Un año de guerra en Ucrania. Dossier

Anatol Lieven

26/02/2023

De Anatol Lieven, uno de los especialistas en Ucrania y Rusia más juiciosos y concienzudos, reproducimos tres artículos que hacen balance de la situación un año después del inicio de la ofensiva rusa. Con su acostumbrada ecuanimidad, Lieven ha resumido el resultado en declaraciones al Quincy Institute for Responsible Statecraft, la institución para la que trabaja: “A un año de la guerra en Ucrania, la primera cosa que creo que debemos reconocer todos es que Ucrania ha vencido, ha logrado una gran victoria. Y eso desde el punto de vista de lo que Rusia esperaba al inicio de la guerra, de lo cual no ha conseguido casi nada. No ha conquistado Kiev, no ha derrocado al gobierno ucraniano, no ha conquistado la mayor parte del territorio que quería conquistar. Esta es la primera observación que hay que hacer: que ya hemos conseguido [Occidente] una gran victoria, con nuestro apoyo. La segunda es que esto supone una victoria, considerada no sólo en términos de los objetivos de Rusia el pasado año, sino en términos de los últimos 400 años, durante los cuales Rusia dominó Ucrania, y eso es algo que no se puede revertir hoy, debido no sólo a la victoria militar de Ucrania, sino a la fortaleza del nacionalismo ucraniano. Sencillamente, ya no es posible que Rusia subyugue una vez más al conjunto de Ucrania, así que esta guerra se ha convertido en una lucha agotadora por diversas porciones muy reducidas de territorio en Ucrania Oriental. Ahora bien, quienes quieren respaldar que los ucranianos prosigan sin parar hasta que lo reconquisten todo, incluidas Crimea y el Donbás, no creo que yo que estén apuntando a Crimea como tal. Lo que esperan es derrocar el régimen de Vladimir Putin, y quizás destruir Rusia como estado, eliminando de ese modo a un competidor geopolítico de los Estados Unidos. Y eso es algo que no podemos hacer de un modo seguro cuando se trata de una superpotencia nuclear”.  SP

 

Rusia quedó derrotada en las primeras tres semanas

Hace un año, quedaron derrotados en las tres primeras semanas de guerra todos salvo uno de los principales objetivos de Rusia en Ucrania, antes de la llegada de armamento pesado occidental. Las razones de este amplio revés ruso -que ningún observador occidental predijo, ni tampoco yo mismo - son de gran interés para los analistas militares, aunque algunas de las lecciones que enseñan son muy antiguas.

Entre el inicio de la invasión rusa, el 24 de febrero de 2022, y mediados de marzo, las fuerzas rusas no lograron tomar la capital ucraniana, Kiev; no consiguieron tomar la segunda ciudad de Ucrania, Járkiv, aunque está a menos de 32 kilómetros de la frontera rusa; no lograron ocupar la totalidad del Donbás; y no lograron capturar la costa ucraniana del Mar Negro. La única cabeza de puente rusa establecida al oeste del río Dniéper, en Jersón, era tan limitada que al final resultó insostenible.

El único objetivo importante que lograron los rusos fue capturar el "puente terrestre" entre Rusia y Crimea. Aun así, la toma de Mariúpol llevó otros dos meses y supuso la completa destrucción de la ciudad. El desvío de tropas necesario para el asedio de Mariupol hizo imposible mantener la ofensiva en otros lugares.

Los iniciales errores rusos de planificación y estrategia resultan hoy manifiestamente evidentes. Los servicios de inteligencia rusos subestimaron por completo la fuerza de la resistencia ucraniana o, si alguna de sus predicciones resultó acertada, estas nunca llegaron a Putin o él las ignoró. Además, parece probable que fuera el miedo a la reacción política interna lo que llevó a Putin a no convocar más reservistas para la "Operación Militar Especial".

Por consiguiente, Rusia invadió Ucrania (un país de 603.000 kilómetros cuadrados y 41 millones de habitantes) con apenas 200.000 soldados y siete objetivos diferentes. Así pues, aunque las fuerzas armadas rusas en su conjunto eran mucho mayores que las ucranianas, en la práctica las tropas rusas se veían a menudo superadas en número por los ucranianos a los que se enfrentaban. Esta disparidad aumentó a medida que Ucrania fue llamando a filas a todos los hombres que pudo durante el verano, mientras que Putin dudó durante siete meses en llevar a cabo siquiera una movilización parcial en Rusia.

Hasta octubre de 2022 no se nombró a ningún comandante supremo para la operación, quizás porque Putin temía la aparición de un general victorioso que pudiera poner su propio poder en tela de juicio. De modo que hubo graves problemas de coordinación entre los distintos frentes rusos. Esto puede haber contribuido a algunos fallos terribles en el trabajo de la oficialidad y en la logística, como el atasco de tráfico de vehículos rusos de 70 kilómetros de largo que se formó en una sola carretera al norte de Kiev.

Los problemas de mando y control rusos debieron de agravarse considerablemente por el número de oficiales superiores muertos a consecuencia de los ataques ucranianos con misiles y artillería en los primeros meses de guerra. La inteligencia técnica estadounidense se encargó en gran medida de identificar los cuarteles generales locales de los rusos. Al igual que el ataque sobre Makiivka en Año Nuevo, en el que murieron docenas (o posiblemente cientos) de tropas rusas, puede que estos éxitos hayan sido también posibles debido a la escasa seguridad de las comunicaciones en el lado ruso.

La inteligencia por satélite norteamericana detectó las concentraciones militares rusas y permitió a los ucranianos anticiparse a los ataques rusos. Los civiles ucranianos de las zonas controladas por Rusia podían asimismo llamar a las fuerzas ucranianas con sus teléfonos móviles y decirles dónde se encontraban los convoyes rusos. Esto, a su vez, contribuyó en parte a las atrocidades contra los civiles cometidas por soldados rusos, que tanto han contribuido a empañar la imagen del ejército ruso.

A pesar de todo esto, y a pesar de los antiguos y bien conocidos problemas de baja calidad de los suboficiales y de falta de iniciativa por parte de los oficiales subalternos, cabía esperar que el ejército ruso se hubiera desempeñado mejor. Y eso se debía a la colosal superioridad rusa en las dos armas de la clásica "Blitzkrieg", tal y como la practicaron Alemania en 1939-42, la Unión Soviética en 1942-45, e Israel en la mayoría de sus guerras: los blindados y la aviación. El fracaso de estas dos armas constituye acaso la lección más sorprendente de la guerra en Ucrania hasta el momento, e indica que las esperanzas ucranianas de que los tanques y aviones de guerra occidentales les permitan abrirse paso pueden también estar equivocadas. Su fracaso ha provocado además ingentes bajas entre las mejores unidades de infantería rusas.

El primer obstáculo para los tanques rusos fueron las ciudades ucranianas. Como demostró el ejército soviético en Stalingrado en 1942 y los chechenos en Grozny en 1994-95, las zonas urbanas son un terreno notoriamente difícil para las unidades blindadas, y muchas de las zonas en las que se encontraron luchando los rusos están densamente cubiertas de asentamientos urbanos y suburbanos. A medida que el mundo se urbaniza, este factor podría ser crucial para limitar la guerra ofensiva rápida en el futuro. Como se demostró tanto en Stalingrado como en Grozny, desde el punto de vista de los defensores, las ruinas constituyen una cobertura tan buena como los edificios intactos, reduciendo así la eficacia de la artillería.

La guerra urbana maximizó la eficacia de los cohetes antitanque ligeros ucranianos: el Javelin estadounidense, el NLAW británico y las armas soviéticas más antiguas pero todavía eficaces. Hasta las granadas propulsadas por cohetes disparadas a corta distancia desde un lugar cubierto han demostrado ser letales para los vehículos de combate de infantería, aunque, como han demostrado tanto los chechenos como los ucranianos (y Hezbolá contra las fuerzas israelíes en el sur del Líbano), también requieren un enorme valor y osadía por parte de los soldados que las utilizan.

Los blindados rusos también sufrieron mucho a causa de los pequeños y numerosos aviones no tripulados ucranianos, especialmente el Switchblade norteamericano y el Bayraktar TB2 turco. Ya a mediados de abril de 2022, se calcula que Rusia había perdido más de 460 carros de combate principales de un total de 2.700, y entre ellos se encontraban muchos de sus carros más modernos, mientras que otros del total que se mantuvieron en reserva son de calidad muy cuestionable.

Sin embargo, a pesar de sufrir enormes bajas, las fuerzas blindadas rusas han seguido luchando. Por el contrario, incluso al comienzo de la guerra, la fuerza aérea rusa desempeñó un papel mucho menor de lo esperado, y desde entonces parece haber desaparecido prácticamente de los cielos de Ucrania, a pesar de disfrutar de una enorme ventaja numérica sobre la fuerza aérea ucraniana.

Al principio de la guerra, los aviones de combate rusos superaban en número a los ucranianos en más de 10 a 1. La fuerza aérea de Moscú también contaba 544 helicópteros de ataque y 739 aviones de ataque terrestre, frente a los 34 helicópteros de ataque y 29 aviones de ataque terrestre de Ucrania, respectivamente. Dejando a un lado todos los demás errores y debilidades, cifras como éstas deberían haber otorgado a Rusia una ventaja decisiva.

Parte de la razón por la que Rusia no supo explotar estas ventajas puede haberse debido a que estaba reteniendo sus aviones y misiles más sofisticados para utilizarlos contra una posible intervención de la OTAN en la guerra; pero también se calculaba que para noviembre de 2022 ya se habían derribado 109 aviones rusos, la mayoría por Stingers y misiles de la era soviética. Entre ellos se encontraba una cuarta parte de los últimos helicópteros de ataque rusos, los Kamov Ka-52. Los supervivientes parecen haberse retirado en gran medida de la batalla, debido en parte a una moral (comprensiblemente) baja.

Es difícil exagerar la pérdida que esto ha representado para las fuerzas rusas. Las imágenes que hemos visto de tanques y artillería ucranianos disparando desde campo abierto habrían sido inconcebibles frente a la amenaza de los helicópteros de combate y los aviones de ataque terrestre Sukhoi rusos. El poder aéreo ruso también parece haberse visto gravemente obstaculizado por la escasa coordinación con las unidades terrestres y el miedo a atacarlas (o a ser derribados por ellas) por accidente. Se trata de un problema que se viene observando desde la guerra ruso-georgiana de 2008, pero que las fuerzas armadas rusas parecen haber hecho poco por corregir. Esto nos da un indicio de las deficiencias más generales de las reformas militares bajo Putin.

Como resultado de estas derrotas rusas iniciales y de los subsiguientes contraataques ucranianos, el ejército ruso se ha empantanado en una lucha agotadora y terriblemente sangrienta por una cantidad muy limitada de territorio en el este de Ucrania. Puede que la captura de todo el Donbás (reconocido como independiente y luego anexionado formalmente por Rusia, pero aún no totalmente ocupado) sea hoy el límite de las ambiciones rusas alcanzables, y que esto lo reconozca el Kremlin.

Por otro lado, en esta guerra de desgaste, las ventajas rusas en artillería, municiones y número de efectivos también le están infligiendo terribles pérdidas a Ucrania. Se están estableciendo paralelismos con los cuatro años de guerra de trincheras en el Frente Occidental durante la Primera Guerra Mundial, una lucha de la que todos los participantes salieron maltrechos.

Responsible Statecraft, 20 de febrero de 2023

 

Sobre los argumentos en favor de la "derrota total" de Rusia

Se desmoronan al menor examen, pero a pesar de ello dominan el debate sobre Ucrania. Enfrentémonos a ellos, punto por punto.

Los celosos defensores del apoyo occidental a la derrota total de Rusia en Ucrania -incluyendo, si fuera necesario, la intervención directa de Occidente y la guerra OTAN-Rusia - basan sus argumentos en una serie dispar de argumentos, casi todos los cuales resultan ser exagerados o totalmente erróneos.

El más extremo consiste en que la defensa de la "“civilización" exige la derrota completa de Rusia, lo que idealmente conduciría a su vez a juicios al estilo de los de Núremberg de los altos cargos del gobierno ruso y (para algunos comentaristas) a la desintegración de la propia Federación Rusa. Este llamamiento va unido a la acusación de que la invasión rusa no sólo ha sido brutal, sino que ha sido el equivalente de un “genocidio”.

Esta acusación constituye -al menos subliminalmente- un serio obstáculo intelectual y moral para cualquier posible acuerdo de paz. Porque la asociación implícita del régimen ruso con el nazismo sugiere no sólo que no es moralmente posible ningún compromiso con este régimen, sino que la moralidad y la paz exigen que el régimen -y el sistema estatal que preside- sean totalmente destruidos.

Si uno aceptara y siguiera esta analogía, también llegaría a la conclusión de que para derrotar a semejante mal, casi cualquier medio y cualquier alianza son legítimos. Al fin y al cabo, los nazis no fueron derrotados mediante una guerra limitada y humana. Fueron derrotados en una guerra total por el Ejército Rojo, que (junto a las milicias polacas y checas) mató a cientos de miles de civiles alemanes del Este y llevó a cabo una limpieza étnica de más de un millón de personas, y con la ayuda de una campaña de bombardeos británica y norteamericana que mató deliberadamente a cientos de miles de civiles alemanes y destruyó sus ciudades.

Deberíamos recordar las palabras de C. Vann Woodward en oposición a la guerra de los Estados Unidos en Vietnam:

"La ironía del enfoque moralista, cuando lo explota el nacionalismo [norteamericano], es que el elevado motivo de acabar con la injusticia y la inmoralidad tiene en realidad como resultado hacer que la guerra sea más amoral y horrible que nunca, y destrozar los cimientos del orden político y moral sobre el que debe construirse la paz".

Por encima de todo, cualquier historiador reputado debería ser capaz de reconocer que hasta una campaña militar extremadamente brutal en la que mueren numerosos civiles no es lo mismo que el Holocausto nazi o el genocidio ruandés. Si lo fuera, en ese caso todos los estados occidentales que han librado una guerra importante en el último siglo habrían sido culpables de ello, un juicio que haría que el término "genocidio" careciera de sentido e insultaría de paso a las víctimas de los verdaderos genocidios.

El régimen de Putin ha buscado la hegemonía sobre Ucrania y ha sugerido que rusos y ucranianos son hasta cierto punto "un solo pueblo" (por supuesto, con los rusos como "hermanos mayores"), pero aunque bastante ilegítimo, esto es algo casi directamente opuesto a la ideología exterminadora de los nazis o de los genocidas hutus, que con toda seguridad no presentaban a alemanes y judíos, o a hutus y tutsis, como "un solo pueblo".

Los defensores de la derrota total de Rusia que se consideran "internacionalistas" deberían preguntarse asimismo por qué las actitudes respecto a estas cuestiones son tan diferentes en otras partes del mundo, hasta entre intelectuales y periodistas progresistas de democracias como India y Sudáfrica. La respuesta, por supuesto, es que, si bien condenan la invasión rusa, la gente de estos países ve muchas menos diferencias entre el comportamiento ruso, y el imperialismo ruso, y el de algunos países occidentales, incluso en el pasado reciente.

Otro argumento es que la derrota total de Rusia es necesaria porque, de lo contrario, Rusia volverá a atacar Ucrania en el futuro, o se envalentonará para invadir la OTAN, o ambas cosas. La primera sugerencia es ilógica; la segunda -al menos en un futuro previsible- roza lo fantástico. Con mucho, la causa más probable de un permanente deseo ruso de una guerra de revancha sería la misma desastrosa obsesión que centró la estrategia diplomática y militar francesa desde 1871 hasta 1918 en el objetivo de recuperar Alsacia-Lorena.

En el caso de Rusia, por razones históricas, culturales y étnicas profundamente arraigadas y permanentes, esto se aplica sobre todo a Crimea, que la gran mayoría de los rusos (y, según todos los indicios, de los habitantes de Crimea) consideran parte de Rusia y que, de hecho, formaba parte de Rusia hasta que quedó transferida a Ucrania por decreto soviético en 1954.

Impedir que Rusia intente recuperar Crimea significaría la paralización permanente o la destrucción total del Estado ruso. Lo primero -análogo al tratamiento de Alemania después de 1918- requeriría, para tener alguna posibilidad de éxito, que los recursos económicos, militares y políticos unidos de Occidente se dirigieran permanentemente a este fin, con todos los demás problemas y amenazas del mundo rebajados en consecuencia, y los países no occidentales presionados para que se unieran. Este punto contradice rotundamente otro argumento de los partidarios de la guerra, según el cual la derrota total de Rusia es necesaria para disuadir a China. Nada podría servir mejor a los intereses y objetivos chinos.

En cuanto a la supuesta amenaza de invadir la OTAN: si el ejército ruso no puede tomar Járkiv, a 30 kilómetros de la frontera rusa, cuando sólo lo defiende el ejército ucraniano, ¿puede el Kremlin soñar de forma realista con capturar Varsovia o Riga, y librar una guerra a gran escala contra la OTAN? En otras partes del mundo tenemos que reconocer que, aunque la presencia de Rusia resulta a veces hostil a los intereses de los Estados Unidos, en otros casos seguimos hablando objetivamente del mismo lado, como cuando se trata de luchar contra el extremismo islamista, contener la influencia de los talibán en Asia Central y defender a Armenia de lo que de otro modo sería muy probablemente su destrucción.

Un argumento más convincente y legítimo es que la derrota de Rusia es necesaria para preservar el orden jurídico internacional y castigar el crimen de agresión. Sin embargo, los Estados Unidos siempre han adoptado en la práctica un enfoque flexible del Derecho internacional cuando se trata de poner fin a las guerras. Además, cuando se trata de la necesidad de castigar a Rusia, en términos no sólo de sus objetivos iniciales en esta guerra, sino de la hegemonía rusa sobre Ucrania durante más de 300 años, Rusia ya ha sufrido una aplastante derrota, y Ucrania, con ayuda occidental, ha obtenido una gran victoria. Han muerto decenas de miles de los mejores soldados rusos, la reputación militar de Rusia ha quedado destrozada y su prestigio internacional, gravemente dañado.

Este conflicto ya no es para Ucrania una "guerra a muerte". Pase lo que pase, la mayor parte de Ucrania será independiente y se alineará con Occidente contra Rusia. Se trata de cantidades limitadas de territorio en el este y el sur del país. Y cuando se trata de compromisos territoriales, Washington ha estado dispuesto a aceptarlos en otros lugares -de facto, si no de iure- sin que el orden jurídico internacional se viniera abajo. La ocupación turca del norte de Chipre es un ejemplo; Cachemira es otro. Ninguna de las dos situaciones se corresponde con el Derecho internacional. Por razones pragmáticas y para evitar la prolongación de un conflicto desastroso, en la práctica ambas se han generalizado.

Estos dos casos, al igual que otros, como Irlanda del Norte, Sri Lanka y numerosos conflictos civiles en África y Oriente Medio, se parecen a Ucrania en que se derivan de la naturaleza y el derrumbe del dominio colonial. También en esto la guerra de Ucrania es mucho menos atípica de lo que creen los partidarios de la derrota total de Rusia.

Por último, está el argumento de que la derrota total de Rusia es necesaria para llevar la democracia a la propia Rusia. Se trata esto de una pura especulación, la cual ignora entre otras cosas tanto el poder subyacente del nacionalismo ruso como el ejemplo del aumento de la represión y el intenso nacionalismo étnico en Ucrania como resultado de la guerra. También resulta muy curioso que los comentaristas que esgrimen este argumento se refieran también al nazismo. ¿Acaso no es un hecho generalmente aceptado que un factor clave en el ascenso del nazismo fue el trato que los Aliados dispensaron a Alemania tras la Primera Guerra Mundial?

¿O es que los partidarios de la derrota total de Rusia creen de algún modo que pueden imitar la victoria soviética y norteamericana de 1945, invadir y ocupar Rusia e instalar sus propios gobiernos, todo ello sin acabar con el mundo en el proceso? Como reza un refrán ruso: "Sí, cuando aprendan los cangrejos a silbar".

Responsable Statecraft, 26 de enero de 2023

 

Putin paso años sin invadir Ucrania, ¿qué le hizo estallar finalmente en 2022?

¿Por qué Vladimir Putin invadió Ucrania e intentó capturar Kiev en febrero de 2022, y no años antes? Moscú siempre ha querido dominar Ucrania, y Putin ha mostrado las razones para ello en sus discursos y escritos. Entonces, ¿por qué no intentó ocupar tomar todo o la mayor parte del país tras la revolución ucraniana de 2014, en lugar de limitarse a anexionarse Crimea y prestar una ayuda limitada y semiclandestina a los separatistas del Donbás?

El viernes [24 de febrero], al cumplirse un año de la criminal invasión rusa de Ucrania, merece la pena reflexionar sobre cómo hemos llegado a este punto y hacia dónde podrían ir las cosas.

De hecho, los partidarios de la línea dura rusa se pasaron años criticando a su líder por no haber llevado a cabo antes la invasión. En 2014, el ejército ucraniano era desesperadamente débil; en Viktor Yanukóvich, los rusos tenían un presidente ucraniano prorruso elegido democráticamente, e incidentes como la matanza de manifestantes prorrusos en Odesa proporcionaban un buen pretexto para la acción.

La razón de la moderación de Putin en el pasado radica en lo que fue una parte fundamental de la estrategia rusa desde la década de 1990: intentar distanciar más a Europa de los Estados Unidos y, en última instancia, crear un nuevo orden de seguridad en Europa con Rusia como socio de pleno derecho y potencia respetada. Siempre estuvo claro que una invasión a gran escala de Ucrania destruiría cualquier esperanza de acercamiento a los europeos occidentales, empujándolos en un futuro previsible a los brazos de los Estados Unidos. Al mismo tiempo, una medida así dejaría a Rusia diplomáticamente aislada y peligrosamente dependiente de China.

Esta estrategia rusa se consideró correctamente como un intento de dividir a Occidente y cimentar una esfera de influencia rusa en los estados de la antigua Unión Soviética. Sin embargo, un orden de seguridad europeo con Rusia en la mesa también habría eliminado el riesgo de un ataque ruso contra la OTAN, la UE y, muy probablemente, Ucrania; y le habría permitido a Moscú ejercer una influencia más laxa sobre sus vecinos -más cercana quizás al enfoque actual de los Estados Unidos en América Central- en lugar de aferrarlos con fuerza. Era un enfoque que tenía sus raíces en la idea de Mijaíl Gorbachov -bien acogida en Occidente en aquel momento- de una “casa común europea”.

En un momento dado, Putin subscribió esta idea. Y en 2012 escribió que: "Rusia es parte inseparable y orgánica de la Gran Europa, de la civilización europea más amplia. Nuestros ciudadanos se sienten europeos". Esta visión se ha abandonado ahora en favor del concepto de Rusia como una “civilización euroasiática” separada.

Entre 1999, cuando Putin llegó al poder, y 2020, fecha en que Biden fue elegido presidente de EEUU, esta estrategia rusa experimentó graves decepciones, pero también suficientes señales alentadoras de París y Berlín como para mantenerla viva.

El intento ruso más sistemático de negociar un nuevo orden de seguridad europeo se produjo con la presidencia interina de Dmitri Medvédev, de 2008 a 2012. Con la aprobación de Putin, propuso un tratado de tratado de seguridad europeo que habría congelado la ampliación de la OTAN, garantizado de forma efectiva la neutralidad de Ucrania y otros estados, e institucionalizado las consultas en igualdad de condiciones entre Rusia y los principales países occidentales. Pero los estados occidentales apenas fingieron tomarse en serio estas propuestas.

En 2014, parece que fueron las advertencias de la canciller Angela Merkel de un "daño masivo" a Rusia y a las relaciones germano-rusas las que persuadieron a Putin de que pusiera fin al avance de los separatistas apoyados por Rusia en el Donbás. A cambio, Alemania se negó a armar a Ucrania y, junto a Francia, medió en el acuerdo de Minsk 2, por el que el Donbás volvería a Ucrania como territorio autónomo.

En 2016, las esperanzas rusas de una ruptura entre Europa occidental y Estados Unidos se reavivaron con la elección de Donald Trump, no por una política concreta, sino por la fuerte hostilidad que provocó en Europa. Pero la elección de Biden volvió a unir a la administración estadounidense y a los estamentos de poder de Europa occidental. Estos años también fueron testigos de cómo Ucrania se negó a garantizar la autonomía del Donbás, y de cómo Occidente no presionó a Kiev para que lo hiciera.

A esto se sumaron otros acontecimientos que hicieron que Putin decidiera llevar los asuntos relacionados con Ucrania a un punto crítico. Entre ellos, la Asociación Estratégica Estados Unidos-Ucrania de noviembre de 2021, que ofrecía la perspectiva de que Ucrania se convirtiera en un aliado fuertemente armado de Estados Unidos, en todo salvo en el nombre, mientras seguía amenazando con retomar el Donbás por la fuerza.

En los últimos meses, quienes eran los líderes de Alemania y Francia en 2015, Merkel y François Hollande, han declarado que el acuerdo de Minsk 2 sobre la autonomía de Donbás no era más que una maniobra por su parte para dar tiempo a los ucranianos a aumentar sus fuerzas armadas. Esto es lo que siempre creyeron los rusos de la línea dura, y tal parece que, para 2022,  el propio Putin llegó a la misma conclusión.

No obstante, casi hasta la víspera de la invasión, Putin siguió presionando sin éxito al presidente francés, Emmanuel Macron, sobre todo para que apoyara un tratado de neutralidad para Ucrania y negociara directamente con los líderes separatistas del Donbás. No podemos, por supuesto, afirmar con seguridad que esto habría llevado a Putin a cancelar la invasión, pero dado que habría abierto una profunda división entre París y Washington, tal movimiento de Macron bien podría haber revivido en la mente de Putin la vieja estrategia rusa, tan profundamente arraigada, de tratar de dividir a Occidente y forjar un acuerdo con Francia y Alemania.

Putin parece estar ahora totalmente de acuerdo con los nacionalistas rusos de línea dura en que no se puede confiar en ningún gobierno occidental, y en que Occidente en su conjunto es implacablemente hostil a Rusia. Sin embargo, sigue siendo vulnerable a los ataques de esos mismos partidarios de la línea dura, tanto por la profunda incompetencia con la que se llevó a cabo la invasión, como porque la acusación de que se comportó anteriormente como un ingenuo respecto a las esperanzas de acercamiento a Europa parece haber quedado completamente vindicada.

Es de este lado, y no de los liberales rusos, de donde procede ahora la mayor amenaza para su gobierno; y, por supuesto, esto le hace aún más difícil a Putin buscar cualquier paz que no tenga cierta apariencia, al menos, de victoria rusa.

Mientras tanto, la invasión rusa y las atrocidades que la acompañaron han destruido cualquier simpatía genuina por Rusia que existiera en las instituciones francesas y alemanas. Parece muy lejano un orden de seguridad pacífico y consensuado en Europa. Pero aunque Putin y su criminal invasión de Ucrania son los principales responsables de ello, deberíamos reconocer asimismo que los europeos occidentales y centrales también hicieron demasiado poco por intentar mantener vivo el sueño de Gorbachov de una casa común europea.

The Guardian, 24 de febrero de 2023

periodista y analista británico de asuntos internacionales, es profesor visitante del King´s College, de Londres, miembro del Quincy Institute for Responsible Statecraft y autor de "Ukraine and Russia: A Fraternal Rivalry". Formado en la Universidad de Cambridge, en los años 80 cubrió para el diario londinense Financial Times la actualidad de Afganistán y Pakistán, y para The Times los sucesos de Rumanía y Checoslovaquia en 1989, además de informar sobre la guerra en Chechenia entre 1994 y 1996. Trabajó también para el International Institute of Strategic Studies y la BBC.
Fuente:
Responsible Statecraft, 26/01/23 y 20/02/2023; The Guardian, 24/02/2023
Temática: 
Traducción:
Lucas Antón

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