Un siglo de Raymond Williams

Phil O’Brien

05/09/2021

“Piénsalo como un trabajo y podrás apreciar lo larga y sistemática que debe haber sido la explotación y el saqueo para levantar tantas casas, a esa escala tan masiva”, escribe Raymond Williams en su célebre libro de 1973, El campo y la ciudad. Se trata de una reflexión sobre el simbolismo y el poder destructivo de la casa de campo y la finca; sin embargo, si lo leemos como una declaración de intenciones, también resume perfectamente una característica permanente de los escritos de Williams: un enfoque historicista y materialista que pone énfasis en el proceso social. Hoy, cuando se cumple un centenario de su nacimiento, queremos revisitar la importancia del pensamiento de este escritor galés para el socialismo. Porque fue con el socialismo con el que Williams –un intelectual pionero del siglo XX–comprometió su obra; más concretamente, con el marxismo, al cual recurrió repetidamente a lo largo de su vida.

Williams leyó por primera vez a Marx y a Engels cuando tenía 16 años, al recoger un ejemplar de El manifiesto comunista en el pabellón soviético de la Expo de París de 1937, de camino a su casa en Gales tras una Conferencia de la Juventud de la Sociedad de Naciones en Ginebra. Más tarde, cuando era estudiante en Cambridge, leyó El Capital y se embarcó en un complejo compromiso con la “crítica marxista recibida”. Desafiando a las ortodoxias, que perfiló en su libro Cultura y sociedad (1958) como una fórmula teórica débil del modelo de base y superestructura, Williams trabajó a través de sus apegos frustrados a Marx para desarrollar su propia contribución duradera a la teoría cultural marxista: el materialismo cultural. Esto llegó en 1977 con Marxismo y literatura y fue el producto de un proceso que se remonta a sus últimos años como estudiante de inglés.

“Por fin fui capaz de liberarme del modelo que hasta ahora había sido un obstáculo, tanto en la certeza como en la duda: el modelo de las posiciones marxistas fijas y ya conocidas”, dijo, con cierto alivio, reflexionando sobre sus lecturas marxistas de pregrado. “Una vez que el cuerpo central de este pensamiento fue activado, desarrollado, siempre inacabado y polémico, muchas cuestiones quedaron abiertas de nuevo”. Aquí, Williams despliega un movimiento característico: examinar las contradicciones dentro de las comprensiones simplificadas y, por tanto, limitadas de la sociedad, que no ponían el debido énfasis en la agencia humana y en las capacidades creativas de la gente común. “La abstracción común que diferencia ‘la base’ de ‘la superestructura’”, señala, “se revela como una persistencia radical de los modos de pensamiento que [Marx] atacó”.

Para Williams, Marx era a la vez específico y flexible en sus análisis sobre la producción económica y sus relaciones con la cultura y la ideología. Esta atención a lo activo y dinámico, a los procesos constitutivos de la cultura y a las historias sociales y materiales de la producción cultural son claves en el pensamiento de Williams. “Lo que ahora creo haber alcanzado”, dijo en 1976, en “Notas sobre el marxismo en Gran Bretaña desde 1945”, “es una teoría de la cultura como proceso productivo (social y material) y de las prácticas específicas, de las ‘artes’, como usos sociales de los medios materiales de producción".

Es una trayectoria que se puede rastrear en un nuevo libro que recoge varios escritos de Williams, y que he editado recientemente para Verso. Culture and Politics: Class, Writing, Socialism incluye ensayos inéditos y no recogidos desde 1958 (con un capítulo perdido de Culture and Society) hasta 1987, el año previo a su muerte. Una de las contribuciones centrales de esta edición es el capítulo dedicado a la “teoría cultural marxista”, una conferencia original que luego se convirtió en su famoso ensayo “Base y superestructura”. Esta conferencia, pronunciada originalmente en Montreal en 1973, durante una estancia en Norteamérica cuando era profesor visitante de Ciencias Políticas en Stanford, muestra a un Williams en el inicio de un renovado compromiso con los enfoques marxistas de la cultura. Comenzó a probar nuevas ideas en conferencias y seminarios, primero en Cambridge –donde volvió en 1961 como profesor de inglés– y luego en Italia, Yugoslavia, Hungría, Alemania, Escandinavia y la Unión Soviética.

Algunas de sus conferencias de este periodo y de la década de 1980 han sido publicadas como parte de la investigación, más amplia, que realicé para la edición del libro. Williams utilizaba las charlas públicas como una forma de alcanzar nuevas revelaciones críticas: un método que informaba y a menudo era la base de su trabajo escrito y publicado. Era raro que diera una conferencia a partir de un texto completo, y a menudo utilizaba breves notas con tiempos sueltos garabateados en los márgenes. “Muchas de las ideas surgieron mientras hablaba”, reveló al hablar sobre las conferencias que componen su estudio La novela inglesa de Dickens a Lawrence.

Para su amigo, el teórico de la cultura Stuart Hall, estos patrones de pensamiento en el estilo y la construcción de las frases de Williams encarnan un movimiento emancipador y democrático: “En su escritura y en su discurso, esas frases lentas y exploratorias –que parecen volver sobre sí mismas, trazando el movimiento real vivido de su mente– parecen mostrar el esfuerzo por llegar más allá de cualquier intelectualidad especializada a un público más amplio, y vincular el trabajo intelectual con un propósito social y político más extenso”. Parte de ese propósito, según Daniel Hartley, queda plasmado en las “subcláusulas autorrenovables” de Williams, desplegadas en “un intento de hacer que su estilo se adapte a las complejas mediaciones de la sociedad civil occidental”.

La tarea de plasmar tales complejidades del capitalismo en su prosa –examinando constantemente las “normas” aceptadas y las “tradiciones” recibidas– hace que su estilo sea denso y a veces difícil. Pero Williams tenía muchos registros diferentes. Podemos apreciar la intensidad académica de Cultura y sociedad y el elevado tono teórico de Marxismo y literatura, así como el sosegado carácter introductorio de su primer libro, Lectura y crítica (escrito como guía de estudio para la educación de adultos); la elegancia reflexiva de su primera novela, Border Country, y las observaciones cotidianas de su columna de televisión. En la mayor parte de sus escritos hay también un ligero toque autobiográfico, que devuelve momentáneamente al lector al pueblo galés de Pandy, donde Williams creció, en el seno de una familia de clase trabajadora en la frontera entre Gales e Inglaterra. Esta experiencia, cultural, geográfica y de clase, resulta fundamental para comprender su trabajo.

Aunque las líneas generales de su vida son bien conocidas –desde Pandy hasta Cambridge, pasando por su lucha en Normandía, la educación de adultos y su participación en la formación de la New Left británica–, todavía hay mucho que no se ha documentado exhaustivamente, sobre todo a partir de los años sesenta. El relato autorizado de Dai Smith, A Warrior’s Tale, nos lleva hasta 1961 y a la formación de Williams. Pero más allá de eso, en términos de literatura biográfica, sólo tenemos la polémica biografía de Fred Inglis de 1995 (Inglis añade “[blah, drone]” cuando cita a al Williams de La larga revolución, por ejemplo). En la propia obra de Williams –cuando describe sus impresiones sobre la televisión estadounidense, por ejemplo– y en las entrevistas, sobre todo en la formalmente innovadora Politics and Letters (1979), aparecen destellos fascinantes. Sin embargo, su influencia como lo que el historiador y amigo suyo, E. P. Thompson, llamó “presión unificadora”, necesita un mayor escrutinio y reflexión dentro de una biografía intelectual; la centralidad de Williams en el pensamiento socialista del siglo XX así lo exige.

Su renovación de la teoría cultural marxista en los años setenta fue acompañada, como ha mostrado Daniel G. Williams, de un “creciente compromiso con Gales y los temas galeses” y el “significado de su experiencia galesa”. Aquí, de nuevo, Raymond Williams exigía complejidad: “Porque si hay algo en lo que insistir cuando se analiza la cultura galesa es en el complejo de discontinuidades forzadas y adquiridas: una serie de cambios radicales, dentro de la cual tenemos que marcar no sólo ciertas continuidades sociales y lingüísticas, sino muchos actos de autodefinición por negación, por alternancia y por contraste. De hecho, es esta cultura de Gales, profunda y conscientemente problemática, la que constituye la diferencia real respecto a la diferencia ideológica de una cultura inglesa selectiva, dominante y hegemónica”. Se trata de un ajuste de cuentas histórico con la identidad galesa y una crítica de clase a la “inglesidad” desde la perspectiva del país fronterizo galés, escrito en 1983, cuando se jubiló en Cambridge, centro simbólico del aprendizaje cultural inglés.

Este periodo de compromiso sostenido con Gales –algo que siempre estuvo presente en su obra de ficción– fue acompañado por una ampliación de las conferencias internacionales en la década de 1970 y, significativamente, un viaje a París para trabajar con el sociólogo francés Pierre Bourdieu. Como explico en el ensayo introductorio de la nueva antología, fue E. P. Thompson quien presentó a Williams y Bourdieu; fue así como Williams pasó a colaborar con Nicholas Garnham en el largo ensayo “Pierre Bourdieu y la sociología de la cultura”. Al igual que Thompson, Garnham consideraba la obra de Bourdieu como una “oposición consciente y constante” a Louis Althusser y al estructuralismo. A su vez, Bourdieu, como respuesta al marxismo althusseriano, se fijó en la primera Nueva Izquierda británica y en los escritos de Williams, Thompson, Richard Hoggart y Eric Hobsbawm, algunos de los cuales fueron publicados en traducidos y publicados en la revista de Bourdieu, Actes de la Recherche en Sciences Sociales. Hay algunas cartas notables de Bourdieu a Williams en el archivo de Williams, pero son las de Thompson a Williams las que revelan por qué tantos de estos prominentes intelectuales de izquierda lo consideraban una figura paterna. Stuart Hall describe de esta forma a Williams en sus memorias, Familiar Stranger: “Cuanto más inquieto estaba Raymond, más tranquilo se volvía […]. Se sumía en una especie de rebaba galesa y había que escuchar con mucha atención lo que estaba formulando escrupulosamente”.

Fue el compromiso de Williams con el socialismo, así como la renovación socialista, lo que le llevó a ocupar una posición de mediador, actuando a menudo como enlace entre facciones descontentas, especialmente en los desacuerdos de Thompson con la New Left Review. Podemos calificar a una voz como constructiva y crítica dentro de los debates socialistas cuando distinguimos mejor sus posiciones e intervenciones políticas, y no tanto por su afiliación oficial a un partido. Williams se afilió al Partido Comunista durante 18 meses como estudiante, al Partido Laborista durante cinco años (a partir de 1961) y al Plaid Cymru en 1969 durante al menos un año, posiblemente dos. Abandonó los tres, pero siguió siendo una importante fuente de ideas para cada uno de ellos, con buena acogida o sin ella, a veces desde dentro, pero sobre todo desde fuera. En uno de los ensayos de la nueva colección comparte panel con el político socialista Tony Benn, en un acto paralelo a la famosa conferencia del Partido Laborista de 1985. Williams subraya la necesidad de una estrategia socialista que supere las limitaciones de la democracia representativa y avance hacia formas de democracia directa, descentralización y autogestión.

La suya era una visión democrática radical que, como esbozó en 1983 en Hacia el 2000, se enfrentaba a los retos del presente y utilizaba lo que él identificaba como los “recursos de la esperanza”. “No es sólo en los movimientos pacifistas, ecologistas y feministas donde se ha comenzado el cambio”, escribe en el que sería su último libro completo. “También lo encontramos en el vigoroso movimiento de lo que se ha llamado ‘cultura alternativa’, pero que en su mejor momento es siempre una cultura de oposición: aquel que realiza propuestas experimentales en el teatro, el cine, la escritura y la publicación comunitarias, en el análisis cultural”. La tarea que Williams establece para el momento actual es formar, localizar y utilizar estos recursos contemporáneos de esperanza. Su “relato decididamente materialista de la cultura”, en palabras de Marie Moran, es uno de esos recursos posibles que permite que surja lo que el propio Williams describió como “un proceso histórico activo y conflictivo”, “en el que las propias formas son creadas por relaciones sociales que a veces son evidentes, y otras veces están opacadas”.

Esto nos devuelve a la casa de campo y a las formas de ver el proceso histórico que pueden conducir no sólo a un ajuste de cuentas sino a una liberación. Una de sus observaciones más duraderas, y a la vez más sencillas, fue la de cómo se seleccionan las tradiciones, cómo se construyen y definen retrospectivamente. Debemos evitar el error, insistía, “de suponer que una versión selectiva hecha por alguna sociedad temporalmente dominante es ‘universal’, mientras que la versión selectiva de alguna sociedad temporalmente dominada es meramente ‘local’ o ‘tradicional’”. Para Paul Jones, esto permite que sus modos de pensar –junto con su visión democrática y su creencia en la “capacidad popular para la práctica creativa productiva”– se utilicen “como una crítica a las relaciones imperialistas y neocolonialistas entre naciones y sociedades”. El deseo de Williams de ampliar y redefinir los usos y valores del trabajo intelectual se manifiesta en estas críticas a la sociedad; es uno de los retos del siglo XXI: pensar en ello como trabajo.

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es el editor de Culture and Politics: Class, Writing, Socialism de Raymond Williams y autor de The Working Class and Twenty-First-Century British Fiction. Es profesor asociado de la Open University y secretario de la Raymond Williams Society.
Fuente:
https://tribunemag.co.uk/2021/08/a-century-of-raymond-williams
Traducción:
Inés Molina Agudo

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