Breaking Worse: la era del pollo neoliberal. A propósito de "Llega el monstruo", de Mike Davis

Alberto Coronel

23/07/2020

Después de la pandemia, una de las cosas más difíciles será explicar al público por qué no estuvimos preparados, puesto que ha habido suficientes avisos.

(Klaus STÖHR, OMS, 2004)

The social struggles over nature, money, work, care, food, energy, and lives that attend the Capitalocene´s poultry bones amount to a case for why the most iconic symbol of the modern era isn´t the automobile or the smartphone but the Chicken McNugget.

(Raj PATEL y Jason W. MOORE, A history of the World in Seven Cheap Things, 2017)

 

Al ver Breaking Bad (la célebre serie de ficción producida por Vince Gilligan y protagonizada por Bryan Cranston), resulta divertido observar que una cadena de restaurantes de pollo frito llamada «Los pollos hermanos» aparezca como tapadera de una vasta red de narcotráfico. Pero ¿qué es lo divertido exactamente? En principio, que algo aparentemente inocente como una franquicia de pollo frito pueda ocultar una compleja corporación criminal dedicada al comercio de metanfetaminas.

La cadena de restaurantes es dirigida Gus Frink, encarnado por un magnífico Giancarlo Esposito. Se trata del modelo arquetípico del empresario de éxito que invierte millones en construir su propia máscara de filántropo pusilánime temeroso de la Loi Civile. Para ello, Frink no duda en realizar grandes donaciones a la oficina antidrogas de la DEA, que le persigue como el perro que olfatea en círculos buscando a quien sujeta su correa. Se trata de un juego de luces y sombras a través del cual circulan en paralelo toneladas de pollo hipervisible y de metanfetamina invisible. El olfato de la policía está cegado por su cercanía, y la sobriedad de Frink lo convierte en un impostor maravilloso capaz de llevar a rajatabla la política de cero ostentación; aquella que, desde The Wire, nos permite distinguir a los real gangsters de los plumíferos advenedizos.

La serie deja en el espectador más o menos escéptico sospechas razonables: ¿cuántos negocios aparentemente inocentes son el blanqueo fenomenológico del crimen organizado? ¿Qué podrían querer las grandes empresas al hacer donaciones? La serie fue emitida entre 2008 y 2013. Pues bien: siete años más tarde de su genial cierre, la lectura de “Llega el monstruo. COVID-19, gripe aviar y las plagas del capitalismo” (Julio de 2020), del sociólogo e historiador estadounidense Mike Davis, nos despierta del sueño dogmático en el que subrepticiamente nos había introducido Breaking Bad. Dicho brevemente: si supiéramos lo que involucra la industria del pollo neoliberal en el siglo XXI, resultaría plausible que se escribiera la inversión exacta de Breaking Bad —llamémosla Breaking Worse—, una serie en la que peligrosos narcotraficantes se exhibirían en redes sociales mientras construyen en escrupulosa clandestinidad inmensas granjas avícolas. Dentro del cosmos (¿ficticio?) de Breaking Worse sería relativamente sencillo saber cómo funciona la mafia, pero realmente complicado obtener imágenes de lo que sucede en el interior de las inmensas plantas avícolas que cada día alimentan a millones de personas en todo el mundo. Las siguientes páginas tratarán de mostrar que Llega el monstruo nos da múltiple claves para entender que el pollo neoliberal exige que pensemos nuestro presente pandémico conforme a esta trama alternativa.

El ensayo de Mike Davis, editado por Capitán Swing y traducido por María Julia Bertomeu y Lucía Barahona, tiene la virtud de ubicar la crisis de la COVID-19 en el interior de una narrativa que desmiente su excepcionalidad imprevisible. Llega el Monstruo es un texto oportuno para la actual crisis pandémica en la medida en que no se aventura a especular sobre el significado de lo sucedido, sino que nos habla de la actual crisis y de las siguientes desde las anteriores. Junto a un largo estudio introductorio escrito por Davis en 2020, la obra recoge la traducción de un texto de 2005, The Monster at Our Door: The Global Threat of Avian Flu. El conjunto formado por la introducción y el texto adquieren un valor teórico mayor que la suma de las partes: al trasluz del cóctel molotov formado por a) la agroindustria avícola posterior a la Revolución Ganadera (RG) como nicho de recombinaciones víricas con potencial pandémico; b) la relación de esta con la gran industria farmacéutica (Big Pharma); c) el poder financiero de las industria ganadera y farmacéutica sobre líderes y partidos políticos; y d) la dependencia de la salud pública mundial de los poderes políticos para la prevención de crisis pandémicas, la conclusión que se extrae de la comparativa entre la gripe aviar y la COVID-19 no es que el ser humano haya sufrido la venganza de una naturaleza agraviada. Más bien, se podría decir que, pese a todo (y todo es ya demasiado), la humanidad ha tenido bastante suerte, y que lo malo, por muy malo que parezca, siempre puede ser peor.

En línea con la recién traducida Big Farms Make Big Flu (2016) —Grandes granjas, grandes gripes. Madrid, Capitán Swing, 2020—, del biólogo evolutivo Rob Wallace, el texto de Davis no tarda en poner de manifiesto un hecho más relevante que sorprendente: que la presente crisis pandémica haya sido recibida como fruto de un azar biológico ex nihilo es el signo inequívoco de un trabajo de encubrimiento bien hecho[1].  Recordemos: «La aparición del Sars-CoV-2 (…), que causa la COVID-19 (…) no fue del todo inesperada. En el año 2003, su hermano mayor, el SARS-CoV (…) había dado un buen susto al mundo, y otra iteración mortal, el MERS (síndrome respiratorio de Oriente Medio), apareció en Arabia Saudita en 2020 y ha matado a casi un millar de personas. Pero, según la mayoría de los científicos, los coronavirus no eran más que un equipo que se encontraba en la parte más baja de la clasificación en la incipiente liga viral, eclipsados por grandes goleadores como el H5N1 (gripe aviar), el ébola e incluso el virus del Zika» (pp. 9-10). En el interior de esta constelación, la tarea mediática ha consistido en evitar que la atención internacional se desvíe desde los sucios mercados de animales salvajes de Wuhan (comercio de pangolines), o desde las peculiarísimas gastronomías de regiones localizadas (perros o sopas de murciélago), a aquellos sectores del capital agroindustrial que desde hace décadas hacen malabares con fuegos biológicos potencialmente incontrolables. Tal y como señalaría Marius Gilbert, de la Universidad Libre de Bruselas, “Existe claramente un vínculo entre la aparición de virus de influenza aviar altamente patógena y la intensificación de los sistemas de producción avícola"[2]. El problema sería que la actual crisis no animara nuestras ganas de entender qué es, qué fue y qué podría llegar a ser un nuevo brote de gripe aviar.

Para ello, comenzaremos ofreciendo una descripción mínima del protagonista-pasivo de la narración, el gallus gallus domesticus, el cual podría ser igualmente bautizado como pollo neoliberal o gallus oeconomicus. Dado que casi todos los machos son industrialmente sacrificados al nacer, podríamos hablar simplemente de gallinas, siempre y cuando las ubiquemos históricamente más allá de los umbrales de la Revolución Ganadera (RG) en la segunda mitad del siglo XX[3]. La gallina de corral es hoy el ave más numerosa del planeta, triplicando a la población humana (18. 000 millones aprox.). Según un estudio de diciembre de 2018 publicado por la Royal Society, y elaborado por el equipo de Carys E. Bennet y Jan Zalasiewicz, el volumen de huesos de pollo generado por las actividades humanas puede ser considerado uno de los indicadores que evidencian geológicamente (y a escala planetaria) la humanización de la biosfera.

A diferencia de lo que pasaba y sigue pasando en los corrales al aire libre, hoy la vida de estas aves comienza estadísticamente en el interior de incubadoras, donde nacen entre cáscaras y cadáveres ante la atenta mirada de sexadores. Mientras que los machos son lanzados a tubos que terminan en trituradoras o aplastados en maceradoras (solo en Brasil, según la Embrapa, entre 6 y 7 millones de pollitos macho corren esta suerte cada mes; en España, cada año, unos 35 millones; en las plantas de Hy-Line International, Iowa, Estados Unidos, 150.000 cada día), las hembras son empleadas como ponedoras o como aves de engorde para su consumo.

Nada nuevo bajo el Sol. Por ello Breaking Worse incluye varios episodios en los que se muestra a trabajadores obligados a despiezar 45 pollos por minuto, y sin derecho a parar durante horas, de tal manera que en una jornada de ocho horas (sin contar descansos) una trabajadora habrá despiezado alrededor de 21.600 pollos. Se trata de una masacre rutinaria (en absoluto tradicional, pero finalmente tediosa) en la que inmensas plantillas de trabajadoras (en su mayor parte formada por la misma inmigración latina que el cine norteamericano acostumbra a asociar con las bandas y el narcotráfico) se ven obligadas a usar pañales por si tienen la necesidad de ir al baño durante su turno. Los guionistas podrían haberse inspirado en el informe de Oxfam de 2015 titulado No Relief. Denial of Bathroom Breaks in the Poultry Industry, en el que se detalla el coste humano de la industria del pollo. En este punto es importante recordar que, tanto en animales humanos y no-humanos, el hacinamiento, la fatiga y el estrés debilita los sistemas inmunitarios, facilitando la transmisión intra e interespecie de enfermedades contagiosas. El aumento lineal de la densidad —hoy lo sabemos mejor que hace un año— aumenta exponencialmente el riesgo de contagio.

Por debajo de estas bambalinas, la interacción entre animales y humanos (espacial, temporal y sexualmente distribuidos en procesos de optimización exhaustiva) favorece que el monstruo no deje de nacer y de morir, recombinando su información genética, a la espera de una grieta por la que escapar. El premio: la conquista de aquellos mercados biológicos en que poder replicarse y expandirse. En este punto, Davis destaca lo que William MacNeill denomina la «Ley de Conservación de la Catástrofe»: «Es obvio que a medida que crecen las poblaciones de huéspedes de virus (o las poblaciones potencialmente huéspedes) se produce un incremento concomitante de la probabilidad de grandes cambios evolutivos en las poblaciones de virus debido al aumento de las oportunidades de replicación, mutación, recombinación y selección […] Desde el punto de vista de un virus hambriento (…), nuestros miles de millones de cuerpos humanos constituyen un magnífico terreno de caza donde, en un pasado muy reciente, sólo había la mitad de personas» (p. 80)[4].

El monstruo del que nos habla Mike Davis más allá de la introducción no es el coronavirus tipo 2 del síndrome respiratorio agudo grave, sino la gripe aviar, concretamente la cepa H5N1. A juicio del autor, «La amenaza de un estallido de la gripe aviar y su propagación mundial sigue siendo inminente» (p. 10). Ahora bien, esta amenaza, al igual que la COVID-19, es antes biopolítica que biológica. No se trata de una desconocida yersinia pestis haciendo estragos en 1348. Se parece más a la gripe de 1918-1919 (la llamada «gripe española») que se alió con la hambruna artificial impuesta por el imperio británico para acabar, solo en la India, con la vida de unas 12,5 millones de personas (p. 63). Tal y como vemos hoy gracias a Trump o Bolsonaro, este factor biopolítico que define la estrategia con que se enfrentan y padecen las amenazas biológicas es decisivo.

En la actualidad —y este es uno de los momentos claves de la convergencia entre el libro y Breaking Worse— el productor de pollo neoliberal utiliza el poder de donaciones y lobbies para garantizar la política de favor y no-interferencia a la industria avícola, lo cual exige alinear a muchos líderes políticos con el negacionismo epidemiológico, el hermano gemelo del negacionismo climático, aunque igual de peligroso. Gracias a ello, el monstruo no necesita caballos de Troya en los que esconderse para burlar las barreras inmunológico-políticas de la civitas humana: encuentra las puertas abiertas, y cientos de científicos (como Anthony Fauci o Luiz Henrique Mendetta) abandonando el recinto biopolítico como leprosos condenados al destierro extramuros.

En efecto: en Breaking worse no son los negocios legales los que ocultan redes de crimen organizado, sino la pornografía mediática del crimen organizado (i.e. «Narcos» de Netflix) lo que permite que las formas de criminalidad legalizadas no llamen nuestra atención, o incluso nos aburran. Por ello en la serie el «pollo neoliberal» desplaza a «Los pollos hermanos» para sugerir que los CEOs corporativos de la industria ganadera (y a diferencia de los grandes narcos) no tienen que disfrazar su capacidad de influencia e interferencia en gestos filantrópicos ni hábitos frugales.

Por ejemplo, en lugar de Gus Frink, Llega el Monstruo nos presenta a Dhanin Chearavanont como candidato idóneo para encarnar el personaje del villano neoliberal. Este multimillonario tailandés, con un patrimonio reconocido de más de 17 mil millones de dólares, es el menor de cuatro hermanos inmigrantes de Guangdong y el chair man del gigantesco conglomerado exportador «Grupo Charoen Pokphand». Más conocido por las siglas «CP» , es propietario, entre otras cosas, de los derechos de venta de Kentucky Fried Chicken en Tailandia. Además de recordar las donaciones que hizo Chearavanont tanto a los Bush como a los Clinton (pp. 117-118),  Davis relata que este grupo «tuvo un papel central en la historia del terrorífico regreso del H5N1 en el invierno de 2003-2004 y de la epidemia de HPAI sin precedentes que amenaza con convertirse en un cataclismo humano y ecológico global» (p. 115). También «fue el primer inversor multinacional en beneficiarse de la política de puertas abiertas de Deng Xiao Ping de en 1979» (p. 117). Todo cuadra.

Chearavanont es otro de los grandes adalides de la integración vertical: el mismo modelo de crecimiento que hizo célebre a Amancio Ortega en la industria textil. Ese modelo organizativo permite adecuar rápidamente la producción a las curvas crecientes y decrecientes de la demanda. Sin embargo (y esto es lo que en las universidades de AD se da por supuesto), se sostiene sobre relaciones disciplinarias (de vigilancia delegada) con cada uno de los proveedores obligados a producir y subsistir sin capacidad real para negociar. Si hay un aumento del 70% de la demanda de un día para otro, recuerda que trabajas para mí. Si se hunde un edificio con miles de trabajadoras en su interior (Rana Plaza, 2013), si se descubre el uso de trabajo esclavo y camas calientes en talleres proveedores, o si se propaga una epidemia, la caótica red de pequeños productores no forman parte de la empresa matriz. Podrían rebelarse contra ella facilitando a la OMS la aparición de un nuevo brote, pero cuando termine el día, no será la OMS la organización de la que estas empresas y sus trabajadores dependan para subsistir. 

Esto es lo que sucedió en el transcurso de la epidemia de gripe aviar (H5N1) comprendida desde comienzos de 2003 y 2004, cuando la ley del silencio se impuso como protocolo frente a brotes potencialmente pandémicos en sus primeras etapas. En Tailandia, el gobierno había cooperado con CP para sobornar a criadores con bandas infectadas para garantizar que la lealtad corporativa prevaleciera sobre la biológica. El escándalo del encubrimiento del brote de H5N1 llegó en febrero, y puso en labios del ministro de agricultura tailandés Bungaran Saragih la frase que hoy podría ser el lema del 95% de los países afectados por la COVID-19: «no querían que una decisión apresurada causara pérdidas innecesarias» (p. 126). Antes de que la cepa H5N1 se tornara no erradicable (antes de diseminarse en patos, gansos, cisnes, garcetas y otras aves silvestres migratorias) Davis recuerda que el reconocido virólogo Yi Guan había sugerido al China Daily deshacerse de las granjas, de los mercados de aves de corral y de la importación de pollos frescos: «La industria avícola —aparentemente ajena a la amenaza pandémica— se dedicó a gritar a los cuatro vientos que los científicos habían enloquecido: “La gripe aviar es como cualquier otra gripe humana; uno no puede deshacerse de ella. No tiene ningún entido destruir la industria avócila para deshacerse de la gripe aviar. Sería un acto de ignorancia”. Al parecer las autoridades coincidían con ellos: su respuesta se limitó a ordenar el exterminio de otros novecientos mil pollos» (p. 87).

Ya sean pequeños talleres textiles o granjas de pollos, el modo de producción del capitalismo neoliberal (caracterizado por la deslocalización, la externalización, la subcontratación y la flexibilidad precarizante) protege a las grandes empresas internacionales con una competencia fraudulenta que consolida la distribución asimétrica de los riesgos: «Un periódico de Bangkok comparó el destino de grandes y pequeños productores avícolas en la provincia de Sukhothai: a los criadores comerciales “integrados” de CP y de otros conglomerados les fue notificada la epidemia en diciembre y los funcionarios en materia de ganadería les suministraron vacunas antivirales, de modo que sus existencias se mantuvieron a salvo. Por el contrario, a los pequeños propietarios se les ocultó la enfermedad y, en consecuencia, la mayoría de sus pollos perecieron; también el hijo adolescente de un campesino» (p. 123).

La gripe aviar puso de manifiesto la contradicción que hace converger el aumento de la producción agroindustrial de alimentos con el aumento exponencial de la probabilidad de aparición de nuevas pandemias. A principios del siglo XXI, y hasta hoy, solo la producción acelerada de muerte a escala industrial ha podido conservar la puerta cerrada: “únicamente el sombrío y sucio trabajo de los matarifes —finalmente cerca de 120 millones de pollos fueron sepultados vivos, quemados, electrocutados o gaseosos— ofrecía alguna esperanza de prevenir el encuentro fatal entre un virus de pesadilla y una humanidad vulnerable” (p. 130). Es decir, en la fase pre-pandémica, no son solo los hábitos particulares de regiones exóticas ni los azares de zoonosis imprevisibles, sino la normalización y protección de la ganadería intensiva lo que pone en grave peligro a la humanidad. 

En la fase post-pandémica, la contradicción estructural evidenciada por la gripe aviar es la que puso de manifiesto un artículo del New York Times de septiembre de 2004. Enunciada, según Davis, en «un rapto de inspiración casi marxista»: se trataría del «desajuste crónico entre las necesidades sanitarias y el control privado de la producción de vacunas y fármacos»[5]. Antes y después, o durante: si se percibe que el control privado de la producción de vacunas y fármacos forma un loop positivo con el control privado de la producción de alimentos, y que ambos socaban la posibilidad de los sistemas jurídicos y políticos para resistir su potencia corruptora sobre los poderes legislativos y jurídicos de nuestras sociedades, entonces nos sitúan frente al gran cráter por el que asoman, cruzan y cruzarán los monstruos virales del siglo XXI.

Por ello, destaca Davis en un pasaje notable, sería un error fatal confundir el éxito en la gestión de una pandemia con la legitimidad de las medidas empleadas para su contención: «Al reconocer los logros de China, no obstante, deberíamos evitar aprender la lección equivocada: la capacidad estatal para actuar con decisión en una emergencia no requiere la supresión de la democracia (…) Sin duda, la presencia generalizada del Partido Comunista en la vida cotidiana —90,6 millones de miembros organizados en miles de lugares de trabajo y comités vecinales— ha sido un factor decisivo en la movilización total contra la COVID, pero esto sobre todo confirma la importancia crucial de las organizaciones de base y de la preparación, no la necesidad de un estado policial. La represión, a pesar del malicioso uso que se hizo en contra de los heroicos denunciantes originales en Wuhan —ahora “desaparecidos”—, por lo demás ha desempeñado un papel minoritario en el éxito de China» (p. 46).

En todo caso, salvo en China, Filipinas y Hungría (donde el estado de alarma se ha traducido en importantes excesos de autoritarismo y militarización) una de las conclusiones más importantes que podemos extraer del ensayo consiste en señalar que el gran peligro global es irreductible la imagen del poder estatal que enjaula la vida con el fin de explotarla —tal y como habrían sugerido Giorgio Agamben—. Más bien, se trataría del aumento exponencial del volumen de vida humana que se acumula en los márgenes externos e internos de la biopolítica global. En el marco de la razón neoliberal, la fracción de la biosfera que no contiene capital (humano u orgánico) es instituida como vida o población excedente, y ese excedente encarna la peligrosidad biológica de las ciudades miseria y los límites de la biopolítica en el neoliberalismo. Por ello (y a pesar de lo que parezca durante las cuarentenas), esta pandemia global no puede ni debe ser reducida a la caricatura conspiranoica de un poder político que aspira a dominar la vida enteramente. Al contrario, se trata de una crisis nacida de la creciente indiferencia del poder político a la protección de lo biológico; la apertura del escenario en que se hace urgente repensar la relación entre el sistema circulatorio del capitalismo global y la dimensión orgánica de las poblaciones humanas y no humanas.

En el interior de estos nuevos horizontes biopolíticos, Mike Davis lleva más de dos décadas siendo un autor imprescindible: Llega el monstruo no es el texto que debemos leer para observar cómo otro pensador se sube al tren de los estudios biopolíticos en marcha, sino el tipo de estudio biopolítico que deberíamos haber leído hace quince años para evitar subirnos a trenes que no llevaban a ninguna parte.

 


[1] Resulta sorprendente que el filósofo esloveno Slavoj Žižek caiga en la retórica de los azares biológicos en su último panfleto, Pandemia. La Covid-19 estremece al mundo. Anagrama, Barcelona, 2020.  Concretamente, cuando afirma: «Lo que deberíamos aceptar y asumir es que hay una subcapa de la vida, la vida presexual estúpidamente repetitiva de los virus, que nunca muere, que siempre ha estado ahí y siempre estará con nosotros como una sombra oscura, como una amenaza a nuestra propia supervivencia, y que estalla cuando menos lo esperamos.» (p. 59). Para superar el umbral de las obviedades indignas de tinta impresa, un pasaje semejante debería venir acompañado de la siguiente nota: hay virus y enfermedades (y este es un elemento central del ensayo de Davis) que se propagan, primero, y se hacen no erradicables por efecto de decisiones y programas políticos con fecha concretas y beneficiarios con nombre y apellido. Para el caso de la COVID-19, el artículo de Jared Diamond, titulado «El próximo virus» (El País, 20/03/2020), constituye una muestra suficiente para caracterizar el equívoco en que incurre Žižek al hacer de la «vida presexual», como la llama él, una sombra insondable.

[2] Cita extraída del artículo de Laura Spinney, Is factory farming to blame for coronavirus?  (The Guardian, 28/03/2020). Disponible en línea en: https://www.theguardian.com/world/2020/mar/28/is-factory-farming-to-blame-for-coronavirus. Última comprobación 20/07/2020.

[3] La Revolución Ganadera (RG) es a la ganadería lo que la Revolución Verde (RV) a las semillas, y también está caracterizada por los efectos de la cuádruple convergencia entre la selección genética (con la consiguiente aparición de razas únicas), la producción intensiva, la compensación de la salud animal con el aumento del uso de medicamentos, que define la gran alianza entre la Revolución Ganadera y la Big Pharma) y la subcontratación corporativa. Para un retrato sintético de la RG puede verse el documento elaborado por Veterinarios Sin Fronteras titulado «Revolución Ganadera». Disponible en línea en: http://www.uco.es/zootecniaygestion/img/pictorex/26_11_41_7._la_revolucion_ganadera.pdf. Última comprobación 20/07/2020.

[4] William MacNeil, «Control and Catastrophe in Human Affairse», Daedalus 118 (1), 1989, pp. 1-12 y 33.

[5] Davis remite al artículo de John Aglionby, «The Politics of Poultry», publicado por The Guardian el 29 de enero de 2004.

 

Personal docente e investigador en formación en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid
Fuente:
Sin Permiso, 26/07/2020

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