenes en la manifestación convocada por los bolcheviques y defendió un cierto apoliticismo y que la organización debía de orientarse más hacia aspectos culturales y formativos. En una revolución tan dinámica y con la juventud tan radicalizada eso era imposible. El historiador japonés Tsuyoshi Hasegawa analiza la realidad de la juventud obrera en estos términos: “La raíz fundamental de la radicalización de la clase obrera se encuentra en esta juventud nacida en la ciudad. Libre de lazos familiares tradicionales, iniciada en la vida adulta mucho antes que sus camaradas campesinos y ligada por un mismo fondo de educación y una misma sed de conocimiento, la juventud obrera creaba su propia cultura de la juventud” (The February Revolution: Petrograd 1917)

 

Los bolcheviques no tenían una política concreta respecto a la juventud. Participaron en la creación y desarrollo de Trud i Svet, pero en su interior se expresaron tres posiciones, la representada por N. Krupskaia, la compañera de Lenin, que defendía mantener la autonomía del movimiento e influir desde el partido en su contenido ideológico; la que defendía jóvenes de Moscú y Letonia, partidarios de un movimiento de juventud ligado orgánicamente al partido y una tercera, que fue la que se impuso en la práctica, de mantener una organización autónoma pero definida por las posiciones bolcheviques. El estallido de Trud i Svet llevó a que el 18 de agosto se formara una nueva organización de jóvenes, la Liga Socialista de Trabajadores Jóvenes, que en sus documentos representaba ya la evolución del proceso revolucionario al plantearse entre sus objetivos el desarrollo de la conciencia de clase y la lucha por el socialismo. La radicalización de la juventud obrera entroncaba con la maduración de la mayoría de la clase trabajadora que exigía que los soviets tomaran el poder.  [Este apartado ha sido elaborado a partir de los trabajos de Isabel A. Tirado, “The Socialist Youth Movement in Revolutionary Petrograd” Russian Review, Vol. 46, nº 2 y de I. Velez, “La juventud socialista en Petrogrado en 1917” Publicado en Cahiers León Trotsky Nº 24, diciembre de 1985]

 

La última oportunidad

 

El fracaso del golpe militar significó también la disolución a pasos agigantados de la mayoría de las instituciones del país. El gobierno apenas podía imponer sus decisiones. Por ejemplo, el 18 de septiembre, Kerensky, para aparentar valor, dio la orden del disolver el Comité central de los soviets de la Marina de guerra. Los marinos contestaron categóricamente: “Considerar inaplicable, por ilegal, el decreto de disolución del Comité central de la Armada, y exigir su inmediata anulación”. A los dos días Kerensky tuvo que anular su disposición. No era mejor la situación en el ejército. Las noticias que circulaban indicaban que “los soldados han decidido marcharse a sus casas tan pronto como aparezcan las primeras nieves”. En una reunión del soviet de Petrogrado, una delegación de soldados declaró: “Si no se lleva a cabo una verdadera lucha por la paz, los soldados tomarán el poder en sus manos y decretarán para sí y ante sí el armisticio”. Uno de los generales escribía: “Nos agarramos convulsivamente a no sabemos qué, imploramos un milagro, pero la mayoría comprende que ya no hay salvación”. Solo los soviets representaban la salvación del país.

 

El gobierno Kerensky, los socialistas moderados y los burgueses, aún intentaron una nueva fórmula. Como no soportaban a los soviets, pero no podían deshacerse de ellos, como no se atrevían a convocar la Asamblea Constituyente, que tenía que legitimar las conquistas de la revolución, se inventaron lo que se llamó el Preparlamento. Un organismo corporativo sin elección directa en el que los sectores burgueses estaban sobrerrepresentados y cuya función real era ganar tiempo para reorganizar las fuerzas de la burguesía y los conciliadores, pero el tiempo se estaba agotando. Será la última oportunidad para evitar el siguiente paso de la revolución. 

 

 

Los bolcheviques están divididos. Un sector defiende la necesidad de denunciar al Preparlamento, pero permaneciendo en él; otro sector, minoritario al principio y en el que está Lenin, propone boicotearlo. Es un debate que proseguirá cuando llegue el momento de la insurrección y de la Asamblea Constituyente, y que se refiere a cuáles debían ser las instituciones de la revolución, si las nuevas que representaban los soviets o mantener y coexistir con las que representaban a la democracia burguesa. Finalmente, los hechos, la inutilidad del Preparlamento, y los argumentos de Lenin y otros convencen al partido de que hay que abandonarlo. “No se puede perder el tiempo charlando y sembrando ilusiones”, se decía en una resolución de la conferencia del partido en Kiev, hay que orientarse hacia la toma del poder por los soviets. Miliukov, el jefe del partido kadete, representante de la burguesía, escribirá más tarde al analizar la retirada del Preparlamento: “Hablaban y obraban como hombres que se sentían apoyados por la fuerza y sabían que el día de mañana les pertenecía.”

 

El tiempo se agotaba. Cuesta mucho reunir las condiciones para una revolución, y más para que triunfe, y era una irresponsabilidad dejar pasar la ocasión. Había que tensar todas las cuerdas. Las masas estaban preparadas. Llegaban señales desde todo el país, faltaba comprobar si los dirigentes estaban a la altura. El soldado Sidor Nikolaiev explicita en una carta sus deseos: “Queridos compañeros obreros y soldados —escribe— no dejéis triunfar esa maldita letra k, que ha sumergido a todo el mundo en una guerra sangrienta. Los nombres del primer asesino, Kolka (Nicolás II), de Kerensky, de Kornilov, de Kaledin (otro general golpista), de los K. d. (Kadetes), todos empiezan con k. Los cosacos (en ruso se escribe con k) son asimismo peligrosos para nosotros.”

Sindicalista. Es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.
Fuente:
www.sinpermiso,info, 14 de octubre 2017

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